REVISAR EL INTERIOR

Dios entregó su Ley a Moisés en el Monte Sinaí escrita en tablas de piedra.  Pero aparte de estar esa Ley escrita en las piedras, está también inscrita en el corazón de los seres humanos. Y esa Ley es tan sabia y tan necesaria, que es indispensable seguirla, tanto para el bien personal, como para el bien de los grupos, pequeños o grandes.  Es importante hasta para el bien de cada país y para el bien mundial.

Moisés, de parte de Dios, había instruido al pueblo así:  “No añadirán nada ni quitarán nada a lo que les mando”  (Dt. 4, 1-2; 6-8).  Pero a lo largo del tiempo se habían ido anexando a la Ley una serie de exigencias –casi imposibles de cumplir- que hacían perder de vista el verdadero espíritu de la Ley que Dios nos había dejado con Moisés.

Y eran esos agregados a la Ley, los motivos de las discusiones que Jesús tenía con los Escribas y Fariseos de su tiempo.  Cristo tuvo que aclarar bien lo que era la Ley y lo que eran esos anexos.  Y tuvo que ser sumamente severo contra los Fariseos, ya que éstos regían la vida religiosa de los judíos, y contra los Escribas, que eran los que fungían de intérpretes de la Ley.

Nos cuenta el Evangelio de San Marcos (Mc. 7, 1-8.14-15.21-23) que en una ocasión los discípulos de Jesús no cumplieron las normas de purificación de manos y recipientes, según se exigía de acuerdo a estos anexos.  Y, ante el reclamo de unos Escribas y Fariseos, el Señor les responde algo bien fuerte:  “¡Qué bien profetizó de ustedes Isaías! ¡hipócritas!  cuando escribió:  Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí ... Ustedes dejan de un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a las tradiciones de los hombres”.

A juzgar por la respuesta de Jesús, los que acusaban a los discípulos de no cumplir con alguno de esos agregados, no cumplían ellos mismos la verdadera Ley.  Y es que no habían cumplido lo más importante, cual era que no se podía quitar ni agregar nada a dicha Ley.  De allí esas cargas tan pesadas, que ni ellos mismos cumplían.  Y cada vez que le reclamaban a Jesús el incumplimiento de estas cargas absurdas, con gran severidad les iba tumbando todos los legalismos anexados.

Jesús les insiste que lo importante no es lo exterior sino el interior de la persona.  Lo importante no son los detalles que se habían inventado, sino el corazón del hombre.  Es hipocresía lavarse rigurosamente las manos y tener el corazón lleno de vicios y malos deseos.  Es hipocresía aparentar mucho por fuera y estar podrido por dentro.  Lo que hay que purificar es el interior, lo que el ser humano lleva por dentro:  en su pensamiento, en sus deseos.  Y aclara que los pecados brotan del interior, no del exterior.

Por eso, para corregir este legalismo absurdo, dice Jesús:  “Escúchenme todos y entiéndanme.  Nada que entre de fuera puede manchar al hombre;  lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro, porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad.  Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre”.

Nosotros tal vez no tengamos legalismos agregados, pero sí podríamos revisar nuestro interior a ver si tenemos cosas de esas que nos ensucian.  Y entonces limpiarnos con el arrepentimiento y la confesión.


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