SEÑALES EN EL CAMINO 8ª Señal 12. María en el camino hacia el Calvario: La Verónica que limpia el rostro de Jesús, dos de las caídas de Jesús y el encuentro con su Santísima Madre, que forman parte de las Estaciones del Vía Crucis, vienen de la tradición, de documentos históricos y de reliquias. Si aparece en el Vía Crucis esta escena del encuentro de Madre e Hijo, es porque formaba parte de la tradición oral iniciada por los testigos presenciales del encuentro. El más probable testigo debe haber sido San Juan, pues es de suponer que ambos subieron juntos hasta el Gólgota para luego estar al pie de la Cruz. . MARIA AL PIE DE LA CRUZ: Al pie de la Cruz estaba su Madre. Es el Stabat Mater. Sólo estaba, de pie, en silencio, sin pronunciar palabra. Sólo fiel discípula, porque estaba siguiendo esta solicitud de Jesús que los tres evangelistas sinópticos nos dejaron: El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mt 16, 24, Mc 8, 34 y 9, 1, Lc 9, 23). La mayoría de los seguidores lo abandonaron, pero allí stabat Mater, estaba su Madre con el discípulo amado. Juan Pablo II en Redemptoris Mater reflexiona cómo la Pasión y Muerte de Jesús contradecían lo que María había recibido en la Anunciación y cuánta Fe requirió para permanecer fiel: «Su Hijo agoniza sobre aquel madero como un condenado. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores ... despreciable y no le tuvimos en cuenta: casi anonadado (cf. Is 53, 35) ¡Cuán grande, cuán heroica en esos momentos la obediencia de la fe demostrada por María ante los insondables designios de Dios! ¡Cómo se abandona en Dios sin reservas (Vat II), prestando el homenaje del entendimiento y de la voluntad a Aquél, cuyos caminos son inescrutables. (cf. Rom 11, 33). »! (JPII, RM #18). Pudo parecer que ese Reino sin fin que le había sido predicho por el Ángel Gabriel en el momento de la Encarnación de Dios en su seno como que se escapaba del todo. María ha estado abandonada totalmente al Plan de Dios y se ha sometido a todos los secretos y misterios que se han ido desarrollando durante su vida en la tierra. Pero en el Calvario llegan a su más exigente culminación. El Rey anunciado está muriendo fracasado y como un malhechor. Su Crucifixión a mano de los romanos y de sus enemigos judíos parece mostrar el final del Reino de Dios que decía estaba estableciendo. ¿La Fe de María estaría a prueba o ella sí estaba entendiendo bien lo que significaba la Crucifixión? San Juan luego escribiría en su Evangelio que la Crucifixión realmente era el triunfo y la entronización del Rey. Jn 12: Es este triunfo lo que Mel Gibson expuso tan bien en el filme La Pasión, justo en el momento de la Muerte de Jesús en la Cruz. Ante este momento tan horrible para la Madre del Hijo de Dios, el momento del Stabat Mater, ni el brazo de San Juan, ni la compañía de las santas mujeres, hubieran sido suficientes para sostenerla. Este moría de la forma más torturante que pudiera imaginarse. Lo que la sostuvo de pie fue su Fe, la cual reconoció previamente Santa Isabel en la Visitación: Dichosa tú porque has creído que se cumplirían las promesas del Señor (Lc 1, 45). La sostuvo muy especialmente su aceptación del dolor profundo, el cual profetizó Simeón en la Presentación del Niño en el Templo: A ti misma una espada traspasará el alma (Lc 2, 35). La sostuvo su Esperanza de que al tercer día resucitaría (Mt 16, 21). Ella sí comprendió lo de la Resurrección. Prueba de ello es que no estaba entre las que fueron al sepulcro muy de mañana para embalsamar el cuerpo de Jesús. Por ello, aún a pesar del lacerante dolor al pie de la Cruz y a pesar de la oscuridad que cubrió la tierra en el momento de la muerte de su Hijo, ella tenía esperanza y ella no estaba en la oscuridad. La oscuridad que cubrió la tierra en ese momento es la misma oscuridad que –lamentablemente- aún reina en muchos corazones. No ha habido oscuridad como ésa. Hay veces que enfrentamos un sufrimiento tan grande que podemos llegar hasta el borde de la desesperanza. La muerte de un ser querido, la pérdida del empleo, una ruina económica, la separación de un ser amado, etc. son momentos difíciles. ¿Qué hago? ¿Dónde está Dios? Sentimos que se nos va el piso. Son momentos para meditar en el Stabat Mater: María al pie de la Cruz. Se mantuvo allí. No huyó. No desesperó. No gritó. En silencio. Y eso que las apariencias eran de fracaso, dolor, sufrimiento. A nosotros puede pasarnos igual. Y ante las pruebas, algunos patalean y gritan, y tratan por todos los medios de remediar lo irremediable. Otros sólo endurecen el corazón y se amargan, reclamando y culpando a Dios. Otros pueden huir estratégicamente, escondiéndose en actividades, búsquedas, entretenimientos y placeres mundanos para tapar el vacío y el dolor que en realidad sienten en sus almas. Pero a fin de cuentas, ninguno de estos mecanismos funciona de verdad. María al pie de la Cruz nos enseña la única manera de enfrentar los sufrimientos: confianza y total abandono. Ella nos invita, junto con su Hijo Crucificado, a unirnos con Ellos en la Cruz y así descubrir la única forma de enfrentar el sufrimiento y el dolor. Jesús moribundo en medio de esa terrorífica y dolorosísima escena, con su dulzura infinita y sacando las pocas fuerzas que pudo en ese momento final, hace un solemne pronunciamiento: Jn 19: No es casual que nuevamente Jesús llama a su Madre “Mujer”: a Mujer de Génesis (3, 15), la Mujer del Milagro de Caná (Jn 2), la Mujer de Apocalipsis 12. Es de hacer notar que si María hubiera tenido otros hijos, ¿para qué tenía Jesús que designar a San Juan como protector e hijo de su Madre? Si Jesús hubiera tenido otros hermanos, no hubiera tenido que ocuparse de quién cuidaría a su Madre. El pronunciamiento es solemne, porque no se trataba sólo de encomendar a San Juan que se ocupara de su Madre que ahora quedaba totalmente sola, sino de algo infinitamente más trascendental. Y es que San Juan al pie de la Cruz al lado de María representaba a los demás Apóstoles y también a toda la Iglesia. Jesús nos dio a su Madre como la Madre espiritual de todos los cristianos, de toda su Iglesia y de todos sus miembros. Están de acuerdo todos los Santos Padres y escritores sagrados que en aquel momento San Juan representaba a toda la humanidad redimida. O sea, que al pronunciar estas palabras con infinita dulzura, Cristo moribundo promulgó solemnemente la maternidad espiritual de María para todos los seres humanos. San Juan, en última instancia, representa a todos los demás discípulos amados de Jesús. ¿Lo somos?
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