RELATO MISTICO DE LA INMACULADADA CONCEPCION
DE MARIA


MÍSTICA CIUDAD DE DIOS:
por Sor María de Jesús de Agreda


Envió Dios al mundo dos luceros
que anunciasen la Ley de la Gracia

66.  Envió al mundo dos luceros clarísimos que anunciasen la claridad ya vecina del sol de justicia Cristo, nuestra salud.  Estos fueron San Joaquín y Ana, prevenidos y criados por la divina Voluntad para que fuesen hechos a medida de su corazón. San Joaquín tenía casa, familia y deudos en Nazaret, pueblo de Galilea, y fue siempre varón justo y santo, ilustrado con especial gracia y luz de lo alto. Tenía inteligencia de muchos misterios de las Escrituras y profetas antiguos y con oración continua y fervorosa pedía a Dios el cumplimiento de sus promesas, y su fe y caridad penetraban los Cielos. Era varón humildísimo y puro, de costumbres santas y suma sinceridad, pero de gran peso y severidad y de incomparable compostura y honestidad.

167.  La felicísima Santa Ana tenía su casa en Belén, y era doncella castísima, humilde y hermosa y, desde su niñez, santa, compuesta y llena de virtudes. Tuvo también grandes y continuas ilustraciones del Altísimo y siempre ocupaba su interior con altísima contemplación, siendo juntamente muy oficiosa y trabajadora, con que llegó a la plenitud de la perfección de las vidas activa y contemplativa. Tenía noticia infusa de las Escrituras divinas y profunda inteligencia de sus escondidos misterios y sacramentos; y en las virtudes infusas, fe, esperanza y caridad, fue incomparable.  Con estos dones prevenida oraba continuamente por la venida del Mesías, y sus ruegos fueron tan aceptos al Señor para acelerar el paso, pues sin duda alguna en apresurar la venida del Verbo tuvieron los merecimientos de Santa Ana altísimo lugar.

168.  Hizo también esta mujer fuerte oración fervorosa para que el Altísimo en el estado del matrimonio la diese compañía de esposo que la ayudase a la guarda de la Divina Ley y Testamento Santo y para ser perfecta en la observancia de sus preceptos. Y al mismo tiempo que Santa Ana pedía esto al Señor, ordenó su providencia que San Joaquín hiciese la misma oración, para que juntas fuesen presentadas estas dos peticiones en el Tribunal de la Beatísima Trinidad, donde fueron oídas y despachadas.  Y luego por ordenación Divina se dispuso cómo Joaquín y Ana tomasen estado de matrimonio juntos y fuesen padres de la que había de ser Madre del mismo Dios humanado. Y para ejecutar este decreto, fue enviado el Santo Arcángel Gabriel, que se lo manifestase a los dos.

A Santa Ana se le apareció corporalmente estando en oración fervorosa pidiendo la venida del Salvador del mundo y el remedio de los hombres; y vio al Santo Príncipe con gran hermosura y refulgencia, que a un mismo tiempo causó en ella alguna turbación y temor con interior júbilo e iluminación de su espíritu. Postróse la Santa con profunda humildad para reverenciar al Embajador del Cielo, pero él la detuvo y confortó, como a depósito que había de ser del arca del verdadero maná, María Santísima, Madre del Verbo eterno; porque ya este Santo Arcángel había conocido este misterio del Señor cuando fue enviado con esta embajada; aunque entonces no lo conocieron los demás Ángeles del Cielo, porque a solo San Gabriel fue hecha esta revelación o iluminación inmediatamente del Señor. Tampoco manifestó el Ángel a Santa Ana este gran sacramento por entonces, mas pidióla atención y la dijo: El Altísimo te dé su bendición, sierva suya, y sea tu salud. Su Alteza ha oído tus peticiones y quiere que perseveres en ellas y clames por la venida del Salvador; y es su voluntad que recibas por esposo a Joaquín, que es varón de corazón recto y agradable a los ojos del Señor, y con su compañía podrás perseverar en la observancia de su Divina Ley y servicio. Continúa tus oraciones y súplicas y de tu parte no hagas otra diligencia; que el mismo Señor ordenará el cómo se ha de ejecutar.  Y tú camina por las sendas rectas de la justicia y tu habitación interior siempre sea en las alturas; y pide siempre por la venida del Mesías y alégrate en el Señor que es tu salud.—Con esto desapareció el Ángel, dejándola ilustrada en muchos Misterios de las Escrituras y confortada y renovada en su espíritu.

169.  A San Joaquín apareció y habló el Arcángel, no corporalmente como a Santa Ana, pero en sueños apercibió el varón de Dios que le decía estas razones: Joaquín, bendito seas de la Divina diestra del Altísimo, persevera en tus deseos y vive con rectitud y pasos perfectos. Voluntad del Señor es que recibas por tu esposa a Ana, que es alma a quien el Todopoderoso ha dado su bendición.  Cuida de ella y estímala como prenda del Altísimo y dale gracias a Su Majestad porque te la ha entregado.

En virtud de estas Divinas embajadas pidió luego Joaquín por esposa a la castísima Ana y se efectuó el casamiento, obedeciendo los dos a la Divina disposición; pero ninguno manifestó al otro el secreto de lo que les había sucedido hasta pasados algunos años, como diré en su lugar (Cf., infra n. 185).  

Vivieron los dos Santos Esposos en Nazaret, procediendo y caminando por las justificaciones del Señor; y con rectitud y sinceridad dieron el lleno de las virtudes a sus obras y se hicieron muy agradables y aceptos al Altísimo sin reprensión.

De las rentas y frutos de su hacienda en cada año hacían tres partes: la primera ofrecían al templo de Jerusalén para el culto del Señor, la segunda distribuían a los pobres, y con la tercera sustentaban su vida y familia decentemente; y Dios les acrecentaba los bienes temporales, porque los expendían con tanta largueza y caridad.

170.  Vivían asimismo con inviolable paz y conformidad de ánimos, sin querella y sin rencilla alguna. Y la humildísima Ana vivía en todo sujeta y rendida a la voluntad de Joaquín; y el varón de Dios con la emulación santa de la misma humildad se adelantaba a saber la voluntad de Santa Ana, confiando en ella su corazón (Prov. 31, 11), y no quedando frustrado; con que vivieron en tan perfecta caridad, que en su vida tuvieron diferencia en que el uno dejase de querer lo mismo que quería el otro; mas como congregados en el nombre del Señor (Mt. 18, 20), estaba Su Majestad con su temor santo en medio de ellos. Y el Santo Joaquín cumplió y obedeció el mandamiento del Ángel de que estimase a su esposa y tuviese cuidado de ella.

172.  Pasaron estos santos casados veinte años sin sucesión de hijos; cosa que en aquella edad y pueblo se tenía por más infelicidad y desgracia, a cuya causa padecieron entre sus vecinos y conocidos muchos oprobios y desprecios; que los que no tenían hijos se reputaban como excluidos de tener parte en la venida del Mesías que esperaban.

Pero el Altísimo, que por medio de esta humillación los quiso afligir y disponer para la gracia que les prevenía, les dio tolerancia y conformidad para que sembrasen con lágrimas (Sal. 125,5) y oraciones el dichoso fruto que después habían de coger. Hicieron grandes peticiones de lo profundo de su corazón, teniendo para esto especial mandato de lo alto, y ofrecieron al Señor con voto expreso que, si les daba hijos, consagrarían a su servicio en el templo el fruto que recibiesen de bendición.

173.  Y el hacer este ofrecimiento fue por especial impulso del Espíritu Santo, que ordenaba cómo antes de tener ser la que había de ser morada de su unigénito Hijo, fuese ofrecida y como entregada por sus padres al mismo Señor.  Porque si antes de conocerla y tratarla no se obligaran con voto particular de ofrecerla al templo, viéndola después tan dulce y agradable criatura no lo pudieran hacer con tanta prontitud por el vehemente amor que la tendrían. Y —a nuestro modo de entender— con este ofrecimiento no sólo satisfacía el Señor a los celos que ya tenía de que su Madre Santísima estuviese por cuenta de otros, pero se entretenía su amor en la dilación de criarla.

174.  Habiendo perseverado un año entero después que el Señor se lo mandó en estas fervientes peticiones, sucedió que San Joaquín fue por Divina inspiración y mandato al templo de Jerusalén, a ofrecer oraciones y sacrificios por la venida del Mesías y por el fruto que deseaba; y llegando con otros de su pueblo a ofrecer los comunes dones, y ofrendas en presencia del Sumo Sacerdote, otro inferior, que se llamaba Isacar, reprendió ásperamente al venerable viejo Joaquín porque llegaba a ofrecer con los demás, siendo infecundo; y entre otras razones le dijo: Tú, Joaquín, ¿por qué llegas a ofrecer siendo hombre inútil? Desvíate de los demás y vete, no enojes a Dios con tus ofrendas y sacrificios, que no son gratos a sus ojos.

El Santo varón, avergonzado y confuso, con humilde y amoroso afecto, se convirtió al Señor y le dijo: Altísimo Dios Eterno, con vuestro mandato y voluntad vine al templo; el que está en vuestro lugar me desprecia; mis pecados son los que merecen esta ignominia; pues la recibo por vuestro querer, no despreciéis la hechura de vuestras manos (Sal. 137, 8).  Fuese Joaquín del templo contristado, pero pacífico y sosegado, a una casa de campo o granja que tenía y allí en soledad de algunos días clamó al Señor e hizo oración:

175.  Altísimo Dios Eterno, de quien depende todo el ser y el reparo del linaje humano, postrado en vuestra Real presencia os suplico se digne vuestra infinita bondad de mirar la aflicción de mi alma y oír mis peticiones y las de vuestra sierva Ana. A vuestros ojos son manifiestos todos nuestros deseos (Sal. 37, 10) y, si yo no merezco ser oído, no despreciéis a mi humilde esposa. Santo Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, nuestros antiguos Padres, no escondáis vuestra piedad de nosotros, ni permitáis, pues sois Padre, que yo sea de los réprobos y desechados en mis ofrendas como inútil, porque no me dais sucesión. Acordaos, Señor, de los sacrificios y oblaciones de vuestros Siervos y Profetas (Dt. 9, 27), mis Padres antiguos, y tened presentes las obras que en ellos fueron gratas a vuestros Ojos Divinos; y pues me mandáis, Señor mío, que con confianza Os pida como a poderoso y rico en misericordias, concededme lo que por Vos deseo y pido; pues en pediros hago Vuestra Santa Voluntad y obediencia, en que me prometéis mi petición: y si mis culpas detienen vuestras misericordias, apartad de mí lo que os desagrada e impide. Poderoso sois, Señor Dios de Israel, y todo lo que fuere vuestra voluntad podéis obrar sin resistencia (Est. 13, 9). Lleguen a vuestros oídos mis peticiones, que si soy pobre y pequeño, vos sois infinito e inclinado a usar de misericordia con los abatidos. ¿Adonde iré de Vos, que sois el Rey de los reyes, el Señor de los señores y Todopoderoso? Si fuere vuestro beneplácito conceder mi petición, el fruto de sucesión que de vuestra mano recibiere, lo ofreceré y consagraré a vuestro templo santo, para servicio vuestro. Entregado tengo mi corazón y mente a Vuestra voluntad y siempre he deseado apartar mis ojos de la vanidad. Haced de mí lo que fuere Vuestro agrado y alegrad, Señor, nuestro espíritu con el cumplimiento de nuestra esperanza. Mirad desde Vuestro solio al humilde polvo y levantadle, para que os magnifique y adore y en todo se cumpla vuestra voluntad y no la mía.

176.  Esta petición hizo Joaquín en su retiro; y en el ínterin el Santo Ángel declaró a Santa Ana cómo sería agradable oración para su alteza que le pidiese sucesión de hijos con el santo afecto e intención que los deseaba. Y habiendo conocido la Santa Matrona ser ésta la Divina voluntad y también la de su esposo Joaquín, con humilde rendimiento y confianza en la presencia del Señor, hizo oración por lo que se le ordenaba y dijo: Dios Altísimo, Señor mío, Criador y Conservador universal de todas las cosas, a quien mi alma reverencia y adora como a Dios verdadero, infinito, santo y eterno; postrada en vuestra real presencia hablaré, aunque sea polvo y ceniza (Gén. 18, 27), manifestando mi necesidad y aflicción. Señor, Dios increado, hacednos dignos de vuestra bendición, dándonos fruto santo que ofrecer a vuestro servicio en vuestro templo (1 Sam. 1, 11). Y si mirándome desde vuestro Real Solio me diereis sucesión, desde ahora la consagro y ofrezco para serviros en el templo.  Señor Dios de Israel, si fuere voluntad y gusto vuestro mirar a esta vil y pobre criatura y consolar a vuestro siervo Joaquín, concedednos, Señor, esta petición y en todo se cumpla Vuestra voluntad santa y eterna.

177.  Estas fueron las peticiones que hicieron los santos Joaquín y Ana; y el ministerio para que fueron escogidos de Dios, era ser abuelos inmediatos de Cristo Señor nuestro y padres de su Madre Santísima.


CAPITULO 13

Cómo por el santo arcángel Gabriel
fue evangelizada la concepción
de María Santísima
y cómo previno Dios a Santa Ana
para esto con un especial favor.


178.  Llegaron las peticiones de los Santos Joaquín y Ana a la presencia y trono de la Beatísima Trinidad, donde, siendo oídas y aceptadas, se les manifestó a los Santos Ángeles la voluntad Divina, como si —a nuestro modo de entender— las tres Divinas Personas hablaran con ellos y les dijeran:  Determinado tenemos por Nuestra dignación que la Persona del Verbo tome carne humana y que en ella remedie a todo el linaje de los mortales; y a Nuestros siervos los Profetas lo tenemos manifestado y prometido, para que ellos lo profetizasen al mundo.  Los pecados de los vivientes y su malicia es tanta, que nos obligaba a ejecutar el rigor de nuestra justicia; pero nuestra bondad y misericordia excede a todas sus maldades y no pueden ellas extinguir nuestra caridad.
Y singularmente pongamos delante de nuestros ojos aquella que ha de ser electa entre millares y sobre todas las criaturas ha de ser aceptable y señalada para nuestras delicias y beneplácito y que en sus entrañas ha de recibir a la Persona del Verbo y vestirle de la mortalidad de la carne humana. Joaquín y Ana hallaron gracia en Nuestros ojos, porque piadosamente los miramos y prevenimos con la virtud de nuestros dones y gracias.  Y en las pruebas de su verdad han sido fieles y con sencilla candidez sus almas se han hecho aceptas y agradables en Nuestra presencia.Vaya Gabriel, Nuestro embajador, y déles nuevas de alegría para ellos y para todo el linaje humano y anuncíeles cómo nuestra dignación los ha mirado y escogido.

179.  Conociendo los espíritus celestiales esta voluntad y decreto del Altísimo, el Santo Arcángel Gabriel, adorando y reverenciando a Su Alteza en la forma que lo hacen aquellas purísimas y espirituales sustancias, humillado ante el trono de la Beatísima Trinidad, salió de Él una voz intelectual que le dijo:  Gabriel, ilumina, vivifica y consuela a Joaquín y Ana, nuestros siervos, y diles que sus oraciones llegaron a nuestra presencia y sus ruegos son oídos por nuestra clemencia; promételes que recibirán fruto de bendición con el favor de nuestra diestra y que Ana concebirá y parirá una hija a quien le damos por nombre MARÍA.

180.  En este mandato del Altísimo le fueron revelados al Arcángel San Gabriel muchos Misterios y sacramentos de los que pertenecían a esta embajada; y con  ella descendió al punto del cielo empíreo y se le apareció a San Joaquín, que estaba en oración, y le dijo:  Varón justo y recto, el Altísimo desde su Real Trono ha visto tus deseos y oído tus peticiones y gemidos y te hace dichoso en la tierra. Tu esposa Ana concebirá y parirá una hija que será bendita entre las mujeres (Lc. 1, 42) y las naciones la conocerán por Bienaventurada (Mt. 1, 20).  El que es Dios eterno, increado y criador de todo, y en sus juicios rectísimo, poderoso y fuerte, me envía a ti, porque le han sido aceptas tus obras y limosnas.  Y la caridad ablanda el pecho del Todopoderoso y apresura sus misericordias, que liberal quiere enriquecer tu casa y familia con la hija que concebirá Ana y el mismo Señor la pone por nombre MARÍA.  Y desde su niñez ha de ser consagrada a su templo, y en él a Dios, como se lo habéis prometido. Será grande, escogida, poderosa y llena del Espíritu Santo y por la esterilidad de Ana será milagrosa su concepción y la hija será en vida y obras toda prodigiosa. Alaba, Joaquín, al Señor por este beneficio, engrandécele, pues con ninguna nación hizo tal cosa.  Subirás a dar gracias al Templo de Jerusalén y, en testimonio de que te anuncio esta verdad y alegre nueva, en la Puerta Áurea encontrarás a tu hermana Ana, que por la misma causa irá al templo. Y te advierto que es maravillosa esta embajada, porque la concepción de esta niña alegrará el cielo y la tierra.

181.  Todo esto le sucedió a San Joaquín en un sueño que se le dio en la prolija oración que hizo, para que en él recibiese esta embajada, al modo que sucedió después al Santo José, esposo de María Santísima, cuando se le manifestó ser su preñado por obra del Espíritu Santo (Mt. 1, 20).  Despertó el dichosísimo San Joaquín con especial júbilo de su alma y, con prudencia candida y advertida, escondió en su corazón el sacramento del Rey (Tob. 12, 7) y con viva fe y esperanza derramó su espíritu en la presencia del Altísimo y, convertido en ternura y agradecimiento, le dio gracias y alabó sus inescrutables juicios; y para hacerlo mejor, se fue al templo, como se lo habían ordenado.

182.  En el mismo tiempo que sucedió esto a San Joaquín, estaba la dichosísima Santa Ana en altísima oración y contemplación, toda elevada en el Señor y en el misterio de la Encarnación que esperaba del Verbo Eterno, de que el mismo Señor le había dado altísimas inteligencias y especialísima luz infusa. Y con profunda humildad y viva fe estaba pidiendo a Su Majestad acelerase la venida del Reparador del linaje humano, y hacía esta oración:  Altísimo Rey y Señor de todo lo criado, yo, vil y despreciada criatura, pero hechura de vuestras manos, deseara con dar la vida que de vos, Señor, he recibido obligaros para que Vuestra dignación abreviara el tiempo de nuestra salud. ¡Oh, si Vuestra piedad infinita se inclinase a nuestra necesidad! ¡Oh, si nuestros ojos vieran ya al Reparador y Redentor de los hombres! Acordaos, Señor, de las antiguas misericordias  que habéis  hecho con vuestro pueblo, prometiéndole vuestro Unigénito, y oblígueos esta determinación de infinita piedad.  Llegue ya, llegue este día tan deseado. ¡Es posible que el Altísimo ha de bajar de su Santo Cielo! ¡Es posible que ha de tener Madre en la tierra!  ¡Qué mujer será tan dichosa y bienaventurada! ¡Oh, quién pudiera verla! ¡Quién fuera digna de servir a sus siervas! Bienaventuradas las generaciones que la vieren, que podrán postrarse a sus pies y adorarla. ¡Qué dulce será su vista y conversación! Dichosos los ojos que la vieren y los oídos que la oyeren sus palabras y la familia que eligiere el Altísimo para tener Madre en ella. Ejecútese ya, Señor, este decreto, cúmplase ya vuestro divino beneplácito.

183.  En esta oración y coloquios estaba ocupada santa Ana después de las inteligencias que había recibido de este inefable misterio y confería todas las razones que quedan dichas con el Santo Ángel de su guarda, que muchas veces, y en esta ocasión con más claridad, se le manifestó.  Y ordenó el Altísimo que la embajada de la concepción de su Madre Santísima fuese en algo semejante a la que después se había de hacer de su inefable Encarnación. Porque Santa Ana estaba meditando con humilde fervor en la que había de ser Madre de la Madre del Verbo Encarnado, y la Virgen Santísima hacía los mismos actos y propósitos para la que había de ser Madre de Dios, como en su lugar diré (Cf. p. II n. 117). Y fue uno mismo el Ángel de las dos embajadas, y en forma humana, aunque con más hermosura y misteriosa apariencia se apareció a la Virgen María.

184.  Entró el Santo Arcángel Gabriel en forma humana, hermoso y refulgente más que el sol, a la presencia de Santa Ana y díjola: Ana, sierva del Altísimo, Ángel del Consejo de Su Alteza soy, enviado de las alturas por su Divina dignación, que mira a los humildes en la tierra (Sal. 137, 6). Buena es la oración incesante y la confianza humilde. El Señor ha oído tus peticiones, porque está cerca de los que le llaman (Sal, 144, 18) con viva fe y esperanza y aguardan con rendimiento. Y si se dilata el cumplimiento de los clamores y se detiene en conceder las peticiones de los justos, es para mejor disponerlos y más obligarse a darles mucho más de lo que piden y desean. La oración y limosna abren los tesoros del Rey omnipotente (Tob. 12, 8) y le inclinan a ser rico en misericordias con los que le ruegan.  Tú y Joaquín habéis pedido fruto de bendición; y el Altísimo ha determinado dárosle admirable y santo y con él enriqueceros de dones celestiales, concediéndoos mucho más de lo que habéis pedido. Porque habiéndoos humillado en pedir, se quiere el Señor engrandecer en concederos vuestras peticiones; que le es muy agradable la criatura cuando humilde y confiada le pide no coartando su infinito poder. Persevera en la oración y pide sin cesar el remedio del linaje humano para obligar al Altísimo. Moisés con oración interminada hizo que venciese el pueblo (Ex. 17, 11). Ester con oración y confianza le alcanzó libertad de la muerte. Judit por la misma oración fue esforzada en obra tan ardua como intentó para defender a Israel; y lo consiguió, siendo mujer flaca y débil. David salió victorioso contra Goliat, porque oró invocando el nombre del Señor. Elías alcanzó fuego del cielo para su sacrificio y con la oración abría y cerraba los cielos. La humildad, la fe y limosnas de Joaquín y las tuyas llegaron al Trono del Altísimo y me envió a mí, Ángel suyo, para que anuncie nuevas de alegría para tu espíritu; porque Su Alteza quiere que seas dichosa y bienaventurada. Elígete por madre de la que ha de engendrar y parir al Unigénito del Padre.  Parirás una hija que por Divina ordenación se llamará María. Será bendita entre las mujeres y llena del Espíritu Santo. Será la nube (3 Re. 18, 44) que derramará el rocío del Cielo para refrigerio de los mortales y en ella se cumplirán las profecías de vuestros Antiguos Padres.  Será la puerta de la vida y de la salud para los hijos de Adán. Y advierte que a Joaquín le he evangelizado que tendrá una hija que será dichosa y bendita, pero el Señor reservó el sacramento, no manifestándole que había de ser Madre del Mesías.  Y por esto debes tú guardar este secreto; y luego irás al Templo a dar gracias al Altísimo, porque tan liberal te ha favorecido su poderosa diestra. Y en la Puerta Áurea encontrarás a Joaquín, donde conferirás estas nuevas.  Pero a ti, bendita del Señor, quiere Su Grandeza visitarte y enriquecerte con sus favores más singulares y en soledad te hablará al corazón (Os. 2, 14) y dará origen a la Ley de Gracia, dando ser en tu vientre a la que ha de vestir de carne mortal al inmortal Señor, dándole forma humana; y en esta humanidad unida al Verbo se escribirá con su sangre la verdadera Ley de Misericordia (Heb. 9, 12).

185.  Para que el humilde corazón de Santa Ana con esta embajada no desfalleciera en admiración y júbilo de la nueva que le daba el Santo Ángel, fue confortada por el Espíritu Santo su flaqueza; y así la oyó y recibió con dilatación de su ánimo y alegría incomparable. Y luego se levantó y fue al Templo de Jerusalén y topó a San Joaquín, como el Ángel les había dicho a entrambos. Y juntos dieron gracias al Autor de esta maravilla y ofrecieron dones particulares y sacrificios. Fueron de nuevo iluminados de la gracia del Divino Espíritu y, llenos de consolación Divina, se volvieron a su casa, confiriendo los favores que del Altísimo habían recibido y cómo el Santo Arcángel Gabriel a cada uno singularmente les había hablado y prometido de parte del Señor que les daría una hija que fuese muy dichosa y bienaventurada. Y en esta ocasión también se manifestaron el uno al otro cómo el mismo Santo Ángel antes de tomar estado les había mandado que los dos juntos le recibiesen por la voluntad divina, para servirle juntos. Éste secreto habían celado veinte años sin comunicarle uno a otro, hasta que el mismo Ángel les prometió la sucesión de tal hija. Y de nuevo hicieron voto de ofrecerla al Templo y que todos los años en aquel día subirían a él con particulares ofrendas y le gastarían en alabanza y hacimiento de gracias y darían muchas limosnas. Y así lo cumplieron después e hicieron grandes cánticos de loores y alabanzas al Altísimo.

186.  Nunca descubrió la prudente matrona Ana el secreto a San Joaquín, ni a otra criatura alguna, de que su hija había de ser Madre del Mesías; ni el santo padre en el discurso de la vida conoció más de que sería grande y misteriosa mujer; pero en los últimos alientos, antes de la muerte, se lo manifestó el Altísimo.

187.  Hizo Dios un singular favor a Santa Ana. Tuvo una visión o aparecimiento de Su Majestad intelectualmente y por altísimo modo; y comunicándole en él grandes inteligencias y dones de gracias, la dispuso y previno con bendiciones de dulzura (Sal. 20, 4); y purificándola toda, espiritualizó la parte inferior del cuerpo y elevó su alma y espíritu, de suerte que desde aquel día jamás atendió a cosa humana que la impidiese para no tener puesto en Dios todo el afecto de su mente y voluntad, sin perderla jamás de vista. Díjola el Señor en este beneficio:  Ana, sierva mía, yo soy Dios de Abrahán, Isaac y Jacob; mi bendición y luz eterna es contigo. Yo formé al hombre para levantarle del polvo y hacerle heredero de mi gloria y participante de mi Divinidad; y aunque en él deposité muchos dones y le puse en lugar y estado muy perfecto, pero oyó a la serpiente y perdiólo todo. Yo de mi beneplácito, olvidando su ingratitud, quiero reparar sus daños y cumplir lo que a mis siervos y profetas tengo prometido de enviarles mi Unigénito y su Redentor. Los cielos están cerrados, los Padres Antiguos detenidos, sin ver mi cara y darles yo el premio que tengo prometido de mi eterna gloria; y la inclinación de mi bondad infinita está como violentada no se comunicando al linaje humano.  Quisiera ya usar con él de mi liberal misericordia y darle la persona del Verbo Eterno, para que se haga hombre, naciendo de mujer que sea madre y virgen inmaculada, pura, bendita y santa sobre todas las criaturas; y de esta mi escogida y única (Cant. 6, 8) te hago madre.

194.  En la tierra ha de tener el Verbo madre sin padre, como en el cielo padre sin madre. Y para que haya debida proporción y consonancia llamando a Dios Padre y a esta mujer Madre, queremos que sea tal que se guarde la correspondencia e igualdad posible entre Dios y la criatura, para que en ningún tiempo el dragón pueda gloriarse fue superior a la mujer a quien obedeció Dios como a verdadera madre.  Esta dignidad de ser libre de culpa es debida y correspondiente a la que ha de ser Madre del Verbo.  

195.  Hija ha de ser del primer hombre, pero, en cuanto a la gracia, singular, libre y exenta de su culpa  y,  en cuanto a lo natural, ha de ser perfectísima y formada con especial providencia.  Y porque el Verbo humanado ha de ser maestro de la humildad y santidad, queremos que también le toque esta parte a la que ha de ser Madre suya y que sea única y singular en la paciencia, admirable en el sufrir, y que con su Unigénito ofrezca sacrificio de dolor aceptable a nuestra voluntad y de mayor gloria para ella.

199.  Ya sabéis cómo la antigua serpiente, después de la señal que vio de esta maravillosa Mujer, las anda rodeando a todas; y desde la primera que criamos, persigue con astucia y asechanzas a las que conoce más perfectas en su vida y obras, pretendiendo topar entre todas a la que ha de hollar y quebrantar su cabeza. Y cuando atento a esta purísima e inculpable criatura la reconociere tan santa, pondrá todo su esfuerzo en perseguirla según el concepto que de ella hiciere. La soberbia de este dragón será mayor que su fortaleza (Is. 16, 6), pero Nuestra voluntad es que de esta Nuestra Ciudad Santa y Tabernáculo del Verbo Humanado tengáis especial cuidado y protección, para guardarla, asistirla y defenderla de nuestros enemigos y para iluminarla, confortarla y consolarla con digno cuidado y reverencia mientras fuere viadora entre los mortales.


CAPITULO 15

De la Concepción Inmaculada de María Madre de Dios
 por la virtud del poder divino
.


209.  Prevenidas tenía la Divina sabiduría todas las cosas, para sacar en limpio del borrón de toda la naturaleza a la Madre de la gracia.  Habíale señalado con el poder de su diestra incomparables tesoros de su Divinidad para dotarla y enriquecerla. Teníale mil Ángeles aprestados para su guarnición y custodia y que la sirviesen como vasallos fidelísimos a su Reina y Señora. Preparóle un linaje real y nobilísimo de quien descendiese; y escogióle padres santísimos y perfectísimos de quien inmediatamente naciese, sin haber otros más santos en aquel siglo.

210.  Dispúsolos con abundante gracia y bendiciones de su diestra y los enriqueció con todo género de virtudes y con iluminación de la Divina ciencia y dones del Espíritu Santo. Tenían los padres de edad, cuando se casaron, santa Ana veinte y cuatro años y Joaquín cuarenta y seis.  Pasáronse veinte años después del matrimonio sin tener hijos y así tenía la madre, al tiempo de la concepción de la hija, cuarenta y cuatro años, y el padre sesenta y seis. Y aunque fue por el orden común de las demás concepciones, pero la virtud del Altísimo le quitó lo imperfecto y desordenado y le dejó lo necesario y preciso de la naturaleza, para que se administrase la materia debida de que se había de formar el cuerpo más excelente que hubo ni ha de haber en pura criatura.

211.  Puso Dios término a la naturaleza en los padres y la gracia previno que no hubiese culpa ni imperfección, pero virtud y merecimiento y toda medida en el modo; que siendo natural y común, fue gobernado, corregido y perfeccionado con la fuerza de la divina gracia, para que ella hiciese su efecto sin estorbo de la naturaleza. Y en la santísima Ana resplandeció más la virtud de lo alto por la esterilidad natural que tenía; con lo cual de su parte el concurso fue milagroso en el modo y en la sustancia más puro; y sin milagro no podía concebir, porque la concepción que se hace sin él y por sola natural virtud y orden, no ha de tener recurso ni dependencia inmediata de otra causa sobrenatural, más que de sola la de los padres, que así como concurren naturalmente al efecto de la propagación, así también administran la materia y concurso con imperfección y sin medida.

212.  Pero en esta concepción, aunque el padre no era naturalmente infecundo, por la edad y templanza estaba ya la naturaleza corregida y casi atenuada; y así fue por la divina virtud animada y reparada y prevenida, de suerte que pudo obrar y obró de su parte con toda perfección y tasa de las potencias y proporcionadamente a la esterilidad de la madre. Y en entrambos concurrieron la naturaleza y la gracia: aquélla cortés, medida, y sólo en lo preciso e inexcusable, y ésta superabundante, poderosa y excesiva, para absorber a la misma naturaleza no confundiéndola, pero realzándola y mejorándola con modo milagroso, de suerte que se conociese cómo la gracia había tomado por su cuenta esta concepción, sirviéndose de la naturaleza lo que bastaba para que esta inefable hija tuviese padres naturales.

213.  Y el modo de reparar la esterilidad de la santísima madre Ana, no fue restituyéndole el natural temperamento que le faltaba a la potencia natural para concebir, para que así restituido concibiese como las demás mujeres sin diferencia; pero el Señor concurrió con la potencia estéril con otro modo más milagroso, para que administrase materia natural de que se formase el cuerpo. Y así la potencia y la materia fueron naturales; pero el modo de moverse fue por milagroso concurso de la virtud divina. Y cesando el milagro de esta admirable concepción, se quedó la madre en su antigua esterilidad para no concebir más, por no habérsele quitado ni añadido nueva calidad al temperamento natural.

Este milagro me parece se entenderá con el que hizo Cristo Señor nuestro cuando San Pedro anduvo sobre las aguas (Mt. 14, 29), que para sustentarlo no fue necesario endurecerlas ni convertirlas en cristal o hielo sobre que anduviese naturalmente, y pudieran andar otros sin milagro más del que se hiciera en endurecerlas; pero sin convertirlas en duro hielo, pudo el Señor hacer que sustentasen al cuerpo del Apóstol concurriendo con ellas milagrosamente, de suerte que pasado  el milagro se hallaron las aguas líquidas; y aun lo estaban también mientras San Pedro corría por ellas, pues comenzó a zozobrar y a anegarse; y sin alterarlas con nueva calidad se hizo el milagro.

214.  Muy semejante a éste, aunque mucho más admirable, fue el milagro de concebir Ana, madre de María Santísima; y así estuvieron en esto sus padres gobernados con la gracia, tan abstraídos de la concupiscencia y delectación, que le faltó aquí a la culpa original el accidente imperfecto que de ordinario acompaña a la materia o instrumento con que  se comunica.  Quedó sólo la materia desnuda de imperfección, siendo la acción meritoria. Y así por esta parte pudo muy bien no resultar el pecado en esta concepción, teniéndolo por otra la Divina Providencia así determinado. Y este milagro reservó el Altísimo para sola aquella que había de ser su Madre dignamente; porque siendo conveniente que en lo sustancial de su concepción fuese engendrada por el orden que los demás hijos de Adán, fue también convenientísimo y debido que, salvando la naturaleza, concurriese con ella la gracia en toda su virtud y poder.

220.  Y el sábado, se hizo concepción, criando el Altísimo el alma de su Madre e infundiéndola en su cuerpo; con que entró en el mundo la pura criatura más santa, perfecta y agradable a sus ojos de cuantas ha criado y criará hasta el fin del mundo ni por sus eternidades. En la correspondencia que tuvo esta obra con la que hizo Dios criando todo el resto del mundo en siete días, como lo refiere el Génesis (Gén. 1, 1-31; 2, 1- 3), tuvo el Señor misteriosa atención, pues aquí sin duda descansó con la verdad de aquella figura, habiendo criado la suprema criatura de todas, dando con ella principio a la obra de la Encarnación del Verbo divino y a la Redención del linaje humano. Y así fue para Dios este día como festivo y de pascua, y también para todas las criaturas.

221.  Por este misterio de la Concepción de María Santísima ha ordenado el Espíritu Santo que el día del sábado fuese consagrado a la Virgen en la Santa Iglesia, como día en que se le hizo para ella el mayor beneficio, criando su alma santísima y uniéndola con su cuerpo, sin que resultase el pecado original ni efecto suyo. Y al instante de la creación e infusión del alma de María Santísima, fue cuando la Beatísima Trinidad dijo aquellas palabras con mayor afecto de amor que cuando las refiere Moisés (Gén. 1, 26): Hagamos a María a Nuestra imagen y semejanza, a Nuestra verdadera Hija y Esposa para Madre del Unigénito de la sustancia del Padre.

224.  Al tiempo de infundirse el alma en el cuerpo de esta divina Señora, quiso el Altísimo que su madre santa Ana sintiese y reconociese la presencia de la Divinidad por modo altísimo, con que fue llena del Espíritu Santo y movida interiormente con tanto júbilo y devoción sobre sus fuerzas ordinarias, que fue arrebatada en un éxtasis soberano, donde fue ilustrada con altísimas inteligencias de muy escondidos misterios y alabó al Señor con nuevos cánticos de alegría.  Y estos efectos le duraron todo el tiempo restante de su vida, pero fueron mayores en los nueve meses que tuvo en su vientre el tesoro del cielo, porque en este tiempo se le renovaron y repitieron estos beneficios más continuamente, con inteligencia de las Escrituras Divinas y de sus profundos sacramentos. ¡Oh dichosísima mujer, llámente bienaventurada y alábente todas las naciones y generaciones del orbe!

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Dogma Mariano: Inmaculada Concepción

 

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