ORACION II |
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1. ¿Se puede orar de diferentes maneras? ¿Hay varias formas de orar? La tradición cristiana ha conservado tres modos principales de expresar y vivir la oración: la oración vocal, la meditación y la oración contemplativa. Su rasgo común es el recogimiento del corazón. (CIC-C #568) Así que, de acuerdo al Catecismo, y de acuerdo a la experiencia de vida de oración de los católicos, hay tres formas de expresión en la oración: vocal, meditación u oración mental y contemplación. A pesar de que cada forma de orar tiene características especiales que hacen que se diferencien entre si, las tres tienen el mismo fin (la unión con Dios), y las tres requieren el recogimiento de la mente y del corazón. Es decir, las tres presuponen el deseo de tomar contacto con Dios a través de la oración. 2. ¿En qué consiste la oración vocal? Consiste en repetir con los labios o con la mente, oraciones ya formuladas y escritas como el Padrenuestro, el Avemaría, la Salve, etc. Para aprovechar esta forma de oración es necesario pronunciar las oraciones lentamente, dándonos cuenta de lo que estamos diciendo a Dios. Así, entonces, podemos elevar el alma a Dios. La palabra escrita que leo o que repito de memoria es como un puente que me ayuda a establecer contacto con Dios. Por ejemplo, si yo leo "Tú eres mi Dios" y trato de hacer mías esas palabras, mi mente y mi corazón ya están contactando a Dios, ya están con Dios. La oración vocal pueden ser también oraciones que yo invento (mejor dicho: que el Espíritu Santo me inspira), palabras mías con las que me comunico con Dios. Eso es lo que llamamos oración espontánea: es vocal, pero no está pre-hecha o escrita. De la oración vocal se puede pasar a otra forma de oración. Toda oración es agradable a Dios. Aunque la vocal es la más simple, ésta siempre es necesaria en la vida de oración. La oración vocal asocia el cuerpo a la oración interior del corazón; incluso quien practica la más interior de las oraciones no podría prescindir del todo en su vida cristiana de la oración vocal. En cualquier caso, ésta debe brotar siempre de una fe personal. Con el Padre nuestro, Jesús nos ha enseñado una fórmula perfecta de oración vocal. (CIC-C #569) 3. ¿Qué son las comuniones espirituales? Entre las oraciones vocales más útiles y tal vez menos utilizadas está la comunión espiritual. Consiste en expresarle a nuestro Señor Jesucristo el deseo de recibirlo en el Sacramento de la Eucaristía y pidiendo recibirlo espiritualmente. Es la oración necesaria para cuando no podemos recibir el Sacramento de la Eucaristía. También puede hacerse comuniones espirituales a lo largo del día como forma de estar unidos a Jesús. Una de las fórmulas más conocida es la de San Alfonso María de Ligorio:
4. ¿Qué es la meditación? (CIC-C #570) En la meditación cristiana contemplamos por medio de representaciones mentales y/o lecturas, algún pasaje de la Sagrada Escritura, (Lectio Divina), o alguna verdad de nuestra Fe, o alguna faceta o momento de la propia vida, para tratar de descubrir en la meditación la Voluntad de Dios para mí. Cuando tenemos delante de nosotros un texto sagrado, lo que hay que hacer es abrir nuestra mente y nuestro corazón a Dios, decirle que me entrego a El y pedirle que me diga lo que desee por medio de esa lectura. La meditación cristiana es orar pensando o pensar orando. La meditación es una reflexión orante, que parte sobre todo de la Palabra de Dios en la Biblia; hace intervenir a la inteligencia, la imaginación, la emoción, el deseo, para profundizar nuestra fe, convertir el corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo; es una etapa preliminar hacia la unión de amor con el Señor. 5. ¿Qué diferencia hay entre la meditación cristiana y lo que hoy día llama la cultura “meditación” o “meditar”? Lo que nuestra cultura llama meditación o meditar es muy distinto a lo que es la oración mental o meditación cristiana. Pueden confundirse, pero son totalmente opuestas. Lo que hoy llamamos “meditación” en nuestra cultura es una práctica venida del paganismo oriental. En la oración cristiana se busca a Dios. En la meditación pagana el que medita realmente se busca a sí mismo. Para esto usa técnicas y ejercitaciones especiales, como repetición de mantras, etc. Es decir: el resultado depende de aplicar bien los métodos y las actividades que se proponen. En la oración cristiana el orante busca a Dios y desea entregarse a El. En la pagana se busca la fusión con la divinidad, de la que se considera parte: el meditante se cree que “forma parte” de dios (Panteísmo). En la oración cristiana el orante busca a Dios y lo deja actuar en su alma, la cual es transformada por la Gracia Divina. Es decir: Dios es quien hace; la persona se deja hacer. En la oración cristiana, Dios toma posesión del alma –si El lo desea y cuando El lo desea. En la meditación pagana el alma se cree falsamente divinizada. Tabla comparativa entre oración cristiana y meditación pagana 6. ¿Qué es la oración contemplativa? En este tipo de oración el orante no razona, sino que trata de estar en recogimiento, silenciando su cuerpo y su mente para estarse en silencio con Dios. El recogimiento interior o interiorización se fundamenta en un dato de fe: Dios nos inhabita, somos "templos del Espíritu Santo" (cf. 1 Cor 3, 16). La oración de silencio es un movimiento de interiorización, en la que el orante se entrega a Dios que habita en su interior. Ya no razona acerca de Dios, como en la meditación, sino que se queda a solas con Dios en el silencio, y Dios va haciendo en el alma su trabajo de Alfarero para ir moldeándola de acuerdo a Su Voluntad. Es muy importante tener en cuenta que buscar a Dios en la oración de recogimiento depende del orante. Recibir el don de la contemplación depende de Dios. La contemplación o gracias místicas que pueden darse en este tipo de oración, son don de Dios. Por ello, no pueden lograrse a base de técnicas. Si se dan esas gracias místicas o si adviene la contemplación, esto ni siquiera es fruto del esfuerzo que se ponga en la oración, sino que como don de Dios que son, El da a quién quiere, cómo quiere, cuándo quiere y dónde quiere. Dios es libérrimo y se da a su gusto y decisión: un día puede darnos un regalo de contemplación y al día siguiente podemos sentir la oración totalmente insípida. Dios es imprevisible por naturaleza: no podemos prever lo que nos va a dar. Siempre nos sorprende. La oración contemplativa es una mirada sencilla a Dios en el silencio y el amor. Es un don de Dios, un momento de fe pura, durante el cual el que ora busca a Cristo, se entrega a la voluntad amorosa del Padre y recoge su ser bajo la acción del Espíritu. Santa Teresa de Jesús la define como una íntima relación de amistad: «estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama». (CIC-C #571) 7. ¿Cuáles son los frutos de la oración? ¿Qué podemos esperar de la oración? Es muy importante tener en cuenta que las gracias místicas que puedan derivarse de este tipo de oración no son su verdadero fruto, ni siquiera son necesarias para obtener fruto en la oración. El fruto verdadero de la oración (vocal, mental o contemplativa) es:
ADORACION --------- yo Hay que sintonizar a Dios, como sintonizamos una estación de radio-comunicación. El Señor puede trasmitir, o en silencio, o con palabras, o con visiones, o con agradables aromas. Nunca lo sabremos de antemano.La sintonización la podemos hacer con la a d o r a c i ó n . Puede el Señor dejarnos en adoración o recogernos en su silencio. Y puede ir más allá: darnos contemplación y gracias místicas. Pero la contemplación no depende del orante, sino de Dios. 9. Nuestra participación en la oración: La persona debe poner su deseo y su disposición, principalmente su actitud de silencio (apagar ruidos exteriores e interiores). El silencio aún no es contemplación, pero es el esfuerzo que Dios requiere para dársenos y transformarnos. El que actúa en la oración es el Espíritu Santo, pero El no puede actuar en nosotros si no estamos en actitud de adoración, en actitud de reconocernos creaturas dependientes de Dios y, como consecuencia, nos abandonamos a su Voluntad. Es cierto que el Espíritu Santo puede actuar en nosotros aunque no estemos en adoración. Es cuando el Espíritu Santo nos vence … Puede hacerlo. De hecho lo hace a veces … como a San Pablo. El Espíritu Santo puede actuar con fuerza o con suavidad (cf. Sb. 8, 1 en traducción de la Vulgata) Pero normalmente el Espíritu Santo sólo actúa en la medida en que estemos en oración, en disposición de adorar. Y en la medida que se lo pidamos. Y debemos pedirle que nos transforme, que nos cambie, que nos santifique, que nos dé tal o cual gracia que necesitamos para ser más parecidos a Jesús y a su Madre. La oración de adoración nos hace receptivos y dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo. La oración nos permite escuchar la suave brisa de la cual le habló Jesús a Nicodemo (cf. Jn. 3, 8), que sopla donde quiere, pero que casi no se escucha … menos aún si no nos silenciamos.
10. ¿Cuál es la participación de Dios en la oración? La participación de Dios escapa totalmente nuestro control, porque El -soberanamente- escoge cómo ha de ser su acción en el alma del que ora. En ese recogimiento cuando oramos, Dios puede revelarse o no, otorgar o no gracias místicas o contemplativas. Esta parte, el don de Dios, no depende del orante, sino de El mismo, que se da a quién quiere, cómo quiere, cuándo quiere y dónde quiere. Es muy importante tener en cuenta que la efectividad de la oración contemplativa no se mide por el número ni la intensidad de las gracias místicas. Se mide por la intensidad de nuestra transformación espiritual: crecimiento en virtudes, desapego de lo material, entrega a Dios, aumento en los frutos del Espíritu, etc. 11. ¿Por qué se habla de la oración como un combate? Es corriente que los maestros espirituales hablen de la vida espiritual como un combate, comenzando por San Pablo que describe el combate espiritual en Ef 6, 10-18. El campo de batalla es el interior de la persona. El arma del cristiano es la oración. Podemos perder ese combate o podemos ganarlo. Podemos ganar algunas batallas y perder otras, igual que en las guerras. Para ganar este combate, tenemos que luchar contra la acedia o pereza espiritual, que es básicamente la falta de interés en las cosas de Dios. Luego tenemos que vencer las excusas: “no tengo ganas” o “no tengo tiempo”. En resumen tenemos que vencer al Enemigo que no le interesa que nadie ore, pues no quiere que nadie se entregue a Dios, ni que esté del lado de Dios. La oración es un don de la gracia, pero presupone siempre una respuesta decidida por nuestra parte, pues el que ora combate contra sí mismo, contra el ambiente y, sobre todo, contra el Tentador, que hace todo lo posible para apartarlo de la oración. El combate de la oración es inseparable del progreso en la vida espiritual: se ora como se vive, porque se vive como se ora. (CIC-C #572) Así es el combate espiritual. ¿Estás dispuesto (a) a ganarlo? ¿O te vas a dar por vencido? 12. ¿Qué sucede cuando parece que la oración no diera frutos? A veces pensamos: he orado y no me sirve para nada. Es probable que estamos pidiendo algo que no nos conviene. Dios siempre responde. Y su respuesta puede ser: Sí, No o todavía No. Hay que tener claro que la oración no busca resultados superficiales o sensoriales. La finalidad de la oración es el acercarnos a Dios y el poder ir uniéndonos a El, uniéndonos a su Voluntad. El aparente silencio de Dios es una invitación para seguir acercándonos a El y a confiar más en El. Quien ora tiene que saber que Dios es libérrimo, además de imprevisible, y que se da a quien quiere, como quiere, cuando quiere, donde quiere. 13. ¿Cuáles son las dificultades para la oración? (CIC-C #574) La dificultad habitual para la oración es la distracción, que separa de la atención a Dios, y puede incluso descubrir aquello a lo que realmente estamos apegados. Nuestro corazón debe entonces volverse a Dios con humildad. A menudo la oración se ve dificultada por la sequedad, cuya superación permite adherirse en la fe al Señor incluso sin consuelo sensible. La acedía es una forma de pereza espiritual, debida al relajamiento de la vigilancia y al descuido de la custodia del corazón. 14. ¿Qué hacer cuando no se siente nada en la oración o cuando no queremos seguir orando? Todo orante ha pasado por distracciones, sentimiento de vacío interior, sequedad e incluso cansancio en la oración. Pero el verdadero orante sabe que hay que tener constancia y fidelidad en la oración. 15. ¿Qué es la aridez en la oración y qué hacer en la aridez? La aridez una sensación de sequedad, de falta de consuelo en la oración. Pero la aridez no es un mal. Puede, incluso, ser una gracia. Si, examinada nuestra conciencia, no hay culpa en la aridez, puede ser que Dios desea que pasemos un tiempo de sequedad. Cuando venga la aridez –que vendrá- hay que tener cuidado, porque puede convertirse en una tentación. Pudiera suceder que cuando ya hemos avanzado algo en la oración o cuando estamos agobiados de trabajo y se descuide la oración, se comience a creer que la oración no es para uno. Ese sería un triunfo del Demonio, pues hace todo lo que puede para que nos quedemos exteriorizados. Cuando estemos en aridez, más hay que adorar. Necesitamos orar más. Pueda que nos cueste más trabajo. Es como tener que ira a sacar agua del pozo, en vez de recibirla por irrigación o –mejor aún- de la lluvia (cf. Santa Teresa de Jesús). La aridez es parte del camino de oración. Porque creer en el Amor de Dios no es sentir el Amor. Es, por el contrario, aceptar no sentir nada y creer que Dios me ama. Así que no hay que juzgar la vida de oración según ésta sea árida o no. La sequedad es un dolor necesario. No podemos amar a Dios por lo que sentimos, sino por lo que El es. La aridez es necesaria para ir ascendiendo en el camino de la oración. Así que, viéndolo bien, la aridez es un don del Señor, tan grande o mayor que los consuelos en la oración. Con la aridez el Señor nos saca del nivel de las emociones y nos lleva al nivel de la voluntad: oro aunque no sienta porque deseo amar al Señor. La aridez, entonces, cuando no es culposa, porque nos hemos alejado del Señor por el pecado o porque no hemos orado con la asiduidad necesaria, es un signo de progreso en la oración. La oración es siempre una experiencia transformante, haya gracias místicas o no, estemos en aridez o no. 16. ¿Qué relación hay entre la oración y la caridad fraterna? No hay verdadera caridad fraterna si no hay oración. El que no ora puede hacer filantropía o altruismo, pero esas formas de solidaridad no son caridad o amor al prójimo. La oración es tan importante que no podemos pretender amar, amar verdaderamente, amar como Dios nos ama, si no nos abrimos a la acción del Espíritu Santo a través de la oración y de los Sacramentos. Porque para amar verdaderamente hay que dejar que sea el Espíritu Santo -que habita en nuestro interior si estamos en estado de gracia- Quien ama en nosotros y a través de nosotros. De otra manera, lejos de proyectar el Amor de Dios en nosotros, podemos más bien proyectar nuestro propio yo. Con respecto a la relación entre la oración y el amor, Santa Teresa de Jesús la deja bien clara en una breve consigna: “Orar es llenarse de Dios y darlo a los demás”. Y Santo Domingo de Guzmán lo acuña aún más concisamente: “Contemplad y dad lo contemplado”. Ambos quieren decir que no hay amor verdadero sin oración. Y la oración verdadera no nos deja ensimismados, sino que nos impulsa a dar a Dios a los demás. En eso consiste el verdadero amor. Ese fue el secreto de la Beata Teresa de Calcuta: “Cuanto más recibimos en el silencio de la oración, más damos en nuestra vida activa. Necesitamos del silencio para ‘tocar’ las almas. Lo importante no es lo que decimos a Dios, sino lo que Dios nos dice y lo que dice a través de nosotros. Todas nuestras palabras son vanas si no vienen del interior. Las palabras que no dan la luz de Cristo, aumentan las tinieblas” (Beata Teresa de Calcuta). 17. TRABAJO Y ORACION FINALIDAD DEL TRABAJO: El trabajo debe tener como finalidad la gloria de Dios. Debemos trabajar con afán de verdad, de humildad, de entrega al Señor, de caridad fraterna, para glorificar al Padre con nuestro trabajo. El trabajo debe ser hecho únicamente por amor a Dios, para gloria suya y no para nuestra propia gloria, ni para ser reconocidos y apreciados, ni siquiera para sentirnos realizados. Frecuentemente trabajamos de manera muy humana. Hay que lograr trabajar en un clima de abandono en Dios. Así nuestro trabajo puede unirse a nuestra adoración. En la adoración reconocemos que nuestro trabajo es hecho únicamente por amor a Dios y lo ofrendamos. De esa manera podemos trabajar con entusiasmo, haciendo nuestro trabajo porque Dios nos lo pide, siendo servidores fieles. Así estamos en un clima de adoración: creaturas dependientes de Dios, siendo servidores de Dios, trabajando porque es su Voluntad. Así, trabajo y adoración se integran uno al otro, porque tenemos la misma disposición para ambos. “Cuando trabajamos por obediencia estamos unidos a la Cruz de Cristo, y el Espíritu Santo nos esclarece y nos ayuda interiormente. En cambio, el trabajo hecho con febrilidad o para manifestar nuestras competencias nos impide permanecer en el abandono, y de ese modo se opone a la contemplación y a la oración” (Padre Philippe en Seguir al Cordero). COMO UNIR TRABAJO Y ORACION: El mal de nuestra época es que ya no oramos. Olvidamos orar. En este mal mucho tiene que ver la febrilidad en el trabajo, la importancia que se le da al trabajo y el tiempo que se le dedica. Se piensa que la oración distrae del trabajo o interfiere con éste. No tenemos que temer que la oración le reste eficiencia al trabajo o que nos impida trabajar bien. ¡Al contrario! Prueben y vean. La oración hace más eficiente el trabajo. Se es más eficiente cuando se ora. Una que demostró esta eficiencia fue la Madre Teresa de Calcuta y la siguen demostrando las Misioneras de la Caridad. Ella decía: “Nuestro secreto es muy sencillo: oramos”. Cuando estamos acostumbrados a trabajar y trabajamos en algo en lo que nos sentimos realizados, eso es muy agradable, porque nos desarrollamos, nos sentimos capaces, aprendemos muchas cosas. Sobre todo el trabajo intelectual es sumamente agradable. Y mientras más trabajamos, más capaces nos consideramos, más realizados nos sentimos. Y así vamos andando. Nuestra vida cristiana exige trabajar, es cierto. Pero nuestra vida cristiano no puede ser sólo trabajo. La vida cristiana consiste, sobre todo, en estar unidos a Dios. Ahora bien, ¿en el trabajo estamos unidos a Dios? Estamos más bien unidos a realidades inferiores, aunque sean éstas intelectuales. Madera, concreto, sustancias, libros, papeles, computadoras, son cosas que usamos para realizar una obra. El trabajo se trata de nuestra relación con el mundo. Por eso no podemos encontrar en el trabajo nuestra finalidad última, el verdadero sentido de nuestra vida. El sentido de nuestra vida sólo lo encontramos teniendo relación con Dios. De vez en cuando necesitamos hacer un alto en el trabajo, un desierto interior para adorar. Un Retiro es ese alto, ese desierto interior. Luego podremos integrar adoración y trabajo. Esto lo podemos ver mejor con el pasaje del Exodo (Ex. 3) cuando Yavé instruye a Moisés para que vaya a su pueblo y lo conduzca a tres días de camino por el desierto para que allí Israel adore y vuelva a descubrir su vocación. Recordemos que el pueblo de Israel se encontraba bajo el yugo del Faraón, que le obligaba a trabajar en la construcción de esas pirámides inmensas. Hoy estamos nosotros en una situación parecida. Estamos bajo el yugo de un Faraón no reconocido, ni visible: las ocupaciones, el trabajo, todo lo que tenemos que hacer … y no nos queda tiempo para orar. ADORAR SIETE VECES AL DIA: Un Abad Cistercience de nuestra época, que había sido militar, un día sintió el llamado del Señor para hacerse trapense. El se sentía llamado a una vida contemplativa, al silencio y al recogimiento. Al principio se sintió muy bien en la Trapa, pero al cabo de unos años se dio cuenta que los monjes del convento donde estaba no eran contemplativos ¡eran trabajadores! El seguía siendo contemplativo y orando, por instrucciones del Señor. El riesgo de la Trapa es que a veces puede ser una comunidad de trabajadores. El riesgo de los conventos es que pueden ser comunidades de trabajadores. Los Monjes rezaban el Oficio Divino juntos, estaban en Misa juntos. Pero …¿? Y un día fue nombrado Abad y pensó: “Ahora soy responsable de esta comunidad de trabajadores que debe convertirse en una comunidad contemplativa”. Invocando al Espíritu Santo para ver cómo hacer, recibió la respuesta: “Recuérdales el deber de la adoración; ya no adoran. Intentan cantar las alabanzas de Dios, pero ya no adoran, de modo que ya no puedo hacer nada por ellos. Diles que adoren siete veces al día”. ¿Por qué siete veces al día? No sólo porque siete es el número de la plenitud, sino por la frase del Salmo: “Siete veces al día te alabo, a causa de tus justos juicios” (Salmo 119, 164). No es casualidad que la Santísima Virgen María en el último mensaje en Medyugorie (25-2-08) dice algo parecido: “Que vuestro día esté hilvanado de pequeñas y fervientes oraciones”. Notemos que la Virgen habla de pequeñas y fervientes oraciones: jaculatorias, actos de amor, de decirle algo al Señor, de tomar conciencia de que está con uno en ese momento. No tienen que ser interrupciones largas: son pequeños momentos de contacto con el Señor, pequeños momentos de adoración. Comenzando con el ofrecimiento de obras (“soy tuyo, Señor, el día es tuyo, haz conmigo lo que quieras: aquí estoy para hacer tu Voluntad”) y terminando con el examen de conciencia en la noche (“qué he hecho hoy que Jesús no hubiera hecho … perdóname Señor, quiero ser como Tú eres y hacer lo que Tú harías”), sólo hay que hilvanar unos cuantos más a lo largo de la jornada diaria, por ejemplo, cada vez que cambiemos de ocupación. Pero volvamos al Monasterio Trapense: al cabo de seis meses, la Trapa de trabajadores se había convertido en una Trapa de contemplativos. ¡Trapenses que no eran contemplativos! ¿Qué queda para nosotros? Tal vez hasta oramos, pero no adoramos. Hay una diferencia. Recitar oraciones no es adorar. Adorar es un acto personal para con Dios. No quiere decir que no debamos recitar oraciones, pero esas oraciones deben conducirnos a una oración interior. Santo Tomás, también Santa Teresa, dicen que toda oración vocal está ordenada a la oración interior. Y esta oración interior es lo que cuenta. Uno de los maestros espirituales de nuestros días fue el Cardenal Vietnamita Nguyen Van Thuan, que comenzó a ser conocido desde un Retiro que dictó al Papa Juan Pablo II y la Curia en el años 2000, recogido en un libro titulado Testigos de la Esperanza. Este Obispo de Saigon, quien estuvo preso como 10 años por los comunistas, dice lo siguiente sobre la oración y el trabajo: “La acción sin la oración sería inútil. Si no, un robot podría hacer más que uno” Pero veamos cómo se convenció el Cardenal Van Thuan de esto. Cuenta él que cuando estaba en la cárcel vivió momentos de desesperación, de rebeldía, preguntándose por qué Dios lo había abandonado, si el había consagrado su vida a su servicio, para construir Iglesias, escuelas, dirigir vocaciones, atender a los movimientos apostólicos, promover el diálogo ecuménico, ayudar a reconstruir su país después de la guerra, etc. Se preguntaba por qué Dios se había olvidado de él y de todas las obras que había emprendido en su nombre. “A menudo me costaba dormirme y me sentía angustiado”, comenta el Cardenal. “Una noche oí dentro de mí una voz que me decía: ‘Todas esas cosas son obras de Dios, pero no son Dios’”. Tenía que elegir a Dios, y no sus obras. Quizás un día, si Dios quería, podría retomarlas, pero tenía que dejarle a El que eligiera, cosa que haría mejor que yo”. A partir de ese momento sintió una paz profunda en el corazón y, a pesar de todas las pruebas, siempre se repetía lo mismo: “Dios, y no las obras de Dios”. Buen tema de meditación en verdad … y en serio. Tema de adoración.
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