CREADOR DE |
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1. ¿Qué ha creado Dios? (CIC-C #59) La Sagrada Escritura dice: «en el principio creó Dios el cielo y la tierra» (Gn 1, 1). La Iglesia, en su profesión de fe, proclama que Dios es el Creador de todas las cosas visibles e invisibles: de todos los seres espirituales y materiales, esto es, de los Ángeles y del mundo visible y, en particular, del hombre. Los Ángeles y los seres humanos estamos en la cima de la creación. Los Ángeles fueron creados antes que nosotros. Son espíritus puros que carecen de cuerpo. Los seres humanos tenemos cuerpo y alma. Angeles 2. ¿Qué es la caída de los ángeles? (CIC-C #74) Con la expresión «la caída de los ángeles» se indica que Satanás y los otros demonios, de los que hablan la Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia, eran inicialmente ángeles creados buenos por Dios, que se transformaron en malvados porque rechazaron a Dios y a su Reino, mediante una libre e irrevocable elección, dando así origen al infierno. Los demonios intentan asociar al hombre a su rebelión contra Dios.
El Cielo es el ambiente o medio de Dios, la morada de los Ángeles y los Santos. Además, es la meta de la creación. (CIC #325-327) Con las palabras “Cielo y tierra” abarcamos toda la realidad de la creación. Cuando hablamos de Cielo en Teología no nos estamos refiriendo al espacio. Es una condición o estado en la vida del mundo futuro. En el Cielo se cumple la Voluntad de Dios sin que haya oposición ni resistencia. A esto nos referimos cuando en el Padre Nuestro rezamos “Hágase tu Voluntad en la tierra como en el Cielo”. ¿Qué cómo es el Cielo? Indescriptible. La cabeza humana no da para poderlo imaginar siquiera. Por eso San Pablo, que lo vio, sólo puede referir: Ni ojo vio, ni oído oyó, ni por mente humana han pasado las cosas que Dios ha preparado para los que lo aman (1Cor 2, 9).
Lo que llamamos “Infierno” en el lenguaje de fe es la condición final de separación total de Dios. También es muy difícil imaginar el Infierno. Es una condición terrible e irremediable de total rigidez, desolación y aislamiento de todo lo que pudiera traer ayuda, alivio, gozo y consuelo. Jesús, que sabe bien cómo es el Infierno, se refirió a éste en varias oportunidades. He aquí algunas: “horno ardiente” (Mt. 13, 42); “oscuridad de allá afuera” (Mt.25, 30); “fuego eterno” (Mt. 25, 41). ¿Por qué existe el Infierno si Dios es tan bueno?
Los Ángeles son superiores a los seres humanos en cuanto a que no tienen cuerpo. Por su naturaleza, los Ángeles tenían una dignidad más alta que nosotros. Fueron creados con mayor conocimiento, poder y santidad que nosotros. Después de ser creados fueron sometidos a un período de prueba por parte de Dios. No todos los Ángeles permanecieron fieles a Dios. Muchos pecaron de soberbia y fueron lanzados al Infierno para siempre, pero no están confinados al Infierno y pueden vagar por la tierra y tentar a los seres humanos. Estos ángeles malos o demonios son nuestros enemigos invisibles. Nos envidian y por eso tratan de evitar que lleguemos al Cielo: nos tientan para que pequemos, nos alejemos de Dios y caigamos también en el Infierno. Como vemos, el Demonio y los demonios son ángeles –ángeles malos, es cierto- pero con todos sus poderes angélicos, por lo que son mucho más poderosos que nosotros. Sin embargo, el poder de Satanás y sus secuaces no es infinito, pues son creaturas de Dios, subordinados a la voluntad y al dominio de Dios. La gran cantidad de Ángeles que permanecieron fieles, ahora gozan de felicidad eterna en el Cielo y constantemente ven, aman y adoran a Dios. Contamos con la ayuda de los Ángeles que sí permanecieron fieles, los cuales son mucho más numerosos que los Demonios. Dios utiliza a estos Ángeles buenos para ayudarnos y protegernos a nosotros. (cf CIC # 328-336 y 395).
Muy especialmente en la Santa Misa, la Iglesia se une a los Ángeles para adorar al Dios tres veces santo (CIC #335) cuando rezamos el “Santo, Santo, Santo”. ¿Recuerdan qué dice el Sacerdote antes de que recemos o cantemos el Santo? “Por eso, con los Ángeles y Arcángeles y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria: Santo, Santo, Santo…”
Sí podemos. Podemos pedir a los Ángeles que nos ayuden y que intercedan por nosotros ante Dios. Sin embargo, hay que tener mucho cuidado con algunas corrientes de comunicación con supuestos “ángeles”, que pertenecen al New Age y al esoterismo, y son una forma engañosa de practicar el espiritismo. Los Católicos sabemos que los Ángeles de Dios no están para responder a los deseos y caprichos de los seres humanos, ni mucho menos están esperando ser contactados a través de prácticas esotéricas. También sabemos que Satanás y sus demonios sí “se disfrazan de ángeles de luz” (2a. Cor. 11, 14), y que están prestos a proponernos engaños y a complacernos en todo lo que pueda alejarnos de la Voluntad Divina. Los Ángeles de Dios no están para obedecer a los seres humanos: obedecen solamente las órdenes de su Creador y sólo a El sirven.
El Catecismo nos dice que “desde la infancia a la muerte, la vida humana está rodeada de la custodia de los Ángeles y de su intercesión". Y citando a San Basilio nos recuerda que cada fiel tiene a su lado un Ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida eterna. (CIC #336) El mismo Jesucristo se refirió a los Ángeles de la Guarda de cada uno cuando dijo: "Tengan cuidado de no despreciar a ninguno de estos pequeños, pues les digo que sus Ángeles, en los Cielos, contemplan sin cesar la cara de Mi Padre que está en los Cielos” (Mt. 18,10).
Según San Anselmo, el Ángel de la Guarda es asignado en el momento de la concepción (“cuando el alma se une al cuerpo”).
A través del relato de los «seis días» de la Creación, la Sagrada Escritura nos da a conocer que todas las cosas deben su propia existencia a Dios, de quien reciben sus leyes y su lugar en el universo.
El hombre es la cumbre de la Creación visible, pues ha sido creado a imagen y semejanza de Dios.
El hombre no es “algo” sino “alguien”. Así como decimos que Dios es Persona, el hombre también es persona. Eso no lo podemos decir de los animales y las plantas porque, a diferencia de las plantas y los animales, el hombre es una persona dotada de espíritu. El hombre ha sido creado a imagen de Dios, en el sentido de que es capaz de conocer y amar libremente a su propio Creador. Es la única creatura sobre la tierra a la que Dios llama a compartir su vida divina. El hombre tiene la dignidad de persona: no es solamente algo, sino alguien capaz de conocerse, de darse libremente y de entrar en comunión con Dios y las otras personas.(CIC-C #66) y es llamado por su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar. (CIC #357)
Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, pues Dios nos ha dotado de inteligencia y libertad (imagen) y, además, nos dio su Vida, es decir, la Gracia (semejanza). Los seres humanos estamos compuestos de cuerpo y alma. Es por el alma principalmente que somos imagen de Dios, porque por nuestra alma, que es entendimiento y voluntad, tenemos la capacidad de razonar y de decidir. Adicionalmente, nuestra alma es inmortal. En nuestra alma nos parecemos a Dios, somos imagen de Dios. Lo que nos asemeja a Dios, la semejanza, es la vida de la Gracia, es decir, la vida de Dios en nuestra alma. Esto significa y supone la respuesta que el hombre está llamado a dar a su Creador para mantenerse en alianza con El. Y para vivir en alianza con Dios debemos vivir en estado de Gracia, es decir, buscando la Voluntad de Dios para nuestra vida, especialmente evitando pecar, y arrepintiéndonos y confesando los pecados cuando los cometemos.
……. Hubo un médico neuro-cirujano que dijo que había operado a muchos pacientes, pero que nunca había visto el alma de ninguno. Un Sacerdote que oyó el comentario le contestó: “Has operado tantas veces el cerebro y ¿alguna vez pudiste ver una idea? Porque sea invisible no quiere decir que las ideas y el alma que las produce no existen. ¿Y qué piensas de la fuerza de gravedad? ¿No existe porque no la ves?” Hay cosas que no se ven, pero podemos ver sus efectos.
Dios ha creado todo para el hombre, pero el hombre ha sido creado para conocer, servir y amar a Dios, y para ser elevado a la vida con Dios en el cielo. Nuestro fin no está aquí en esta vida terrena, sino que hemos sido creados para vivir eternamente con Dios en el Cielo. Y para lograr llegar a esa meta, debemos conocer, servir y amar a Dios en esta vida.
El alma es lo que hace que seamos personas. El alma es el principio de vida del hombre. El alma hace que el cuerpo material sea un cuerpo humano viviente. Los hombres somos creaturas corporales y espirituales. Sin el concepto del alma es imposible explicar lo que es el hombre, pues el hombre no es sólo materia, sino cuerpo y espíritu.
El alma espiritual no viene de los progenitores, sino que es creada directamente por Dios, y es inmortal. Al separarse del cuerpo en el momento de la muerte, el alma no perece; se unirá de nuevo al cuerpo en el momento de la resurrección final. Así como no puede explicarse el alma como generada por la unión del padre y la madre, tampoco puede explicarse el alma como parte de un proceso evolutivo de la materia.
El Catecismo nos dice: A veces se acostumbra a distinguir entre alma y espíritu. Así S. Pablo ruega para que nuestro "ser entero, el espíritu, el alma y el cuerpo" sea conservado sin mancha hasta la venida del Señor (1 Ts 5,23). "Espíritu" significa que el hombre está ordenado desde su creación a su fin sobrenatural y que su alma es capaz de ser elevada gratuitamente a la comunión con Dios. (CIC #367) En resumen:
El hombre y la mujer han sido creados por Dios con igual dignidad en cuanto personas humanas y, al mismo tiempo, con una recíproca complementariedad en cuanto varón y mujer. Dios los ha querido el uno para el otro, para una comunión de personas. Juntos están también llamados a transmitir la vida humana, formando en el matrimonio «una sola carne» (Gn 2, 24), y a dominar la tierra como «administradores» de Dios. (CIC # 369-373 382)
19. ¿Dios es hombre o mujer? (CIC #370) Dios no es ni hombre ni mujer. Dios es espíritu puro, en el cual no hay lugar para la diferencia de sexos. Pero Dios se ha mostrado paternal: Sean compasivos como es compasivo el Padre de ustedes (Lc 6, 36) y también maternal: Como un hijo a quien consuela su madre, así Yo los consolaré a ustedes. (Is 66, 13)
La Iglesia sostiene que, en el orden de la creación, hombre y mujer están diseñados para necesitarse y complementarse mutuamente, y para que, entrando en una relación mutua, puedan dar vida a los hijos. Es por esta razón que la Iglesia no puede aprobar las prácticas homosexuales. Sin embargo, debemos respeto y amor a todas las personas, independientemente de su orientación sexual, porque todas las personas son respetadas y amadas por Dios. (CIC #2358-2359) Sabemos que resulta una experiencia dolorosa para algunas personas el que no se sientan atraídas eróticamente hacia el otro sexo, porque dejan de disfrutar del fruto de la unión entre el hombre y la mujer de acuerdo a la naturaleza humana y al orden divino de la creación. Sin embargo, Dios a veces guía a algunas almas hacia El de maneras inusuales, por caminos dolorosos de deficiencias, pérdidas y heridas, que aceptadas como llamados especiales de Dios, pueden ser motivo de santificación heróica.
Al crear al hombre y a la mujer, Dios les había dado una especial participación de la vida divina, en un estado de santidad y justicia En este proyecto de Dios, el hombre no habría debido sufrir ni morir. Igualmente reinaba en el hombre una armonía perfecta consigo mismo, con el Creador, entre hombre y mujer, así como entre la primera pareja humana y toda la Creación. Nuestros primeros progenitores fueron creados en las siguientes condiciones, las cuales se llaman “dones preternaturales”:
En su sentido más profundo, el pecado es la separación del hombre de Dios, de su fuente de Vida. Es por esto que una de las consecuencias del pecado es la muerte. Sólo en Jesucristo podemos atisbar la dimensión abismal de lo que es el pecado: El asumió sobre sí el poder mortífero del pecado para que no nos golpeara a nosotros. Es lo que llamamos la Redención: El por nosotros. En el centro del pecado está el rechazo a Dios y en la práctica este rechazo se manifiesta como el desprecio a sus Mandamientos y a su Voluntad.
El hombre, tentado por el diablo, dejó apagarse en su corazón la confianza hacia su Creador y, desobedeciéndole, quiso «ser como Dios» (Gn 3, 5), sin Dios, y no según Dios. Así Adán y Eva perdieron inmediatamente, para sí y para todos sus descendientes, la gracia de la santidad y de la justicia originales.
El pecado original, en el que todos los hombres nacen, es el estado de privación de la santidad y de la justicia originales. Es un pecado «contraído» no «cometido» por nosotros; es una condición de nacimiento y no un acto personal. A causa de la unidad de origen de todos los hombres, el pecado original se transmite a los descendientes de Adán con la misma naturaleza humana, «no por imitación sino por propagación». Esta transmisión es un misterio que no podemos comprender plenamente.
Como consecuencia del pecado original, la naturaleza humana, aun sin estar totalmente corrompida, se halla herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al poder de la muerte, e inclinada al pecado. Esta inclinación al mal se llama concupiscencia.
Si Adán y Eva no hubieran pecado, nosotros sus descendientes hubiéramos heredado todos los dones que Dios les había dado. Como nosotros recibimos nuestra naturaleza humana de nuestros primeros progenitores, la recibimos tal como la heredamos de ellos: sin la Gracia Santificante, sin el derecho al Cielo y con una inclinación al pecado. Eso es lo que significa el estado de pecado original, que tiene los siguientes efectos:
Solamente la Santísima Virgen María, Madre de Jesús, fue preservada del pecado original desde el primer momento de su concepción. Este privilegio es lo que llamamos la “Inmaculada Concepción”.
28. ¿Qué ha hecho Dios después del primer pecado del hombre? CIC-C #78) Después del primer pecado, el mundo ha sido inundado de pecados, pero Dios no ha abandonado al hombre al poder de la muerte, antes al contrario, le predijo de modo misterioso –en el «Protoevangelio» (Gn 3, 15)– que el mal sería vencido y el hombre levantado de la caída. Al hacer lo que el Demonio les había propuesto, Adán y Eva cayeron en las redes del Maligno. Pero Dios no abandonó a nuestros primeros progenitores, sino que les prometió un Redentor, un Salvador, alguien que vendría para rescatar a todos los seres humanos. Esa promesa se llama el Proto-evangelio (el primer Evangelio), porque es el anuncio de Jesucristo, el Redentor del mundo. Está en la Biblia, en el primer libro, después de la caída de Adán y Eva.
El Infierno es una de las realidades más cuestionadas y atacadas. Esto tal vez se deba a un mecanismo de evasión al castigo justo e inevitable que espera a los que ofendamos a Dios y dejemos de aprovechar la oportunidad y las oportunidades que El mismo nos da de arrepentirnos para perdonarnos, y así poder llegar al Cielo y no al Infierno. Respecto del Infierno hay errores muy difundidos: unos creen que el Infierno no existe. Otros creen que sí existe, pero que allí no va nadie, aduciendo que Dios es infinitamente bueno. Pero no hay que olvidar que Dios es, al mismo tiempo, infinitamente justo. La Voluntad de Dios es que todos los hombres lleguen a disfrutar de la Visión Beatífica (visión de Dios). Dios no predestina a nadie al Infierno. Para que alguien se condene es necesario que tenga una aversión voluntaria a Dios, un enfrentamiento o una rebeldía contra El y, además, que persista en esa actitud hasta el momento de la muerte (cfr. CIC #1037). Hemos nacido y vivimos en esta tierra para pasar de esta vida a la eternidad. Y allí habrá o “Vida Eterna” en el Cielo, al que podemos llegar directamente o pasando antes por un tiempo de purificación en el Purgatorio... o habrá “muerte eterna” en el Infierno. Dios es, infinitamente Bueno, es cierto. Pero Dios es también infinitamente Justo. Todos los atributos de Dios tienen la misma medida: son infinitos. Mientras vivimos en la tierra es tiempo de la Misericordia Divina. Dios nos perdona todas nuestras faltas -hasta las más graves- cometidas contra El, si nos arrepentimos, si nos confesamos. La voluntad de Dios es que todos los seres humanos nos salvemos. Depende de cada uno, entonces, el aprovechar o desaprovechar todos los medios que Dios pone a nuestra disposición para que alcancemos la salvación eterna. ¿Cuáles son esos medios? Los Sacramentos, principalmente el Bautismo, la Confesión, la Comunión. Tenemos también la oración... y tantas otras gracias que Dios nos ofrece para que nos ayuden a llegar al Cielo.
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