SEÑALES EN EL CAMINO 8ª Señal 7. Circuncisión de Jesús; Presentación en el Templo y Purificación de María Ni María ni José habían recibido instrucciones del Ángel para obviar las exigencias de la Ley judía sobre los recién nacidos y las que han dado a luz. Por eso al octavo día del nacimiento cumplen con la ceremonia de la circuncisión y a los cuarenta con la de la Purificación de la Madre y la Presentación del Primogénito al Templo: Lc 2: El cumplimiento de la Ley de manera tan exacta nos habla de la humildad y la obediencia. ¿No tendrían que estar exentos de tantas exigencias los que traían al mismo Dios al Templo? ¿No era Jesús el autor de la Ley? ¿No era María la Pureza misma para tener que ofrecer dos pichones para ser purificada? ¡Qué inmensa humildad! María estaba pasando por el patio exterior del Templo de Jerusalén con su Divino Hijo, pero a nadie llamaba la atención, pues el gentío no sospechaba en lo más mínimo que el Mesías acababa de entrar por primera vez a la Casa de su Padre. Pero sí hubo un hombre, uno solo, que reconoció al Niño Jesús como el Salvador del mundo: gloria de Israel y luz de las naciones (Lc 2, 32). Simeón esperaba a un Redentor diferente al que esperaba el resto del pueblo judío. Los judíos esperaban un redentor terreno. Simeón esperaba a Aquél que traería la verdadera redención: la redención del pecado. El Espíritu Santo le había asegurado que no moriría sin conocer al Mesías prometido que salvaría al mundo de sus pecados. Lucas 2: Podemos comprender la emoción de Simeón cuando, iluminado por Dios, fue al Templo el día de la Presentación de Jesús y, reconociendo a ese bebé como el Mesías, exclama que es Luz para iluminar las naciones y gloria de su Pueblo Israel (Lc 2, 32) La gloria de Dios no vino en forma de nube, como antes con el Arca de la Alianza, sino en la presencia de un bebé que Simeón y Ana reconocieron como el Mesías, el Salvador. Y es la Santísima Virgen María la que trae la Gloria de Dios al Templo, pues ella es el Arca de la Nueva Alianza, que llevó en su seno al Hijo de Dios y ahora trae al Templo a Jesús para ser presentado al Padre. Pero desde ese momento la profecía de Simeón entró hasta el corazón de María: Será signo de contradicción en cuanto se manifieste, mientras a ti misma una espada te atravesará el alma. (Lc 2, 34-35) La espada de dolor ya tocó su corazón, si bien se lo atraviesa en la crucifixión. No tendría claro todo lo que le vendría, pero sí comprendería que un gran dolor le esperaba y que su Hijo iba a ser rechazado por muchos.
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