EXAMEN AL FINAL

   

El Año Litúrgico comienza con la primera venida de Cristo y termina con la segunda venida Cristo.  Por eso es que las lecturas de este tiempo que nos prepara para la Navidad, llamado Adviento, se parecen a las lecturas de pasados domingos que nos hablaban del final, es decir, de su segunda venida en gloria (Parusía).

En este breve texto lo vemos: “Yo haré nacer del tronco de David un vástago santo, que ejercerá la justicia y el derecho en la tierra” (Jr. 33, 14-16).  La primera parte se refiere a la venida histórica de Cristo y la última nos habla de su segunda venida, cuando venga a ejercer “la justicia y el derecho en la tierra”.

La salvación de la humanidad –de todos los que quieran de verdad salvarse- culminará al fin de los tiempos cuando, como nos dice el Evangelio “verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad”. (Lc. 21, 25-28.34-36)

Los domingos pasados nos invitaban a pensaren la segunda venida de Cristo en gloria.  Y en este tiempo de Adviento la invitación es a prepararnos para el examen final que tendremos en ese momento.

En la Navidad -es cierto- celebramos la venida de Cristo en la historia, cuando comenzó su reinado.  Celebramos el cumpleaños de Jesús -y eso nos pone alegres y festivos-.  Esa primera venida de Cristo, de ese Niño Jesús nacido en Belén, nos recuerda que su Reino comenzó hace 2018 años.  También es cierto que ese Reino se va instaurando en cada corazón que le da su sí a Dios.  Pero ese Reino quedará plenamente establecido cuando Él mismo vuelva al final del tiempo.

De allí que nuestra vida debiera ser una continua preparación a la segunda venida de Cristo.  Venida que –por cierto- pudiera sorprendernos en cualquier momento, igual que pudiera sorprendernos la muerte.  De ninguna de las dos cosas -ni de nuestra muerte ni de la segunda venida de Cristo- sabemos el día ni la hora.  ¿Y entonces …?  No nos queda más que estar preparados todo el tiempo.  Siempre listos.

¿Qué significa esa “preparación”?  Podríamos resumirla en las palabras de San Francisco de Sales: “vivir cada día de nuestra vida como si fuera el último día de nuestra vida en la tierra”.  Y ... ¿vivimos así?  ¿O más bien evadimos pensar en esa realidad, que –como dice el dicho- es lo único que tenemos seguro?  El hecho es que, o nos morimos, o llega Cristo al final de los tiempos.

Y bien tonto el que esté pensando que luego se las arregla, que mientras tanto mejor es gozar y vivir como le provoque.  Se cree muy vivo.  Pero no se está dando cuenta que se está jugando ¡nada menos! que su destino para toda la eternidad.  Y eso de eternidad se dice rapidito, pero ¡hay que ver lo que significa e-ter-ni-dad…!

El Señor es claro: “Velen y estén preparados, porque no saben cuándo llegará el momento … permanezcan alerta” (Mt. 13, 33-37).  Aquel día caerá de repente como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra.  Velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del Hombre” (Lc. 21, 36).

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