¿Somos libres de verdad?

La Sagrada Escritura resalta en varios textos la soberanía absoluta de Dios sobre la historia y sobre los acontecimientos propios y de otros:

"Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza" (Sal 115, 3)

De Cristo dice: "Si Él abre, nadie puede cerrar; si Él cierra, nadie puede abrir" (Ap 3, 7).

"Hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza" (Prov 19, 21).

“El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia.  Las sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos.” (CIC 303)

El Catecismo también nos dice que la Sagrada Escritura, cuyo autor principal es el Espíritu Santo, nos habla con frecuencia de acciones de Dios, sin mencionar la participación humana.  Las acciones humanas son llamadas en Teología “causas segundas”. 

Y nos advierte el Catecismo que “esto no es ‘una manera de hablar’ primitiva, sino un modo profundo de recordar la primacía de Dios y su señorío absoluto sobre la historia y el mundo”.  (CIC 304)

Vean ahora que Yo, sólo Yo soy, y que no hay más Dios que yo. Yo doy la muerte y la vida, yo hiero, y soy yo mismo el que sano, y no hay quien se libre de mi mano. (Dt 32, 39)

Prosperidad y mala suerte, vida y muerte, pobreza y riqueza, todo viene del Señor. (Eclo o Sir 11, 14)

Yo soy Yavé, y no hay otro igual, fuera de mí no hay ningún otro Dios. Sin que me conocieras estuve contigo, para que todos sepan, del oriente al poniente, que nada existe fuera de mí.  Yo soy Yavé, y no hay otro más; yo enciendo la luz y creo las tinieblas, yo hago la felicidad y provoco la desgracia, yo, Yavé, soy el que hace todo esto. (Is 45, 5-7)

¿Entonces?  ¿Cómo quedan las acciones que día a día, minuto a minuto, a lo largo de la historia han realizado y siguen realizando todos los seres humanos?

Comencemos por ratificar que Dios es el Señor de la Historia. Lo anuncia la Sagrada Escritura:  

El Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos;  pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad. (Sal 32, 10-11)

Pero en ese señorío de Dios sobre la historia, la fe y la razón nos muestran que hay un balance perfecto entre la Divina Providencia y la libertad del hombre.

Es un misterio grande éste.  ¿Cómo Dios, sin quitarnos la libertad sigue rigiendo la historia humana?  La fe que ilumina la razón y la razón que se deja guiar por la fe, deben irnos mostrando ese misterio en acción.

Y podemos irlo viendo a lo largo de nuestra propia vida, de la vida de otros y de la vida de las naciones y los pueblos. 

El Catecismo tiene un aparte titulado “La providencia y las causas segundas”, que se refiere precisamente a la Divina Providencia y a las acciones de los seres humanos.

Allí nos dice el Catecismo que “Dios es el Señor soberano de su designio. Pero para su realización se sirve también del concurso de las criaturas.  Esto no es un signo de debilidad, sino de la grandeza y bondad de Dios todopoderoso.  Porque Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su designio.”  (CIC 306)

Nótese los vocablos se sirve del concurso de las criaturas – cooperar en la realización de su designio.  Como podemos apreciar, muy significativos estos vocablos por el Catecismo.  Son frases que nos ratifican que, aún cuando hacemos uso de nuestra libertad, es Dios Quien dirige la historia.

En esto consiste el misterio de la Providencia Divina.  “Misterio”:  es decir,  no lo podemos comprender.  Y es que ¡cómo vamos a comprender que sin quitarnos la libertad, Dios es Quien dirige todo!

Ante esta evidencia misteriosa, tenemos que hacer como con cualquiera de los demás misterios de la fe cristiana:  no lo entiendo, pero lo acepto.

Pero ¿cómo queda la orden dada por Dios a la primera pareja humana “Llenen la tierra y sométanla” (Gn 1, 28)?

El Catecismo nos responde que “Dios concede a los hombres incluso poder participar libremente en su providencia confiándoles la responsabilidad de "someter'' la tierra y dominarla (cf Gn 1, 26-28).  Dios da así a los hombres el ser causas inteligentes y libres para completar la obra de la Creación, para perfeccionar su armonía para su bien y el de sus prójimos.” (CIC 307)

Y ¿cómo ubicar el sufrimiento humano en todo este panorama?  También lo aborda el Catecismo de manera impactante:  con el sufrimiento es que somos verdaderos colaboradores de Dios. (!!!)

A eso es que se refiere San Pablo cuando nos dice:  “Ahora me alegro cuando tengo que sufrir por ustedes, pues así completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo para bien de su cuerpo, que es la Iglesia.” (Col 1, 24)

Así lo explica el Catecismo:  “Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por su acciones y sus oraciones, sino también por sus sufrimientos”. (CIC 307)

El Arzobispo Fulton Sheen dice en su auto-biografía que, al pronunciar Jesús en la Cruz al momento de morir “Todo está consumado”, estaba diciéndonos que ya El había dado todo por nuestra salvación.  Pero algo falta, porque San Pablo nos dice que completa en su carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo.  (Col 1, 24) 

¿Qué es lo que falta?  Falta el aporte de la Iglesia de Cristo, el aporte de todos nosotros.  Cada uno en mayor o menor grado, según la Providencia Divina y/o en uso de su libertad, colabora -a menudo de forma inconciente- en completar la acción redentora de Cristo cuando une sus sufrimientos a los del Señor. 

 “Dios actúa en las obra de sus criaturas.  Es la Causa Primera que opera en y por las causas segundas” (CIC 308)

Pues Dios es el que produce en ustedes tanto el querer como el actuar para agradarle. (Fl 2, 13)

Hay diversidad de obras, pero es el mismo Dios quien obra todo en todos. (1 Cor 12, 6)

Este gran misterio de la Providencia Divina no resta nada a nuestra dignidad, más bien la realza.

Porque … ¿de qué vamos a presumir si fuimos sacados de la nada por Dios, nuestro Creador?  Entonces nada podemos si estamos separados de El, nuestro Dueño.  “Sin el Creador la creatura se diluye”, afirma el Concilio Vaticano II (GS 36, 3).

Más aún: ¿cómo vamos a lograr nuestra meta definitiva separados de Dios?  

Yo soy la vid y ustedes las ramas. El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, pero sin Mí, no pueden hacer nada. (Jn 15, 5)

Los discípulos, al escucharlo, se quedaron asombrados. Dijeron: «Entonces, ¿quién puede salvarse?  Fijando en ellos su mirada, Jesús les dijo: «Para los hombres es imposible, pero para Dios todo es posible.» (Mt 19, 25-26)

 

¿Dios nos obliga
a hacer su Voluntad?

La Divina Providencia y la libertad del hombre
(Tomado del Catecismo de la Iglesia Católica)

 

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