Cómo ser salvo?

SEÑALES EN EL CAMINO
DE SALVACIÓN

4ª Señal
Confianza en
la Providencia Divina
y aceptación cristiana
del sufrimiento

4.      Si somos libres, ¿cómo es que Dios dirige todo en su Divina Providencia?  ¿Cómo quedan las acciones que día a día, minuto a minuto, a lo largo de la historia han realizado y siguen realizando cada uno de los seres humanos?

Comencemos por enfatizar que Dios es el Señor de la Historia. Lo anuncia la Sagrada Escritura:

El Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos;  pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad. (Sal 32, 10-11).

Lo ratifica el Catecismo:

CIC #303 El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Las sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos: "Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza" (Sal 115, 3); y de Cristo se dice: "Si Él abre, nadie puede cerrar; si Él cierra, nadie puede abrir" (Ap 3, 7); "hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza" (Pr 19, 21).

         CIC #304  Así vemos al Espíritu Santo, autor principal de la sagrada Escritura, atribuir con frecuencia a Dios acciones sin mencionar causas segundas (o acciones de los hombres).  Esto no es "una manera de hablar" primitiva, sino un modo profundo de recordar la primacía de Dios y su señorío absoluto sobre la historia y el mundo (cf Is 10, 5-15; 45, 5-7; Dt 32, 39; Si 11, 14) y de educar así para la confianza en Él.

Veamos cómo describe San Francisco de Sales, Doctor de la Iglesia, el funcionamiento de las causas segundas (nuestras acciones) con respecto de la Causa Primera (Dios):

“Las obras de los buenos Cristianos tienen tal valor que recibimos el Cielo por ellas; pero no porque éstas procedan de nosotros … sino porque han sido teñidas con la Sangre del Hijo de Dios … Entonces nuestras almas, que no son en sí mismas capaces de producir un solo pensamiento bueno dirigido al servicio de Dios, estando arraigadas en sagrado amor por el Espíritu Santo que habita en nosotros, produce obras santas, que nos conducen hacia la gloria inmortal … el Espíritu Santo, Quien habita amorosamente en nuestros corazones, obra en nosotros con un arte tan exquisito, que las mismas obras que son totalmente nuestras son aún más totalmente Suyas, ya que El las produce en nosotros, así como nosotros las producimos de nuevo en El, El las hace por nosotros así como nosotros las hacemos por El, El las opera en nosotros mientras nosotros cooperamos con El … El nos deja todo el mérito y la ganancia de nuestros servicios y buenas obras, y a la vez nosotros le dejamos a El todo el honor y la alabanza, reconociendo que el inicio, el progreso y la culminación de todo el bien que hacemos depende de su misericordia, por medio de la cual El ha venido a nosotros y nos ha prevenido, ha venido a nosotros y nos ha asistido y dirigido, completando lo que El había comenzado.”  (San Francisco de Sales, Tratado del Amor de Dios, cap XI #6)

Pero aún en ese señorío de Dios sobre la historia, la fe y la razón nos muestran que hay un balance perfecto entre la Divina Providencia y la libertad del hombre.

Es un misterio grande éste.  ¿Cómo Dios, sin quitarnos la libertad sigue rigiendo la historia humana?  La fe que ilumina la razón y la razón que se deja guiar por la fe, deben irnos mostrando ese misterio en acción.

Y podemos irlo viendo a lo largo de nuestra propia vida, de la vida de otros y de la vida de las naciones y los pueblos.

Los seres humanos participamos en la historia de la humanidad durante el tiempo que nos toca vivir en el mundo.  Esta participación de las creaturas en el curso de la historia humana es lo que se llama en Teología “causas segundas”, siendo Dios siempre la “Causa Primera”, que dirige y ordena todo hacia el fin para el cual El ha creado el mundo.

CIC #306 Dios es el Señor soberano de su designio. Pero para su realización se sirve también del concurso de las criaturas.  Esto no es un signo de debilidad, sino de la grandeza y bondad de Dios todopoderoso.  Porque Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su designio.”

Nótese los vocablos se sirve del concurso de las criaturas – cooperar en la realización de su designio.  Como podemos apreciar, muy significativos estos vocablos usados así en el Catecismo.  Son frases que nos ratifican que, aún cuando hacemos uso de nuestra libertad, es Dios Quien dirige la historia.

En esto consiste el misterio de la Providencia Divina.  “Misterio”:  es decir,  no lo podemos comprender.  Y es que ¡cómo vamos a comprender que sin quitarnos la libertad, Dios es Quien dirige todo!

Es un misterio inmenso, que sólo conoceremos al fin del mundo, cómo Dios ha dirigido la humanidad según sus designios, sin quitar al hombre la libertad que El mismo nos dio.

Ante esta evidencia misteriosa, tenemos que hacer como hacemos con cualquiera de los demás misterios de la fe cristiana:  no lo entiendo, pero lo acepto, dejando de estar cuestionando por qué Dios permite tal cosa o hace cual otra.  Esas interrogantes son estériles y denotan desconfianza en Dios y en su Divina Providencia.

CIC 307  Dios concede a los hombres incluso poder participar libremente en su providencia confiándoles la responsabilidad de "someter'' la tierra y dominarla (cf Gn 1, 26-28). Dios da así a los hombres el ser causas inteligentes y libres para completar la obra de la Creación, para perfeccionar su armonía para su bien y el de sus prójimos. Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por su acciones y sus oraciones, sino también por sus sufrimientos (cf Col 1, 24). Entonces llegan a ser plenamente "colaboradores [...] de Dios" (1 Co 3, 9; 1 Ts 3, 2) y de su Reino (cf Col 4, 11).

CIC 308 Es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador: Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las causas segundas:  "Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece" (Flp 2, 13; cf 1 Co 12, 6). Esta verdad, lejos de disminuir la dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la nada por el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está separada de su origen, porque "sin el Creador la criatura se diluye" (GS 36, 3); menos aún puede ella alcanzar su fin último sin la ayuda de la gracia (cf Mt 19, 26; Jn 15, 5; Flp 4, 13).

Dios es la Causa Primera que opera en y por las causas segundas (nuestras acciones).  San Pablo también trata de explicarlo:  "Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece" (Flp 2, 13).

Dios, entonces, nos ha permitido a sus creaturas colaborar con El en la historia de la salvación.  Ahora bien, si cada uno de nosotros, viviéramos según el plan de Dios, si hubiéramos actuado o estuviéramos actuando según sus designios, podríamos decir que hemos sido o estamos siendo colaboradores adecuados en su plan de salvación de la humanidad.

Sin embargo, tristemente, sucede que en la mayoría de los casos, los seres humanos más bien hemos distorsionado o estamos distorsionando el plan divino con nuestros pecados y nuestros errores.

Pero Dios que, en su Omnipotencia y en su Sabiduría Infinita, saca bien del mal, reordena la historia humana para su mayor gloria y para el mayor bien de todas sus creaturas, siempre con miras a la salvación eterna.

La Providencia de Dios también dirige el curso de la historia de la humanidad.  Especialmente en la Biblia vemos cómo Dios guió al pueblo de Israel, cómo preparó a la humanidad para la venida del Mesías.

Y, aunque no está escrito y tal vez no nos damos cuenta, en todo momento e inclusive actualmente, Dios sigue también guiando a la humanidad hacia el fin de este mundo terreno y el paso a la eternidad.

CIC #312 Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas: "No fuisteis vosotros, dice José a sus hermanos, los que me enviasteis acá, sino Dios [...] aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir [...] un pueblo numeroso" (Gn 45, 8;50, 20; cf Tb 2, 12-18 vulg.).  Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia (cf Rm 5, 20), sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención.  Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien.

"En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman" (Rm 8, 28).

Y el testimonio de los santos es elocuente:

Santa Catalina de Siena dice a "los que se escandalizan y se rebelan por lo que les sucede":  "Todo procede del amor, todo está ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin" (Diálogos 4, 138).

CIC #324  “La permisión divina del mal físico y del mal moral es un misterio... La fe nos da la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo, por caminos que nosotros sólo conoceremos plenamente en la vida eterna."

CIC #314  “Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos.  Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios "cara a cara" (1 Co 13, 12), nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat (cf Gn 2, 2) definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra.”

 

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