SEÑALES EN EL CAMINO 4ª Señal 5. ¿Cómo ubicar El testimonio de Santo Tomás Moro nos puede servir de premisa. Poco antes de su martirio, consuela a su hija: "Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor" (Carta de prisión; cf. Liturgia de las Horas, III, Oficio de lectura 22 junio). El Catecismo aborda este problema de manera impactante, al darnos una información insólita: con el sufrimiento es que somos verdaderos colaboradores de Dios. (!!!) A eso es que se refiere San Pablo cuando nos dice: “Ahora me alegro cuando tengo que sufrir por ustedes, pues así completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo para bien de su cuerpo, que es la Iglesia.” (Col 1, 24) Y así lo explica el Catecismo: “Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por sus acciones y sus oraciones, sino también por sus sufrimientos”. (CIC 307) El Arzobispo Fulton Sheen dice en su auto-biografía que, al pronunciar Jesús en la Cruz al momento de morir “Todo está consumado”, estaba diciéndonos que ya El había dado todo por nuestra salvación. Pero algo falta, porque San Pablo nos dice que completa en su carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo. (Col 1, 24) ¿Qué es lo que falta? Falta el aporte de la Iglesia de Cristo, el aporte de todos nosotros. Cada uno en mayor o menor grado, según la Providencia Divina y en uso de su libertad, colabora -a menudo de forma inconciente- en completar la acción redentora de Cristo cuando une sus sufrimientos a los del Señor. CIC #308 “Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la Causa Primera que opera en y por las causas segundas.” Pues Dios es el que produce en ustedes tanto el querer como el actuar para agradarle. (Fl 2, 13) Hay diversidad de obras, pero es el mismo Dios quien obra todo en todos. (1ª Cor 12, 6) Este gran misterio de la Providencia Divina no resta nada a nuestra dignidad, más bien la realza. Porque … ¿de qué vamos a presumir si fuimos sacados de la nada por Dios, nuestro Creador? Entonces nada podemos si estamos separados de El, nuestro Dueño. “Sin el Creador la creatura se diluye”, afirma el Concilio Vaticano II (GS 36, 3). Más aún: ¿cómo vamos a lograr nuestra meta definitiva separados de Dios? Yo soy la vid y ustedes las ramas. El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, pero sin Mí, no pueden hacer nada. (Jn 15, 5) Los discípulos, al escucharlo, se quedaron asombrados. Dijeron: «Entonces, ¿quién puede salvarse? Fijando en ellos su mirada, Jesús les dijo: «Para los hombres es imposible, pero para Dios todo es posible.» (Mt 19, 25-26) Quien no tiene una visión cristiana del sufrimiento puede desesperar cuando algo le sale mal, cuando tiene alguna adversidad, o cuando le llega algún sufrimiento, alguna enfermedad o algún tipo de privación. Pero lo más grave aún es que a veces se tiene el atrevimiento –expreso o secreto- de reclamarle a Dios y de oponerse a sus designios o de acusarle por su adversa situación. Por el contrario el que quiere encaminarse por la vía de la salvación eterna es paciente en el sufrimiento, sabe reaccionar como Job: “Si aceptamos de Dios lo bueno ¿por qué no aceptaremos también lo malo?” (Job 2, 10b). El que desea la salvación reconoce que lo que parece malo en esta vida es bueno, porque es bueno para la Vida Eterna. El salvado sabe que el sufrimiento, aceptado como Dios lo espera, es fuente de gracia y salvación. El que va camino de la salvación sabe que sufriendo en esta vida purifica sus pecados y va quedando libre de la inclinación al pecado, condiciones ambas indispensables para acceder al Cielo directamente, sin pasar por la purificación del Purgatorio. “Más bien alégrense de participar en los sufrimientos de Cristo, pues en el día en que se nos descubra su gloria, ustedes estarán también en el gozo y la alegría” (1 Pe. 4, 13). “Si ahora sufrimos con El, con El recibiremos la gloria” (Rm. 8, 17b). “Si hemos muerto con El, con El también viviremos. Si sufrimos pacientemente con El, también reinaremos con El” (2 Tim. 2, 11-12).
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