SEÑALES EN EL CAMINO 5ª Señal
Comencemos por el momento de la Anunciación (Lc. 1, 26-38). Allí vemos las actitudes de María Santísima que permitieron a Dios realizar ese milagro de Su Amor por la humanidad: el milagro de bajarse de su condición divina -sin perderla- para hacerse uno como nosotros en todo menos en el pecado, al humanarse en el seno de la Virgen María. María creyó que lo aparentemente imposible se realizaría en ella. Esto lo reconoce muy bien su prima Santa Isabel cuando le dice: “¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las cosas que te fueron dichas de parte del Señor!” (Lc. 1, 45). La fe de la Santísima Virgen es digna de nuestra imitación: cree por encima de toda apariencia, cree sin dudar, cree porque Dios, a través de su enviado el Arcángel Gabriel, le anuncia el hecho insólito de que sería la Madre de Dios, pues El mismo se encarnaría en su seno. Sólo hace una pregunta: “¿Cómo podré ser madre si no tengo relación con ningún hombre?” (Lc. 1, 34). Y vuelve a poner en funcionamiento su fe a toda prueba, al creer que concebiría prescindiendo de las leyes naturales para la procreación establecidas por Dios mismo. Cree sin dudar las palabras de San Gabriel Arcángel: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el Poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso tu Hijo será Santo y con razón lo llamarán Hijo de Dios” (Lc. 1, 35). La fe es muy importante en nuestro camino de salvación. ¿Qué hubiera pasado si María no hubiera creído, si hubiera sido racionalista, incrédula, desconfiada? De allí que la primera cualidad en imitar de la Virgen es su fe en que todo es posible para Dios, aún lo más increíble, tan increíble como lo que a Ella sucedió, que sin conocer varón, el Espíritu Santo la haría concebir a Dios mismo en su seno, en forma de bebé. Increíble, pero “para Dios nada es imposible” (Lc. 1, 37). Lo segundo en María es su entrega a la Voluntad de Dios. Después de conocer lo que Dios haría, la Virgen se entrega en forma absoluta a los planes de Dios: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1, 38). Estas palabras con las que la Virgen hace su entrega a Dios recuerdan las del Salmo 40, 8, que Ella seguramente conocía: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. El autor de la Carta a los Hebreos las retoma cuando habla del sacrificio de Cristo y pone a Cristo a decir: “No te agradan los holocaustos ni los sacrificios ... entonces dije -porque a Mí se refiere la Escritura: ‘Aquí estoy, Dios mío; vengo a hacer tu voluntad” (Hb. 10, 5-10). Además, María fue humilde y dócil. “He aquí la esclava del Señor”, le responde al Arcángel San Gabriel al final de la Anunciación. Ya ha sido constituida nada menos que “Madre de Dios” y se reconoce a sí misma “esclava del Señor” para que se haga en ella todo lo que El desee. Ella misma reconoce ante su prima Santa Isabel que es su humildad lo que ha atraído los favores de Dios para hacer grandes cosas en ella: Dios quiso ver “la humildad de su esclava” (Lc. 1, 47). María llevaba en su seno al Salvador del Mundo, pero al encontrarse María en los días de dar a luz, María y José tuvieron que trasladarse de Nazaret a Belén. Y ya sabemos lo que sucedió: no había lugar para ellos en la hospedería. José también, que estaba en Galilea, en la ciudad de Nazaret, subió a Judea, a la ciudad de David, llamada Belén, porque era descendiente de David; allí se inscribió con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras estaban en Belén, llegó para María el momento del parto, y dio a luz a su Hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, pues no había lugar para ellos en la sala principal de la casa. (Lc 2, 4-7) Ningún Evangelista nos habla de una cueva, sino que no había sitio para ellos en donde se hospedaba la gente, por lo que el Niño Jesús fue puesto sobre un pesebre, que es un dispositivo donde se pone la comida para que coman los animales. Por este detalle se cree que nació en una cueva de las que solían servir de refugio para dormir los campesinos con sus animales. Es una tradición del siglo 2 que sostiene y así ha venido a nosotros que Jesús nació en una cueva en las afueras de Belén. En una de esas cuevas fue construida por Constantino la Basílica de la Natividad y está marcado con una estrella de plata el sitio exacto donde nació Jesús, el Redentor del mundo. A los 40 días deben cumplir con lo estipulado en la Ley: la Presentación del Niño y la Purificación de la Madre. María estaba pasando por el patio exterior con su Divino Hijo, pero a nadie llamaba la atención, pues el gentío no sospechaba en lo más mínimo que el Mesías acababa de entrar por primera vez a la Casa de su Padre. Pero sí hubo un hombre, uno solo, que reconoció al Niño Jesús como el Salvador del mundo: gloria de Israel y luz de las naciones. Fue Simeón, que esperaba a un Redentor diferente al que esperaba el resto del pueblo judío. Los judíos esperaban un redentor terreno. Simeón esperaba a Aquél que traería la verdadera redención: la redención del pecado. El Espíritu Santo le había asegurado que no moriría sin conocer al Mesías prometido que salvaría al mundo de sus pecados. Y en ese momento Simeón le hace un anuncio desgarrador a María: Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Mira, este Niño traerá a la gente de Israel ya sea caída o resurrección. Será signo de contradicción en cuanto se manifieste, mientras a ti misma una espada te atravesará el alma.» (Lc 2, 34-35) Y María vuelve a decir “sí”. Si a la espada, sí a que su Hijo será signo de contradicción. Y entendería que muchos lo iban a rechazar. De hecho, ya desde su infancia comenzó la contradicción, la oposición, la disputa. Fue perseguido por Herodes y por eso tuvieron que huir a Egipto: vivir exilados por unos años fuera de su tierra y regresar ya Herodes muerto. Y María sigue diciendo “sí”. A los 12 años, el Niño Jesús se desaparece. Y María se angustia. Pero dice “sí” cuando Jesús le responde: «¿Y por qué me buscaban? ¿No saben que Yo debo estar donde mi Padre?» (Lc 2, 49) Cuando comenzó su vida pública, tuvo la oposición acérrima de Fariseos y Saduceos. Lo acusaron de estar ligado a Satanás. En la Fiesta de la Dedicación del Templo trataron de apedrearlo por blasfemo. Varias veces trataron de lanzarlo por un barranco. Lo acusaron ante Pilato de alebrestar al pueblo. Sus enemigos no cejaron hasta no verlo muerto en la Cruz. Y María dijo de nuevo “sí”. La vida de María se resumen en un inicial y continuado “sí” a la Voluntad de Dios: “Sí” en la Anunciación y “Sí” en el Calvario.
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