SEÑALES EN EL CAMINO 5ª Señal
Abraham es nuestro padre en la fe. Pero Abraham no sólo creyó, sino que obedeció. Y al obedecer también esperaba lo que Dios le ha prometido. Esa fe indubitable e inconmovible, esa fe a toda prueba que tuvo Abraham lo llevaba a una confianza absoluta en los planes de Dios y una obediencia ciega a su Voluntad. A Abraham Dios comenzó pidiéndole que dejara todo: Vete de tu tierra y de tu patria y de la casa de tu padre (Gn 12, 1). Y Abraham sale sin saber a dónde va. Ante la orden del Señor, Abraham cumple ciegamente. Va a una tierra que no sabe dónde queda y no sabe siquiera cómo se llama. Deja todo, renuncia a todo: patria, casa, estabilidad, etc. Da un salto en el vacío en obediencia a Dios. Confía absolutamente en Dios. Abraham sabe que su vida la rige Dios, y no él mismo. Dios le dice que va a ser padre de mucha gente. Te prometo que vas a tener una descendencia más numerosa que las estrellas del cielo (Gn 26, 4). Y, aunque aquello parecía imposible, Abraham seguía confiando, porque sabía que Dios estaba con él. Y Abraham cree, a pesar de que todas las circunstancias parecen contrarias a esta promesa. Por un lado, su esposa Sara es estéril y él ya cuenta con 75 años de edad para el momento de la promesa. Pero Abraham cree por encima de las circunstancias humanas. Pasa el tiempo -pasa bastante tiempo- ¡pasan 24 años! desde que Dios le hizo su promesa a Abraham ... Ya Abraham tiene 99 años, y Sara sigue estéril. En esas condiciones y en ese momento tiene lugar una visita del Señor a la tienda de Abraham. Y al final de la visita el Señor le dice: Cuando vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo (Gn 18, 10). Y así fue: al año siguiente, a un hombre de 100 años y a una mujer estéril de 90, les nace un hijo: Isaac, el hijo por el cual la descendencia de Abraham será tan numerosa como las estrellas del cielo y las arenas del mar (Gn 22, 17), el hijo por el cual será Abraham padre de un gran pueblo, padre de todos los creyentes. Han sido 24 años de larga espera. Y cuando lo que era difícil parecía ya imposible, Dios cumple su promesa. La lógica de Dios es distinta a la lógica humana. Los planes de Dios son diferentes a los planes de los hombres. El tiempo de Dios es distinto al tiempo de los hombres. Los planes de Dios no se realizan como el hombre quiere, sino como Dios quiere. Los planes de Dios no se realizan tampoco cuando el hombre quiere, sino cuando Dios quiere. A veces nos es más fácil hacer lo que Dios quiere, que hacer las cosas cuando Dios quiere. A veces nos es más fácil cumplir la Voluntad de Dios, que tener la paciencia para esperar el momento en que Dios quiere hacer su Voluntad. La prueba a la fe y confianza de Abraham no queda ahí, porque comienza a crecer el hijo de la promesa y cuando ya todo parece estar estabilizado, Dios interviene nuevamente para hacer una exigencia “ilógica” a Abraham: le pide que tome a Isaac y que se lo ofrezca en sacrificio. Este tal vez sea uno de los episodios más conmovedores del Antiguo Testamento. Dios vuelve a exigirle todo. Ahora le pide la entrega de lo que Dios mismo le había dado como cumplimiento de su promesa: Isaac debe ser sacrificado. Abraham obedece ciegamente, sin siquiera preguntar por qué. Sube el monte del sacrificio para cumplir el más duro de los requerimientos del Señor. Y en el momento que se dispone a sacrificar a su hijo, Dios lo hace detener. Dios requirió de Abraham una entrega total: le pidió el todo. Abraham creyó, obedeció y esperó. Así debe ser nuestra fe: inconmovible, indubitable, sin cuestionamientos, confiada en los planes y en la Voluntad de Dios, dispuesta a dar el todo a Dios, que sabe exactamente lo que conviene a cada uno. Abraham es nuestro padre en la Fe, pero también es uno de los modelos que nos enseña cómo cumplir la Voluntad de Dios.
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