Cómo ser salvo?

SEÑALES EN EL CAMINO
DE SALVACIÓN

4ª Señal
Confianza en
la Providencia Divina
y aceptación cristiana
del sufrimiento

11. ¿Pueden ser felices
los que sufren?

¡Felices los que ahora sufren! (Lc 6, 21).  Eso fue lo que nos dijo Jesucristo.  Y lo dijo bastante al inicio de su predicación en el conocido “Sermón de la Montaña”, el cual comienza con las “bienaventuranzas”, que son como una lista de motivos para considerarnos felices (cf. Lc. 6, 17-26).

Otros motivos de felicidad:  la persecución, los insultos, la pobreza.

Por cierto, no tanto la pobreza material, sino la espiritual, entendida en el sentido bíblico “pobres de Yahvé”, que describe el Profeta Sofonías:  Yo arrancaré a aquellos que se jactan de su orgullo y tú no seguirás vanagloriándote…Dejaré dentro de ti a un pueblo humilde y pobre, que buscará refugio sólo en el Nombre de Yavé.  (Sof. 3, 11-12).

Las “bienaventuranzas” son tal vez la máxima paradoja del ser o del intentar ser cristiano.  Tienen su modelo en la forma de ser de Aquél que las proclamó:  así fue Jesús.  Y al cristiano le toca imitar a Jesús.

No pueden entenderse las “bienaventuranzas” … mucho menos vivirlas, si nuestra brújula –que debiera estar dirigida al Cielo- está dirigida hacia este mundo pasajero y efímero.  ¡Imposible aceptar esta lista de incomprensibles paradojas!

Las “bienaventuranzas” nos invitan a confiar en Dios … a confiar de verdad.  Pero … ¿en quién confiamos los hombres y mujeres de hoy?

¿Realmente confiamos en Dios … o más bien buscamos a Dios cuando nos interesa?  ¿Realmente confiamos en Dios … o confiamos en nosotros mismos, en nuestras capacidades, nuestros raciocinios, nuestras realizaciones, nuestras búsquedas, nuestras experiencias de oficio o profesión … en nuestros enfoques humanos?  ¿Somos capaces de sustituir lo que consideramos nuestros “confiables” conocimientos humanos por la Sabiduría Divina?

¡Con razón no podemos entender las “bienaventuranzas”!  Porque éstas van en contraposición a todo lo que hemos ido haciendo costumbre  … equivocadamente.  Van en contraposición a toda perspectiva de seguridades y felicidades terrenas.

Con las “bienaventuranzas” Jesús quiere cambiarnos de raíz.  Viene a decirnos que el valor de las cosas no se mide según el dolor o el placer inmediato que proporcionan, sino que hemos de medirlas según las consecuencias de gozo que tengan para la eternidad.  Que es lo mismo que decirnos que la brújula hay que dirigirla hacia Allá, no hacia aquí.

Las “bienaventuranzas” dejarían de ser paradojas utópicas si dirigiéramos bien nuestra brújula hacia la salvación eterna.

“Felices los pobres … Felices los que ahora tienen hambre …  Felices los que sufren … Felices cuando los aborrezcan y los expulsen … cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre …”  Paradojas incomprensibles que sólo se entienden si dejamos la miopía terrenal y nos ponemos los lentes de eternidad.

Pero ¡ojo!  No es la pobreza en sí, ni el hambre, ni la persecución, ni el sufrimiento mismo lo que nos hace bienaventurados.  Tampoco en sí mismas estas condiciones adversas son boletos seguros de entrada al Cielo.  El derecho al gozo eterno se nos otorga por nuestra actitud ante estas circunstancias adversas que nos presenta la Providencia Divina a lo largo de nuestra vida.

Cuando al sufrir adversidades ponemos nuestra confianza en Dios y no en nosotros mismos, cuando ponemos nuestra mirada en la meta celestial y nos desprendemos de las metas terrenas, cuando confiamos tanto en Dios que nos abandonamos en El y nos sentimos cómodos dentro de su Voluntad –sea cual fuere- podemos decir que hemos comenzado a transitar el camino de las “bienaventuranzas”, el cual nos lleva a la bienaventuranza eterna.

Las “bienaventuranzas” son una llamada para todos, pero sólo los que seamos capaces de desprendernos de nuestros criterios y deseos, para asumir los de Dios, podremos ser felices … aquí y Allá.

El Papa Francisco
y las Bienaventuranzas


Francisco dijo luego que
las Bienaventuranzas
"son los nuevos mandamientos.

Pero si no tenemos el corazón abierto
al Espíritu Santo,
les parecerán una tontería.


Pero mire, ser pobre, ser manso,
ser misericordioso
no parece ser una cosa
que nos lleva al éxito'.
Si no tenemos el corazón abierto
y si no gozamos de aquel consuelo
del Espíritu Santo,

que es la salvación,
no se entiende esto.


Esta es la ley
para los que han sido salvados

y han abierto su corazón
a la salvación.

Esta es la ley de los libres,
con la libertad del Espíritu Santo".


Uno "puede regular su vida,
organizarla en una lista de mandamientos o procedimientos,
"una lista "meramente humana".
Pero esto
"al final no nos lleva a la salvación",

solo un corazón abierto
nos lleva a la salvación.


Recordó que muchos estaban interesados
en "examinar",
la "nueva doctrina y luego discutir con Jesús".
Y esto porque
"tenían el corazón cerrado
en sus propias cosas",
"cosas que Dios quería cambiar".


¿Por qué, entonces hay personas que
"tienen el corazón cerrado
a la salvación?"

Porque,
"tenemos miedo de la salvación.

La necesitamos, pero tenemos miedo", porque
cuando el Señor venga
"para salvarnos

tenemos que darlo todo.
¡Y manda Él!

Y tenemos miedo de esto",
porque "queremos controlarlo nosotros".
Con el fin de entender
"estos nuevos mandamientos",
necesitamos de la libertad
que "nace del Espíritu Santo,
que nos salva,
que nos consuela"
y "da la vida"

(Papa Francisco - Homilía 10-6-2013)

 

El Papa Francisco nos llama
a pedir a la Virgen María

“la gracia de no asustarnos
y no huir de la Cruz”.


“Cerca de Jesús en la Cruz
se encontraba Su madre, Su querida madre.
Sería bueno pedirle
no la gracia de llevarse
nuestro miedo de la Cruz
sino la gracia que necesitamos
para no huir de la Cruz por miedo”.


Las palabras de Jesús
“el Hijo del Hombre
será entregado a manos de los hombres”,
resultaron escalofriantes para los discípulos,
que esperaban un viaje triunfal.

Estas palabras
permanecieron para los discípulos
“tan misteriosas que no comprendieron
su significado”.
Para ellos, era “mejor no hablar sobre eso”,
 era “mejor no entender.


“Tenían miedo de la Cruz
–tenían miedo de la Cruz.

Pedro mismo,
después de esa confesión solemne
en Cesarea de Filipo,
cuando Jesús dijo otra vez lo mismo,
reprendió al Señor: ‘
¡No, Señor! ¡Nunca! ¡No esto!’”.

“¡Jesús mismo tenía miedo de la Cruz!”.
El Papa indicó que
tan grande era el propio miedo de Jesús,
que en la noche del jueves sudó sangre.
Tan grande era el temor de Jesús
que casi dice lo mismo que Pedro, casi:
‘Padre, aparta de mí este cáliz.
Pero que se haga tu voluntad’.

Esta fue la diferencia”.


La Cruz causa temor. 
Sin embargo existe la “regla”
de que “el discípulo no es más grande
que el Maestro.
Existe la regla de que no hay redención
sin la efusión de sangre”.


Quizás pensamos,
alguno de nosotros se puede preguntar:
‘¿Y a mí, que me pasará?
¿Cómo será mi cruz?’

No sabemos. No sabemos, pero habrá una”.

“Debemos rezar por la gracia
de no huir de la cruz con miedo
cuando venga: ¡eh!”.

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