SEÑALES EN EL CAMINO 9ª Señal 17. Tradición Oral Se denomina Era Patrística la época de los llamados “Padres de la Iglesia”. ¿Quiénes son éstos? Son discípulos directos de los Apóstoles. Durante los primeros siglos del cristianismo es clara la actitud de la Iglesia ante la Tradición. Ya en el primer siglo comienzan a aparecer en algunos cristianos los primeros errores o desviaciones doctrinales y disciplinares. Pero surgen los llamados Padres Apostólicos o Padres de la Iglesia, predicadores del Evangelio, que convivieron con los Apóstoles y fueron discípulos directos de ellos. Los Padres de la Iglesia son, entonces, un grupo de pastores y escritores eclesiásticos, Obispos en su mayoría, de los primeros siglos del cristianismo, cuyo conjunto doctrinal es considerado testimonio de la fe recibida de los Apóstoles y trasmitida fielmente a sus sucesores y a los fieles cristianos. Sus enseñanzas tuvieron gran peso en el desarrollo del pensamiento y la teología cristiana. A menudo los padres de la Iglesia tuvieron que dar respuesta a cuestiones y dificultades morales y teológicas en medio de un ambiente convulsionado, debido a las persecuciones externas, pero también a los conflictos internos producidos por herejías dentro de la Iglesia y a los cismas. Al comienzo se llamaron Padres Apostólicos a aquéllos padres que tenían cercanía inmediata con los Apóstoles. Son los por los que se ubican en el siglo 1 y en la primera mitad del siglo 2. Pero habitualmente hoy se conoce como Padres de la Iglesia a una serie más amplia de pastores, Obispos escritores cristianos y hasta Papas, que van hasta el siglo 8, y que se caracterizan por la ortodoxia de su doctrina, su santidad de vida y el reconocimiento de la Iglesia. Por la amplitud de sus escritos, la edad de oro de estos Padres fueron los siglos 4 y 5. Los había en la Iglesia Occidental, donde escribieron en latín, y en la Iglesia Oriental, donde lo hicieron en griego y en otros idiomas orientales. Los Padres de la Iglesia suman unos 90-91, siendo los más importantes, los siguientes: Los llamados los cuatro grandes Padres griegos: · San Atanasio de Alejandría (aprox.296-373) · San Basilio el Grande (330-379) · San Gregorio Nacianceno (330 a 335 – 394 a 400) · San Juan Crisóstomo (347-407) Y los cuatro grandes Padres latinos: · San Ambrosio de Milán (340-397) Para ir viendo el desarrollo de la Tradición al comienzo de la Iglesia, veamos entonces algunos de los primeros Padres de la Iglesia, discípulos directos de los Apóstoles: San Clemente de Roma (+97): San Ignacio de Antioquía (25 o 28 – 98 o 110): San Policarpo de Esmirna: (70-155) Ante las herejías que van surgiendo estos Padres Apostólicos van a establecer y recordar normas de vida y de acción a fin de conservar la pureza de la doctrina transmitida y recibida de los Apóstoles. Insisten en que es necesario cerrar filas en torno al Obispo de cada comunidad, porque él está en el lugar de Dios Padre y en lugar de los Apóstoles, y es garantía de la pureza de la fe transmitida. Luego continúa la segunda generación de Padres Apostólicos, que siguen defendiendo con claridad lo que es la Tradición durante el siglo 3: San Ireneo (130-202): Ireneo asegura que el santo obispo de Esmirna, Policarpo, no hizo otra cosa sino «predicar lo que aprendió de los Apóstoles» (Adversus Haereses, 3.4: PG 7,852). Su famoso viaje a Roma muestra la convicción de un obispo que tiene necesidad de confrontar su predicación con la de las restantes iglesias. En los escritos de S. Ireneo la idea de Tradición aparece manifestada claramente y de un modo reflejo. Y en su enfrentamiento a los gnósticos, que distorsionan las Escrituras y se precian de una tradición secreta, Ireneo deja ver cómo funciona la Tradición. Ireneo se ve precisado a explicar ampliamente los medios a través de los cuales el Evangelio del Señor ha sido transmitido por los Apóstoles a la Iglesia: la Escritura y la Tradición. Ahora bien, esta Tradición se encuentra únicamente en la verdadera Iglesia de Cristo, es decir, en aquéllos que en la Iglesia poseen la sucesión desde los Apóstoles y que han conservado la Palabra incorruptible y sin adulterar (Adv. Haer. 4, 26, 6: PG 7,1053), porque estos ministros han recibido con la sucesión del episcopado el carisma cierto de la verdad (Adv. Haer. 4, 26, 2: PG 7,1053). Todo el mensaje cristiano fue confiado por los Apóstoles a sus sucesores, por eso es absurdo hablar de tradiciones secretas conocidas sólo por algunos (como dicen los gnósticos), porque si los Apóstoles hubiesen querido enseñar algún secreto especial, se lo hubieran confiado a aquellos a quienes entregaban el poder de enseñar en su lugar y no a otros (Adv. Haer. 3, 3, 1: PG 7,848). La verdadera Tradición «es la que, viniendo de los Apóstoles, está conservada en la Iglesia por los sucesores de los presbíteros» (Adv. Haer. 3, 2, 1: PG 844). Y para apoyar su argumentación, Ireneo tiene buen cuidado en mostrar los catálogos de Obispos que en una sucesión ininterrumpida se remontan hasta los Apóstoles, y especialmente el de la sede de Roma. Y asegura que esta Tradición, o sea la acción de la Iglesia transmitiendo lo revelado, es de tal importancia que, aun en el caso de que los Apóstoles no nos hubiesen dejado las Escrituras, hubiera sido suficiente recurrir a ella para resolver las dudas y para conservar la fe, como lo demuestra la existencia de muchos pueblos bárbaros que creen en Cristo teniendo en sus corazones la salvación por medio del Espíritu sin escrito alguno y conservando con toda fidelidad la doctrina apostólica (Adv. Haer. 3,4: PG 7,855-856). Esta Tradición es la que hace que, a pesar de la diversidad de lugares y de idiomas, los miembros de la Iglesia profesen una misma y única fe, la transmitida por los Apóstoles (Adv. Haer. 1, 10, 1: PG 7,549). La razón última que garantiza la autenticidad de la Tradición es el Espíritu Santo. «Allí donde está la Iglesia, está el Espíritu de Dios, y allí donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda la gracia. Ahora bien, el Espíritu es verdad» (Adv. Haer. 3, 24,1). Tertuliano (160 a 220): En cuanto a la Tradición, Tertuliano presentaba doctrina similar a la transmitida por San Ireneo, la cual puede sintetizarse en estas palabras: «Si nuestro Señor Jesucristo envió a los Apóstoles a predicar, no podemos recibir otros predicadores que a los que Cristo constituyó como tales... Cuál sea la doctrina predicada, nos consta por las iglesias por ellos fundadas... Estas iglesias tienen sus credenciales en las listas de Obispos que se remontan hasta los Apóstoles en una sucesión ininterrumpida» (De praescriptione haereticorum, cap. 32: PL 2,52). Según Tertuliano, la discusión con los herejes a base de las Escrituras no es suficiente; se trata ante todo de saber a quién le corresponde de pleno derecho la herencia apostólica de la fe y de las Escrituras, de saber «por mediación de quién y cómo la doctrina que hace cristianos ha llegado hasta nosotros». Del siglo 4 al siglo 8: Durante los siglo 4 al 8, surgen las herejías cristológicas, pneumatológicas (sobre el Espíritu Santo) e iconoclastas (opositores de imágenes). Estas obligaron a los Padres y a los Concilios a recurrir con frecuencia a la Tradición. Su doctrina a este propósito es fundamentalmente idéntica a la de los Padres apostólicos. San Gregorio de Nisa: (330 a 335 – 394 a 400) Fue gran defensor de la fe que se fue imponiendo en los primeros concilios ecuménicos del cristianismo. Disputó, junto con su hermano San Basilio, Obispo de Cesarea de Capadocia, en contra del arrianismo, que decía que Jesús no era Dios sino era una simple criatura. San Gregorio de Nisa atacó esta herejía en el Concilio de Constantinopla del 381, afirmando la unidad y la Divinidad de las tres personas en una sola idea divina, tres personas distintas en un solo Dios verdadero. Según Gregorio de Nisa la unión de las dos naturalezas en Cristo es tan fuerte que se puede hablar tranquilamente de un hombre omnipotente o de que Dios fue crucificado (teoría que se llamará luego communicatio idiomatum) Una síntesis al respecto de la Tradición la constituyen estas palabras de San Gregorio de Nisa: «Tenemos como garantía más que suficiente de la verdad de nuestra enseñanza en la Tradición, es decir, la verdad que ha llegado hasta nosotros desde los Apóstoles, por sucesión, como una herencia»(Contra Eunomium, cap. 4: PG 45,653). San Atanasio (aprox 296-373): San Basilio de Cesarea (330-379): Citemos sobre la Tradición las palabras de San Basilio: "Entre la doctrina y definiciones conservadas en la Iglesia, recibimos unas de la enseñanza escrita y hemos recibido otras transmitidas oralmente de la Tradición apostólica. Todas tienen la misma fuerza respecto de la piedad; nadie lo negará, por muy poca experiencia que tenga de las instituciones eclesiásticas: porque si tratamos de eliminar las costumbres no escritas con la excusa de que no tienen gran fuerza, atentaríamos contra el Evangelio, sin darnos cuenta, en sus puntos más esenciales" (De Spiritu Santo, 27,66: PG 32,188). San Epifanio (310 o 320-403): Del mismo modo se expresa este santo: «Es también necesaria la Tradición porque no puede sacarse todo de la Escritura; por lo cual, los Santos Apóstoles nos dejaron unas cosas en las Escrituras, otras en las tradiciones» (Panarion, 61,1: RI 1098). Como vemos, es un hecho claro y evidente Ya vamos cerrando la generación de los Padres de la Iglesia con los siguientes gigantes: San Agustín de Hipona: El «Doctor de la Gracia» fue el máximo pensador del cristianismo del primer milenio. Autor prolífico, dedicó gran parte de su vida a escribir sobre filosofía y teología , siendo Confesiones y la Ciudad de Diossus obras más destacadas. San Agustín también habla de la Tradición. Y, aunque no la trata directamente, se refiere a ella para tratar algunas costumbres. Afirma, por ejemplo, que el Bautismo de los niños es de origen apostólico, aunque no conste claramente por la Escritura (De Gen. ad litteram, 10, 23,39: PL 34,426; De Bapt. contra Donatistas, 1, 24,31: PL 43,174). De la misma forma asegura que la costumbre de no rebautizar a los herejes proviene de una costumbre apostólica: «Esta costumbre viene de la Tradición apostólica, como muchas cosas que no existen en sus escritos, ni en los Concilios posteriores y, sin embargo, al ser observadas por toda la Iglesia, hay que creer que han sido encomendadas y transmitidas por ellos» (De Bapt. contra Donatistas, 2, 7,12; PL 43,133; cfr. 5, 23,31: PL 43,192). San Jerónimo (340-420) : También luchó contra las herejías. Entre las obras apologéticas de San Jerónimo está La Perpetua Virginidad de María. Es una respuesta dirigida a Helvidio, que fue el autor de un escrito alrededor del año 383 contra la creencia de la perpetua virginidad de María (la Madre de Jesús). En su obra mantiene contra Helvidio tres argumentos:
Sobre la Tradición, coincide San Jerónimo con el pensamiento de San Agustín: "Aunque no existiese la autoridad de la Escritura, tenemos el consentimiento de todo el orbe en esta parte como un mandato. Porque también otras muchas cosas que se observan en las iglesias por Tradición reciben la misma autoridad que la ley escrita" (Dial. contra Luciferum, 8: PL 23,163). San Juan Damasceno (675-749): Se cuenta que en medio de la querella de los iconoclastas (los que se oponían a los íconos) perdió una mano, y la Virgen se la restituyó. El ícono de la Trijerusa (que tiene tres manos, la tercera representando la de San Juan Damasceno ) es sumamente popular y venerado en la Iglesia Oriental. . ¿Pero cómo y dónde reconocer la Tradición? El criterio lo expresa de una vez para siempre otro Santo y Padre de la Iglesia: San Vicente de Lerins (†450): San Vicente de Lerins destaca estas características: la universalidad, la antigüedad, la unanimidad: “Es necesario tener como cierto aquello que ha sido creído en todas partes, siempre y por todos” Criterio justo y acertado. No basta que la Iglesia entera crea una cosa para que pueda aceptarse una presencia válida de apostolicidad, a no ser que sea completado por el de la antigüedad. En esa línea adquiere relieve el referirse, no sólo a los Concilios, sino a los grandes santos escritores, es decir, a los Padres de la Iglesia. Siempre se les había invocado, pero hay momentos en que se hace más destacada y precisa esta referencia: Así, en el Concilio de Éfeso (22 de julio al 16 de julio del 431) se comienzan las sesiones conciliares por la lectura de textos de los Santos Padres y Obispos. Los Padres, en una palabra, son considerados testigos de la Tradición como intermediarios de la transmisión de la verdad después de Cristo y los Apóstoles. El Concilio II de Nicea (24 de septiembre a 13 de octubre de 787) nos ha legado una de las afirmaciones más rotundas del Magisterio sobre la Tradición: «Si alguno rechaza toda Tradición eclesiástica escrita o no escrita, sea anatema» La Tradición, por consiguiente, La Tradición es necesaria y suficiente |
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