¿Podemos demostrar históricamente la Resurrección de Cristo o simplemente debemos creerla por fe? La Resurrección de Cristo es un hecho de fe y también un acontecimiento histórico comprobable, nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica (Catecismo de la Iglesia Católica #647). La Resurrección de Cristo fue un acontecimiento histórico demostrable por la señal del sepulcro vacío y por la realidad de los encuentros de los Apóstoles con Cristo resucitado. Sin embargo, la Resurrección también es centro que trasciende y sobrepasa a la historia. La Resurrección de Cristo es un hecho demasiado importante como para quedar referido sólo como un acontecimiento histórico. En la Resurrección de Cristo está el centro de nuestra fe, porque si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe (1 Co. 15, 14), nos advierte San Pablo. La Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso las más difíciles de comprender por el ser humano, encuentran su comprobación porque Cristo, al resucitar, ha dado la prueba definitiva de su autoridad como Dios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica #651). Pero, además, la Resurrección de Cristo, es comprobable históricamente. Los discípulos han atestiguado que verdaderamente se encontraron y estuvieron con Cristo resucitado. El sepulcro vacío y las vendas en el suelo (cf. Jn. 20, 6) significan por sí mismas que el cuerpo de Cristo ha escapado de la muerte y de la corrupción del cuerpo, consecuencia de la muerte (cf. Catecismo de la Iglesia Católica #657). El primer elemento que se encuentra sobre la Resurrección de Cristo es el sepulcro vacío, lo cual no es realmente una prueba directa. De hecho la ausencia del cuerpo podría explicarse de otro modo. María Magdalena creyó que se habían llevado a su Señor (Jn. 20, 13). Las autoridades, al ser informados por los soldados de lo sucedido los sobornaron para que dijeran que mientras dormían, vinieron de noche los discípulos y robaron el cuerpo de Jesús (Mt. 28, 11-15). Sin embargo, el hecho es que las mujeres, luego Pedro y Juan, encontraron el sepulcro vacío y las vendas en el suelo. Y San Juan nos dice en su Evangelio que él vio y creyó (Jn. 20, 8). Esto supone que, al constatar el sepulcro vacío, supo que eso no podía ser obra humana y creyó lo que Jesús les había anunciado. Además, intuyó que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro (cf. Jn. 11, 44). Las apariciones de Jesús Resucitado a tantos, comenzaron por las mujeres que iban a embalsamar el cuerpo de Jesús (cf. Mc. 16, 1; Lc. 24, 1) y que, por instrucciones del Resucitado fueron las mensajeras de la noticia a los Apóstoles (cf. Lc. 24, 9-10). Esta noticia fue confirmada por la aparición de Cristo, primero a Pedro, después a los demás Apóstoles. Y es por el testimonio de Pedro que la comunidad de seguidores de Cristo exclama: ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón (Lc. 24, 34). Ante éstos y muchos otros testimonios de apariciones del Resucitado, es imposible no reconocer la Resurrección de Cristo como un hecho histórico. Pero, además, sabemos por los hechos narrados que la fe de los discípulos fue sometida a la durísima prueba de la pasión y de la muerte en cruz de Jesús. Fue tal la impresión de esa muerte tan vergonzosa que -por lo menos algunos de ellos- no creyeron tan pronto en la noticia de la Resurrección. Tengamos en cuenta que los Evangelios no nos muestran a un grupo de cristianos entusiasmados porque Cristo iba a resucitar o siquiera porque había resucitado. Muy por el contrario, nos presentan a unos discípulos abatidos, confundidos y asustados. Por eso no le creyeron a las mujeres y las palabras de ellas les parecieron puros cuentos (Lc. 24, 11). Tan imposible les parece el más grande milagro de Cristo, su propia Resurrección, que incluso al verlo resucitado, todavía dudan (cf. Lc. 24, 38), creen ver un espíritu (Lc. 24, 39). Tomás ni siquiera acepta el testimonio de los otros diez (cf. Jn. 20, 24-27). El escepticismo era tal, que en su última aparición en Galilea, en su despedida, algunos seguían dudando, según nos dice el mismo Mateo, uno de los doce (cf. Mt. 28, 27). Por lo tanto, la hipótesis según la cual la Resurrección de Cristo habría sido producto de la fe o de la credulidad de los Apóstoles no tiene asidero. Toda esta argumentación es basada en el Catecismo de la Iglesia Católica # 639 a #647 y #656 y 657). En la muerte, que es la separación del alma y el cuerpo, el cuerpo humano cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, y queda en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible, uniéndolos a nuestras almas. Esto, en virtud de la Resurrección de Jesús (cf. Catecismo de la Iglesia Católica #997). Este dogma central de nuestra fe cristiana no sólo nos lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, sino que la esperanza de nuestra resurrección y futura inmortalidad se encuentran en textos bíblicos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. ¿Cómo? Ciertamente el cómo, nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica, sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe (Catecismo de la Iglesia Católica #1000). Cristo resucitó con su propio cuerpo: Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo (Lc.24, 39). Pero El no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en El todos resucitarán con su propio cuerpo, el que tienen ahora, pero este cuerpo será transfigurado en cuerpo de gloria (Flp.3, 21), en cuerpo espiritual (1 Cor.15, 44) (CIC #999). La resurrección tendrá lugar en un instante. Yo quiero enseñarles este misterio: aunque no todos muramos, todos tendremos que ser transformados, en un instante, cuando toque la trompeta (Ustedes han oído de la Trompeta que anuncia el Fin). Entonces, en un abrir y cerrar de ojos, los muertos se levantarán, y serán incorruptibles (1a. Cor. 15, 51-52). ¿Quiénes resucitarán? Todos los hombres que han muerto (Catecismo de la Iglesia Católica #998). Unos para la condenación y otros para la salvación. Es decir, todos resucitaremos: salvados y condenados. Unos para una resurrección de gloria y de felicidad eternas. Otros para una resurrección de condenación e infelicidad eternas. ¿Cuándo? Sin duda en el último día (Jn.6, 54 y 11, 25); al fin del mundo (LG 48). En efecto, la resurrección de los muertos está íntimamente ligada a la Parusía o Segunda Venida de Cristo: Cuando se dé la señal por la voz del Arcángel, el propio Señor bajará del Cielo, al son de la trompeta divina. Los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar (1Ts. 4, 16) (#1001). Y continúa San Pablo: Después nosotros, los vivos, los que todavía estemos, nos reuniremos con ellos llevados en las nubes al encuentro del Señor, allá arriba. Y para siempre estaremos en el Señor (1Ts. 4, 17). San Pablo nos habla de los que han muerto y han sido salvados. También nos habla de los que estén vivos para el momento de la Segunda Venida de Cristo. Pero es San Juan quien completa lo que sucederá con los que no han muerto en Cristo: No se asombren de esto: llega la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán mi voz. Los que hicieron el bien saldrán y resucitarán para la vida; pero los que obraron el mal resucitarán para la condenación (Jn. 5, 28-29). Resumiendo: En la Resurrección de Jesucristo está el centro de nuestra fe cristiana y de nuestra salvación, ya que si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe (1Cor.15, 14) ... y también nuestra esperanza. Pero sabemos que Jesucristo no sólo ha resucitado, sino que nos ha prometido resucitarnos también a nosotros. ¿Re-encarnacion o inmortalidad? Un tema muy en boga que se nos está introduciendo de manera muy profusa a través de todos los medios de comunicación social es la re-encarnación. Sin embargo, la re-encarnación es un mito, un error, una herejía, un embuste; como diría San Pablo: una patraña. Debemos los cristianos descartarla de las creencias que solemos tomar de fuentes no cristianas, y que vienen a contaminar nuestra Fe. Porque cuando comenzamos creyendo que es posible, deseable, conveniente o agradable re-encarnar, ya estamos negando la resurrección. Y nuestra esperanza está en resucitar con Cristo, como El nos lo ha prometido ... no en re-encarnar. La re-encarnación niega muchas cosas, parece muy atractiva esta falsa creencia, este mito. Sin embargo, si en realidad lo pensamos bien ... ¿cómo va a ser atractivo volver a nacer en un cuerpo igual al que ahora tenemos, decadente y mortal, que se daña y que se enferma, que se envejece y que sufre ... pero que además tampoco es el mío? Aun partiendo de una premisa falsa, suponiendo que la re-encarnación fuera posible, si no fuera un mito, una patraña, ¿cómo podemos los hombres, pero sobre todo los cristianos que tenemos la seguridad y la promesa del Señor de nuestra futura resurrección, pensar que es más atractivo re-encarnar, por ejemplo, en un artista de cine, o en un millonario, o en una reina ... que resucitar en cuerpos gloriosos? Tenemos que tener claro los cristianos que la re-encarnación está negada en la Biblia. En el Antiguo Testamento: Una sola es la entrada a la vida y una la salida (Sabiduría 7, 6). San Pablo en su Carta a los Hebreos dice: Los hombres mueren una sola vez y después viene para ellos el juicio: los que hicieron bien saldrán y resucitarán para la vida, pero los que obraron mal resucitarán para la condenación (Hebreos 9,27). Pero, además, ¿no nos damos cuenta de lo que recitamos en el Credo todos los domingos? Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna. (Credo de los Apóstoles). Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. (Credo de Nicea). La visión realista de la muerte se expresa clarísimamente en la Liturgia de Difuntos de la Iglesia: La vida de los que en Tí creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el Cielo. Cuando haya tenido fin el único curso de nuestra vida terrena (LG 48), ya no volveremos a otras vidas terrenas. Está establecido que los hombres mueren una sola vez (Hb. 9,27). No hay re-encarnación después de la muerte. Así lo dice textualmente el Catecismo de la Iglesia Católica (#1013). Por la muerte el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos el último día. (Catecismo de la Iglesia Católica #1016). La doctrina de la Iglesia Católica sobre la muerte y la resurrección, sobre nuestra futura inmortalidad es clara ... muy clara. Pero, si la enseñanza de la Iglesia no nos bastara, ¿cómo podemos considerar más atractivo re-encarnar en otro cuerpo terrenal, decadente, enfermable, envejecible y que volverá a morir, que resucitar en un cuerpo glorioso como el de Jesucristo? ¿Cómo serán nuestros cuerpos resucitados? La Resurrección de Cristo nos anuncia nuestra propia resurrección. Su Resurrección nos anuncia nuestra futura inmortalidad. Y esto es así, porque Jesucristo nos lo ha prometido: si hemos obrado bien, saldremos a una Resurrección de Vida (cfr. Juan 5, 28-29). Para tener una idea de cómo serán nuestros cuerpos resucitados, veamos primero cómo es el cuerpo glorioso de Jesucristo. Cristo resucitó con su propio cuerpo, pero una vez resucitado, no volvió a una vida terrenal, como la que había vivido en la tierra. Así también nosotros resucitaremos con nuestro propio cuerpo, el mismo que ahora tenemos, pero, como hemos dicho, nuestro cuerpo será transfigurado en cuerpo de gloria (Flp.3,21), en cuerpo espiritual (1 Cor.15,44) (cfr. CIC #999). El cuerpo glorioso de Jesucristo era ¡tan bello! que no lo reconocían los Apóstoles ... tampoco lo reconoció María Magdalena. Y cuando el Señor se transfigura ante Pedro, Santiago y Juan en el Monte Tabor, mostrándoles todo el fulgor de Su Gloria era ¡tan bello lo que veían! ¡tan agradable lo que sentían! que Pedro le propuso al Señor hacerse tres tiendas para quedarse a vivir allí mismo. Así es un cuerpo glorioso. Conocemos de otro cuerpo glorioso: el de la Madre de Dios, que fue subida al Cielo en cuerpo y alma. Los videntes que dicen haber visto a la Santísima Virgen -y la ven en cuerpo glorioso, como es Ella después de haber sido elevada al Cielo- se quedan extasiados y no pueden describir, ni lo que sienten, ni la belleza y la maravilla que ven. Así es un cuerpo glorioso. Si comparáramos nuestros cuerpos resucitados con nuestros cuerpos actuales, los futuros tendrán cualidades propias de los cuerpos espirituales, como por ejemplo, la capacidad de transportarse instantáneamente de un sitio a otro y de penetrar cualquier sustancia material. Más importante aún, ya no se corromperán, ni se enfermarán, ni se envejecerán, ni se dañarán, ni sufrirán nunca más. Pero, por encima de todo esto, brillarán con gloria, como el de Jesucristo el Señor y el de su Santísima Madre. San Pablo tuvo que ocuparse de este tema al escribirle a los Corintios: Algunos dirán: ¿cómo resucitan los muertos?, ¿con qué tipo de cuerpo salen? ... Al enterrarse es un cuerpo que se pudre; al resucitar será tal que no puede morir. Al enterrarse es cosa despreciable; al resucitar será glorioso. Lo enterraron inerte, pero resucitará lleno de vigor. Se entierra un cuerpo terrenal, y resucitará espiritual ... Adán por ser terrenal es modelo de los cuerpos terrenales; Cristo que viene del Cielo, es modelo de los celestiales. Y así como nos parecemos ahora al hombre terrenal, al resucitar llevaremos la semejanza del hombre celestial ... cuando nuestro ser mortal se revista de inmortalidad y nuestro ser corruptible se revista de incorruptibilidad (1a.Cor 15, 35-58). |
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