El pueblo se cansó de esperar en las faldas del cerro y creyó que Moisés ya no regresaría. Empezaron a sentirse abandonados por éste y por Dios. Hablaron con Aarón y acordaron hacerse un dios, como hacían otros pueblos.
Entre todos aportaron joyas, monedas y objetos de oro; lo fundieron todo junto e hicieron un becerro de oro, al que adoraron.
-¡Éste es el dios que nos sacó de Egipto! -exclamaban danzando alrededor del altar que le habían levantado.
Moisés, cuando bajó de la cumbre llevando las dos tablas de piedra en las que estaba escrito el Decálogo, se enteró de lo que sucedía y de rabia las estrelló contra el suelo haciéndolas pedazos. Derribó y trituró el becerro, convirtiéndolo en polvo que, mezclándolo con agua, hizo tragar al pueblo.
Dios también se encolerizó profundamente al ver que habían quebrantado el pacto, en tal grado que estaba decidido a destruirlo, pero Moisés intercedió ante Él suplicándole paciencia y misericordia para su pueblo. |