SEÑALES EN EL CAMINO 5ª Señal
Eso también está contemplado en el amar a Dios y en hacer su Voluntad. Dios nos puede llamar, y de hecho nos llama a unos para esto y a otros para aquello. Y cuando Dios llama hay que decirle “sí”. Y hay que decir sí enseguida. Porque cuando Dios escoge ... escoge. Eso lo han sabido muchos santos. Pero nadie lo supo mejor que Jonás, ese interesante y pintoresco personaje del Antiguo Testamento que según nos cuenta el libro que lleva su nombre, pasó tres días dentro de una ballena. ¿Podrá ser verdad esto? Cuesta pensar en algo así. Pero lo desconcertante es que el mismo Jesús se refiere a la estadía forzada de Jonás dentro de una ballena para tratar algo tan trascendental como su futura Resurrección. ¿Iba el Señor a citar un mito, y con el sentido y la precisión que lo hizo? “Estos hombres de hoy son gente mala; piden una señal, pero no la tendrán. Solamente se les dará la señal de Jonás. Porque así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, así lo será el Hijo del Hombre para esta generación” (Lc 11, 29-30). Sin embargo, de Jonás lo más importante no fue si realmente pasó o no tres días dentro de una ballena, sino que no quería hacer lo que Dios le pedía. Dios lo escogió para que se convirtiera él y para que muchos se convirtieran a través de él. El Señor escogió a Jonás y a este profeta no le valió de nada escapar en un barco para huir de Dios. El barco se vio metido dentro de una tormenta. Jonás es lanzado al agua al conocerse que la causa de la tormenta es la huída de Jonás. Y luego de ser tragado por una ballena, es lanzado por el animal cerca de las costas de Asia Menor para que de allí fuera a la ciudad de Nínive a predicar lo que el Señor le pedía. El Señor buscaba que la gran ciudad de Nínive se convirtiera de sus vicios y pecados. Jonás predicó lo que el Señor le indicó: “Dentro de cuarenta días Nínive será destruida”. Sin embargo, sorprendentemente los habitantes de Nínive se convirtieron y creyeron en Dios, e hicieron penitencia todos. Dios, entonces, no destruyó la ciudad. Los escogidos de Dios son instrumentos suyos para la conversión que El desea realizar. Y es Dios Quien actúa a través de su escogido. Si Dios nos llama, no hay que seguir el ejemplo de Jonás: duro para responder. Hay que imitar a otros: a Isaías, a Pedro, a Pablo, Andrés, Santiago, Juan…. Ellos, sin pensarlo mucho, dijeron sí enseguida y siguieron al Señor. Isaías: Isaías, 6 1. El año en que murió el rey Ozías, vi al Señor sentado en un trono elevado y alto, y el ruedo de su manto llenaba el Templo. Vamos a ver cómo respondieron Isaías, Pedro y Pablo. Eran tres hombres ... como cualquiera de nosotros. Escogidos por Dios, llamados por Dios, que supieron responder a Dios. “Aquí estoy, Señor. Envíame”, le respondió Isaías (Is. 6, 1-8). “Desde hoy serás pescador de hombres”, le dijo Jesús a Pedro. Entonces, “llevaron las barcas a tierra, y dejándolo todo, lo siguieron (Pedro, Santiago y Juan)” (Lc. 5, 1-11). “¿Qué debo hacer, Señor?”, respondió Pablo enseguida que Jesús le dijo: "Yo soy Jesús Nazareno, a Quien tú persigues." Los que estaban vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba. Yo dije: "¿Qué he de hacer, Señor?" (Hech 22, 8-10). En los relatos del llamado que Dios les hace, podemos apreciar cómo Dios se manifiesta a cada uno de estos hombres por El escogidos. Y se manifiesta en forma poderosa, impresionante, convincente. Al Profeta Isaías se le presenta en una visión que lo deja estupefacto. En breves momentos de una experiencia mística elevadísima, Isaías puede atisbar la santidad y el poder de Dios. Ni siquiera puede describir a Yahvé, porque sólo ve que “la orla de su manto llenaba todo el Templo”. Queda Isaías invadido de un temor que no es susto: es el respeto a Dios, que se manifiesta ante la presencia de Dios que abruma a la creatura cuando se encuentra ante su Creador. Y en esa diferencia abismal que separa a ambos, la creatura siente su nada, su indignidad, su impureza. Cuenta Isaías que uno de los Serafines, que se encontraba junto a Dios, llevando una brasa hasta su boca, le dice: “Tu iniquidad ha sido quitada y tus pecados están perdonados”. Así, cuando siente la voz del Señor preguntando “¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía?”, Isaías no duda y enseguida responde: “Aquí estoy, Señor. Envíame”. El caso de Pedro es similar. Nos cuenta el Evangelio que Jesús se subió a la barca de Pedro, con quien -por cierto- ya había tenido un contacto previo, y le pide alejarse un poco de tierra, para predicar desde allí. Al final de la predicación les ordena ir más adentro para pescar. Pedro, pescador experimentado, dice que no hay pesca, que ya han probado, pero “confiado en tu palabra, Señor, echaré las redes”. Sucedió, entonces, la llamada “pesca milagrosa”: atraparon tantos peces que “las barcas casi se hundían”. Al ver la manifestación del poder de Dios, a Pedro le sucede como a Isaías: se reconoce pecador e indigno y siente ese temor reverencial, que no es miedo. “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”. El Señor le dice: “No temas. Desde ahora serás pescador de hombres”. Entonces, llevaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron. A San Pablo le sucede lo mismo, cuando camino a Damasco para perseguir cristianos, la luz divina lo tumba al suelo y queda enceguecido. Su sentimiento de indignidad lo resume en una palabra terrible: “Finalmente se me apareció también a mí, que soy como un aborto. Porque yo perseguí a la Iglesia de Dios y por eso soy el último de los apóstoles e indigno de llamarme apóstol” (1 Cor. 15, 1-11). Muchas enseñanzas nos traen estos pasajes bíblicos: Aunque indignos, estos hombres fueron escogidos por Dios. Ahora bien ... ¡todos somos indignos, todos somos incapaces! Pero cuando Dios llama, purifica, prepara y equipa al escogido para la misión que le encomienda. Y San Pablo nos explica qué es lo que sucede: es Dios Quien obra en quien ha llamado. “Por gracia de Dios soy lo que soy ... he trabajado ... aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios”. (1 Cor 15, 10) El caso de Moisés: Dios le asigna su misión a Moisés y le revela SU NOMBRE. Ex. 3: 1. Moisés cuidaba las ovejas de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián. Una vez llevó las ovejas muy lejos en el desierto y llegó al cerro de Horeb, esto es, el Cerro de Dios. Dios le habla a Moisés desde una zarza ardiente (un arbusto espinoso que se quemaba sin consumirse) al pie del Monte Horeb que es parte de la cadena montañosa del Monte Sinaí. 7. Yavé dijo: «He visto la humillación de mi pueblo en Egipto, y he escuchado sus gritos cuando lo maltrataban sus mayordomos. Yo conozco sus sufrimientos, Pero Moisés tiene un problema: ¿Cuál será? Dios desea salvar a su pueblo enviando a Moisés a regresar precisamente a donde aquél que quiere matarlo. Por eso busca excusas. Y Dios responde como a todas las personas a quien les encomienda una misión especial: Yo estoy contigo. (Ver Lc. 1, 35: El Señor está contigo) Nada importa si Dios está con nosotros. Si Dios está con nosotros ¿quién contra nosotros? No hay que temer nada cuando Dios nos envía, a pesar de los riesgos que pueda haber. Leer Ex. 4: 1. Moisés respondió a Yavé: «No me van a creer, ni querrán escucharme, sino que dirán: ¡Cómo que se te ha aparecido Yavé!» ¿Qué sucede aquí? Moisés recibe el don de hacer milagros. Esto era necesario para convencer a los Israelitas y para forzar al Faraón. Moisés fue el primero de los enviados de Dios que recibió el poder de hacer milagros. Y esto fue para que el pueblo de Israel creyera que era enviado por Dios. Desde este momento el cayado de pastor de Moisés queda consagrado con estos milagros y ese cayado será el símbolo del liderazgo de Moisés entre los Israelitas. ¿Quiénes usan cayado en la Iglesia? Los Obispos y el Papa, simbolizando su primacía sobre el Pueblo de Dios. Ex. 4: 10. Moisés dijo a Yavé: «Mira, Señor, que yo nunca he tenido facilidad para hablar, y no me ha ido mejor desde que hablas a tu servidor: mi boca y mi lengua no me obedecen.» ¿Qué hace Dios con Aaron, el hermano de Moisés? Ex. 4: 27. Mientras tanto, Yavé había dicho a Aarón: «Sal al encuentro de Moisés, en el desierto.» Así que partió Aarón, lo encontró en el Monte de Dios y lo besó. ¿Cómo convencieron Moisés y Aaron No podemos inventarnos misiones de parte de Dios; no podemos asumir por nuestra propia cuenta y riesgo misiones específicas de parte de Dios. Pero ¡eso sí! cuando Dios llama, no hay pretexto para decir no. Ni siquiera la propia indignidad o supuesta incapacidad pueden ser excusas. Porque si Dios llama, prepara a sus enviados con todo lo necesario para la misión encomendada. APENDICES
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