7-1_VIVIR EN GRACIA
SEÑALES 1ª Señal: 1. ¿Qué significa estar en Gracia de Dios? Significa tener el alma libre de pecado mortal.
Vivir habitualmente en gracia no significa nunca pecar; no significa ser impecables. Vivir habitualmente en gracia significa no querer pecar y, caso de caer en pecado, arrepentirse y confesarse para volver a estar en gracia. Vivir habitualmente en gracia y crecer en la gracia es la mayor señal de todas en el camino de la salvación. Por el contrario, una señal muy clara de condenación eterna es vivir habitualmente en estado de pecado, sin preocuparse ni poco ni mucho por salir de ese estado de ausencia de la gracia divina.
A veces se oye la expresión “desgracia” para señalar algún acontecimiento doloroso, controversial, inconveniente. Pero si analizamos “desgracia” etimológicamente, encontramos que des-gracia es no tener la Gracia Divina. Así que la verdadera desgracia es no estar en gracia, no estar en amistad con Dios, por estar en pecado mortal.
La Gracia de Dios, la Gracia Divina, es la vida de Dios en el alma de cada ser humano. Esta Gracia que es la Vida de Dios en uno se llama Gracia Santificante.
La Gracia, como su nombre lo indica, nos viene “gratis”. La palabra gratis viene de gracia. Ese es el primer punto: la Gracia nos viene sin ningún merecimiento de nuestra parte. Nos viene porque Dios, Que nos ama infinitamente, nos da su Gracia gratis. No la merecemos. La Gracia Santificante la recibimos en el Bautismo. El Bautismo también nos hace hijos de Dios, herederos del Cielo y miembros de la Iglesia que Jesucristo fundó, la Iglesia Católica. Al comienzo del Evangelio de San Juan leemos que se nos ha dado “la capacidad para ser hijos de Dios”. (Jn 1, 12) Y San Pablo nos dice: “El mismo Espíritu le asegura a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos de Dios, somos herederos. Nuestra será la herencia de Dios, y la compartiremos con Cristo, pues si ahora sufrimos con El, con El recibiremos la gloria” (Rm. 8, 16-17). 6. Esa Gracia que recibimos al ser La Gracia Divina recibida en el Bautismo no puede quedarse así, estancada, débil, en semilla. Tiene que aumentar. De eso se trata el camino de salvación: de ir creciendo en la Gracia, de ir siendo cada vez más santos, más parecidos al Señor y a la Santísima Virgen María. Dios nos ha proporcionado muchas maneras de hacer crecer la Gracia en nosotros:
OBRAS CORPORALES DE MISERICORDIA OBRAS ESPIRITUALES DE MISERICORDIA
La Gracia Santificante disminuye con cada pecado venial de acción u omisión. Los pecados no graves disminuyen y van debilitando la vida de la Gracia, sean faltas no graves que cometemos o cosas buenas que dejamos de hacer, pudiendo hacerlas.
Sí. Lamentablemente la perdemos cada vez que cometemos algún pecado mortal. El pecado mortal es un pecado grave, mediante el cual cortamos nuestra relación con Dios y ya El no vive en nuestra alma. El alma está muerta. Por eso los pecados que causan la muerte del alma se llaman mortales. Caer en pecado mortal es algo grave y triste, pero no debe llevar a nadie a la desesperanza, porque Dios siempre, siempre, nos perdona, no importa lo malo que hayamos hecho ... si de veras nos arrepentimos y pedimos perdón. El siempre quiere perdonarnos, y nos busca con amor para darnos su perdón. Esto lo vemos expresado muy bien en la parábola de la oveja perdida y en la del hijo pródigo. Pero ¡ojo! que este Amor maravilloso de Dios y su Misericordia infinita no nos lleven al pecado de presunción: creer que podemos andar en pecado, alejados de Dios, de espaldas a El, sin que esto tenga ninguna consecuencia para nuestra vida espiritual. Con esa actitud estamos arriesgando la salvación eterna.
Dios es tan bueno, tan infinitamente Bueno que, sabiendo que los seres humanos íbamos a matar la Vida de Gracia en nuestra alma, nos dejó un recurso que nos restablece la Gracia. Es el Sacramento de la Confesión.
Es la forma que Jesús nos dejó para que cada vez que cayéramos en pecado, pudiéramos levantarnos y recibir de nuevo la Gracia, su Vida en nosotros.
Es importante notar que Jesús dejó dispuesto el Sacramento de la Confesión como única manera de ser perdonados de los pecados graves. Así que no vale decir "yo me confieso con Dios". Hay que confesarse con un Sacerdote. Es lo que Jesucristo dejó establecido. Y la Confesión no es un tribunal de condena, sino un tribunal de perdón. Y no sólo eso, sino que es un verdadero encuentro con Dios, que continuamente busca encontrarse con el pecador arrepentido. “Ir a confesarse no es ir a la tintorería para que te quiten una mancha. ¡No! Es ir a encontrar al Padre, que reconcilia, que perdona y que hace fiesta … cuando Dios perdona ‘hace fiesta’ y ‘olvida’, puesto que lo que le importa a Dios es “encontrarse con nosotros”. (Papa Francisco, homilía del 23-1-2015) El Sacramento de la Confesión consta de 5 pasos: 1. Examen de Conciencia 2. Arrepentimiento, que puede ser:
3. Propósito de no volver a pecar 4. Decir los pecados al Confesor 5. Cumplir la penitencia 12. De estas condiciones ¿cuáles serán más importantes para ir progresando en el camino de salvación? De estos pasos o condiciones del Sacramento de la Confesión, hemos de destacar que para comenzar hay que arrepentirse de los pecados cometidos. Esa es la más importante condición antes de ir a confesarse con un Sacerdote. De hecho, hay que hacer notar que la gracia sacramental que confiere la Confesión no cae sobre los pecados que hayamos cometido y que estemos confesando, sino más bien sobre el arrepentimiento que tengamos al confesarlos. Es como si el perdón de los pecados y demás gracias del Sacramento de la Confesión se arraigaran en el rechazo al pecado que tenga el penitente, no en los pecados mismos. (cf. Frequent Confession, Dom Benedict Baur, osb -1922 –traducción al Inglés Patrick Barry, sj -1959). Es decir: sin arrepentimiento no hay perdón de los pecados. Pedir perdón a Dios. Debemos acostumbrarnos a esto. Pedir perdón es lo que hay que hacer preferiblemente en cuanto nos demos cuenta de haber caído es éste o aquél pecado. Y arrepentirse porque esa falta, aún pequeña, ha ofendido a Dios. Debemos saber entonces que el recibir el perdón de los pecados y la gracia sacramental de la Confesión depende del arrepentimiento y de la aversión al pecado que tenga el que se confiesa. La otra condición de suma importancia es el propósito de enmienda o de no volver a pecar. De hecho el propósito de enmienda suele estar conectado con el arrepentimiento cuando éste es genuino. A veces el propósito de enmienda puede estar implícito en el arrepentimiento. Y esto basta para recibir el perdón del pecado o los pecados que hemos confesado. Pero a veces no hay propósito ni explícito ni implícito. A veces estamos arrepentidos, pero si nos examinamos bien, sabemos que como que no estamos bien decididos a apartarnos de "x" pecado. Por eso, para progresar en el camino de salvación y de santidad, es más útil hacer un propósito de enmienda explícito de los pecados confesados, así sean éstos veniales. Y cuando el pecado es mortal, es absolutamente necesario el propósito de enmienda explícito. En cuanto a los veniales, que suelen ser hábitos no graves arraigados en nosotros, el propósito de enmienda puede consistir en la decisión de luchar contra ellos o en el tomar medidas que disminuyan su frecuencia. En la lucha contra los pecados veniales debemos de veras esforzarnos en evitarlos, aunque el vencerlos definitivamente pueda tomar algún tiempo. Se trata de evitar esas confesiones en que decimos los mismos pecados veniales, cuando estas repeticiones se deben a que realmente no hemos hecho el esfuerzo de evitarlos o al menos reducir su frecuencia. El combate espiritual es un trabajo de paciencia, porque desarraigar hábitos toma tiempo. Pero también debe ser de perseverancia, porque de veras hay que tener un verdadero deseo de desarraigar esos pecados veniales. Es como el trabajo del jardinero que saca el monte de la grama cada vez que lo ve crecer. Cada vez que va, el monte ha vuelto a salir. Pero después de un tiempo ya desaparece definitivamente. Las confesiones de pecados repetidos son válidas, pero al no estar luchando contra ellos no se está aprovechando la gracia sacramental para de veras progresar en la vida espiritual y en la santificación. ¿Cómo enfocar esta lucha? En cuanto a la lucha en sí contra algún pecado venial, hay que saber cómo hacer propósitos de no cometerlos. Por ejemplo, decirse uno que más nunca va a perder la paciencia o que más nunca va a ser orgulloso son propósitos imposibles de cumplir. De intentarlo así, va a ser un fracaso. Más bien pensar de esta manera: en cuanto me dé cuenta que he caído en un pensamiento de orgullo, lo rechazo de inmediato y me arrepiento. En cuanto me esté impacientando, oro y trato de controlarme para no caer en la ira. Y estos propósitos pueden repetirse en cada confesión y durar un tiempo hasta que se hayan erradicado o disminuido considerablemente las caídas en uno o varios pecados específicos. Elemento muy importante tiene que ser -por supuesto- la oración. al pedir las gracias para combatir los malos hábitos, estamos siendo humildes, pues estamos reconociendo nuestra incapacidad en esta lucha. Podemos orar así: "Dame un corazón manso y humilde como el Tuyo, Señor" (cf Mt. 11, 29). "Dame un corazón compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad" (cf Ex 34, 6). Estos son ejemplos de "las cosas buenas que el Espíritu Santo da a quienes se las pidan" (Lc 11, 13). Lo importante para nosotros no es tanto el no caer más nunca en un determinado pecado, sino que nunca nos acostumbremos a estarlo cometiendo o a ser indiferentes y descuidados con respecto de sus causas, y que de veras los rechacemos cuando se presenten, para así poder progresar debidamente en el camino de la salvación. Si no se enfoca así el combate espiritual, se puede caer en el desánimo y en la desilusión o en los escrúpulos. Sobre los escrúpulos, unos comentarios del Padre Pío (1887-1968): "Con confianza acudamos al sacramento de la penitencia donde el Señor nos espera en todo momento como un Padre de misericordia. Es cierto que en su presencia somos conscientes de no merecer su perdón; pero no dudamos de su misericordia infinita. Olvidemos, pues, nuestros pecados (los ya confesados) como Dios los olvida antes que nosotros. "No hay que volver sobre ellos, ni con el pensamiento ni en la confesión, si ya los hemos confesado anteriormente. Gracias a nuestro arrepentimiento sincero, el Señor los ha perdonado una vez por todas. Querer volver sobre ellos para quedar de nuevo absueltos o porque dudamos que nos hayan sido perdonados ¿no sería una falta de confianza en la bondad divina? "Si ello te trajera algún alivio, puedes volver con tu pensamiento sobre las ofensas contra la justicia de Dios, o su Sabiduría, o su Misericordia, pero únicamente para llorar lágrimas saludables de arrepentimiento y de amor." (Tomado de los comentarios del Evangelio del Día, Sábado Semana 1 Adviento B del 6-12-2014) 13. ¿Cómo lograr que el propósito de enmienda sea más efectivo? El secreto está en concentrarnos en lo positivo. ¿Cómo? Es cierto que hay que estar alerta ante las tentaciones que nos puedan llevar a caer en el o los malos hábitos que estamos tratando de combatir. Pero no hay que estar sólo o demasiado pendiente de esto. Para ir venciendo los pecados veniales que retrasan nuestro avance en la salvación y la santidad, hay que poner la mirada en las demás "señales de salvación", en lo positivo: . Amor a Dios –entrega a su Voluntad- que nos lleva a amar al prójimo como Dios nos ama y como Dios los ama, siendo serviciales, tolerantes, magnánimos, comprensivos… . Vida de oración, de Adoración, que nos lleva a una Fe cierta y a poder vivir en la Voluntad de Dios, a pesar de las tentaciones que se presenten y de los valores falsos que nos rodean. . Fortalecer la voluntad negándonos a nosotros mismos o también ofreciendo algunas pequeñas penitencias, como puede ser agregar el ayuno eclesiástico los viernes en que la Iglesia sólo exige la abstinencia de carne. Pero también puede ser cualquier otro u otros sacrificios. . Confianza en la Providencia Divina y aceptación cristiana del o los sufrimientos que pudieran presentársenos.
En realidad no hay obligación de confesar los pecados veniales. Esto es lo que enseña la Iglesia, porque hay muchos medios por medio de los cuales son perdonados los pecados que no son graves. Veamos cuáles son esos medios de perdón de los pecados veniales: . actos de arrepentimiento perfecto, en los que nos arrepentimos por amor a Dios y no por temor a las consecuencias de los pecados. . actos de amor a Dios (confianza, entrega, alabanza, adoración) . actos de amor al prójimo, cuando éstos provienen de motivos sobrenaturales y no de mera filantropía o altruismo, los cuales tienen su origen en motivaciones humanas. . oraciones litúrgicas, como el Yo confieso, o también el Acto de Contrición. . El principal medio de perdón de los pecados veniales es la Sagrada Comunión, la cual debe ir precedida de un acto de arrepentimiento sincero y cierto. Esto se hace en la Santa Misa en la Liturgia Penitencial con que comienza toda Misa, que es el momento para recordar los pecados cometidos y arrepentirnos de ellos.
El Catecismo de la Iglesia Católica ratifica la declaración del Concilio de Trento, que recomendó la confesión de los pecados veniales. Y nos recuerda que hasta el Código de Derecho Canónico recomienda la confesión de los veniales. (CDC #988-2) "Sin ser estrictamente necesaria, la confesión de los pecados veniales, sin embargo, se recomienda vivamente por la Iglesia. En efecto, la confesión habitual de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo, a progresar en la vida del Espíritu. Cuando se recibe con frecuencia, mediante este sacramento, el don de la misericordia del Padre, el creyente se ve impulsado a ser él también misericordioso (cf Lc 6, 36)". (CIC #1458)
Veamos con detalle las ventajas que nos aporta el Catecismo y algunas otras:
Podemos resumir estas ventajas con un extracto de la Encíclica del Papa Pío XII, Mystici Corporis #39, año 1943: "Esto mismo sucede con las falsas opiniones de los que aseguran que no hay que hacer tanto caso de la confesión frecuente de los pecados veniales, cuando tenemos aquella más aventajada confesión general que la Esposa de Cristo hace cada día, con sus hijos unidos a ella en el Señor, por medio de los sacerdotes, cuando están para ascender al altar de Dios. Cierto que, como bien sabéis, Venerables Hermanos, estos pecados veniales se pueden expiar de muchas y muy loables maneras; mas para progresar cada día con mayor fervor en el camino de la virtud, queremos recomendar con mucho encarecimiento el piadoso uso de la confesión frecuente, introducido por la Iglesia no sin una inspiración del Espíritu Santo: con él se aumenta el justo conocimiento propio, crece la humildad cristiana, se hace frente a la tibieza e indolencia espiritual, se purifica la conciencia, se robustece la voluntad, se lleva a cabo la saludable dirección de las conciencias y aumenta la gracia en virtud del Sacramento mismo. Adviertan, pues, los que disminuyen y rebajan el aprecio de la confesión frecuente entre los seminaristas, que acometen empresa extraña al Espíritu de Cristo y funestísima para el Cuerpo místico de nuestro Salvador." 17. ¿Qué ventaja nos da la confesión de los pecados veniales con relación a la pena temporal o purificación requerida por esos pecados? "Cuando los pecados veniales son perdonados en la Confesión, la pena temporal que ellos conllevan queda remitida en mayor grado a cuando esos pecados son perdonados fuera del Sacramento, aunque los sentimientos de arrepentimiento fuesen los mismos" (traducción libre de Frequent Confession, Dom Benedict Baur, osb -1922 –traducción al Inglés Patrick Barry, sj -1959). La pena temporal –pena de purificación- queda parcial o totalmente remitida con el Sacramento de la Confesión. Pero lo que permite esta disminución de pena temporal es la penitencia impuesta por el Sacerdote y cumplida debidamente por el penitente. Es decir, la penitencia que nos pone el confesor sirve para descontar la deuda de la pena temporal o purificación que requieren los pecados confesados. Pero adicionalmente es muy recomendable hacer algunas penitencias de nuestra parte que vayan en contra del pecado que estamos cometiendo o del vicio que estamos tratando de corregir. Esos pequeños sacrificios y negaciones no sólo nos ayudan en la lucha contra el pecado, sino que también contribuyen a disminuir las penas de purificación. Esta ventaja de que el perdón de los pecados veniales en la Confesión, cumpliendo la penitencia impuesta, va disminuyendo el tiempo de purificación de éstos en la otra vida, es indiscutiblemente uno de los argumentos más importantes en pro de la confesión frecuente.
Ideal es cada 2 semanas, pero podría ser semanal también. El propósito de la frecuencia en la confesión es primeramente la purificación del alma de los pecados veniales, pero también el fortalecimiento de la voluntad para ir progresando en la santidad y en una mayor unión con Dios, al ir removiendo los obstáculos que la dificultan. La frecuencia quincenal o semanal nos permite también la posibilidad de poder lucrar aquellas indulgencias que requieren la confesión, sin tener que confesar cada vez, ya que la Iglesia requiere para esto sólo la confesión cada dos semanas. O sea que otra ventaja adicional de la confesión frecuente es la obtención de indulgencias que requieren la confesión. Para la Confesión llamarse verdaderamente frecuente, podría distanciarse hasta un mes. 19. ¿Qué relación hay entre la Gracia y la filiación divina? Al comienzo del Evangelio de San Juan leemos que se nos ha dado “la capacidad para ser hijos de Dios”. (Jn 1, 12) “El mismo Espíritu le asegura a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos de Dios, somos herederos. Nuestra será la herencia de Dios, y la compartiremos con Cristo, pues si ahora sufrimos con El, con El recibiremos la gloria” (Rm. 8, 16-17). Tenemos derecho a ser hijos de Dios y a heredar el Cielo. Esa filiación divina, el ser hijos de Dios, y el derecho a la herencia de Cielo la recibimos en el Bautismo. Y tenemos la opción de ser santos ante Dios. De esto se trata este camino de salvación. Es lo que estamos tratando en este curso. “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en El con toda clase de bienes espirituales y celestiales. El nos eligió en Cristo -antes de crear el mundo- para que fuéramos santos e irreprochables a sus ojos, y determinó -por pura iniciativa suya- que fuéramos sus hijos, para que por la gracia que nos ha concedido por medio de su Hijo amado, lo alabemos y glorifiquemos”. (Ef 1, 3-6) En el Bautismo se nos perdona el Pecado Original y recibimos la Gracia Santificante. Pero hemos visto cómo podemos perder la Gracia por el pecado.
Una de estas condiciones es la fe en Dios y en su Hijo Jesucristo y en todo lo que El nos ha propuesto y nos exige. Esto es lo que significa el "recibir" a Jesucristo de que nos habla San Juan. Recibirlo es aceptarlo a El y aceptar su mensaje de salvación. Y hay otro signo de ser hijos de Dios: amor a los enemigos. Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. (Mt 5, 43-45) Otra condición, necesaria consecuencia de una fe cierta, es la que propone San Pablo: son hijos de Dios "los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios" (Rom 8, 14). Y dejarse guiar por el Espíritu de Dios es ir descubriendo y aceptando –incondicionalmente- la Voluntad de Dios para nuestra vida. Es ir descubriendo "el tesoro de su gracia" encerrado en "el misterio de su Voluntad". Viviendo habitualmente en gracia y creciendo en la gracia, podremos llegar a ser "santos e irreprochables" ante El. En esto consiste el Camino de Salvación: caminar como verdaderos hijos de Dios.
“Cada momento de nuestra vida
ORACION
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