¿FELICES LOS QUE SUFREN?

Esa es una de las “bienaventuranzas”, que son como una lista de motivos para considerarnos felices (Lc 6, 17-26).

Otros motivos de felicidad: la persecución, los insultos, los rechazos (Que quééé???!!!).  Otra más: la pobreza -por cierto no la material, sino la pobreza espiritual, entendida en el sentido bíblico, o sea, aquéllos que se saben nada sin Dios. (Sof 3, 12)

Ahora bien, no pueden entenderse las “bienaventuranzas”... mucho menos vivirlas, si nuestra brújula -que debiera estar dirigida al Cielo- está dirigida hacia este mundo pasajero y efímero.  ¡Imposible aceptar esta lista de incomprensibles paradojas!

Las “bienaventuranzas” nos invitan a confiar en Dios de verdad.  Pero... ¿en quién confiamos?  ¿Realmente confiamos en Dios... o más bien buscamos a Dios cuando nos interesa?  ¿Realmente confiamos en Dios... o confiamos en nosotros mismos?

Si es así, imposible entonces entender las bienaventuranzas, porque éstas van en contraposición a todo lo que parece lógico, a todo lo que creemos son nuestros derechos.  Van en contraposición a toda perspectiva de felicidades terrenas.

Pero es que con las “bienaventuranzas” Jesús quiere cambiarnos de raíz.  Viene a decirnos que el valor de las cosas no se mide según el dolor o el placer inmediato que nos dan, sino que hay que medirlas según las consecuencias que éstas tengan para la eternidad.  Que es lo mismo que decirnos que la brújula hay que dirigirla hacia Allá, no hacia aquí.

Las “bienaventuranzas”, entonces,  dejan de ser paradojas utópicas si dirigimos bien nuestra brújula y nos ponemos lentes de eternidad.

“Felices los pobres... Felices los que ahora tienen hambre...  Felices los que sufren... Felices cuando los aborrezcan y los expulsen... cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre...”

Pero ¡ojo!  No es la pobreza en sí, ni el hambre, ni la persecución, ni el sufrimiento mismo lo que nos hace bienaventurados.  Esos no son boletos seguros de entrada al Cielo.  El Cielo lo ganamos es con nuestra actitud ante esas circunstancias adversas que pueden presentársenos a lo largo de la vida.

Cuando al sufrir adversidades ponemos nuestra confianza en Dios y no en nosotros mismos, cuando ponemos nuestra mirada en la meta celestial y nos desprendemos de las metas terrenas, cuando confiamos tanto en Dios que nos sentimos cómodos dentro de su Voluntad -sea cual fuere- podemos decir que hemos comenzado a andar por el camino de las “bienaventuranzas”.

Las “bienaventuranzas” son una llamada para todos, pero sólo los que seamos capaces de desprendernos de nuestros criterios y deseos, para asumir los de Dios, podremos ser felices... aquí y Allá.

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