Cómo ser salvo?

SEÑALES EN EL CAMINO
DE SALVACIÓN

9ª Señal
Amor, aprecio y obediencia
a la Iglesia


2. ¿La Iglesia aparece sólo en el Nuevo Testamento, cuando Cristo se hace presente en nuestro mundo?


La Iglesia ya está prefigurada desde el Antiguo Testamento.

Veamos primero el uso de la palabra ekklesia, la cual designa una asamblea convocada para el culto religioso.  Así aparece para designar la asamblea al pie del Monte Horeb, cuando se celebró la Alianza:

Me refiero al día en que ustedes estuvieron en presencia de Yavé en el monte Horeb y él me dijo: Reúneme al pueblo para que oiga mis palabras. Así me temerán mientras vivan en esa tierra y enseñarán estas palabras a sus hijos. (Dt 4,10). 

También cuando se realizó la asamblea litúrgica de regreso del exilio: 

En el séptimo mes todo el pueblo se reunió como un solo hombre en la plaza que se encuentra frente a la Puerta del Agua, y pidieron a Esdras que trajera el libro de la Ley de Moisés, que Yavé había dado a Israel.  Esdras trajo la Ley ante la asamblea, en que se mezclaban hombres y mujeres, y todos los niños que podían entender lo que se iba a leer. Era el primer día del séptimo mes. Esdras leyó en el libro, ante todos ellos, desde la mañana hasta el mediodía, en la plaza que está enfrente de la Puerta del Agua; y todos los oídos estaban pendientes del libro de la Ley. (Neh 8, 1-3)

Ekklesia, que viene de ekkaleó (llamo de, convoco), indica por sí mismo que Israel, el pueblo de Dios, era la agrupación de los hombres convocados por la iniciativa divina.  Sin embargo, veremos más adelante que ese concepto de comunidad convocada por Dios se extenderá a todos los pueblos.

Por cierto, Iglesia (venido del griego ekklesia) y sinagoga (venido del hebreo synagóge) son dos términos casi sinónimos.

Ahora veamos en varios versículos del Antiguo Testamento cómo Dios va constituyendo desde la primera pareja humana una comunidad que luego se convertirá en su Iglesia.

Ya en los orígenes el hombre es llamado a formar sociedad:  “Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Macho y hembra los creó” (Gen 1, 27). Dijo Yavé Dios: «No es bueno que el hombre esté solo. Le daré, pues, un ser semejante a él para que lo ayude.»(Gen 2, 18) 

Y los ordenó a multiplicarse  Dios los bendijo, diciéndoles: «Sean fecundos y multiplíquense.» (Gn 1, 28). 

Todo esto, viviendo en la familiaridad de Dios:   “Dios que se paseaba por el jardín, a la hora de la brisa de la tarde.” (Gn 3, 8.)

Pero el pecado viene a atravesarse en el plan divino.  Adán, en lugar de ser jefe de un pueblo reunido para vivir con Dios, es padre de una humanidad dividida por el odio, dispersada por la soberbia.  Adán y Eva huyen de su Creador:  “El hombre y su mujer se escondieron entre los árboles del jardín para que Yavé Dios no los viera.” (Gen 3, 8).  El desorden del pecado comienza a hacer sus estragos desde la primera generación, con Caín y Abel.  Y el desorden continúa.

Será, pues, preciso que un nuevo Adán inaugure una nueva creación y restaure la vida de amistad con Dios.  Por eso, enseguida de la caída aparece ya Jesús, el Nuevo Adán,  anunciado en el Proto-evangelio:  “Pondré enemistad entre ti y la Mujer, entre su descendencia y la tuya” (Gen 3, 15). 

La próxima vez que está prefigurado Jesús en el Antiguo Testamento, lo encontramos ya como la Iglesia.  Y no sólo como Pueblo de Israel, sino como la reunión de todas las naciones de la tierra.  Es la promesa que Dios hace a Abraham.  Sigue Dios agrandando y anunciando la reunión de todas las razas y naciones:  Haré de ti una gran nación y te bendeciré  (Gen, 12, 2)  En ti serán bendecidas todas las razas de la tierra.» (Gen, 12, 3)

Continúa la prefiguración de la Iglesia cuando el nieto de Abraham, Jacob, se prepara para morir y antes va a dar la bendición al hijo que le corresponde.  Los tres mayores son descartados y la bendición de Jacob recae sobre su hijo Judá.  Después de descartar a los tres hijos mayores por sus faltas y de pasar la bendición a Judá, le dice:  “El cetro no será arrebatado de Judá ni el bastón de mando de entre sus piernas hasta que venga aquél a quien le pertenece y a quien obedecerán los pueblos.” (Gen 49, 10).  Sabemos que Jesús viene de la Tribu de Judá, es el León de la Tribu de Judá (Gen 49, 9).  Se nos está hablando de Jesús, pero se nos está hablando también de los pueblos que le obedecerán, prefiguración de la Iglesia.

Continúa la prefiguración de la Iglesia posteriormente en el Reino de David:  “Tu descendencia y tu reino estarán presentes ante mí.  Tu trono estará firme hasta la eternidad.»  (2 Sam 7, 16).  Aquí ya vemos a la Iglesia como Reino y se nos anuncia su permanencia eterna.  La Iglesia durará para siempre.

La Iglesia la anuncian también los Profetas.  “Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; le ponen en el hombro el distintivo del rey. El imperio crece con El y la prosperidad no tiene límites, para el trono de David y para su reino: El lo establece y lo afianza por el derecho y la justicia, desde ahora y para siempre. (Is 9, 5-6)

El Profeta Daniel se encuentra cautivo en Babilonia.  Y Nabucodonosor había tenido un sueño que nadie podía adivinar.  Pero Daniel, fue iluminado por Dios para conocer el sueño y explicar su significado:   el sueño es simbólico de cuatro reinos, el último de los cuales es Roma y sobre éste dice la profecía de Daniel:  “En tiempos de estos reyes, Dios hará surgir un Reino que jamás será destruido. Este Reino no pasará a otras manos, sino que pulverizará y destruirá a todos estos reinos y él permanecerá eternamente.” (Dn 2, 44).  Es decir, durante el imperio Romano Dios hará surgir un Reino eterno.

Daniel tiene otra noticia sobre este Reino eterno:  “Seguí contemplando la visión nocturna.  En las nubes del cielo venía uno como hijo de hombre. Se dirigió hacia el Anciano y fue llevado a su presencia.  A él se le dio poder, honor y reino, y todos los pueblos y las naciones de todos los idiomas le sirvieron. Su poder es poder eterno y que nunca pasará; y su reino jamás será destruido” (Dn 7, 13-14).

Dios ha venido anunciando su Rey, su Reino, es decir, su  Iglesia.  Pero adicional a la comunidad, a la ekklesia, hay unos miembros de esa comunidad que han sido escogidos para constituir un Sacerdocio que ofrecería sacrificios.  Veamos al Profeta Jeremías:

“Entonces Judá estará a salvo, Jerusalén vivirá segura y llevará el nombre de «Yavé es nuestra justicia». (Jer 33, 16)

Pareciera como si Judá y Jerusalén ambas fueran prefiguraciones de la Iglesia.

Luego vuelve a asegurar la permanencia del Reino de David:  “Pues lo afirma Yavé: Nunca le faltará a David un descendiente para que se siente en el trono de Israel” (Jer 33, 17.)

Pero no se queda allí, sino que habla de la permanencia de sacerdotes que ofrecerán sacrificios cada día:

Ni tampoco les faltará a los sacerdotes y levitas un hombre que, en presencia mía, ofrezca holocaustos, queme incienso de oblación y celebre el sacrificio cada día.” (Jer 33, 18)

El Templo de Jerusalén ya no está.  ¿Quiénes ofrecen sacrificios cada día hoy?  Los Sacerdotes de la Iglesia fundada por Jesucristo.

Luego hay una cita del Profeta Zacarías, donde se descubre lo que harían los Sacerdotes de la Iglesia:  “beberán sangre como si fuera vino “ (Zac 9, 15.)

Y para cerrar con el último libro del Antiguo Testamento, tenemos al Profeta Malaquías, anunciando un sacrificio perpetuo en todo el orbe terrestre.  De este pasaje se toman las palabras del comienzo de la Plegaria Eucarística III:

Santo eres en verdad, Padre,
y con razón te alaban todas tus criaturas,
ya que por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro,
con la fuerza del Espíritu Santo,
das vida y santificas todo,
y congregas a tu pueblo sin cesar,
para que ofrezca en tu honor
un sacrificio sin mancha
desde donde sale el sol hasta el ocaso.


He aquí la cita del Profeta Malaquías, donde también se muestra la universalidad de la Iglesia, la catolicidad de la Iglesia:

“Desde donde sale el sol hasta el ocaso, en cambio, todas las naciones me respetan y en todo el mundo se ofrece a mi Nombre tanto el humo del incienso como una ofrenda pura. Porque mi Nombre es grande en las mismas naciones paganas, dice Yavé de los ejércitos.” (Mal 1, 11).

Sin embargo, aclaremos que la Iglesia en la tierra no igualará jamás perfectamente a la nueva creación descrita por los profetas. Solamente en el Cielo, al final de los últimos tiempos, será totalmente eliminado el pecado, así como el dolor y la muerte, y la Iglesia será entonces santa e inmaculada.

 

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