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¿Por qué en la Biblia se nos compara tanto a nosotros con las ovejas?

La oveja es un animal frágil.  Se ve ¡tan gordita!, pero al quitarle la lana, queda delgadita y se le nota entonces toda su fragilidad.  Es, además, un animal que no se vale por sí mismo.

La oveja no es como un perro o un gato: sus patitas son débiles y poco flexibles, por lo que no puede siquiera treparse al pastor y necesita que éste la suba.  Si se queda ensartada en una cerca o en una zarza, no puede salirse por sí sola: necesita que el pastor la rescate. Además, la oveja anda en rebaño, no puede andar sola.  Si llegara a quedarse sola es fácil presa del lobo o de otros animales feroces.  Su dependencia del pastor la hace ser obediente y atenta a la voz y a la dirección de “su” pastor.  No obedece la voz de cualquier pastor, sino que atiende sólo a la del suyo.  El pastor las lleva a veces a pastar guiándolas con una vara alta, llamada cayado, y a veces las reúne en un espacio cercado, llamado redil o aprisco.

¿Vemos cuánto nos quiere decir el Señor al compararnos con las ovejas?  Nosotros, ovejas del Señor, somos también frágiles, aunque nos creemos muy fuertes y muy capaces.  Somos también, dependientes del Señor, tampoco nos valemos por nosotros mismos, aunque, engañados, podamos pasarnos toda nuestra vida, tratando de ser independientes de Dios.  Si nos enredamos en nuestra vida espiritual, necesitamos que nuestro Pastor nos rescate y nos coloque sobre su hombro -igual que a la oveja perdida- para llevarnos al redil.  No podemos andar solos, “como ovejas descarriadas” (1 Pe 2, 25), pues corremos el riesgo de ser devorados por los lobos que están siempre al acecho.

Si nos reconocemos dependientes, podemos ser totalmente obedientes a la Voz y a la Voluntad de nuestro Pastor.  Pero debemos tener cuidado de no obedecer la voz de los ladrones de ovejas, que simulan ser pastores para llevarse a las ovejas.  ¡Cuidado con las voces extrañas!  ¡Cuidado con confundirlas con la Voz del Buen Pastor!  Se parecen... pero no son.

Jesús nos ha dicho que: ”si tiene cien ovejas y se le pierde una, deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla.  Y una vez que la encuentra, la carga sobres sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido’.  Yo les aseguro que también en el Cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentirse”. (Lc 15, 1-32)

Significa esta última comparación que Él llama a sus ovejas perdidas y que cuando alguna de ésas vuelve al rebaño hay gran alegría en el Cielo.

 

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