TEOLOGIA DEL CUERPO LECCION # 17
1. ¿Qué significa “unidos para siempre” en el Matrimonio? Tan simple como decir que el Matrimonio cristiano es para toda la vida: hasta que la muerte los separe o durante todos los días de mi vida, como reza la promesa que se hacen los cónyuges ante Dios en la ceremonia del Matrimonio. Recordemos que Dios diseñó el matrimonio para una doble finalidad: comunicar vida y comunicar amor. Las dos finalidades del matrimonio, están tan unidas una a la otra, que son inseparables. A esto debemos agregar que Jesús excluyó la posibilidad de divorcio al decir esto sobre la unión entre esposo y esposa: “Serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino uno solo. Pues bien, lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre ” (Mc 10, 8-9). Vamos a tratar de entender esto bien: la unión conyugal no es una entidad mecánica, como la cerradura y la llave. Así es la cópula meramente animal. Los esposos forman una entidad orgánica, como la forman la cabeza y el corazón. Así es la unión sexual humana: ambos pasan a ser un solo cuerpo, una sola cosa. ¡Gran misterio, pero así es! Enseñanza de San Juan Crisóstomo sobre el Matrimonio Si se separa la llave de la cerradura, no sucede nada de particular. Pero si se separa el cuerpo humano de su cabeza o del corazón, ¿qué sucede? Es muy fácil la respuesta: muere este organismo. Eso es lo que hace el divorcio. El divorcio, por cierto, es un recurso civil, una norma humana de la sociedad civil. En las leyes de la Iglesia no existe el divorcio. La Iglesia llega a tolerarlo a veces como un mal necesario, pero siempre insiste en la necesidad de intentar la reconciliación. Es bien sabido que las parejas tienen dificultades, a veces muy graves, pero no se puede recurrir de manera inmediata y casi sin reflexión a la idea del divorcio … y al siguiente acto: tengo que rehacer mi vida. Hay posibles caminos y pasos a seguir que puedan frenar otra ruptura más. Hay que tratar de frenar la plaga en que se ha convertido el divorcio para la sociedad, pues siendo la familia la base de ésta, al disolverse familias y familias, se crean problemas muy graves que ya están a la vista. Con la ayuda de Dios y la buena disposición de los cónyuges, casi siempre los matrimonios son salvables. Y parodiando el dicho sobre los juicios legales, “más vale un mal arreglo que un buen pleito”, sobre el juicio legal que constituye la disolución de la familia, puede también decirse: “más vale un mal arreglo que un buen divorcio”.
El divorcio fue permitido en los tiempos del Antiguo Testamento para evitar males mayores, pero en el Nuevo Testamento Jesús claramente rechazó esta costumbre. En el Evangelio (Mc. 10, 2-16) vemos cuando los fariseos interrogan a Jesús acerca del divorcio que -como leemos- Moisés había permitido en algunos casos. Pero el Señor insiste en la indisolubilidad del matrimonio, sin hacer excepciones. Y explica Jesús que la permisión de Moisés se debió a la terquedad de los hombres, “a la dureza de corazón de ustedes”, pero insiste en que en el principio, antes del pecado, no fue así. Jesús recuerda en este pasaje la narración del Génesis, cuando Dios dispuso que hombre y mujer no fueran dos, sino uno solo … y sin posibilidad de divorcio. Los fariseos le preguntaron: «Entonces, ¿por qué Moisés ordenó que se firme un certificado en el caso de divorciarse?» Jesús contestó: «Moisés vio lo tercos que eran ustedes, y por eso les permitió despedir a sus mujeres, pero al principio no fue así.» (Mt 19, 7-8)
La indisolubilidad del matrimonio siempre ha parecido una exigencia muy difícil de cumplir. En efecto, cuando Jesús insiste en ella, los mismos discípulos exclamaron que era preferible no casarse: “Si ésa es la condición del hombre con la mujer, más vale no casarse” (Mc. 10, 2-12). Sin embargo, notemos que Jesús no trata de excusarse por sus exigentes palabras, sino que, por el contrario, propone algo aún más difícil de entender. Alaba, entonces, a los que escogen la castidad por amor al Reino de Dios, aunque reconoce que es una vocación con una gracia especial: “No todos comprenden lo que acaban de decir, sino solamente los que reciben este don. Hay hombres que nacen incapacitados para casarse. Hay otros que fueron mutilados por los hombres para casarse. Hay otros que por amor al Reino de los Cielos han descartado la posibilidad de casarse. ¡Entienda el que pueda!”. (Mt. 19, 10-12) San Pablo corrobora esa difícil enseñanza de Jesús con una curiosa expresión, la cual nos muestra también que los problemas matrimoniales no son exclusivos de nuestra época: “¿Estás casado? No te separes de tu esposa. ¿Eres soltero? No te cases. Pero si te casas, no haces mal, y si una joven se casa, tampoco hace mal. Sin embargo, los que se casan sufren en esta vida muchas tribulaciones, que yo quisiera evitarles” (1 Cor. 7, 27-28). El Sacramento del Matrimonio no puede ser disuelto, porque Jesús, lo instituyó así, indisoluble: Todo hombre que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio. Y el que se casa con una mujer divorciada de su marido, también comete adulterio (Lc 16, 18). La indisolubilidad de Matrimonio no es una disciplina humana, como por ejemplo sí es el Celibato. La indisolubilidad del Matrimonio es una ley divina. Por eso la Iglesia no puede cambiarla. En esa misma consulta de un grupo de fariseos que le preguntó si un hombre podía divorciarse de su esposa por cualquier motivo, Jesús fue claro al responder: «¿No han leído que el Creador al principio los hizo hombre y mujer y dijo: El hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá con su mujer, y serán los dos una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre.» (Mt 19, 4-6) Pero los fariseos insistieron: «Entonces, ¿por qué Moisés ordenó que se firme un certificado en el caso de divorciarse?» Jesús contestó: «Moisés vio lo tercos que eran ustedes, y por eso les permitió despedir a sus mujeres, pero al principio no fue así. Yo les digo: el que se divorcia de su mujer, fuera del caso de infidelidad (* de unión ilegítima), y se casa con otra, comete adulterio.» (Mt 19, 7-9) (*) fuera del caso de infidelidad (de unión ilegítima) lo detallaremos en pregunta #6. Posteriormente San Pablo secunda este requerimiento, pues ya plantea que los que se separen no se vuelvan a casar, corroborando además que es una instrucción que no es suya sino que viene de Dios: En cuanto a los casados, les doy esta orden, que no es mía sino del Señor: que la mujer no se separe de su marido. Y si se ha separado de él, que no se vuelva a casar o que haga las paces con su marido. Y que tampoco el marido despida a su mujer. (1ª Cor 7, 10-11)
Como las normas que vienen dadas directamente de Dios, tal como lo indica San Pablo, no pueden cambiarse. Por eso la enseñanza de la Iglesia consiste en confirmar esas normas que vienen de Dios. Revisando sólo el Magisterio más reciente, el Concilio Vaticano II, el Papa Juan Pablo II y el Catecismo de la Iglesia Católica corroboran las enseñanzas que hay en la Biblia sobre la permanencia del Matrimonio. Notemos que dos milenios después del comienzo del Cristianismo, el Concilio Vaticano II se da cuenta del peligro en que está el Matrimonio y la familia. Por eso se refiere al divorcio como una epidemia (algunas traducciones dicen una plaga). Un poco después del Vaticano II, el Papa Juan Pablo II, preocupado por esta epidemia divorcista, destaca su mala influencia en la sociedad misma: «El valor de la indisolubilidad no puede ser considerado como el objeto de una simple opción privada: afecta a uno de los pilares de toda la sociedad» que, por supuesto, es la familia. Y en su Encíclica sobre la familia, Familiaris Consortio, el mismo Juan Pablo II reafirma la enseñanza de Jesucristo sobre el matrimonio y el divorcio: «El don del sacramento es al mismo tiempo vocación y mandamiento para los esposos cristianos, para que permanezcan siempre fieles entre sí, por encima de toda prueba y dificultad, en generosa obediencia a la santa voluntad del Señor: ‘lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre’» (FC 20) No se queda allí el Papa Juan Pablo II, sino que pide a los esposos cristianos su testimonio de fidelidad para siempre: «Dar testimonio del inestimable valor de la indisolubilidad y fidelidad matrimonial es uno de los deberes más preciosos y urgentes de las parejas cristianas de nuestro tiempo» (FC 20) El Papa Francisco, hablando sobre los obstáculos que nos impiden seguir a Jesús, presentó la “cultura de la provisionalidad” como uno de esos obstáculos. “Cuántas parejas se casan, sin decirlo, pero pensándolo con el corazón: ‘hasta que dure el amor y después se verá…’ Es la fascinación de lo provisional”. (Fco- 27-5-13) "Pero también pienso en tantos hombres y mujeres que han dejado la propia casa para hacer un matrimonio por toda la vida; ¡aquello es "seguir a Jesús de cerca! ¡Es lo definitivo! Lo provisional, es no seguir a Jesús". (Fco- 27-5-13) La enseñanza de la Iglesia, siguiendo la instrucción de Jesucristo, puede parecer demasiado exigente. De hecho, muchos hoy en día la rechazan. Pero Dios es el que sabe cómo formó a la pareja humana y por qué puso esas normas. Y ya las estadísticas, los estudios y las consecuencias que están a la vista dan la razón a la Iglesia … y a Dios! Podemos constatar cómo los divorcios traen más dificultades y sufrimientos que la fidelidad conyugal, a pesar de todas las pruebas y sacrificios que ésta conlleva. Y quien no esté de acuerdo con esta apreciación, pregúntele a cualquier hijo de un matrimonio destruido, o a cualquier cónyuge abandonado. El mejor de los divorcios no puede justificar la estela de sufrimientos que deja a lo largo de la vida de demasiadas personas. (Detalles de estudios recientes sobre estas consecuencias en pregunta #19) 5. Sin embargo, muchos dicen: es que la Iglesia debe cambiar. Ella no sabe las dificultades en que se encuentran algunos Matrimonios. La Iglesia sí comprende el problema de las relaciones entre marido y mujer, la situación de exigencia para los esposos cristianos. Y lo toma tan en cuenta, que trata este problema en el Catecismo, que uno pensaría que siendo un manual de enseñanza católica, no tendría por que tratar este tipo de cuestiones. Y trata este tema candente. El Catecismo (CIC) nos explica cómo el matrimonio cristiano se encuentra bajo la esclavitud del pecado: “Todo hombre, tanto en su entorno como en su propio corazón, vive la experiencia del mal. Esta experiencia se hace sentir también en las relaciones entre el hombre y la mujer. En todo tiempo, la unión del hombre y la mujer vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir hasta el odio y la ruptura” (CIC-1606). La Iglesia nos recuerda que en el principio, en el plan original de Dios, esto no fue así: “Según la fe, este desorden que constatamos dolorosamente, no se origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado. (CIC-1607) “Para sanar las heridas del pecado, el hombre y la mujer necesitan la ayuda de la gracia de Dios que, en su misericordia infinita, jamás les ha negado (cf. Gn. 3, 21).” Y advierte claramente: “Sin esta ayuda, el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó al comienzo”. (CIC-1608) No sólo la Iglesia, sino también “Jesús en su predicación, enseñó sin ambigüedad, el sentido original de la unión del hombre y la mujer, tal como el Creador la quiso al comienzo ... La unión del hombre y la mujer es indisoluble. Dios mismo la estableció: ‘Lo que Dios unió no lo separe el hombre’”. (CIC-1614) “Por tanto, el vínculo matrimonial es establecido por Dios mismo, de modo que el matrimonio celebrado y consumado entre bautizados no puede ser disuelto jamás ... es una realidad irrevocable ... La Iglesia no tiene poder para pronunciarse contra esta disposición de la Sabiduría Divina”. (CIC-1640) Y en los casos en que se ha pronunciado, lo hace para declarar que el vínculo nunca fue válido (es lo que se llama comúnmente “anulación”); no lo hace, ni puede hacerlo, para disolver el vínculo. Comenta el Catecismo de la Iglesia Católica que la insistencia inequívoca del Señor sobre la indisolubilidad del vínculo matrimonial pudo causar perplejidad y parecer una exigencia irrealizable, como de hecho vimos que sucedió con los discípulos. Sin embargo, continúa el Catecismo: “Jesús no impuso a los esposos una carga imposible de llevar y demasiado pesada”. Y nos refiere el Catecismo a estas palabras del Señor que tantas veces hemos oído, pero que no se nos ocurre relacionarlas con el matrimonio: “Carguen con mi yugo y aprendan de Mí que soy paciente de corazón y humilde, y sus almas encontrarán alivio. Pues mi yugo es bueno y mi carga liviana” (Mt. 11, 29-30). (CIC-1615) Continúa el Catecismo: “puede parecer difícil, incluso imposible, atarse para toda la vida a un ser humano. Por ello ... los esposos que, con la gracia de Dios, dan este testimonio (de fidelidad), con frecuencia en condiciones muy difíciles, merecen la gratitud y el apoyo de la comunidad eclesial” (CIC-1648). El Catecismo de la Iglesia Católica, entonces, al cerrar su enseñanza sobre la indisolubilidad del Matrimonio, agradece el testimonio de fidelidad, a los matrimonios que siguen unidos, aún a pesar de las dificultades. Son éstos los que van respondiendo al pedido del Papa Juan Pablo II en su Encíclica Familiaris Consortio sobre la familia: «Dar testimonio del inestimable valor de la indisolubilidad y fidelidad matrimonial es uno de los deberes más preciosos y urgentes de las parejas cristianas de nuestro tiempo» (FC 20)
Es cierto que en el Sermón de la Montaña, anterior al momento en que sucede el diálogo con los fariseos sobre el divorcio, Jesús habla también del tema de la indisolubilidad y pareciera que hiciera alguna excepción al respecto. Así nos dice el texto: “Se dijo también: ‘El que despida a su mujer le dará un certificado de divorcio’. Pero Yo les digo que el que la despide -fuera del caso de infidelidad- le empuja al adulterio. Y también el que se case con esa mujer divorciada comete adulterio”. (Mt. 5, 31-32) El comentario de la Biblia Latinoamericana a esta cita es elocuente: “‘fuera del caso de infidelidad”, tal vez se debe traducir: “fuera del caso de unión ilegítima”, pues el texto es muy equívoco. En ese caso, Mateo se refería al problema de numerosos cristianos de su tiempo, convertidos del paganismo, que al entrar a la Iglesia rompían uniones ilegítimas, con personas que no compartían la fe cristiana (cf. 1 Cor. 7, 12-16)”. Eran ilegítimas porque habían tenido lugar con personas que no eran cristianas. También cita la Biblia Latinoamericana un escrito cristiano muy antiguo (del año 140), titulado El Pastor, cuyo autor es Hermas (según datos históricos hermano del Papa Pío I). Se refiere al caso de cuando un marido descubre que su mujer es adúltera, aplicable -por supuesto- también al caso contrario. “Qué hará, pues el marido?: ... Que la despida y se quedo solo. Porque si después de despedirla se casa con otra, él también se hace adúltero”. O sea, que el texto antiguo no deja cabida a una nueva unión, solamente permite la separación … igual que sigue enseñando la Iglesia hasta hoy. Sin embargo, hay que diferenciar entre una falta ocasional de adulterio y una condición psíquica de incapacidad de cumplir con la fidelidad conyugal. Este frecuente problema matrimonial no puede referirse a una falta ocasional de adulterio, en la que la Iglesia invita a los cónyuges cristianos al perdón y la reconciliación (cf. CDC #1152-1), sino que se trata más bien de la incapacidad de ser fiel al cónyuge como una condición permanente e incorregible. Pero, aun así, el cónyuge agraviado debe permanecer célibe, salvo que el Tribunal Eclesiástico respectivo haya declarado inválida la primera unión matrimonial. Por cierto, estudiado el caso, de acuerdo al Código de Derecho Canónico de 1983, puede quedar declarado nulo un matrimonio en el que alguno de los cónyuges tenga tal condición permanente incorregible de infidelidad.
Nada menos que con la ayuda directa de Dios a lo largo de toda su vida matrimonial. Esto incluye gracias sacramentales propias del Matrimonio y gracias actuales que recibe toda persona. A esas ayudas divinas hay que apelar mediante la relación con Dios en la oración a nivel personal y también conyugalmente, la Misa dominical y –de ser posible- más frecuente aún, la recepción de los Sacramentos de la Confesión y la Comunión. Lo expone así el Catecismo: Para esto y para cumplir con su misión, en virtud del Sacramento del Matrimonio, los esposos cristianos gozan de una gracia especial, propia de este Sacramento, la cual está destinada a ayudarlos en su difícil tarea de procrear y educar a los hijos, de ayudarse mutuamente, santificándose en medio de los problemas que ciertamente acarrea la vida en común. Esta gracia permanece con ellos, les da la fuerza para seguir tomando la cruz matrimonial de cada día (cf. Lc. 9, 23), para perdonarse mutuamente (cf. Mt. 6, 12; 18, 21-22; Ef. 4, 22; Col. 3, 13) y para sobrellevarse mutuamente, llevando las cargas de uno y de otro (cf. Gal. 6, 2). (cf. CIC-#1641 y 1642)
La Iglesia tiene un gran respeto por la capacidad que tienen las personas de mantener una promesa y de comprometerse en fidelidad para toda la vida. La Iglesia les toma la palabra y les da su bendición el día que asumen esos compromisos. Sin embargo, con frecuencia los matrimonios corren peligro a causa de alguna crisis. Pero hay que recordar que en todo Matrimonio Sacramento hay un Tercero que debe ser Primero: Cristo. Si el matrimonio en crisis se confía a Él, podría de nuevo encenderse el amor y revivir la esperanza. Así como hay muchos casos de lamentables separaciones, hay también casos en los que, con la ayuda de Dios, ha habido reconciliaciones y reuniones. Sin embargo, dice el Catecismo, “existen situaciones en que la convivencia matrimonial se hace prácticamente imposible por razones muy diversas. En tales casos, la Iglesia admite la separación física de los esposos y el fin de la cohabitación. Los esposos no cesan de ser marido y mujer delante de Dios, ni son libres para contraer una nueva unión. En esta situación difícil, la mejor solución sería, si es posible, la reconciliación. La comunidad cristiana está llamada a ayudar a estas personas a vivir cristianamente su situación en la fidelidad al vínculo de su matrimonio que permanece indisoluble” (CIC-1649). El Compendio del Catecismo resume así este problema: “¿Cuándo admite la Iglesia la separación física de los esposos? “La Iglesia admite la separación física de los esposos cuando la cohabitación entre ellos se ha hecho, por diversas razones, prácticamente imposible, aunque procura su reconciliación. Pero éstos, mientras viva el otro cónyuge, no son libres para contraer una nueva unión, a menos que el matrimonio entre ellos sea nulo y, como tal, declarado por la autoridad eclesiástica.” (CIC-C #348)
“La Iglesia mantiene, por fidelidad a la palabra de Jesucristo (‘Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro comete adulterio’; Mc. 10, 11-12), que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si era válido el primer matrimonio. “Si los divorciados se vuelven a casar civilmente, se ponen en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios. Por lo cual no puede acceder a la comunión eucarística mientras persista esta situación, y por la misma razón no pueden ejercer ciertas responsabilidades eclesiales. “La reconciliación mediante el sacramento de la Penitencia no puede ser concedida más que a aquéllos que se arrepientan de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo y que se comprometan a vivir en total continencia” (CIC-1650). O sea, que quien después de un matrimonio eclesiástico se divorcia y, en vida del cónyuge, establece una nueva unión, se coloca en contradicción con la clara exigencia de Jesús respecto a la indisolubilidad del Matrimonio. Esta exigencia no puede ser suprimida por la Iglesia, salvo que se comprometan a vivir en total continencia. Sin embargo, la Iglesia, siguiendo el ejemplo de Cristo, acoge con amor a los divorciados casados de nuevo. Y lo expresa así el Catecismo: “Respecto de los cristianos que viven en esta situación y que con frecuencia conservan la fe y desean educar cristianamente a sus hijos, los sacerdotes y toda la comunidad deben dar prueba de una atenta solicitud, a fin de que aquéllos no se consideren como separados de la Iglesia, de cuya vida pueden y deben participar en cuanto bautizados: Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el Sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar sus hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios”. (CIC-1651) Y prosigue el Catecismo: “Contraer un nuevo matrimonio por parte de los divorciados, mientras viven sus cónyuges legítimos, contradice el plan y la ley de Dios enseñados por Cristo. Los que viven en esta situación no están separados de la Iglesia, pero no pueden acceder a la comunión eucarística. Pueden vivir su vida cristiana, sobre todo educando a sus hijos en la fe”. (CIC-1665) Recordemos que el Matrimonio es un camino de santidad y, como tal, tiene sus exigencias y cruces. De allí que el Papa Juan Pablo II habló así a los jóvenes reunidos con él en Roma, respecto de la elección de la persona con quien compartir la vida: “¡Atención! Toda persona humana es inevitablemente limitada: incluso en el matrimonio más avenido suele darse una cierta medida de desilusión ... Sólo Jesús, el Hijo de Dios y de María, la Palabra eterna del Padre, puede colmar las aspiraciones más profundas del corazón humano” (JP II, 20-agosto-00).
Hay personas en esta situación irregular que piensan que pueden comulgar, porque dicen seguir su conciencia. La Congregación de la Doctrina para la Fe, en una carta a todos los Obispos del mundo de fecha 14 de octubre de 1994 ha declarado lo siguiente: "La creencia errónea que tiene una persona divorciada y vuelta a casar, de poder recibir la Eucaristía normalmente, presupone que la conciencia personal es tomada en cuenta en el análisis final, de que, basado en sus propias convicciones existió o no existió un matrimonio anterior y el valor de una nueva unión. Esta posición es inaceptable. El matrimonio, de hecho, porque es la imagen de la relación entre Cristo y su Iglesia así como un factor importante en la vida de la sociedad civil, es básicamente una realidad pública.” Como menciona el Papa Juan Pablo II en el documento de la Reconciliación y de la Eucaristía, la Iglesia desea que estas parejas participen de la vida de la Iglesia hasta donde les sea posible (y esta participación en la Misa, adoración Eucarística, devociones y otros serán de gran ayuda espiritual para ellos) mientras trabajan para lograr la completa participación sacramental. Sólo podrían acercarse a comulgar si, evitado el escándalo y recibida la absolución sacramental, se comprometen a vivir en plena continencia. Esto es lo que ha dicho la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe.
El Cardenal Francis Arinze aclaró, cuando era Prefecto de la Congregación para el Culto Divino (13-10-05), que la prohibición de comulgar a los divorciados vueltos a casar no es una ley inventada por la Iglesia, sino que obedece a la ley de Dios. «Si dos personas se han casado y, si ese matrimonio es válido ante Dios y ante la Iglesia, aunque ese matrimonio haya fracasado, no tenemos el poder de deshacer un matrimonio que es válido ante Dios y la Iglesia», explicó el cardenal nigeriano. «No vemos esto como ley de la Iglesia, sino como ley de Dios». «¿Qué hacer? --se preguntó-- Una cosa es tener compasión por ellos porque sufren, y algo muy distinto es decir que pueden encontrar otro marido u otra mujer y vivir juntos y recibir la comunión». «Son miembros de la Iglesia, pero en este estado no pueden --ateniéndose a la verdad de vida-- acceder a la comunión», insistió. «Nosotros no somos más que ministros, y tenemos que responder ante Dios», concluyó sus respuestas al periodista que le interrogaba sobre este tema. El Secretario del Pontificio Consejo para la Familia, Mons. Jean Laffitte dijo en 2012 lo siguiente sobre la imposibilidad de acceder a la comunión sacramental estas personas: "Esto no es una disciplina inventada por la Iglesia", y por lo tanto, en el matrimonio, "los cónyuges hacen un pacto con Dios, y Dios hace un pacto con ellos", que crea un sacramento indisoluble. Una segunda unión "lo convertiría en algo contradictorio y contrario a lo sacramental". Cardenal Gerhard Müller: No podemos negociar enseñanza de Cristo (01 Marzo 2016)
Señaló, que las personas divorciadas que contrajeron segundas nupcias, aunque no puedan recibir la comunión eucarística "siguen estando plenamente dentro de la Iglesia y "siempre pueden tener una comunión espiritual fructífera". Explicó que la comunión espiritual es un acto de oración previo a la comunión sacramental. Indicó que la comunión espiritual es la forma en la que la persona se une personalmente a Cristo en el momento del Santo Sacrificio de la Misa, para así, después, recibir la comunión eucarística. En esta perspectiva, "las personas que por una u otra razón no pueden recibir la Santa Comunión, o comulgar, siempre pueden tener una comunión espiritual fructífera", remarcó. Finalmente, Mons. Laffite explicó, que para la comunión hace falta preparar el corazón para recibir al Señor, y de este modo, cuando los divorciados vueltos a casar se abstienen de recibirla, "dan mucho más honor al Señor con su sacrificio y ofreciéndose ellos mismos, a través del dolor que tienen en sus corazones”. "Ellos sufren por esto, pero, hay más honor dado por el cuerpo de Cristo en esta situación, que cuando los bautizados van de manera superficial y a veces, de manera poco digna, a tomar la Comunión, sea cual sea el estado de sus almas", concluyó.
Esto es muy importante aclararlo, porque a veces se habla de “divorciados” refiriéndose a los divorciados que se han vuelto a casar. Y los divorciados célibes se sientes aludidos y se confunden. El divorcio civil, no es un obstáculo para recibir la comunión. Por ser un acto civil, todo lo que hace, es lograr un acuerdo sobre los resultados civiles y legales del matrimonio (distribución de las propiedades, custodia de los hijos etc.). La Iglesia aprecia que estas personas mantienen su fidelidad al vínculo sacramental, algo que no es nada fácil, por diversos problemas. Aprecia su esfuerzo al tratar de enfrentar situaciones muy difíciles, como la soledad, las dificultades económicas y laborales, la complicada situación de los hijos, a lo que se añade la práctica de la castidad. Por otro lado, las personas casadas sólo por civil y divorciadas pueden comulgar también, si viven castamente.
Del documento “La Pastoral de los Divorciados”, Recomendaciones del Pontificio Consejo para la Familia (14-3-1997), extraemos algunas citas de mucha importancia: Sobre el Matrimonio que se encuentra en situación de ruptura: “Es preciso hacer todo lo posible para llegar a una reconciliación … Conviene ayudarles a tomar en cuenta la posible nulidad de su matrimonio … "Cuando los cristianos divorciados pasan a una unión civil, la Iglesia, fiel a la enseñanza de nuestro Señor (ver Mc. 10, 2-9), no puede expresar signo alguno, ni público, ni privado, que significara una especie de legitimación de la nueva unión.” Se refiere, entre otras desviaciones, a bendición de anillos o bendición de la unión de estas parejas. O a la autorización de recibir la comunión a estas personas si no se han acogido a las instrucciones oficiales que ha dado la Iglesia. Entre las sugerencias a los Obispos: “Exhortar y ayudar a los divorciados que han quedado solos a ser fieles al Sacramento de su Matrimonio (ver Familiaris consortio 83) … Invitar a los divorciados que han pasado a una nueva unión a reconocer su situación irregular, que implica un estado de pecado y a pedir a Dios la gracia de una verdadera conversión … comenzar inmediatamente un camino hacia Cristo, único que puede poner fin a esa situación: mediante un diálogo de fe con la persona con quien convive, para un progreso común hacia la conversión, exigido por el Bautismo, y sobre todo mediante la oración y la participación en las celebraciones litúrgicas, pero sin olvidar que, por ser divorciados vueltos a casar, no pueden recibir los sacramentos de la penitencia y de la Eucaristía”.
“En muchos países, los divorcios se han convertido en una auténtica «plaga» social (ver Gaudium et spes, 47). “Este preocupante fenómeno lleva a considerar sus numerosas causas, entre las cuales se encuentran: el desinterés -de hecho- del Estado con respecto a la estabilidad del matrimonio y de la familia, una legislación permisiva sobre el divorcio, la influencia negativa de los medios de comunicación social y de las organizaciones internacionales y la insuficiente formación cristiana de los fieles. “La Iglesia es muy sensible al dolor de sus miembros: al igual que se alegra con los que se alegran, también llora con los que lloran, (ver Rom 12, 15). «Estos hombres y estas mujeres deben saber que la Iglesia los ama, no está alejada de ellos y sufre por su situación. Los divorciados vueltos a casar son y siguen siendo miembros suyos, porque han recibido el bautismo y conservan la fe cristiana» “Así pues, los pastores han de mostrar su solicitud hacia los que sufren las consecuencias del divorcio, sobre todo hacia los hijos; se deben preocupar de todos y, siempre en armonía con la verdad del matrimonio y de la familia, traten de aliviar la herida infligida al signo de la alianza de Cristo con la Iglesia. “La Iglesia Católica, al mismo tiempo, no puede quedar indiferente frente el aumento de esas situaciones, ni debe rendirse ante una costumbre, fruto de una mentalidad que devalúa el matrimonio como compromiso único e indisoluble, así como no puede aprobar todo lo que atenta contra la naturaleza propia del matrimonio mismo.
“Conviene que toda la comunidad cristiana utilice los medios para sostener la fidelidad al Sacramento del Matrimonio, con un esfuerzo constante encaminado a:
(De “La Pastoral de los Divorciados”, Recomendaciones del Pontificio Consejo para la Familia, 14-3-1997) 16. ¿Puede la Iglesia disolver un Matrimonio? La Iglesia no está autorizada por Jesucristo para disolver ningún matrimonio (o declarar el divorcio de ningún matrimonio). Sin embargo, a quien su matrimonio se le ha convertido en insoportable, o quien está expuesto a la violencia psíquica o física, le está permitido separarse. La Iglesia tiene en cuenta la naturaleza humana en la configuración del matrimonio. Cuando declara la imposibilidad de reconocer el divorcio no les obliga a vivir juntos de por vida; los matrimonios con problemas imposibles de resolver tienen otras soluciones. Entre ellas está la separación matrimonial permaneciendo el vínculo matrimonial. Pero la Iglesia no puede romper el vínculo matrimonial.
Cuando la Iglesia declara la nulidad de un Matrimonio no está rompiendo el vínculo. Simplemente está declarando que ese tal Matrimonio no fue válido. Aunque son muchas las causales de nulidad, las más comunes son: coacción, no estar abiertos a la procreación al celebrar el Sacramento, la no aceptación en el momento de recibir el Sacramento de que el matrimonio es para toda la vida. El Catecismo dice que "en este caso, los contrayentes quedan libres para casarse, aunque deben cumplir las obligaciones naturales nacidas de una unión precedente".
Para la Iglesia no existe el divorcio sino lo que existe es la nulidad del matrimonio. Esto quiere decir que se declara que nunca existió el vínculo matrimonial, es decir, nunca hubo matrimonio. Se habla de anulación, pero más precisamente habría que hablar de decreto de nulidad o declaración de nulidad. Una declaración de nulidad es un decreto de un Tribunal Eclesiástico que declara que lo que parecía haber sido un matrimonio válido, realmente no lo era. Y, por cierto, un decreto de nulidad no convierte a los hijos de esa unión no válida en hijos ilegítimos. Un divorcio es algo diferente: es una ruptura de un matrimonio válido, cuyos miembros, de acuerdo a lo jurado ante Dios y ante la Iglesia, deben permanecer unidos hasta que muera uno de los cónyuges. El matrimonio es un sacramento y está, por su propia naturaleza, por encima de la ley humana. Fue instituido por Dios, está sujeto a la ley Divina, y por tal razón, no puede ser anulado por ninguna ley. (Ver más detalles sobre Anulaciones en los Apéndices al final) 19. ¿Cómo ayudar a los hijos de familias destruidas por el divorcio? La investigación más seria y extensa realizada hasta ahora sobre el divorcio y sus consecuencias en los hijos ha sido hecha por la psicóloga californiana Judith Wallerstein. Y cuando Wallerstein habla sobre divorcio, muy pocos se atreven a desafiarla, porque ha venido siguiendo ininterrumpidamente, desde 1971, los casos de 21 hijos de divorciados. Los investigados, hoy ya adultos, pues ya han pasado 25 - 30 años. Para sus amigos, el divorcio de sus padres fue un episodio insignificante de su pasado. Pero para la mayoría de estos hijos de divorciados no fue así, según ha ido demostrando este estudio. Según Wallerstein, la idea de que el trauma del divorcio tiene su punto crítico durante el tiempo inmediato a la separación de los padres, es totalmente errada. Ciertamente hay un trauma inicial, pero el trauma vivido por los hijos de padres divorciados se prolonga a lo largo de los años y les dificulta afrontar los cambios propios de la adolescencia, así como sus primeras relaciones amorosas, que se ven conflictuadas por temores derivados de la experiencia traumática. Los resultados se encuentra en su libro The Unexpected legacy of divorce - "El Legado inesperado del divorcio". La psicóloga aporta conclusiones contundentes sobre el perfil psicológico de los hijos de divorciados: 25% de ellos no ha terminado estudios (contra 10% de hijos de familias que no se han roto). El 60% ha requerido tratamiento psicológico (contra el 30%). El 50% ha tenido problemas de alcohol y drogas antes de los 15 años. El 65% tienen una relación conflictiva con el padre (sólo el 5% ha recibido ayuda económica sustancial por parte del padre). Pese a que la mayoría ya pasan los 30 años de edad, apenas el 30% se ha casado. Del total de casados, el 50% ya se ha divorciado. Según la experta, aunque las reacciones psicológicas al trauma son diferentes y tan variadas como el número de individuos, existen algunas constantes. En efecto, los hijos de los divorciados sufren sentimientos de culpa -"¿Se separaron por mi culpa?"-, irritación y malhumor, y una gran desconfianza o incapacidad de expresar sus sentimientos. Uno de los rasgos comunes a todos los casos estudiados es que una de las principales fuentes de traumas en los hijos de divorciados es la sensación de sentirse como un "paquete" que es llevado de un lado a otro periódicamente sin respetar los deseos afectivos naturales del niño.
El pueblo de Siroki-Brijeg en Herzegovina tiene una maravillosa distinción: ¡¡¡¡Nadie recuerda que haya existido un solo divorcio entre sus 13,000 habitantes!!!! ¡Tampoco se recuerda un solo caso de familia rota! Los habitantes croatas han mantenido su fe Católica, soportando persecución a causa de ella por siglos, primero a manos de los turcos y después de los comunistas. Su fe esta fuertemente arraigada en el conocimiento del poder salvador de la cruz de Jesucristo.
En Herzegovina la Cruz representa el amor más grande y el crucifijo es el tesoro de la casa. Según la tradición croata, cuando una pareja se prepara para casarse no les dicen que han encontrado a la persona perfecta. ¡No! El sacerdote les dice: "has encontrado tu cruz". Es una cruz para amarla, para llevarla contigo, una cruz que no se tira sino que se atesora. Cuando los novios entran a la iglesia el día de su boda, llevan el crucifijo con ellos. El sacerdote bendice el crucifijo. Cuando llega el momento de intercambiar sus votos, la novia pone su mano derecha sobre el crucifijo y el novio pone su mano sobre la de ella, de manera que las dos manos están unidas a la cruz. El sacerdote cubre las manos de ellos con su estola mientras proclaman sus promesas, según el rito de la Iglesia, de ser fieles el uno al otro, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, hasta la muerte. Acto seguido los novios no se besan sino que ambos besan la cruz. Los que contemplan el rito pueden comprender que si uno de los dos abandona al otro, abandona a Cristo en la Cruz. Después de la ceremonia, los recién casados llevan el crucifijo a su hogar y lo ponen en un lugar de honor. Será para siempre el punto de referencia y el lugar de oración familiar. En tiempo de dificultad no van al abogado ni al psiquiatra, sino que van juntos ante la cruz, en busca de la ayuda de Jesús. Se arrodillan y abren sus corazones pidiendo perdón al Señor, tal vez lloran. Enseñan a sus hijos a besar la cruz cada día, y de no irse a dormir como los paganos sin dar gracias primero a Jesús. Saben que Jesús los sostiene en sus brazos y no hay nada que temer.
Hay otras personas que se encuentran en situación de familia incompleta a causa de la muerte de su cónyuge. En el Antiguo Testamento, Dios ordena protección y cuidado a viudas y huérfanos, y alerta en varias ocasiones sobre los abusos contra ellas y sus hijos. Las viudas son especialmente queridas a los ojos de Dios, que las protege y las llena de beneficios muy especiales. Cómo no recordar la viuda de Sarepta, a quien es enviado el Profeta Elías para que le diera alimento, y ese alimento fue multiplicado para ella misma y su hijo. Y cuando murió su hijo, lo revivió por manos de Elías (1 Re 17, 7-24). A otra viuda le encomienda una misión realmente atrevida y riesgosa. Tal es el caso de Judith, a quien le tocó cortar la cabeza al jefe del ejército enemigo que tenía sitiada su ciudad (Judit 10, 1-23; 11, 1-5 y 8, 22). A Rut, una viuda pagana, la escoge de la manera más misteriosa y después de mucho sufrimiento para estar en la línea genealógica del Mesías. (Puedes ver la historia de tres viudas en Curso de Biblia: Noemí, Orfa y Rut) En el Nuevo Testamento las viudas aparecen también como objeto de especial afecto por parte de Jesús. Mención especial merece la descripción de Ana, viuda desde muy joven, que fue escogida especialmente por el Señor para presenciar la Presentación de Jesús en el Templo y para hablar de este Niño. (Lc 2, 36-38). Jesús menciona a la viuda de Sarepta como ejemplo de atención de parte de Dios (Lc 4, 25-26). También revive al hijo único de la viuda de Naím (Lc 7, 11-15). Además destacó la extrema generosidad de una viuda muy pobre que dio todo lo que tenía en la ofrenda del Templo (Lc 21, 2-4). Y el Apóstol Santiago recuerda en su carta que la atención a las viudas es un importante deber de caridad (Sant 1,27). Por otro lado, se prefiere que los viudos no vuelvan a casarse. De ahí la aparente condición de que los Ministros se casen una sola vez. (1 Tim 3,2 y 12; Tit 1,6). Hoy día los Diáconos casados, si enviudan, no les está permitido casarse por segunda vez. San Pablo recomienda a título personal que las viudas no vuelvan a casarse: Lo que les digo es a modo de consejo, no estoy dando órdenes. Me gustaría que todos fueran como yo; pero cada uno recibe de Dios su propia gracia, unos de una manera y otros de otra. A los solteros y a las viudas les digo que estaría bien que se quedaran como yo. Pero si no logran contenerse, que se casen, pues más vale casarse que estar quemándose por dentro. (1ª Cor 7, 6-9) La historia de la Iglesia y la espiritualidad de los primeros siglos conceden un lugar importante a las viudas. Aunque la tradición ha mostrado siempre su preferencia por que las viudas no vuelvan a casarse, siempre se ha mantenido el derecho a contraer nuevo matrimonio. “Quien da el sí al matrimonio, también da el sí a la viudez”, predicaba el Padre Pedro Richards, fundador en los años 60 del Movimiento Familiar Cristiano Latinoamericano. Y parodiando la del Cantar de los Cantares porque es fuerte el amor como la Muerte (Cantar 8, 6), la espiritualidad de la viudez proclama que el amor es más fuerte que la muerte. En efecto, desde 1960 hubo un renovado interés por el estado de viudez, de parte de algunos grupos que se constituyeron para promover una espiritualidad propia de este estado de vida. En España e Italia existían grupos de viudas. En Francia los Equipos de Nuestra Señora, viudas dirigidas por el Padre Henri Caffarel, especialista en espiritualidad familiar. En Latinoamérica, especialmente en Venezuela, la Asociación Naím para viudas. El Concilio Vaticano II pone ante las viudas un camino de santidad (LG 41) que es una continuación de la vocación al matrimonio (GS 48), y espera de ellas un servicio especial (AA 4).
VIUDA
ORACION DE LOS ESPOSOS
SOBRE ¿EN QUE CONSISTE LA ANULACION MATRIMONIAL? No consiste en que la Iglesia anula el Matrimonio, sino que declara que nunca hubo un verdadero Matrimonio y que, por tanto, fue nulo. La declaración de nulidad que la Iglesia da a un matrimonio que nunca fue, no es una especie de divorcio católico. ¿QUIÉN SE OCUPA DE LAS ANULACIONES MATRIMONIALES? De la declaración de nulidad del vínculo matrimonial se ocupa el Tribunal Eclesiástico de cada Diócesis. ALGUNAS CAUSALES DE NULIDAD DEL VINCULO MATRIMONIAL:
(Hay unas 25 causas de nulidad del matrimonio) ALGUNOS CUESTIONAMIENTOS AL CONCEPTO DE NULIDAD:
No, porque sólo un Tribunal Eclesiástico, después de un proceso bien llevado, está en capacidad de poder determinar si, efectivamente, no hubo matrimonio. Adicionalmente, el Matrimonio por la Iglesia no es un acto privado, sino social y muy publicitado dentro y fuera de la Iglesia. Y la Iglesia y la sociedad deben saber quién realmente está casado y quién no.
Los hijos no son ilegítimos porque el vínculo conyugal afecta a los cónyuges, no a la filiación. La legitimidad tiene que ver con la ley civil, no con la ley de la Iglesia. Por tanto, los hijos de un matrimonio que fue celebrado civilmente, son legítimos y siempre permanecerán así, aun si sus padres se divorcian posteriormente o si la Iglesia después declara inválido el matrimonio. (Derecho Canónico 1137-1140). Cuando la Iglesia encuentra y concluye que no se entró al matrimonio con validez, únicamente está hablando de los cónyuges, no de los hijos que han surgido de la unión. Los hijos no son los que hacen el matrimonio. El matrimonio es realizado por el hombre y la mujer. Por tanto, cuando el Tribunal Eclesiástico conduce su investigación, es el vínculo matrimonial el que es juzgado, no la paternidad, la maternidad y la filiación.
SUGERENCIAS PASTORALES Directrices de la Iglesia Exhortar en particular a los padres, en virtud del Sacramento del Matrimonio que han recibido, para que sostengan a sus hijos casados; a los hermanos y hermanas, para que rodeen a las parejas con su fraternidad; y a los amigos, para que ayuden a sus amigos. Además, los hijos de los separados y de los divorciados necesitan una atención específica, sobre todo en el marco de la catequesis. Conviene ayudarles a tomar en cuenta la posible nulidad de su matrimonio. Se debe promover también la asistencia pastoral de los que se dirigen o podrían dirigirse al juicio de los tribunales eclesiásticos. No hay que olvidar que a menudo las dificultades matrimoniales pueden degenerar en drama, si los esposos no tienen la voluntad o la posibilidad de acudir con confianza, cuanto antes, a una persona -sacerdote o laico competente- para que les ayude a superarlas. En cualquier caso, es preciso hacer todo lo posible para llegar a una reconciliación.
Directrices de la Iglesia Cuando los cristianos divorciados pasan a una unión civil, la Iglesia, fiel a la enseñanza de nuestro Señor (ver Mc 10, 2-9), no puede expresar signo alguno, ni público ni privado, que significara una especie de legitimación de la nueva unión. Con frecuencia se constata que la experiencia del anterior fracaso puede provocar la necesidad de solicitar la misericordia de Dios y su salvación. Es preciso que los divorciados que se han vuelto a casar den la prioridad a la regularización de su situación en la comunidad eclesial visible e, impulsados por el deseo de responder al amor de Dios, se dispongan a un camino destinado a hacer que se supere todo desorden. La conversión, sin embargo, puede y debe comenzar sin dilación en el estado en que cada uno se encuentre.
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