SEÑALES EN EL CAMINO 8ª Señal 25. ¿Cuál es el dogma mariano que faltaría? El de Abogada, Auxiliadora, Socorro y Mediadora. No ha sido declarado dogma de fe, a pesar de las solicitudes de muchos católicos, pero el Catecismo menciona esos títulos, diciendo que los fieles la invocamos así, con lo que podemos inferir que la Iglesia nos estimula a que la consideremos Abogada, Auxiliadora y Mediadora. Lo afirmó también el Concilio Vaticano II: “Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora" (LG 62). Por supuesto, este dogma colide con el fundamentalismo cristiano, que traduce de manera reduccionista la Palabra de Dios, especialmente en este versículo: A esto responde el Catecismo de la Iglesia Católica: "La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. En efecto, todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de los hombres [...] brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia" (LG 60). "Ninguna creatura puede ser puesta nunca en el mismo orden con el Verbo encarnado y Redentor. Pero, así como en el sacerdocio de Cristo participan de diversas maneras tanto los ministros como el pueblo fiel, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en las criaturas de distintas maneras, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una colaboración diversa que participa de la única fuente" (LG 62). (CIC #970) Continúa el Concilio Vaticano II: Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora [187]. Lo cual, sin embargo, ha de entenderse de tal manera que no reste ni añada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador [188]. Y comentando la Encíclica Redemptoris Mater de Juan Pablo II (1987), el entonces Cardinal Joseph Ratzinger explicaba así la doctrina de la mediación de María desarrollada en esta encíclica: “Sin duda, éste es el punto en el que se concentrarán más la discusión teológica y la ecuménica. Es verdad que ya el concilio Vaticano II mencionó también el título «mediadora» y habló de hecho de la mediación de María (LG 60 y 62), pero este tema nunca se había expuesto hasta ahora en documentos magisteriales de forma tan amplia. La encíclica no va de hecho más allá del Concilio, cuya terminología hace suya. Pero ahonda los planteamientos de éste y les da con ello nuevo peso para la teología y la piedad. “Ante todo quisiera aclarar brevemente los conceptos con los que el Papa delimita teológicamente la idea de la mediación y previene contra malentendidos; sólo entonces se podrá comprender también convenientemente su intención positiva. El Santo Padre subraya con mucha insistencia la mediación de Jesucristo, pero esta unicidad no es exclusiva, sino inclusiva, es decir, posibilita formas de participación. “Dicho de otro modo: la unicidad de Cristo no borra el «ser para los demás» y «con los demás de los hombres ante Dios»; en la comunión con Jesucristo, todos ellos pueden ser, de múltiples maneras, mediadores de Dios unos para otros. Éstos son hechos simples de nuestra experiencia cotidiana, pues nadie cree solo, todos vivimos, también en nuestra fe, de mediaciones humanas. Ninguna de ellas bastaría por sí misma para tender el puente hasta Dios, porque ningún ser humano puede asumir por su cuenta una garantía absoluta de la existencia de Dios y de su cercanía. Pero, en la comunión con Aquél que es en persona dicha cercanía, los hombres pueden ser mediadores los unos para los otros, y de hecho lo son.” Entonces, si podemos interceder unos por otros, y de hecho lo hacemos con frecuencia, ¿cómo podemos negar que María, la más elevada criatura de la humanidad, pueda interceder por nosotros?
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