Cómo ser salvo?

SEÑALES EN EL CAMINO
DE SALVACIÓN

9ª Señal
Amor, aprecio y obediencia
a la Iglesia


23.1   CARDENAL GERHARD MÜLLER
sobre la Reforma Protestante
(24-oct-2017):

 

Es inaceptable afirmar
que la reforma de Lutero
fue un evento del Espíritu Santo
y una reforma de la Iglesia.

 

Hay una gran confusión hoy al hablar de Lutero, y es necesario decir claramente que desde el punto de vista de la teología dogmática, desde el punto de vista de la doctrina de la Iglesia no fue en absoluto una reforma, sino una revolución, es decir, un cambio total de los fundamentos de la fe católica.

No es realista el sostener que su intención fuese sólo de luchar contra algunos avisos de las indulgencias o contra los pecados de la Iglesia del Renacimiento.  Abusos y malas acciones siempre han existido en la Iglesia, no sólo en el Renacimiento, y también hoy los hay.  Somos la Iglesia santa a causa de la Gracia de Dios y de los sacramentos, pero todos los hombres de Iglesia son pecadores, todos tienen necesidad del perdón, de la contrición, de la penitencia.

Esta diferencia es muy importante. Y en el libro escrito por Lutero en 1520, “De captivitate Babylonica ecclesiae”, aparece absolutamente claro que Lutero dejó tras de sí todos los principios de la fe católica, de la Sagrada Escritura, de la Tradición apostólica, del magisterio del Papa y de los Concilios, del episcopado. En este sentido trastornó el concepto de desarrollo homogéneo de la doctrina cristiana, tal como explicado en el Medioevo, llegando a negar el sacramento cual signo eficaz de la gracia que contiene; sustituyó esta eficacia objetiva de los sacramentos con una fe subjetiva.

En esto, Lutero abolió cinco sacramentos, negó también la Eucaristía:  el carácter sacrificial del sacramento de la Eucaristía, y la real conversión de la sustancia del pan y del vino en la sustancia del cuerpo y de la sangre de Jesucristo.  E incluso: definió el sacramento del orden episcopal, el sacramento del orden, como una invención del Papa – definido como Anticristo – y no como parte de la Iglesia de Jesucristo.  Decimos en cambio que, la jerarquía sacramental, en comunión con el sucesor de Pedro, es elemento esencial de la Iglesia católica, no sólo un principio de una organización humana.

 Por esto no podemos aceptar que la reforma de Lutero se defina como una reforma de la Iglesia en sentido católico.  La reforma católica es una reforma que es una renovación de la fe vivida en la gracia, en la renovación de la moral, de la ética, una renovación espiritual y moral de los cristianos; no una nueva fundación, una nueva Iglesia.

Es por lo tanto inaceptable afirmar que la reforma de Lutero «fue un evento del Espíritu Santo».  Es lo contrario, fue contra el Espíritu Santo.  Porque el Espíritu Santo ayuda a conservar su continuidad  través del magisterio de la Iglesia, especialmente en el servicio del ministerio Petrino: sólo sobre Pedro, Jesús fundó Su Iglesia (Mt. 16, 18) que es «la Iglesia del Dios viviente, columna y sostén de la verdad» (1Tim 3,15). El Espíritu Santo no se contradice a sí mismo.

Se escuchan tantas voces que hablan de modo muy entusiasta sobre Lutero, sin conocer exactamente su teología, su polémica y los efectos desastrosos de este movimiento que ha representado la destrucción de la unidad de millones de cristianos contra la Iglesia Católica. Podemos valorar positivamente su buena voluntad, la lúcida explicación de los misterios de la fe común pero no podemos valorar sus afirmaciones contra la fe católica, especialmente en lo que se refiere a los sacramentos y la estructura jerárquica-apostólica de la Iglesia.

 No es correcto tampoco afirmar que Lutero tenía inicialmente buenas intenciones, pretendiendo con esto que después fuera la actitud rígida de la Iglesia la que lo empujara sobre el camino equivocado.  No es verdad: Lutero tenía, sí, intención de luchar contra el comercio de las indulgencias, pero el objetivo no era la indulgencia como tal sino como elemento del sacramento de la penitencia.

   Tampoco es verdad que la Iglesia haya rechazado el diálogo:  Lutero tuvo antes una disputa con Juan Eck, luego el Papa envió como delegado al cardenal Gaetano para dialogar con él.  Se puede discutir sobre los modos pero cuando se trata de la sustancia de la doctrina, se debe afirmar que la autoridad de la Iglesia no ha cometido errores.

Por otro lado, se debe argumentar que la Iglesia ha enseñado por mil años errores en la fe, cuando sabemos – y esto es un elemento esencial de la doctrina – que la Iglesia no puede errar en la transmisión de la salvación en los sacramentos.

No se debe confundir errores personales, los pecados de las personas de la Iglesia con errores en la doctrina y en los sacramentos.  Quien lo hace cree que la Iglesia es sólo una organización hecha por hombres y niega el principio de que Jesús mismo fundó su Iglesia y la protege en la transmisión de la fe y de la Gracia en los sacramentos a través del Espíritu Santo.

Su iglesia no es una organización únicamente humana:  es el Cuerpo de Cristo, donde está la infalibilidad del Concilio y del Papa en modos descritos de manera precisa.  Todos los concilios hablan de la infalibilidad del magisterio, en la proposición de la fe católica.  

En la confusión de hoy muchos han llegado en cambio a invertir la realidad:  consideran infalible al papa cuando habla de manera personal, pero luego cuando los papas de toda la historia han propuesto la fe católica dicen que es falible.

Cierto, han pasado 500 años, ya no es el tiempo de la polémica sino de la búsqueda de la reconciliación: sin embargo no al costo de la verdad.  No se debe causar confusión. Si por una parte debemos saber tomar la eficacia del Espíritu Santo en estos otros cristianos no católicos que tienen buena voluntad, que no han cometido personalmente este pecado de la separación de la Iglesia, por otra parte no podemos cambiar la historia, aquello que sucedió hace 500 años.

Una cosa es el deseo de tener buenas relaciones con los cristianos no católicos de hoy, con el fin de acercarse a una plena comunión con la jerarquía católica y con la aceptación también de la tradición apostólica según la doctrina católica; otra cosa es la incomprensión o la falsificación de los que sucedió hace 500 años y del efecto desastroso que ha tenido. Un efecto contrario a la voluntad de Dios: «... para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y Yo en ti, para que también ellos sean en nosotros, y el mundo crea que tú me has enviado» (Jn. 17, 21).


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