Ataque: Los Católicos “adoran” a la Virgen y a los Santos, por lo cual, están cometiendo idolatría. Respuesta: Los Católicos “adoran” sólo a Dios. Sí rinden un culto especial a la Virgen y a los Santos que no es de “adoración”, sino de “veneración”. Adoramos a Dios y veneramos a los Santos. Así lo enseña la Iglesia y lo ha enseñado siempre. Adoración consiste en someterse completamente a una persona, reconocida como Ser Supremo. Por lo tanto este culto se debe sólo a Dios. “Adorarás al Señor tu Dios y a El sólo servirás” (Mt. 4, 10). Veneración consiste en rendir homenaje a una persona por algún mérito especial (excelente santidad, sabiduría sobresaliente, etc.). Es el culto que rendimos a la Virgen María, a los Angeles y a los Santos. “Los dos cayeron con el rostro en tierra llenos de terror” (Tob. 12, 16), se dice de Tobías y Sara al saber que quien los había guiado y acompañado era San Rafael Arcángel. Los términos teológicos, provenientes del Griego, son los siguientes:
Dentro del culto especial que los Católicos rendimos a los Santos está, principalmente, su imitación. La intención de la Iglesia al presentarnos a los Santos canonizados es para que imitemos su forma de relacionarse con Dios y sigamos su ejemplo y sus consejos. La imitación es un principio contenido en la Biblia. No sólo San Pablo aconsejaba que se le imitara a él en su seguimiento de Cristo y a que se siguieran las enseñanzas que trasmitía (cf. 1 Cor. 11, 1-2), sino que también recomendó imitar a los guías espirituales que habían ya muerto y que eran considerados dignos de ejemplo: “miren cómo terminaron su vida e imiten su fe” (Hb. 13, 7). Es decir, San Pablo no restringe la imitación a sí mismo o a los vivos, sino también a los santos difuntos. Esto queda corroborado en aquella lista de los Santos famosos del Antiguo Testamento, a los que menciona uno a uno con sus respectivos ejemplos en Hb. 11, comenzando por Abel, Henoc, Noé, pasando por Abraham, Isaac, Jacob, José y Moisés, siempre resaltando la fe. Al final menciona también a Rahab, Gedeón, Sansón, Jefté, David, Samuel y los Profetas. Luego resume todo este ejemplo diciendo: “Innumerables son estos testigos que nos envuelven como una nube ... para correr con perseverancia en la prueba que nos espera” (Hb. 12, 1). Otras traducciones dicen: “en la prueba que han corrido los santos que nos precedieron”. Pregunta: ¿Pueden los Santos interceder por nosotros ante Dios? Respuesta: Sí, a imitación de Cristo, los Santos siguen intercediendo en el Cielo por nosotros. San Juan en el Apocalipsis expresamente nos hace saber que esto es así, cuando nos describe a los Santos ofreciendo nuestras oraciones a Dios. Los describe como “los veinticuatro ancianos” (los guías del pueblo de Dios en el Cielo) “que tenían en sus manos arpas y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos” (Ap. 5, 8). Así que los Santos, aquellos seres humanos que nos han precedido en la gloria eterna, interceden por nosotros ante Dios de manera activa y continua. No sólo oran por nosotros los que están en el Cielo, Angeles y Santos; también oran con nosotros. He aquí lo que nos revela San Juan al respecto en el Apocalipsis: “Entonces vino otro Angel y se paró delante del altar de los perfumes con un incensario de oro. Le dieron muchos perfumes para que los ofreciera con las oraciones de todos los santos ... y la nube de perfumes, junto con las oraciones de los santos, se elevó de las manos del Angel hasta la presencia de Dios” (Ap. 8, 3-4). Queda claro por estas citas del Apocalipsis que los Santos del Cielo ofrecen a Dios las oraciones de los santos en la tierra. Del Antiguo Testamento, tenemos este testimonio: Cuando San Rafael Arcángel descubre su verdadera identidad a Tobías y Sara, les hace saber esto: “Cuando tú y Sara rezaban, yo presentaba tus oraciones al Señor” (Tob. 12, 12). Los Angeles, como los Santos, son intercesores activos ante Dios por nosotros los seres humanos. He aquí las últimas instrucciones de San Rafael Arcángel a Tobías y Sara: “Bendigan siempre al Señor (Tob. 12, 17). Cuando estaba con ustedes no estaba por mi propia voluntad, sino por la voluntad de Dios (Tob. 12, 18). Bendigan ahora y den gracias al Señor”. Es decir, los que están en compañía de Dios y viven para siempre en su presencia, los Angeles y los Santos, sólo cumplen la voluntad de Dios. De allí que intercedan por nosotros, porque Dios así lo desea. Adicionalmente, como lo atestigua San Rafael Arcángel, los Angeles y Santos siempre nos llevan a Dios. Objeción: El único mediador es Cristo. No puede haber otros mediadores entre Dios y los hombres. Respuesta: Es cierto que San Pablo dice: “Unico es Dios, único también es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, verdadero hombre” (1 Tim. 2, 5). Pero ¿por qué ha de violar la mediación de Cristo el que una persona ore por alguien? ¿No le pedimos con frecuencia a alguna persona que nos acompañe a orar por algo o por alguien, o que ore por una necesidad específica? ¿Cuál es el problema, entonces? Cristo, efectivamente, es el Mediador especial, el único Mediador que es Dios y Hombre. Pero su función de ser el único Mediador Dios-Hombre, no queda comprometida o reducida por el hecho de que alguien más interceda por nosotros. Por cierto, si bien San Pablo nos dice que “Cristo es el Mediador de la Nueva Alianza” (Hb. 9, 15 y 12, 24), también nos dice que Moisés fue mediador de la Antigua Alianza (cf. Gal. 3, 19). Quiere decir que puede haber otros mediadores, sin que la mediación de Cristo quede comprometida. Y el mismo San Pablo recomienda que se hagan “peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres”, recalcando que “estas oraciones son buenas y Dios nuestro Salvador las escuchará” (1 Tim. 2, 1-3). ¿Qué es esto sino intercesión y mediación de unos por los otros? La Biblia nos señala que invoquemos a los que están en el Cielo. En efecto, con los Salmos (Antiguo Testamento) invocamos a los Santos Angeles pidiéndoles que oren con nosotros: “Bendigan al Señor todos sus Angeles, héroes poderosos que ejecutan sus órdenes apenas oyen el sonido de su palabra. Bendigan al Señor todos sus ejércitos, servidores que hacen su voluntad ... Bendice alma mía al Señor” (Sal. 103, 20-21). “Alaben al Señor desde los cielos, alábenlo en las alturas, alábenlo todos sus Angeles, alábenlo todos sus ejércitos” (Sal. 148, 1-2). Jesús mismo nos hace saber que nuestros Angeles de la Guarda interceden directamente ante el Padre por nosotros: “Sus Angeles en el Cielo contemplan sin cesar la cara de mi Padre que está en los Cielos” (Mt. 18, 10). Queda claro, entonces, que aunque Cristo sea el único Mediador Dios-Hombre, no significa esto que debamos abstenernos de pedir la mediación de otros seres humanos y, muy especialmente, la mediación de los seres humanos que están en el Cielo, que son reconocidos como Santos por la Iglesia, ya que -según nos dice Santiago en su Carta- “la súplica del justo tiene mucho poder” (St. 5, 16). (Catecismo de la Iglesia Católica #2683 y #956) Objeción: ¿Por qué no orar directamente a Jesucristo? Respuesta: Aquéllos que sostienen que hay que orar sólo directamente a Jesucristo, tendrían que probar que no se puede pedir a nadie en la tierra que ore por nosotros. Orar por los demás es parte de lo que los cristianos deben hacer, siguiendo las instrucciones que están en la Palabra de Dios. No sólo San Pablo en muchas ocasiones (1 Tim. 2, 1-4; Rom. 15, 30-32; Ef. 6, 18-20; Col. 4, 3; 1Tes. 3, 1) nos dio esta indicación de solidaria oración, sino que nos aseguró que él oraba por otros: “rogamos en cada momento por ustedes” (2 Tes. 1, 11). Pero, más aún, el mismo Jesucristo nos requirió que oráramos por los demás y no precisamente por aquéllos que nos pidieran oración: “recen por sus perseguidores” (Mt. 5, 44). Así que si la Palabra de Dios nos hace estas recomendaciones, no puede descartarse como innecesaria o superflua la práctica de interceder por otros, sino que debe ser muy beneficiosa. Con mayor razón será más beneficiosa aún la intercesión de los Santos. Uno de estos beneficios es que la fe y devoción de los Santos ayuda nuestra debilidad y suple lo que falta a nuestra fe y devoción. Ya libres de las ataduras de este mundo y por estar viviendo en la presencia de Dios, los Santos tiene mucha más fe y devoción que cualquiera en esta vida terrena. El Apóstol Santiago nos dice en su Carta que “la súplica del justo tiene mucho poder” y nos cuenta como Elías, siendo un hombre como nosotros, su oración hizo que no lloviera primero y luego, cuando fue necesario, que volviera a llover para que la tierra diera sus frutos. (cf. St. 5, 16-18). Si eso era con Elías, mientras estaba en la tierra, los Santos del Cielo, son aún más justos que cualquier persona en la tierra, ya que están totalmente justificados (santificados) para estar en la presencia de Dios, por lo que sus oraciones son muchos más eficaces. Entonces, que otros -especialmente los Santos del Cielo- intercedan por nosotros es una práctica buena y saludable. Ahora bien, esto no quiere decir que no debemos primordialmente orar, con la mayor asiduidad posible, directamente a Jesús. Esto lo recomienda con mucho énfasis la Iglesia Católica. De hecho, la Misa es esa oración por excelencia. Nuestras oraciones a Jesús son absolutamente esenciales en nuestra vida de Católicos. La intercesión de los Santos en la Tradición Eclesiástica: No sólo la Sagrada Escritura, sino también la tradición de los Padres de la Iglesia -aquéllos escritores y Obispos del comienzo del Cristianismo, algunos de los cuales tuvieron contacto directo o estuvieron muy cerca de los Apóstoles o, en todo caso, estuvieron bajo tal influencia de las enseñanzas apostólicas- que han sido capaces de expresar estas enseñanzas con gran fidelidad, nos han dejado un legado muy claro en cuanto a la intercesión de los Santos. Ha sido después de la Reforma Protestante que esta valiosísima intercesión comenzó a ser atacada. Esta práctica iniciada desde los primeros días del Cristianismo es compartida por Católicos, Ortodoxos y otros Cristianos de oriente e, inclusive, por algunos Anglicanos, de tal forma que es común a casi un 75% de los Cristianos del mundo. Los Padres de la Iglesia no sólo testimonian su claro reconocimiento a la enseñanza bíblica de que los que están en el Cielo pueden y de hecho interceden por nosotros, sino que aplicaban esta enseñanza a su propia vida de oración. “Que a través de sus oraciones y súplicas, Dios recibiera nuestra petición” (San Cirilo de Jerusalén, 350 AD). “Vosotros santos interceded por nosotros que somos hombres tímidos y pecadores, llenos de pereza, para que la gracia de Cristo pueda venir sobre nosotros, e iluminad nuestros corazones para que podamos amarle” (San Efrén, 370 AD). “Por la orden de tu Hijo unigénito nos comunicamos con la memoria de tus Santos ... por cuyas oraciones y súplicas tened misericordia de nosotros” (de la Liturgia de San Basilio, 373 AD). “Sí, estoy seguro que la intercesión de (Cipriano) es de más utilidad ahora que su instrucción en días pasados, ya que está más cerca de Dios, ahora que se ha librado de sus ataduras corporales” (San Gregorio de Nacianceno, 380 AD). “(Efrén), tú que están ante el altar divino (en el Cielo), recuérdate de nosotros, pidiendo por la remisión de nuestros pecados y la fruición del reino eterno” (San Gregorio de Nisa, 380 AD). “Aquél que tiene la diadema, suplica al fabricador de tiendas (Pablo) y al pescador (Pedro) como patrones, aunque están muertos” (San Juan Crisóstomo, 392 AD). “Si los Apóstoles y los Mártires mientras estén en cuerpo pueden orar por otros, en un tiempo cuando tenían que estar pendientes de ellos mismos, cuánto más lo harán después de coronas, victorias y triunfos” (San Jerónimo, 406 AD). “Celebramos ... la memoria de los Mártires, tanto para estimular el que sean imitados, como para participar de sus méritos y ser auxiliados por sus oraciones” (San Agustín, 400 AD). Ataque: Los Católicos no obedecen la prohibición de Dios de no contactar a los muertos. Respuesta: En efecto, dice Deuteronomio 18, 11: “Que no se halle nadie que consulte a los espíritus; que no se halle ningún adivino o quien pregunte a los muertos”. Está clarísimo en esta cita que lo que queda prohibido es el contacto con los muertos a través del espiritismo. Está la Palabra de Dios prohibiendo sesiones espiritistas, la práctica necromántica de conjurar espíritus malignos. No se puede conjurar a los muertos con el fin de obtener información. Cualquiera con un discernimiento adecuado puede darse cuenta de la diferencia que hay entre la toma de una persona o medium por parte de un espíritu maligno o alma condenada en una sesión espiritista, y la oración a los Santos que son los difuntos que han llegado al Cielo, reconocidos como tal por la Iglesia. ¿Cómo queda entonces el propio Jesucristo, Quien en el momento de su Transfiguración en el Monte Tabor, ante Pedro, Santiago y Juan “contactó” a dos muertos, Moisés y Elías, y hasta habló con ellos ante sus discípulos? (cf. Mt. 17, 3). Una cosa, entonces, es la maligna práctica de contactar a los espíritus infernales para obtener información oculta o para realizar conjuros, costumbre prohibida fuertemente en la Biblia, y otra cosa muy, muy distinta es la santa costumbre de pedir la intercesión de los Angeles y de los Santos, estimulada por la Iglesia, la cual, siguiendo el contenido de la Palabra de Dios, nos la propone como una práctica buena y saludable. Objeción: En la Biblia no se dice nada sobre la veneración de las reliquias de los santos (huesos, cenizas, ropas, etc.). Respuesta: Los Católicos sí veneramos las reliquias de los Santos y la Iglesia las tiene en alta estima. De hecho, algunas de esta reliquias han estado asociadas a curaciones milagrosas y otras actuaciones de Dios. La primera actividad de veneración de una reliquia cristiana fue la que tuvo lugar con relación al cuerpo de Cristo. En vez de dejarlo a merced de los Romanos, como era costumbre, José de Arimatea valientemente pidió a Pilato el cuerpo de Jesús (cf. Mc. 15, 43 y Jn. 19, 38) para enterrarlo en un sepulcro de su propiedad (cf. Mt. 27, 60). Nicodemo donó una cantidad inusual de aromas y especies para perfumar los lienzos que cubrirían el cuerpo de Jesús (cf. Mt. 28, 1), y las mujeres intentaron añadir más perfumes, a pesar de que ya la tumba había sido cerrada (cf. Mc. 16, 1 y Lc. 24, 1). Este acto de reverencia estaba fuera de lo que era costumbre para los restos de los difuntos. Mostraban un respeto especial hacia el cuerpo del más Santo de todos los hombres, pues era el cuerpo de Dios-Hombre. Al comienzo del Cristianismo, se tienen noticias de veneración de reliquias. En el relato del martirio de San Policarpio, se dice lo siguiente, luego de comentar cómo fue su muerte: “Tomamos sus huesos, los cuales eran más valiosos que piedras preciosas y más finos que el oro refinado, y los colocamos en un sitio apropiado donde el Señor nos permitirá reunirnos como podamos, en alegría y gozo para celebrar el cumpleaños de su martirio” (Esmirneas, 156 AD). Y para aclarar cómo es la veneración a las reliquias de los Santos, San Jerónimo explicita en el siglo IV: “No les rendimos culto, no las adoramos, por temor a inclinarnos ante la creatura en vez de inclinarnos ante el Creador, pero sí veneramos las reliquias de los mártires, para mejor adorarlo a El, de Quien son ellos mártires”. Igual que en los sacramentales, la Iglesia no dice que las reliquias tengan algún poder en sí mismas. No hay nada en la reliquia misma, sea un hueso de San Pedro o el cuerpo incorrupto de algún otro Santo, que pueda tener algún poder curativo. Es Dios Quien realiza el milagro, no el Santo, mucho menos la reliquia. Y realiza Dios el milagro para honrar a los Santos que han sido seguidores de su voluntad, para fortalecer la fe de los testigos del milagro y para impulsarlos a seguir el ejemplo de los Santos. La Iglesia, entonces, sostiene que las reliquias pueden ser un motivo para que Dios realice un milagro y en esto la Iglesia no hace sino seguir la Biblia. Hay un curioso pasaje de un muerto vuelto a la vida al estar en contacto con los huesos del Profeta Eliseo (cf. 2 Rey. 13, 20-21). Es una cita bíblica inequívoca de un milagro realizado por Dios mediante el contacto con las reliquias de un Santo. Y ¿qué decir de la mujer que sufría hemorragias y que se curó al tocar el manto de Jesús? (cf. Mt. 9, 20-22). ¿Y de los enfermos curados al paso de la sombra de Pedro? (cf. Hch. 5, 14-16). ¿Y los extraordinarios milagros que Dios hizo a través de San Pablo, de tal forma que le ponían a los enfermos pañuelos o ropas que él había usado y se sanaban y también de ellos salían espíritus malignos? (cf. Hch 19, 11-12). Estos son ejemplos del Antiguo y del Nuevo Testamento en los cuales Dios realiza milagros a través de reliquias. El uso de éstas por parte de la Iglesia es perfectamente congruente con esas prácticas bíblicas. |
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