SEÑALES EN EL CAMINO 2ª Señal 2.3 ¿Qué ganamos orando? 1. OK: nos comunicamos con Dios. Pero ... ¿??? La oración es el mejor medio de conversión, porque la oración nos va cambiando, nos va haciendo más parecidos a Cristo. Y de eso se trata ser cristiano, seguir a Cristo. La oración es la llave que abre nuestro corazón y nuestra alma al Espíritu Santo. Es decir, al orar, el Espíritu Santo puede actuar en nosotros, puede hacer su acción de transformación en nosotros. Al orar, le damos paso a Dios para que actúe en nuestra alma -en nuestro entendimiento y nuestra voluntad. Y ¿esto para qué? ¿Para qué le damos entrada a Dios? Para poder ir adaptando nuestro ser a la Voluntad Divina. La oración nos va descubriendo el misterio de la Voluntad de Dios. (cfr. Ef.1, 9) La oración va conformando nuestro ser a esa forma de ser y de pensar divinas: nos va haciendo ver las cosas y los hechos como Dios los ve. Ver el mundo con los ojos de Dios. En el silencio Dios se comunica mejor al alma y el alma puede mejor captar a Dios. En el silencio el alma se encuentra con su Dios. Orar es dejarse amar por Dios y poder amar a Dios. En el silencio el alma se deja transformar por Dios, Quien va haciendo en ella Su obra de "Alfarero", moldeándola de acuerdo a Su Voluntad. Leer Jer. 18, 1-6 La oración nos va haciendo conformar nuestra vida a los planes que Dios tiene para nuestra existencia. En fin: la oración nos va haciendo cada vez más "imagen de Dios" nos va haciendo más semejantes a Cristo. De esto se trata el camino del cristiano. En esto consiste ser cristiano: en ser lo más parecido posible a Cristo. La oración nos va develando la verdad, sobre todo la verdad sobre nosotros mismos: nos muestra cómo somos realmente, cómo somos a los ojos de Dios: Los seres humanos solemos tener una máscara hacia fuera, hacia los demás: mostramos lo que no somos. Hacia adentro, hacia nosotros mismos, solemos engañarnos: creemos lo que no somos. Sólo en la oración descubrimos la verdad sobre nosotros mismos: Dios nos enseña cómo somos realmente, cómo nos ve El. Con la oración podemos ser vigilantes, al responder a la solicitud del Señor en el Huerto de los Olivos: vigilen y oren para no caer en tentación (Mt 26, 41). La oración nos abre los ojos para comprender las Escrituras, internalizarlas y hacerlas vida en nosotros. Nos cura del “síndrome de Emaús”. Leer Lc. 24, 13-35 En el silencio de la oración nos encontramos con Dios y nos reconocemos Sus creaturas, dependientes de El, nuestro Padre y Creador, nuestro principio y nuestro fin. La adoración nos va haciendo humildes. Por la adoración vamos poco a poco, progresivamente, siendo humildes, permitiendo al Espíritu Santo que nos vaya curando del orgullo y regalándonos humildad, base de todas las demás virtudes y de muchos otros regalos del Espíritu Santo. La adoración es el verdadero camino que nos conduce de manera segura –si bien paulatina- a la humildad. Y ¿qué es la humildad? “Humildad es andar en verdad”, según Santa Teresa de Jesús. Y andar en verdad es reconocernos creaturas dependientes de Dios, que nada somos ante El y nada podemos sin El. En el silencio de la oración somos como ramas de la Vid que es el Señor, porque nos nutrimos de la savia misteriosa que son las gracias que necesitamos y que Dios nos da, especialmente en esos ratos de oración. Leer Jn. 15, 5-6 Esta comparación del Señor, siendo El la planta y nosotros las ramas tiene relación con nuestra permanencia en el Cuerpo Místico d Cristo. La oración nos hace mejores y más efectivos miembros del Cuerpo Místico de Cristo, pues al orar se acrecienta la gracia divina en nosotros y eso se comunica al Cuerpo Místico, que es la Iglesia.
La adoración nos vincula al cielo: al adorar nos unimos a la Liturgia que tiene lugar perpetuamente en el Cielo, pues los 24 ancianos que describe el Apocalipsis en la Liturgia Celestial, representan al pueblo de Dios fiel: “Se arrodillan ante el que está sentado en el trono, adoran al que vive por los siglos de los siglos y arrojan sus coronas delante del trono ” (Ap. 4, 10). Además, el Espíritu Santo nos va conduciendo a la Verdad plena: Y cuando venga El, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad. (Jn. 16, 13) El Espíritu Santo nos recuerda en la oración todo lo que Cristo nos dejó dicho: En adelante el Espíritu Santo, el Intérprete que el Padre les va a enviar en mi Nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que Yo les he dicho (Jn. 14, 26). Pero el Espíritu Santo requiere de nuestra disposición en oración para poder enseñarnos todo eso que Jesús nos dejó y que, como los Apóstoles, no estamos listos para recibir aún: Aún tengo muchas cosas que decirles, pero es demasiado para ustedes por ahora (Jn. 16, 12), y nos lo tiene que ir dando poco a poco. La oración nos va disponiendo para recibir esas enseñanzas que Jesús dejó y que el Espíritu Santo nos da. Pero el Espíritu Santo no puede enseñarnos El Espíritu Santo no puede actuar en nosotros si no estamos en actitud de adoración, en actitud de reconocernos creaturas dependientes de Dios y, como consecuencia, nos abandonamos a su Voluntad. Es cierto que el Espíritu Santo puede actuar en nosotros aunque no estemos en adoración, pues el Espíritu Santo puede actuar con fuerza o con suavidad (cf. Sb. 8, 1 en traducción de la Vulgata). Cuando actúa con fuerza es cuando el Espíritu Santo nos vence … Puede hacerlo. De hecho lo hace a veces … como a San Pablo. Pero normalmente el Espíritu Santo sólo actúa en la medida en que estemos en oración, en disposición de adorar. Sobre todo actúa en la medida que se lo pidamos. Y debemos pedirle que nos transforme, que nos cambie, que nos santifique, que nos dé tal o cual gracia que necesitamos para ser más parecidos a Jesús y a su Madre. La oración de adoración nos hace receptivos y dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo. La oración nos permite escuchar la suave brisa de la cual le habló Jesús a Nicodemo (cf. Jn. 3, 8), que sopla donde quiere, pero que casi no se escucha … menos aún si no nos silenciamos. En el silencio recibimos
¿Nos damos cuenta que la oración es un privilegio? ¿Nos damos cuenta el privilegio que significa que nosotros simples creaturas podamos dirigirnos a nuestro Creador para pedirle, para rogarle, para decirle cosas … y que El nos escuche? La oración es uno de esos regalos inmensos e utilísimos que Dios nos ha dado y que no terminamos de apreciar ni de aprovechar suficientemente. Recordemos, para tener una idea de este privilegio, el riesgo que corrió la Reina Esther cuando se atrevió a presentarse ante su marido, el Rey Asuero de Babilonia para pedirle la vida para sí y para el pueblo de Israel. ¡No podía dirigirse al Rey a menos que éste la solicitara! Y del susto, se desmayó ante su Rey. RESUMEN BIBLICO DE Y en la actualidad ¿podemos hablar, por ejemplo, con el Papa? ¿puede alguien lograr hablar con cualquier persona que se le ocurra, y de manera instantánea? ¡Y nosotros podemos dirigirnos a Dios cada vez que queramos y de manera instantánea! Ese privilegio lo tenemos los seres humanos con Dios. Por eso podemos decir que la oración
La oración es tan importante que no podemos, por ejemplo, pretender amar, amar verdaderamente, amar como Dios nos ama, si no nos abrimos a la acción del Espíritu Santo a través de la oración y de los Sacramentos. Porque para amar verdaderamente hay que dejar que sea el Espíritu Santo -que habita en nuestro interior si estamos en estado de gracia- Quien ame en nosotros y a través de nosotros. De otra manera, lejos de proyectar el Amor de Dios en nosotros, podemos más bien proyectar nuestro propio yo. Con respecto a la relación entre la oración y el amor, Santa Teresa de Jesús la deja bien clara en una breve consigna: “Orar es llenarse de Dios y darlo a los demás”. Es el mismo “Contemplad y dad lo contemplado” de Santo Domingo, dicho con una frase sinónima. Ambos quieren decir que no hay amor verdadero sin oración, y no hay oración verdadera que no nos impulse a dar a Dios a los demás, pues en eso consiste el verdadero amor. Para llegar al culmen del amor: dar la vida por el otro, hay que orar mucho para estar muy unidos a Cristo. Dar la vida cada día en las contrariedades, en los rechazos, en las incomprensiones, en las exigencias del amor. Y, también, para darla en el momento final, si de martirio se trata. Amar a los hermanos “en verdad” (2ª Jn 1, 1-2) y (3ª Jn 1, 3) es amarlos por la fuerza de la verdad que mora en nosotros (1ª Jn. 3, 18). Y esa fuerza mora en nosotros por la oración. “Cuanto más recibimos en el silencio de la oración, más damos en nuestra vida activa. Necesitamos del silencio para ‘tocar’ las almas. Lo importante no es lo que decimos a Dios, sino lo que Dios nos dice y dice a través de nosotros. Todas nuestras palabras son vanas si no vienen del interior. Las palabras que no dan la luz de Cristo, aumentan las tinieblas” (Beata Teresa de Calcuta). Al orar conformamos nuestro corazón con el de Cristo. Y así reflejaremos a los demás lo que Cristo desee reflejar de El a través nuestro. Fruto directo de la oración es la caridad fraterna. Es la consecuencia lógica de una oración en verdad. Porque hay simulacros de caridades fraternas que son filantropía o apostolados inventados. La filantropía aplaca la conciencia y hace sentirse bien. Los apostolados inventados sirven para uno lucirse y proyectarse uno mismo. En la oración el Espíritu Santo nos va indicando cómo podemos cooperar y servir a los demás, cómo ser fuente de amor para los que están cerca de nosotros. La oración nos lleva a ver a los prójimos con la mirada de Cristo, siendo compasivos y misericordiosos. Cristo nos va educando en la oración para que podamos comenzar a amar a los demás como Jesús los ama.
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