Lleno de agradecimiento Tobías llamó aparte al ángel, a quien tenía por un hombre, y le dijo: “Hermano Azarías, te suplico que oigas mis palabras: aunque yo me hiciera esclavo tuyo no podría pagar como debo todo tu cuidado para conmigo, pero aún así debo pedirte otro favor: Toma caballos y criados para ir a Rages, donde devolverás a Gabelo su recibo y recobrarás el dinero de mi padre. Luego le convidarás a venir a las fiestas. Bien sabes que mi padre está contando los días de mi vuelta y si tardo un día más, su alma se afligirá. Yo no puedo ir pues me he comprometido a quedarme estos días.” El ángel hizo todo como se lo pidió Tobías y, al poco tiempo, regresó con Gabelo que venía muy contento para asistir a las fiestas.
Al llegar Gabelo a casa de Ragüel, encontró a Tobías sentado a la mesa; el cual se levantó al punto, y los dos se besaron. Gabelo lloró diciendo: “¡El Dios de Israel te bendiga!, pues eres hijo de un hombre muy bueno, justo y temeroso de Dios, y que reparte muchas limosnas. Que mi bendición se extienda sobre tu esposa y sobre vuestros padres; y que veáis a vuestros hijos, y a los hijos de vuestros hijos; y sea vuestra descendencia bendita del Dios de Israel que reina por los siglos de los siglos” Y todos respondieron: “Amén”; y se pusieron a la mesa para celebrar con alegría de Dios el convite.
El padre de Tobías estaba preocupado al ver que su hijo tardaba en regresar; pensaba si Gabelo habría muerto y no le pudo devolver el dinero, o cualquier otra desgracia. Ana, la madre de Tobías también lloraba porque su hijo no regresaba a ellos en el tiempo señalado, y salía a los caminos por donde se esperaba que volviese para verlo venir, si fuera posible, desde lejos.
Tobías, su yerno, que enviase noticias a sus padres y que se quedase un poco más, pero Tobías ya no se quedó mas tiempo pues imaginaba la angustia que tendrían sus padres, así que tomó a Sara con la mitad de su hacienda en siervos y siervas, en ganados, en camellos, en vacas, y con una gran cantidad de dinero y se despidió. Ragüel les dijo: “El santo Ángel del Señor os acompañe en vuestro viaje, y os conduzca sanos y salvos. Que halléis en próspero estado todas las cosas en casa de vuestros padres, y que mis ojos puedan ver a vuestros hijos antes de que muera” Y tomando los padres a su hija la besaron y le dieron buenas recomendaciones para que honrase a sus suegros, amase a su marido, cuidase de su familia, y gobernase la casa con amor.
Al cabo de once días habían llegado a la mitad del camino de regreso. Entonces dijo el ángel: “Hermano Tobías, bien sabes en qué estado has dejado a tu padre; adelantémonos, si te parece, y que luego nos sigan, poco a poco, los criados con tu mujer y con los animales” A Tobías le pareció acertado. Y el ángel le recordó: “Toma contigo la hiel del pez porque será necesaria” Tobías así lo hizo, y partieron hacia la casa de su padre.
Entretanto, Ana se sentaba todos los días en la cima de una colina para ver desde lejos si venía su hijo. De pronto lo vio, y reconociendo que era Tobías, corrió a decírselo a su marido. Entonces dijo Rafael a Tobías: “Cuando entres en tu casa, adora enseguida al Señor, Dios tuyo; y dándole gracias, acércate a tu padre y bésalo. Unge al instante con esta hiel, del pez que llevas contigo, sus ojos. Pues has de saber que se abrirán y verá tu padre la luz del cielo, y se alegrará al verte”
El perro, que había acompañado a Tobías en su viaje, se adelantó, y como si trajese una buena noticia se alegraba haciendo halagos con su cola. Se levantó el padre ciego y empezó a correr, pero se tropezó, así que tuvo que dar la mano a un criado para salir a recibir a su hijo. Lo abrazó y lo besó, haciendo lo mismo su madre, y ambos comenzaron a llorar de gozo. Después de haber adorado a Dios y de darle gracias, se sentaron.
Entonces Tobías, tomando la hiel del pez, ungió los ojos de su padre. Estuvo éste esperando casi media hora, cuando he aquí que empezó a desprenderse de sus ojos la catarata que era como una membrana de huevo. Tobías padre la cogió y se la sacó de los ojos; y al punto, recobró la vista. Se levantó bendiciendo al Señor lleno de alegría y todos, su mujer y sus amigos, bendecían a Dios.
Pasados siete días llegó también Sara con toda la comitiva, los ganados y el mucho dinero que le había dado su padre, además de la importante suma cobrada a Gabelo. Y contó Tobías a sus padres todos los beneficios recibidos de parte de Dios por medio de aquel joven varón que le había guiado. Celebraron banquetes durante siete días pues todos estaban contentísimos.
Entonces el padre de Tobías llamó a su hijo para decirle: “¿Qué podremos dar a este santo varón que ha ido contigo?” El hijo respondió: “Oh, padre; él me ha llevado y traído sano, cobró el dinero de Gabelo, me proporcionó esposa y ahuyentó de ella al demonio, causando la alegría de sus padres; él me libró del pez que me íba a tragar; a ti te ha hecho ver la luz del cielo, y hemos sido colmados por medio de él de todos los bienes. ¿Qué podremos, pues, darle que corresponda a tantos favores? Mas yo te pido, padre mío, que le preguntes si querrá tomar para sí la mitad de todo lo que hemos traído”.
Llamaron, pues, el padre y el hijo al ángel aparte rogándole que aceptase la mitad de todos los bienes que habían traído, pero éste respondió: “Bendecid al Dios del cielo y glorificadle delante de todos, pues ha mostrado en vosotros su misericordia. Cuando tú orabas con lágrimas, enterrabas a los muertos, dejabas tu comida en casa para ir a recogerlos, escondiéndolos en tu casa y los sepultabas durante la noche; yo presentaba tu oración al Señor. Dios te aceptó y por eso permitió que la tentación te probase quedándote ciego. Ahora el Señor me envió a sanarte a ti, y a librar del demonio a Sara, mujer de tu hijo. Porque yo soy el ángel Rafael, uno de los siete que asistimos ante el trono del Señor”
Cuando oyeron estas palabras quedaron turbados y temblando cayeron en tierra sobre su rostro. Pero el ángel les dijo: “La paz sea con vosotros, y no temáis, pues estuve con vosotros por voluntad de Dios. Bendecidle y cantad sus alabanzas. Ya es tiempo de que me vuelva al que me ha enviado.” Dicho esto desapareció de su vista.
Padre e hijo permanecieron postrados durante tres horas. Luego se levantaron y contaron todas estas maravillas.
Tobías padre vivió cuarenta y dos años más después de recobrada la vista, y fue sepultado con honores en Nínive, donde todos recordaban sus obras de misericordia.
Tobías hijo, al morir su madre, se volvió a casa de sus suegros a los que encontró sanos y salvos en dichosa vejez. Éstos conocieron a sus nietos y a sus biznietos. Tobías hijo murió a los noventa y nueve años en el temor del Señor y lo sepultaron con alegría. Y sus descendientes fueron gratos a Dios y ejemplo para las gentes de aquel país.
Tomado de:
http://www.catequesisenfamilia.es/postcomunion/
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