¿Qué es la salvación?

3.    Pero …
¿quiénes son hijos de Dios?

Dios nos eligió en Cristo -antes de crear el mundo- para que fuéramos santos e irreprochables a sus ojos, y determinó -por pura iniciativa suya- que fuéramos sus hijos, para que por la gracia que nos ha concedido por medio de su Hijo amado, lo alabemos y glorifiquemos”. (Ef 1, 4-6)

¡Qué alegría saber que Dios nos eligió -desde antes de crear el mundo- a ser sus hijos y a ser santos e irreprochables ante sus ojos!  Y que este inmensísimo privilegio ha sido por pura iniciativa suya.

Esto significa que es Dios Quien ha tomado la iniciativa primero.  Es Dios Quien da el primer paso:  es El Quien nos busca primero y nosotros tenemos la opción de responderle o de no responderle.

San Pablo nos dice, entonces, que por pura iniciativa divina, y por la gracia que nos ha concedido Dios en su Hijo Jesucristo, podemos ser hijos de Dios.

Veamos bien:  todos los seres humanos somos creaturas de Dios.   Pero, tal como lo dice San Pablo en otra de sus cartas, “son hijos de Dios los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios” (Rom. 8, 14).

Y, no es sólo San Pablo quien pone condiciones a la filiación divina, también San Juan al comienzo de su Evangelio:  “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron ... Pero los que lo recibieron, que son los que creen en su Nombre, les concedió ser hijos de Dios” (Jn. 1, 11-12).

¿Nos damos verdadera cuenta del privilegio que es poder llamar ¡nada menos que a Dios! “Padre”, porque si cumplimos las condiciones realmente somos hijos suyos?

Significa, entonces, que el llegar a ser hijos de Dios y herederos del Cielo es una opción.  Y esa opción supone condiciones.  Una de estas condiciones es la fe en Dios y en su Hijo Jesucristo y en todo lo que El nos ha propuesto y nos exige.  Esto es lo que significa el “recibir” a Jesucristo de que nos habla San Juan.  Recibirlo es aceptarlo a El y aceptar su mensaje de salvación.

Otra condición, necesaria consecuencia de una fe cierta, es la que propone San Pablo:  son hijos de Dios “los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios”.  Y dejarse guiar por el Espíritu de Dios es ir descubriendo y aceptando –incondicionalmente- la Voluntad de Dios para nuestra vida.  Es ir descubriendo “el tesoro de su gracia” encerrado en “el misterio de su Voluntad”. (Ef 1, 5-6)

Con este programa de vida podremos llegar a ser santos e irreprochables ante El, cuando –llegado el momento- nos presentemos así ante el justo Juez y podamos recibir la herencia prometida:  el Cielo en el momento de nuestra muerte y la gloria de la resurrección en el Juicio Universal al fin de los tiempos.

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