SEÑALES EN EL CAMINO 6ª Señal
Esa durísima frase de Dios en el Antiguo Testamento, pronunciada por boca del Profeta Oseas es recordada y repetida por Jesucristo, al ser criticado por reunirse con “pecadores”: “Yo quiero amor y no sacrificios” (Os. 6, 3-6 y Mt. 9, 9-13). (Otra traducción de esta frase dice: “Misericordia quiero y no sacrificios”). Con esta frase, Jesús, el Hijo de Dios, pide a los que le critican que imiten su Amor y su Misericordia. Pero ¿quiere decir el Señor que realmente no desea sacrificios y ofrendas? Bien analizada esta frase y comparada con otras, podremos tener su verdadero sentido. Esta frase está relacionada con la que acabamos de ver del Sermón de la Montaña: “Si al presentar tu ofrenda en el altar, te recuerdas que un hermano tuyo tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ahí ante el altar, anda primero a reconciliarte con tu hermano y vuelve luego a presentar tu ofrenda” (Mt. 5, 23-25). No quiere decir, entonces, que el Señor no desea nuestras ofrendas, sino que primero y ante todo desea que lo amemos a El sinceramente y que amemos a nuestros hermanos, como El nos ama. Así nuestra relación con Dios y con los demás, nuestras ofrendas serán entonces agradables al Señor. Jesucristo recuerda la frase el Profeta Oseas después que ha escogido a uno de sus Apóstoles, a San Mateo. Es el mismo Mateo quien narra el episodio del llamado que le hizo el Señor. Mateo era “publicano”, es decir, judío que trabajaba colectando impuestos de los judíos para el Imperio Romano, fuerza que gobernaba el país de Jesús. Esa actividad era ilícita para los judíos, por lo que esas personas eran consideradas “pecadores”. Era tal el reproche de los judíos anti-Romanos contra los publicanos cobradores de impuestos, que hasta los mendigos se negaban a recibir limosna de publicanos. Dentro de ese ambiente, ¿cómo es que Jesús se atreve a escoger a un cobrador de impuestos, a Mateo? Notemos, primeramente, que Jesús no aprueba ni alaba las actividades de los publicanos. Al contrario, pide a Mateo que lo deje todo y lo siga a El. Y Mateo sigue a Jesús sin titubear y sin chistar. En este episodio del Evangelio, narrado por su mismo protagonista, se ve claramente que Mateo se levantó de su escritorio de inmediato, lo dejó todo y siguió a Jesús. La crítica vino luego, cuando Jesús fue a cenar casa de Mateo y estaba la casa llena de muchos otros publicanos y pecadores. “¿Cómo es que este Maestro se sienta con publicanos y pecadores?” (Mt 9, 11), comentaban los Maestros de la Ley del grupo de los Fariseos, los cuales se ocupaban de la más estricta observancia de la Antigua Ley, pero la mayoría de las veces no la interpretaban a cabalidad. Por eso es que Jesús les tiene que recordar la frase del Profeta Oseas, que ellos habían pasado por alto: Misericordia quiero y no sacrificios (Os 6, 6). El Señor, entonces, nos llama a amar como El nos ama, sobretodo siendo misericordiosos como El es misericordioso. El Señor nos llama a saber perdonar, a aprender a “ponernos en los zapatos de los demás”, para poder ser comprensivos, compasivos, misericordiosos, magnánimos, bondadosos, etc. Sólo así Dios nuestro Señor aceptará nuestra ofrenda cuando vayamos a presentarnos ante el altar, cuando cada día o cada semana durante la Santa Misa nos presentemos ante El para pedirle perdón, para orar y para recibir su Gracia en la Sagrada Eucaristía El perdón es una condición no negociable para poder entrar al Cielo. Hay que optar entre el perdón o el resentimiento; entre la bondad o la amargura. Esa es la cuestión. El resentimiento y la amargura llevan al odio, al Infierno. El perdón y la bondad llevan al amor, al Cielo. Nos lo explicó muy bien Jesús al enseñarnos el Padre Nuestro: Padre nuestro, que estás en el cielo, Y completó la idea del perdón al agregar esta aclaratoria al final: Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes. (Mt 6, 8-15) Pensemos, entonces, porque esto del perdón es algo crucial en el camino de la salvación. Cuando nos han hecho daño o lastimado o dicho algo desagradable, ¿cuál es nuestra primera reacción, la reacción más natural? Hacer daño igual o algo peor es una de las opciones consideradas. Hablar mal de la persona que nos agravió, etc. etc. etc. Mantener resentimiento interior, esperando tal vez el momento adecuado para atacar. Pero … ¿qué nos dice Jesús sobre estas cosas? Nos dice que tenemos que perdonar a quienes nos hacen daño. Veamos ... ¿cómo nos hemos portado nosotros con Dios? ¿No lo hemos ofendido? ... Y, ¿cómo nos trata Dios? Dios es infinitamente bueno. Y, aunque hayamos pecado, ¿El nos perdona, no? ¿Qué rezamos en el Padre Nuestro sobre el perdón a los demás? Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. ¿Qué estamos diciendo con eso? Que Dios nos va a perdonar si nosotros perdonamos a los que nos hacen daño. Vamos a revisar otra vez esa explicación del Padre Nuestro en el Evangelio de San Mateo: Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes. (Mt 6, 8-15) Entonces, ¿qué hacer cuando nos hacen algún daño? Si te pide perdón, debes perdonar de inmediato y darle tu perdón, como te lo ha pedido. Si no te pide perdón, debes perdonarlo en tu corazón, aunque eso no significa que debes tener una amistad íntima con esa persona, si no deseas tenerla o si no conviene tenerla. Debes, sin embargo, tratarla bien y ayudarla si te necesitara. ¿Qué hacer si eres tú quien hace daño? Y … ¿cuántas veces debemos perdonar? Vamos a buscar eso en el Evangelio de San Lucas: “Fíjense bien: Si tu hermano te ofende, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Si te ofende siete veces al día y siete veces vuelve arrepentido, diciendo: No lo vuelvo a hacer más, perdónalo” (Lc. 17, 3-4) Siete no significaba exactamente 7 para los judíos. Siete significa que debemos perdonar cuantas veces sea necesario. Pero es difícil perdonar. ¿Cómo hacer para perdonar? Si Dios nos manda a perdonar significa que sí podemos perdonar. Lo que sucede es que no nos gusta perdonar y a veces preferimos el desquite o la venganza. Preferimos la opción que lleva al odio, al Infierno. Para perdonar, debemos pedir a Dios que nos enseñe y nos ayude a perdonar. Ayuda mucho el pensar en la persona a quien debemos perdonar cuando recemos el Padre Nuestro. Ayuda mucho también pensar en Jesús cuando estaba muriendo en la Cruz. ¿Qué hizo Jesús cuando estaba muriendo en la Cruz: trató de vengarse o perdonó? “Mientras tanto Jesús decía: ‘Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen’” (Lc. 23, 34). Si Jesús perdonó a los que le hicieron tanto daño, lo crucificaron y lo mataron. ¿No podemos imitarlo? La Madre Teresa de Calcuta amplía el concepto de perdón en relación con la oración del Padre Nuestro: “La oración, para que sea fecunda, tiene que brotar del corazón y llegar al corazón de Dios. ¡Mira como Jesús enseñó a sus discípulos a orar! Cada vez que recitamos el Padrenuestro, Dios, -así lo creo yo-dirige su mirada hacia sus manos, ahí donde nos tiene grabados: “en las palmas de mis manos te tengo tatuado” (Is 49,16) Dios contempla sus manos y nos ve en ellas, acurrucados en ellas. “¡Qué maravilla la ternura de Dios! ¡Oremos, digamos el Padrenuestro! ¡Vivamos el Padrenuestro y seremos santos! “En esta oración está todo: Dios, yo misma, el prójimo. Si perdono puedo ser santa, puedo orar. Todo procede de un corazón humilde. Habiendo un corazón humilde sabremos amar a Dios, amarnos a nosotros mismos y amar al prójimo. (Mt 22,37ss). No es nada complicado y, no obstante, nosotros complicamos tanto nuestras vidas, cargándolas de tanta sobrecarga... “Un sola cosa cuenta: ser humilde y orar. Cuanto más oréis, mejor lo haréis. Para un niño no es nada difícil expresar su inteligencia cándida en términos simples que dicen mucho. Jesús ¿no dio a comprender a Nicodemo que hay que volverse como un niño? (Jn 3,3). Si oramos según el Evangelio, Cristo crecerá en nosotros. ¡Ora con amor, a la manera de los niños, con ardiente deseo de amar mucho y hacer amable al que no es amado.” (Beata Teresa de Calcuta)
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