Retiros Católicos

RETIRO CUARESMA


LA HUMILDAD


.    ¿Cuán importante es la humildad para la salvación?

No entra al Cielo nadie que no sea humilde. Esta es una verdad que no se puede negar.   La humildad es indispensable para la salvación.

“Nadie llega al reino de los Cielos sino por la humildad” (San Agustín).

Si el orgullo pudo transformar instantáneamente a un ángel en demonio, ¿cómo no vamos a empeñarnos con verdadera decisión a ser humildes?  Para ello, necesitamos orar pidiendo humildad y también hay que practicar la humildad.

Pero, a pesar de lo necesaria que es la humildad para la salvación, ¿se le pone la atención debida a la humildad?  Hay que darle la debida prioridad a la búsqueda y práctica de la humildad.

Para Fray Cayetano de Bergamo, autor de Humildad de Corazón, la humildad es el tesoro escondido en el campo, que para adquirirlo hay que vender todo lo que poseemos (Mt. 12, 44).  Es la perla preciosa que para obtenerla también hay que vender todo lo que tenemos (Mt. 12, 45). 

.      Y ¿qué es todo lo que tenemos y que hay que vender?  ¿Qué es lo que tenemos de nosotros mismos y qué tenemos de Dios? 

Tenemos cosas que nos vienen de Dios y cosas que tenemos nosotros mismos.  De Dios hemos recibido todo lo que se refiere a bondad.

Y ¿qué cosas tenemos nosotros mismos?  Todo lo que significa imperfección y defecto.  Especialmente tenemos todo lo que nos impide ser humildes de verdad:  engreimiento, deseo de poder, vanidad (querer quedar bien, querer ser apreciado, reconocido, estimado, aprobado, consultado, alabado, preferido), defensa de  los propios criterios (que no suelen provenir de la oración, sino de los razonamientos estériles), defensa de los propios intereses, creerse indispensable, querer aparecer, defensa de la propia imagen, temor a perder la fama,  temor a la crítica y aún a la corrección,  etc. etc. etc., que son todas formas de orgullo. 

.     ¿Qué nos dice la Biblia sobre la humildad?

Varias veces la Biblia habla muy mal del orgullo, y pondera a la humildad como algo muy deseado por Dios.

Es tan grave el orgullo, que la Biblia muchas veces opone la falta de humildad a la maldad misma, como veremos en algunos textos.

El Antiguo Testamento habla de la humildad.  Y el Evangelio está lleno de ejemplos de Cristo perdonando todo tipo de pecados (cf.  la mujer adúltera, el ladrón arrepentido, etc.), pero también siendo implacable con el orgullo de aquéllos que quieren seguir siendo así.

En algunos versículos la Sagrada Escritura confronta a la humildad y el orgullo, y agrega serias advertencias:

El Señor sostiene a los humildes y humilla hasta el polvo a los malvados.  (Sal 147,6)

El Señor se fija en el humilde, pero conoce desde lejos al soberbio(Sal 138, 6)

“Dios resiste a los orgullosos y concede sus favores a los humildes”.  (Prov. 3, 34)

Y el Apóstol Santiago nos recuerda seriamente en su única y breve Carta esta grave sentencia del Libro de los Proverbios:  “No piensen que la Escritura dice en vano:  ‘Dios resiste a los orgullosos y concede sus favores a los humildes’” (St. 4, 6).

No te tengas por el más sabio.  Ten temor a Yavé y no seas malvado. (Prov 3, 7)

Comienza a ser humilde el pecador que reconoce que ha recibido de Dios todo lo que tiene.

Pues ¿quién te hace a ti superior? Y ¿qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué presumes como si no lo hubieras recibido?  (1 Cor 4, 7)

No se estimen en más de lo que conviene; tengan más bien una sobria estima según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual. (Rom 12, 3)

Dios gusta de los humildes -los mira y se complace en ellos:

El Señor sostiene a los humildes y humilla hasta el polvo a los malvados.  (Sal 147,6)

El Señor se fija en el humilde, pero conoce desde lejos al soberbio.  (Sal 138, 6)

Como los que son humildes no se glorían sino en su flaqueza, se abren al poder de la gracia que da frutos en ellos: 

«Mejor, pues, me preciaré de mis debilidades, para que me cubra la fuerza de Cristo … Pues si me siento débil, entonces es cuando soy fuerte».  (2 Cor 12, 9-10)

El Señor se revela a los humildes: 

En aquella ocasión Jesús exclamó: «Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, pues así fue de tu agrado». (Mt 11, 25)

Pero, además, Dios gusta manifestar su sabiduría a través de los humildes a los que el mundo desprecia:

Pues las locuras de Dios tienen más sabiduría que los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres.  Fíjense, hermanos, en ustedes, los elegidos de Dios: ¿cuántos de ustedes tienen el saber humano o son de familias nobles e influyentes? Dios ha elegido lo que el mundo considera necio para avergonzar a los sabios, y ha tomado lo que es débil en este mundo para confundir lo que es fuerte.  Dios ha elegido lo que es común y despreciado en este mundo, lo que es nada, para reducir a la nada lo que es.  Y así ningún mortal podrá alabarse a sí mismo ante Dios.  (1 Cor 1, 25-29)

Para crecer en humildad es útil meditar y orar sobre la santidad de San Juan Bautista, a quien el Señor envía a prepararle el camino y no piensa sino en disminuirse:  

Hay uno a quien ustedes no conocen,  y aunque viene detrás de mí, yo no soy digno de soltarle la correa de su sandalia  (Jn 1, 26-27).  Es necesario que El crezca y que yo disminuya (Jn 3, 30).

ORACION
Que yo disminuya, Señor,
para que Tú crezcas.

Que yo me opaque
para que Tú brilles.

Que yo desaparezca, Señor,
para que Tú te muestres.

Que yo me esconda, Señor,  
para que Tú seas el Único que luzcas.

.      ¿Cómo practicar la humildad con los demás?

La humildad es virtud que debe estar presente en cualquier relación interpersonal.  Primero y ante todo en nuestra relación con Dios.  Luego con sus representantes en la tierra, desde el Papa hasta los Sacerdotes.  Pero también en la familia, con quienes trabajamos, sean superiores, pares o subalternos.  Tratar a todos como Cristo quiere que los tratemos.

Cuando el humilde ve a otros actuando mal, se compadece de ellos, pero no se escandaliza.  Sabe que es capaz de cometer los mismos pecados.  No es esclavo de las opiniones, las modas, las costumbres o los valores del mundo, porque no tiene otro deseo que seguir a Dios y ser agradable a El. 

¿Cómo corregir, aconsejar, proponer?  No debemos contradecir a otros siguiendo la propia voluntad, que cuando ésta no está guiada por la Voluntad de Dios será injusta y errónea.  Eso es actuar con orgullo.  Pero cuando nuestra oposición a otros proviene del deseo de seguir a Dios, estamos actuando con humildad, porque en ello estamos sometidos  a Dios y a su Voluntad. 

Se piensa erróneamente que una persona humilde debe ser débil, tímida, tonta.  Al contrario, es fuerte y perseverante, pero magnánima y generosa.  El que es humilde siempre es valiente, porque tiene la fuerza que le viene de su sumisión a Dios.  Sin embargo, en todo hay que actuar con mansedumbre y compasión.

El humilde obedece a los hombres, cuando en ese acto también está obedeciendo a Dios, pero asimismo rehúsa someterse a los hombres, cuando obedeciéndoles desobedecerían a Dios.  Como San Pedro y San Juan en el Sanedrín:  «Juzguen ustedes si es correcto delante de Dios que les hagamos caso a ustedes, en vez de obedecer a Dios.» (Hech 4, 19)

.      ¿Cómo puedo ir creciendo en esta indispensable virtud de la humildad?

Reflexionando sobre mi condición humana y la magnificencia de Dios. Esto es meditación (oración mental) sobre esta realidad.

Reconociendo mi bajeza y mi falta de méritos ante Dios. “Que yo te conozca, Señor, y que yo me conozca”, oraba San Agustín para pedir humildad. “Que conozca MI medida y TU MEDIDA, Señor”.

Dios es Todo, el Omnipotente. Y yo soy nada. Nada soy que no me venga de Dios. Reconocer esto y estar convencido de esto es el comienzo de la humildad.

Es Cristo el que nos da esta seguridad delante de Dios, no porque podamos atribuirnos algo que venga de nosotros mismos, ya que toda nuestra capacidad viene de Dios. (2 Cor 3, 4-5)

Para ser verdaderamente humilde el alma tiene que reconocer que su verdadera ubicación es ser totalmente dependiente de la omnipotencia, de la providencia y de la misericordia de Dios. Y así, al encontrar que no tiene nada en sí que no sea de Dios, lo único que considera como propio es su nada.

Por eso un alma humilde puede ADORAR. Y la ADORACION la va haciendo más humilde.

Otra consecuencia:  permaneciendo consciente de su nada, se coloca al mismo nivel del resto de las personas, sin elevarse ni un poquito por encima de ellas.  Si todos somos NADA, ¡todos estamos al mismo nivel!

No hay Santo, así haya sido muy santo e inocente, que no se considere el mayor pecador del mundo.  Y no es show, ni exageración.  Es que se da cuenta de la infinita distancia entre Dios y él.  Como San Pedro, que después de la primera pesca milagrosa le exclama al Señor:  Apártate de mí, Señor, que soy un pecador (Lc 5, 8).  No se siente digno es poder estar cerca de Dios.

Es que como seres humanos, nuestra naturaleza está corrompida y tiene una tendencia natural al pecado.  Así que somos capaces de cometer cualquier clase de pecado. 

Y si no hemos cometido pecados demasiado graves no es porque somos muy virtuosos, sino porque la gracia divina nos ha sostenido.  Si Dios no nos mantuviera en su gracia, de nuestra cuenta, sólo podemos perdernos, condenarnos.

Puede suceder, y de hecho ha sucedido, que algunos que han sido buenas personas y han tratado de vivir santamente, de repente caen, y caen feo.  Puede ser que esa caída inesperada le evidencie su debilidad, especialmente si ha contado con sus propias fuerzas y no con Dios.  ¡Qué no haríamos si fuéramos abandonados del constante auxilio de la gracia divina! 

El Señor lo hará todo por mí, Señor, tu amor perdura para siempre, no abandones la obra de tus manos. (Salmo 138, 8 )

Al pedir la humildad sabemos que estamos pidiendo algo que Dios desea darnos y que le agrada mucho.  Y sabemos que la humildad es de las cosas buena que El desea concedernos. “Pidan y se les dará… el Padre de ustedes, que está en el Cielo, dará cosas buenas a los que se las pidan! (Mt 11, 7 y 11)

.      ¿Cómo adquirir humildad? 
       ¿Cómo ser más humilde?

Es Santa Teresa de Jesús quien nos da algunos consejos para poder ir creciendo en humildad.  Ella trata esto en Camino de Perfección, y Fray Gabriel de Santa María Magdalena lo expone en una obra que complementa muy bien Intimidad Divina, titulada El Camino de la Oración,  basada en charlas que dio a las Carmelitas Descalzas de Roma entre 1945 y 1947.

Santa Teresa presenta tres formas de adquirir humildad:

1º.   Huir de las mayorías (de la pre-eminencia, es decir, de los primeros puestos de que nos habla el Señor):

Hay que evitar cualquier manera de anteponerse a los demás. 

¿Por qué somos tan inclinados a preferirnos a los demás?  Porque en el fondo de nosotros creemos que valemos más. 

Al creer que somos más capaces, buscamos que nuestro deseo, nuestra idea, nuestro parecer, sea reconocido por bueno.  Y en vez de reservarlo, lo exponemos.  Y a veces lo exponemos hasta con arrogancia.

Esto es exactamente lo contrario a lo que hizo Jesús.  El que era la Luz Eterna, se opacó, se ocultó, no dejó traslucir su poder. El no hizo alarde de su categoría de Dios, apareciendo como cualquiera de nosotros y rebajándose hasta la muerte, y muerte de cruz.  (Flp. 2, 6-8)

En la práctica de la humildad hay que desear ser relegado a los últimos puestos (y no se trata del último puesto en la cola), sino del menos importante, menos necesario, menos apreciado, menos tomado en cuenta.  A esto se refería el Señor sobre los últimos puestos en los banquetes (cf. Lc 14, 7-11), pero se refiere a cualquier situación que en el diario vivir se puede presentar

Mientras esté vivo el amor propio, no estamos en humildad.  Así que si no mortificamos esa tendencia espontánea a la preeminencia (“mayorías” las llama Santa Teresa), no llegaremos a ser humildes.Tampoco llegaremos a la unión con Dios, mientras persistamos en esta forma de orgullo. 

Como la humildad se adquiere con el abajamiento, cuando nos asalte algún pensamiento de inclinación a la preeminencia, hay que combatirlo enseguida.  Orando, pidiendo ayuda.   Y meditando:   ¿qué hizo Jesús que era Dios?  ¿qué haría Jesús en mi lugar?

2º.   Practicar la renuncia de nuestros pequeños derechos:

Enfatiza esto Santa Teresa:  huir de  “razón tuve”, “hiciéronme sinrazón”, “no tuvo razón quien esto hizo conmigo”.   No hay pensar así, ¡mucho menos decirlo!

Es normal que uno se sienta ofendido.  No somos de piedra.  Pero que no pase de allí.  Si le damos curso a tales ideas y pensamientos, vamos mal.  Santa Teresa los llama “malas razones”.  Malas porque no estamos actuando con diligencia para adquirir humildad, no estamos siendo humildes.

El que no quiere llevar sino la cruz que cree merecida y rechaza las que considera injustas, ¿cómo va a progresar en la humildad?

Y la verdad es que ¿qué más podemos esperar de las relaciones interpersonales entre seres humanos imperfectos y pecadores?  ¿Cómo vamos a esperar siempre ser tratados con perfecta justicia? 

En las relaciones inter-personales siempre podremos conseguir ocasiones para ceder nuestros legítimos derechos.  Prueba y verás…

Adicionalmente, podemos comprobar que la humildad es virtud que debe estar presente en cualquier relación interpersonal. 

La primerísima relación es con Dios.  Luego con sus representantes en la tierra, desde el Papa hasta los Sacerdotes.   Pero también en la familia, con quienes trabajamos, sean superiores, pares o subalternos.  Tratar a todos como Cristo los trataría, como El quiere que los tratemos.

No se trata de pensar
que no tenemos esos derechos:
       Se trata de no exigirlos y no estar –como solemos estar- en permanente estado de alerta para defenderlos. 
       Se trata de dejarlos pasar,
de no darnos por enterados,
Se trata de evitar roces y conflictos
por ello
.

Porque suele suceder -¿no es cierto?- que uno podrá creer que tiene la razón, mientras el otro o los otros piensan que uno se equivoca.

Este “dejarlo pasar” nos va preparando para la tercera proposición de Santa Teresa:  “no excusarnos”, la cual veremos enseguida.

¿Queremos crecer en humildad?¿Queremos santificarnos? 

Si es así, ese dejar pasar puede ofrecerse al Señor. 

Entonces las cosas pequeñas del diario vivir se van convirtiendo en peldaños de humildad y santidad.

En el tejido de las relaciones humanas es cierto que hay derechos de unos y de otros.  Unas veces pueden herirnos o disgustarnos a nosotros.  Pero muchas veces nosotros podemos ser causa de dolor y desagrado de otros. 

Si uno no se va olvidando de sus propios derechos y quiere estar defendiéndolos en todo momento, acabará por ser uno quien ofenda a los demás.

Pueda que nos sintamos agredidos, insultados, perseguidos y hasta calumniados con alguna humillación.  No somos de piedra, así que vamos a sentir la turbación y el dolor que causa la humillación.  Pero eso no significa que no podamos sufrir estas pruebas con verdadera humildad, sometiendo nuestros sentimientos a la razón y sacrificando nuestro amor propio por el amor de Dios.  Todo esto con miras a crecer en humildad.

Si me siendo agredido por alguna palabra ofensiva que se me ha dicho, o por alguna descortesía, ¿de dónde proviene el sentimiento de dolor, de perturbación?  No viene sino de mi orgullo.  Si fuera verdaderamente humilde, no me quitarían la paz, ni la calma, sino que quedaría tranquilo. 

¿Cómo es posible permanecer impasible ante una injusticia y un ataque inmerecido?  Por la promesa de Jesús: 

“Aprendan de Mí que soy manso y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso” (Mt 11, 29)

Y si no sucede así, tenemos que preguntarnos:  ¿Por qué te afliges, alma mía, por qué te quejas? Espera en Dios, que aún he de alabarlo, salud de mi rostro, Dios mío. (Sal 42, 12)

Y cuando pensamos en los derechos de Jesús que El no defendió, rebajándose hasta lo indecible, ¿qué son las pequeñas cosas que tenemos que obviar para renunciar a nuestros derechos?  “Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo” (Col 1, 24)

Y cuando se nos acuse sin merecerlo,
podemos pensar cuántas cosas buenas
recibimos del Señor sin tampoco merecerlas.

3º.   Aceptar las humillaciones – No excusarse:

La humildad no llega a afianzarse de verdad en el alma, sino cuando Dios la afianza.  Y ¿cómo la afianza?  Por medio de humillaciones.  Así de simple, así de arduo:  simple para decirlo y arduo para soportarlo, pero no imposible.

Esta actitud de aceptación de las humillaciones está respaldada por aquéllas palabras de Jesús:  todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado (Lc 14, 11).

La humillación es cosa difícil de aceptar.  “Comida dura y amarga para el alma, pero sumamente nutritiva”, dice Santa Teresa.  Así que si de veras queremos humildad, aceptemos y –más aún- amemos las humillaciones, aunque nos sean muy duras. 

Podemos buscar nosotros mismos algún tipo de humillación.  Según el autor de la Imitación de Cristo, sería muy provechosos para nosotros y para nuestra humildad, por ejemplo, que otras personas conozcan nuestras faltas y puedan reprochárnoslas.  

Sin embargo, hay que tener cuidado, porque las humillaciones que nos buscamos nosotros mismos pueden ser peligrosas, ya que la vanidad nos las puede presentar como práctica de humildad y podrían ser todo lo contrario:  más alimento para la vanidad. 

Así que preferible es pedirlas al Señor y aceptarlas cuando vengan, que vendrán. El Señor no nos dejará vacíos de humillaciones, si de veras se las pedimos para progresar en humildad.

Y cuando vengan, en vez de huir de las humillaciones, hay que aceptarlas y abrazarlas.  Es que convienen mucho a nuestra vida espiritual.

Un ejercicio espiritual altamente provechoso es éste de aceptar las humillaciones que nos vienen de fuera. Esas humillaciones tienden a rebajar nuestra vanidad y amor propio, porque al sacrificar algo tan preciado, como son nuestros legítimos derechos, aceptando ciertas humillaciones, podemos ir creciendo en humildad. 

Y esas humillaciones involuntarias que nos envía la Providencia Divina, y que podemos soportar con paciencia,  sí que nos santifican.

Así nos aconseja el Espíritu Santo en la Sagrada Escritura:  Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y en los reveses de tu humillación sé paciente. Porque en el fuego se purifica el oro, y los aceptos a Dios (se purifican) en el horno de la humillación. (Ecloo o Sir 2, 4-5)

Dice Santa Teresa que es bueno “verse condenar sin culpa”.  Esto es una maravillosa práctica de humildad “que trae consigo grandes ganancias”.

Como la humildad no se consigue sino con la humillación, Santa Teresa considera de gran bien ser culpados aún en cosas graves e importantes y ser condenados injustamente.

Santa Teresa observa que a veces nos acusan de cosas falsas sin que haya razón. Pero ¿cuántas veces a pesar de haber faltado nadie nos dice nada?  Una cosa por la otra, especie de justicia compensatoria muy ingeniosa.

Y otra observación ingeniosa de la Santa:  preferible es ser condenados de faltas que no hemos cometido, a ser condenados de faltas realmente cometidas.

Y cuando el Señor lo considera oportuno, El sale en defensa de las personas que no se excusan.  Recordemos cuando en el episodio con Marta y María, ésta no tuvo que defenderse, porque Jesús lo hizo por ella.

Sin embargo, Santa Teresa advierte que hay casos en que es necesario disculparse. No hay que caer en extremos.  Pueda ser que por caridad haya que justificarse.  Habría que hacerlo cuando callar sería causa de disgustos o de escándalo, o ser causa de origen algún perjuicio a terceras personas. 

Por ejemplo, si otra persona pudiera ser movida a la ira, o sufrir por eso, o ser motivo de escándalo, esas consideraciones nos exigirían disculparnos. 

Si aceptar una humillación sin excusarse, afectara a terceros, hay que optar por la excusa.  Pero hay que cuidar que cuando hubiera que justificarse, debe hacerse con sobriedad y caritativamente, para no perder el beneficio de la humillación.

La humillación no es causa automática de crecimiento en humildad.  Por eso San Bernardo distingue entre ser humillado y ser humilde. 

Es que no es la humillación misma lo que hace crecer en humildad, sino el acto interior por medio del cual esa humillación es aceptada como una manera de imitar a Cristo humilde. 

Se está siendo humilde, entonces, cuando se convierten las humillaciones en humildad, cuando interiormente se piensa:  “es bueno para mí que me hayas humillado, Señor”.

ORACION

Señor, ni siquiera sé cómo es la humildad.
Pero sé que no tengo humildad.
Y sé que no puedo obtenerla por mí mismo.
Además sé que sin la humildad
no puedo ser salvado.

Así que sólo me queda
pedírtela a Ti, Señor.

Dame la gracia de pedirla como debo.
Tú has prometido darme
todas las cosas necesarias para mi salvación eterna.
Y sé que la humildad es indispensable
para la salvación.

Deseo fervientemente ser humilde, Señor.
¿Y de dónde viene este deseo
si no de Ti, Señor?

Por tu infinita Misericordia, concédeme la humildad, Señor.
Ayúdame a ser humilde.
Hazme manso y humilde de corazón,
como Tú, Señor.

Amén

 

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