Al cabo de ciento cincuenta días las aguas del Diluvio empezaron a bajar de nivel, y el arca encalló sobre la cresta del monte Ararat. Tres meses más, y aparecieron las cumbres de los cerros. Seguían rebajándose las aguas. Noé abrió la ventana que había hecho en el arca, y soltó un cuervo que estuvo yendo y viniendo, hasta que un día desapareció. Luego soltó una paloma que, después de un largo vuelo, volvió al arca. Noé pensó que había regresado porque el agua le impedía posarse en el suelo. Pasaron varios días más, y la volvió a soltar. Al atardecer regresó con un ramo verde de olivo en el pico. Entendió Noé que era la señal de que ya podía salir.
Retiró la cubierta del arca; miró y vio que ya estaba seca la superficie del suelo. Soltó a todos los animales para que, en libertad, pudieran hacer crías y se multiplicaran.
Noé hizo un altar y ofreció un sacrificio a Dios. Este miró con ojos de bondad a aquellas criaturas que se habían salvado, y dijo en su corazón: «Nunca más volveré a maldecir la Tierra por culpa del hombre, ya que, desde su niñez, lleva en el corazón los signos de la maldad.»
Luego dijo a Noé y a sus hijos:
-Multiplíquense y llenen la Tierra; Domínenla. Que todo lo que vive les sirva de alimento. Todo es de ustedes; Yo se los doy.
Y añadió:
-Hago un pacto con ustedes: ya no habrá otro diluvio. El arco de las nubes es la señal de mi alianza.
En ese momento apareció el arco iris. Noé y su familia sintieron la bendición de Dios sobre ellos. Sem, Cam y Jafet tuvieron muchos hijos y empezaron a repoblar la Tierra. |