Dios, por supuesto, conoce todas nuestras necesidades mejor
que nosotros mismos y se ocupará de ellas si se las dejamos a El. Bien
nos lo dice Jesucristo:
No anden tan preocupados ni digan:
¿tendremos alimento? ¿qué beberemos?, o ¿tendremos ropas para vestirnos?
Los que no conocen a Dios se afanan por eso, pero el Padre del Cielo,
Padre de ustedes, sabe que necesitan todo eso. (Mt. 6, 31-32)
Fíjense en las aves del cielo, que
no siembran, ni cosechan, no guardan alimentos en graneros. Sin embargo,
el Padre del Cielo, el Padre de ustedes, las alimenta. ¿No valen ustedes
mucho más que las aves? (Mt. 6, 26)
Tenemos la seguridad de que Dios conoce nuestras necesidades y que nos
da cada cosa a su tiempo:
Todas esas criaturas de Ti esperan
que les des a su tiempo el alimento. Apenas se lo das, ellos lo toman,
abres tu mano y se sacian de bienes (Sal. 104, 27-28).
Esta atención amorosa de Dios y el gobierno
y la dirección que Dios ejerce en el universo es lo que se denomina Divina
Providencia. Providencia viene del verbo latino providére
que significa proveer.
Dios creó el universo y todo lo que hay en
él. Pero también lo preserva, lo mantiene y lo gobierna. El universo se
volvería nada volvería a su situación inicial de no existir- si
no fuera porque Dios lo mantiene con su poder infinito.
¿Cómo podría durar una cosa que Tú
no quisieras? ¿Qué podría subsistir si Tú no lo hubieras llamado? (Sab.
11, 25).
El, cuya palabra es poderosa, mantiene
el universo (Hb. 1, 3b).
Por el mismo poder de su Voluntad por el cual
creó el universo, Dios hace también que continúe en la manera que El desea
y hasta tanto el lo desea.
En su Sabiduría y Bondad Infinitas, Dios cuida
de todas las cosas, las ordena y las dirige hacia el fin para el cual
las creó.
La Divina Providencia se extiende aún a las
cosas más pequeñas. El hizo a los pequeños y a los grandes;
El se preocupa por todos (Sab. 6, 7b).
¿Acaso un par de pajaritos no se
venden por unos centavos? Pero ni uno de ellos cae en tierra sin que lo
permita vuestro Padre (Mt. 10, 29).
El Señor nos pide que confiemos en su Divina
Providencia, pues El está pendiente de todo:
Entonces no teman, pues hasta los
cabellos de sus cabezas están contados. Con todo, ustedes valen más que
los pajaritos (Mt. 10, 30-31).
No anden preocupados por su vida
con problemas de alimentos, ni por su cuerpo con problemas de ropa. ¿No
es más importante la vida que el alimento y más valioso el cuerpo que
la ropa? (Mt. 6, 25)
Miren cómo crecen las flores del
campo, y no trabajan ni tejen. Pero Yo les digo que ni Salomón, con todo
su lujo, pudo vestir como una de ellas. Y si Dios viste así el pasto del
campo, que hoy brota y mañana se echa al fuego, ¿no hará mucho más por
ustedes? ¡Qué poca fe tienen! (Mt. 6, 28)
Dios no quiere directamente ningún mal físico,
entendido como privación de algún bien físico (por ejemplo, una enfermedad).
Tampoco quiere directamente ninguna carencia, como una privación injusta
de la libertad, una situación económica difícil, pero permite estos llamados
males para obtener mayores bienes. Estos llamados males
pueden resultar bienes cuando los aprovechamos como lo que
son: gracias de privación, de sufrimiento, de dolor, para crecer en nuestra
vida espiritual.
Así mismo con el pecado. Dios, por supuesto,
no quiere el pecado. Pero también del pecado Dios puede sacar un bien:
el arrepentimiento del pecador, para que se manifieste su infinita Misericordia;
la humillación de la persona para que crezca en humildad y, por tanto,
en santidad.
De allí que San Agustín enseñe: El Dios
Omnipotente no habría permitido que hubiese mal en sus obras si no fuese
tan Omnipotente y Bueno que consiga sacar bien del propio mal.
(Catecismo de la Iglesia Católica # 309 a 314 324 - 307)
Como regla general, para preservar y gobernar
el mundo, Dios utiliza las leyes de la naturaleza. Pero sabemos que El
sigue siendo Dueño y Señor de la naturaleza. De allí que, cuando así lo
decide con su Sabiduría Infinita, puede cambiar las leyes de la naturaleza:
cambiar la naturaleza de las cosas creadas, aumentar o disminuir sus fuerzas,
sustituir esas fuerzas por su poder divino, etc. Es decir, Dios puede
realizar milagros cuando así lo decide.
La Providencia de Dios dirige el curso de
la historia de la humanidad. Especialmente en la Biblia vemos cómo guió
al pueblo de Israel, cómo preparó a la humanidad para la venida del Mesías,
y aunque no está escrito y tal vez no nos damos cuenta- sigue también
guiando a la humanidad hacia el fin de este mundo terreno y el paso a
la eternidad.
Los seres humanos participamos en la historia
de la humanidad durante el tiempo que nos toca vivir en el mundo. Esta
participación de las criaturas en el curso de la historia humana es lo
que se llama en Teología causas segundas, siendo Dios siempre
la Causa Primera, que dirige y ordena todo hacia el fin para
el cual El ha creado el mundo.
Dios nos ha permitido a sus criaturas colaborar
con El en la historia de la salvación. Ahora bien, si cada uno de nosotros,
viviéramos según el plan de Dios, si hubiéramos actuado o estuviéramos
actuando según sus designios, podríamos decir que hemos sido o estamos
siendo colaboradores adecuados en su plan de salvación de la humanidad.
Sin embargo, tristemente, sucede que en la
mayoría de los casos, los seres humanos más bien hemos distorsionado o
estamos distorsionando el plan divino con nuestros pecados y nuestros
errores.
Pero Dios que, en su Omnipotencia y en su Sabiduría
Infinita, saca bien del mal, reordena la historia humana para su mayor
gloria y el mayor bien.
Sin contar los daños morales que cada uno
de los seres humanos hemos podido causar y también los daños causados
por grupos humanos y/o naciones, analicemos a título de ejemplo sólo una
cosa en la que la mayoría de los que en este tiempo habitamos la tierra
estamos de acuerdo: la destrucción del medio ambiente. Dios nos confió
la naturaleza y ¿podemos decir que hemos sido competentes en mantener
el equilibrio ambiental que Dios nos entregó?
Para resumir cómo funciona la Divina Providencia,
he aquí la solemne declaración dogmática del Concilio Vaticano I:
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