SEÑALES EN EL CAMINO 5ª Señal
Dios es exigente. De allí que si queremos seguir a Dios debemos estar dispuestos a darlo todo por El y a preferirlo a El primero que a todo y primero que a todos. Así de claro. Bien lo atestigua la Sagrada Escritura. “Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14, 26). No podemos creer que estamos siguiendo a Cristo si preferimos otras cosas o personas más que a El. Y esto significa ponerlo a El por encima de cualquier otro afecto, por más genuino que sea, por más natural que sea. Así sea el de los padres, el de los hijos o el del cónyuge. ¿Cómo? … ¿Entonces no puedo amar a los míos? No se trata de no amar a los nuestros, sino de saber que primero viene El y después todo lo demás, inclusive uno mismo. Esta exigencia significa posponer todo, pues Dios va primero. Y en comparación de Dios, “todo” es “nada”. El “todo” también incluye todos los bienes. Y los “bienes” no son sólo los materiales: son todos. La inteligencia y el entendimiento (modos de pensar y de razonar); la voluntad (deseos, planes, proyectos, etc.) Inclusive la libertad que El mismo nos dio, si no la usamos para poner a Dios en primer lugar, no la estamos usando bien. Toda esta entrega de lo que consideramos tan propio y tan importante está dentro de lo que es el amar a Dios sobre todas las cosas.
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