RELATO MÍSTICO
DE MARÍA EN EL TEMPLO
Y DEL NACIMIENTO JESÚS EN BELÉN


MÍSTICA CIUDAD DE DIOS:
por Sor María de Jesús de Agreda


El hecho de que la Santísima Virgen María fuera entregada al Templo por parte de sus padres, San Joaquín y Santa Ana, indica que ella hizo voto de virginidad.  Era lo usual entre los que eran consagrados en el Templo de Jerusalén.

Por eso escogemos algunas escenas de María entregada al Templo, como también el Nacimiento de Jesús en Belén, para que los místicos nos relaten cómo fue ese Nacimiento en María, que permaneció virgen aún dando a luz a su Hijo.


MÍSTICA CIUDAD DE DIOS

Parte 3
Capítulo 19

Contiene la última parte del capítulo 21 del Apocalipsis en la concepción de María Santísima.

348. Renovó entonces Santa Ana el voto que antes había hecho de ofrecer al templo a su primogénita, en llegando a la edad que convenía; y en esta renovación fue ilustrada con nueva gracia y luz del Altísimo; y sintió en su corazón una voz que le decía cumpliese el voto, llevase y ofreciese en el templo a su hija niña dentro de tres años.

350. Hizo este humilde ofrecimiento como esclava del Señor la que era Reina de todo el universo; y en testimonio de que el Altísimo la aceptaba, vino del cielo una clarísima luz que sensiblemente bañó a la niña y a la madre, llenándolas de nuevos resplandores de gracia. Y volvió a entender Santa Ana que al tercer año presentase a su hija en el templo; porque el agrado que el Altísimo había de recibir de aquella ofrenda no consentía más largos plazos, ni tampoco el afecto con que la niña divina lo deseaba. Los Santos Ángeles de guarda, y otros innumerables que asistieron a este acto, cantaron dulcísimas alabanzas al autor de las maravillas; pero de todas las, que allí sucedieron, no tuvieron noticia más de la hija santísima y su madre Ana, que interior y exteriormente sintieron lo que era espiritual o sensible respectivamente; sólo el Santo Simeón reconoció algo de la luz sensible. Y con esto se volvió Santa Ana a su casa enriquecida con su tesoro y nuevos dones del Altísimo Dios.

351.  A la vista de todas estas obras estaba sedienta la antigua serpiente, ocultándole el Señor lo que no debía entender y permitiéndole lo que convenía, para que, contradiciendo a todo lo que él intentaba destruir, viniese a servir como de instrumento en la ejecución de los ocultos juicios del Muy Alto. Hacía este enemigo muchas conjeturas de las novedades que en madre e hija conocía; pero como vio que llevaban ofrenda al templo y como pecadoras guardaban lo que mandaba la ley, pidiendo al sacerdote que rogase por ellas para que fuesen perdonadas, con esto se alucinó y sosegó su furor, creyendo que aquella hija y madre estaban empadronadas con las demás mujeres y que todas eran de una condición, aunque más perfectas y santas que otras.

352.  La niña soberana era tratada como los demás niños de su edad. Era su comida la común, aunque la cantidad muy poca, y lo mismo era del sueño, aunque la aplicaban para que durmiese; pero no era molesta, ni jamás lloró con el enojo de otros niños, mas era en extremo agradable y apacible; y disimulábase mucho esta maravilla con llorar y sollozar muchas veces —aunque como Reina y Señora, cual en aquella edad se permitía— por los pecados del mundo y por alcanzar el remedio de ellos y la venida del Redentor de los hombres. De ordinario tenía, aun en aquella infancia, el semblante alegre, pero severo y con peregrina majestad,  sin admitir jamás acción pueril, aunque tal vez admitía algunas caricias; pero las que no eran de su madre, y por eso menos medidas, las moderaba en lo imperfecto con especial virtud y la severidad que mostraba. Su prudente madre Ana  trataba a la niña con incomparable cuidado, regalo y caricia; y también su padre Joaquín la amaba como padre y como Santo, aunque entonces ignoraba el misterio, y la niña se mostraba con su padre más amorosa, como quien le conocía por padre y tan amado de Dios. Y aunque admitía de él más caricias que de otros, pero en el padre y en los demás  puso  Dios desde luego tan extraordinaria reverencia y pudor para la que había elegido por Madre, que aun el candido afecto y amor de su padre era siempre muy templado y medido en las  demostraciones sensibles.

353. En todo era la niña Reina agraciada, perfectísima y admirable; y si bien pasó por la infancia por las comunes leyes de la naturaleza, pero no impidieron a la gracia; y si dormía, no cesaba ni interrumpía las acciones interiores del amor y otras que no penden del sentido exterior. Cuando estaba sola o la recogía a dormir, como el sueño era tan medido, confería los misterios y alabanzas del Altísimo con sus Santos Ángeles y gozaba de divinas visiones y hablas de Su Majestad.

354. (Reina y Señora del Cielo, si como piadosa Madre y mi Maestra oís mis ignorancias sin ofenderos de ellas, preguntaré a vuestra dignación algunas dudas que en este capítulo se me han ofrecido; y si mi ignorancia y osadía pasare a ser yerro, en lugar de responderme, corregidme, Señora, con vuestra maternal misericordia. Mi duda es: si en aquella infancia sentíades la necesidad y hambre que por orden natural sienten los otros niños, y siendo así que padecíades estas penalidades ¿cómo pediais el alimento y socorro necesario, siendo tan admirable vuestra paciencia, cuando a los otros niños el llanto sirve de lengua y de palabras? Vuestra prudencia celestial conservaba digna majestad y compostura, vuestra edad, naturaleza y sus leyes pedían lo necesario; no lo pediais como niña llorando, ni como grande hablando, ni sabían vuestro dictamen, ni os trataban según el estado de la razón que teníades, ni Vuestra Madre Santa lo conocía todo, ni todo lo podía hacer ni acertar, ignorando el tiempo y el modo; ni tampoco en todas las cosas pudiera ella servir a Vuestra Majestad. Todo esto me causa admiración, y me despierta el deseo de conocer los misterios que en estas cosas se encierran.)


Respuesta y doctrina de la
Reina del cielo.

355. Hija mía, a tu admiración respondo con benevolencia. Verdad es que tuve gracia y uso perfecto de razón desde el primer instante de mi concepción, como tantas veces te he mostrado, y pasé por las pensiones de la infancia como otros niños y me criaron con el orden común de todos. Sentí hambre, sed, sueño y penalidades en mi cuerpo, y como hija de Adán estuve sujeta a estos accidentes; porque era justo imitase yo a mi Hijo Santísimo, que admitió estos defectos y penas, para que así mereciese, y con Su Majestad fuese ejemplo a los demás mortales que le habían de imitar. Como la Divina gracia me gobernaba, usaba de la comida y sueño en peso y medida, recibiendo menos que otros y sólo aquello que era preciso para el aumento y conservación de la vida y salud; porque el desorden en estas cosas no sólo es contra la virtud, pero contra la misma naturaleza, que se altera y estraga con ellas. Por mi temperamento y medida, sentía más el hambre y sed que otros niños y era más peligrosa en mí esta falta de alimento; pero si no me le daban a tiempo, o si en ello excedían, tenía paciencia, hasta que oportunamente con alguna decente demostración lo pedía. Y sentía menos la falta de sueño, por la libertad que a solas me quedaba para la vista y conversación con los Ángeles de los misterios divinos.

356. El estar en paños oprimida y atada, no me causaba tanta pena, pero mucha alegría, por la luz que tenía de que el Verbo Humanado había de padecer muerte torpísima y había de ser ligado con oprobios. Y cuando estaba sola me ponía en forma de cruz en aquella edad, orando a imitación suya, porque sabía había de morir mi amado en ella, aunque ignoraba entonces que el crucificado había de ser mi Hijo.

357.  Luego que nací al mundo y vi la luz que me alumbraba, sentí los efectos de los elementos, los influjos de los planetas y astros, la tierra que me recibía, el alimento que me sustentaba y todas las otras causas de la vida. Di gracias al Autor de todo, reconociendo sus obras por beneficio que me hacía y no por deuda que me debía. Y por esto cuando me faltaba después alguna cosa de las que necesitaba, sin turbación, antes con alegría, confesaba que se hacía conmigo lo que era razón, porque todo se me daba de gracia sin merecerlo y sería justicia el privarme de ello.


LIBRO II

CONTIENE LA PRESENTACIÓN
AL TEMPLO
DE LA PRINCESA DEL CIELO;
LOS FAVORES QUE LA DIESTRA DIVINA LA HIZO;
LA ALTÍSIMA PERFECCIÓN
CON QUE OBSERVÓ
LAS CEREMONIAS DEL TEMPLO;
EL GRADO DE SUS HEROICAS VIRTUDES
Y MODO DE VISIONES QUE TUVO;
SU SANTÍSIMO DESPOSORIO Y LO RESTANTE
HASTA LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS.

CAPITULO 1

De la presentación de María Santísima
en el Templo

el año tercero de su edad.

413.  Entre las sombras que figuraban a María Santísima en la ley escrita, ninguna fue más expresa que el arca del testamento, así por la materia de que estaba fabricada, como por lo que en sí contenía, y para lo que servía en el pueblo de Dios, y las demás cosas que mediante el arca y con ella y por ella hacía y obraba el mismo Señor en aquella antigua Sinagoga; que todo era un dibujo de esta Señora y de lo que por ella y con ella había de obrar en la nueva Iglesia del Evangelio.  La materia del cedro incorruptible (Ex. 25, 10) de que —no acaso pero con Divino acuerdo— fue fabricada, expresamente señala a nuestra arca mística María, libre de la corrupción del pecado actual y de la carcoma oculta del original y su inseparable fomes y pasiones.  El oro finísimo y purísimo que por dentro y fuera la vestía (Ib. 11), cierto es que fue lo más perfecto y levantado de la gracia y dones que en sus pensamientos divinos, y en sus obras y costumbres, hábitos y potencias resplandecía.

414.  Las tablas lapídeas de la ley, la urna del maná y vara de los prodigios, que  aquella  antigua  arca contenía y guardaba, no pudo significar con mayor expresión al Verbo Eterno humanado, encerrado en esta arca viva de María Santísima, siendo su Hijo unigénito la piedra fundamental (1 Cor. 3, 11) y viva del edificio de la Iglesia Evangélica; la angular (Ef. 2, 20), que juntó a los dos pueblos,  judaico y gentil, tan divisos, y que para esto se cortó del monte (Dan. 2, 34) de la eterna generación, y para que, escribiéndose en ella con el dedo de Dios la nueva ley de gracia, se depositase en el arca virginal de María; y para que se entienda que era depositaria esta gran Reina de todo lo que Dios era y obraba con las criaturas. Encerraba también consigo el maná de la Divinidad y de la gracia y el poder y vara de los prodigios y maravillas, para que sólo en esta arca divina y mística se hallase la fuente de las gracias, que es el mismo ser de Dios, y de ella redundasen a los demás mortales, y en ella y por ella se obrasen las maravillas y prodigios del brazo de Dios; y todo lo que este Señor quiere, es y obra, se entienda que en María está encerrado y depositado.

416. Arca tan misteriosa y consagrada, fabricada por la mano del mismo Señor para su habitación y propiciatorio para su pueblo, no estaba bien fuera de su templo, donde estaba guardada la otra arca material, que era figura de esta verdadera y espiritual arca del Nuevo Testamento. Por esto ordenó el mismo Autor de esta maravilla que María Santísima fuese colocada en su casa y templo, cumplidos los tres años de su felicísima natividad.

417.  En todas estas traslaciones fue llevada la antigua arca del testamento con pública veneración y culto solemnísimo de músicas, danzas, sacrificios y júbilo de aquellos reyes y de todo el pueblo de Israel.  Pero nuestra arca mística y verdadera, María Santísima, aunque era la más rica, estimable y digna de toda veneración entre las criaturas, no fue llevada al templo con tan solemne aparato y ostentación pública; no hubo  en  esta misteriosa traslación sacrificios  de  animales, ni la pompa real y majestad de Reina, antes bien fue trasladada de casa de su padre Joaquín, en los brazos humildes de su madre Ana, que, si bien no era muy pobre, pero en esta ocasión llevó a su querida Hija a presentar y depositarla en el templo con recato humilde, como pobre, sola y sin ostentación popular. Toda la gloria y majestad de esta procesión quiso el Altísimo que fuese invisible y divina; porque los sacramentos y misterios de María Santísima fueron tan levantados y ocultos que muchos de ellos lo están hasta el día de hoy por los investigables juicios del Señor, que tiene destinado el tiempo y hora para todas las cosas y para cada una.

422. Llegaron al Templo Santo, y la Bienaventurada Ana, para entrar con su hija y Señora en él, la llevó de la mano, asistiéndolas particularmente el Santo Joaquín; y todos tres hicieron devota y fervorosa oración al Señor: los padres ofreciéndole a su hija y la hija santísima ofreciéndose a sí misma con profunda humildad, adoración y  reverencia.  Y  sola  ella  conoció  cómo el Altísimo la admitía y recibía; y entre un divino resplandor que llenó el templo, oyó una voz que le decía: Ven, esposa mía, electa mía, ven a mi templo, donde quiero que me alabes y me bendigas.—Hecha esta oración se levantaron y fueron al sacerdote y le  entregaron  los padres a su hija y niña María, y el sacerdote le dio su bendición; y juntos todos la llevaron a un cuarto, donde estaba el colegio de las doncellas que se criaban en recogimiento y santas costumbres, mientras llegaban a la edad de tomar estado de matrimonio; y especialmente se recogían allí las primogénitas del tribu real de Judá y del tribu sacerdotal de Leví.

423.  La subida de este colegio tenía quince gradas, adonde salieron otros sacerdotes a recibir la  bendita niña María; y el que la llevaba, que debía de ser uno de los ordinarios y la había recibido, la puso en la grada primera; ella le pidió licencia y, volviéndose a sus padres Joaquín y Ana, hincando las rodillas les pidió su bendición y les besó la mano a cada uno, rogándoles la encomendasen a Dios.  Los santos padres con gran ternura y lágrimas la echaron bendiciones, y, en recibiéndolas, subió por sí sola las quince gradas con incomparable fervor y alegría, sin volver la cabeza ni derramar lágrima, ni hacer acción párvula, ni mostrar sentimiento de la despedida de sus padres; antes puso a todos en admiración el verla en edad tan tierna con majestad y entereza tan peregrina. Los sacerdotes la recibieron y llevaron al colegio de las demás vírgenes; y el Santo Simeón, Sumo Sacerdote, la entregó a las maestras, una de las cuales era Ana profetisa. Esta santa matrona había sido prevenida con especial gracia y luz del Altísimo para que se encargase de aquella niña de Joaquín y Ana, y así lo hizo por Divina dispensación, mereciendo por su santidad y virtudes tener por discípula a la que había de ser Madre de Dios y maestra de todas las criaturas.

424.  Los padres, Joaquín y Ana, se volvieron a Nazaret doloridos, y pobres sin el rico tesoro de su casa, pero el Altísimo los confortó y consoló en ella. El santo sacerdote Simeón, aunque por entonces no conoció el misterio encerrado en la niña María, pero tuvo grande luz de que era santa y escogida del Señor; y los otros sacerdotes también sintieron de ella con gran alteza y reverencia. En aquella escala que subió la niña se ejecutó con toda propiedad lo que Jacob vio en la suya (Gén. 28, 12), que subían y bajaban Ángeles; unos que acompañaban y otros que salían a recibir a su Reina; y en lo supremo de ella aguardaba Dios para admitirla por Hija y por Esposa; y ella conoció en los efectos de su amor que verdaderamente aquella era casa de Dios y puerta del cielo.

425.  La niña María, entregada y encargada a su maestra, con humildad profunda le pidió de rodillas la bendición, y la rogó que la recibiese debajo de su obediencia, enseñanza y consejo, y que tuviese paciencia en lo mucho que con ella trabajaría y padecería. Ana profetisa, su maestra, la recibió con agrado y la dijo: Hija mía, en mi voluntad hallaréis madre y amparo y yo cuidaré de vos y de vuestra crianza con todo el desvelo posible.—Luego pasó a ofrecerse con la misma humildad a todas las doncellas que allí estaban, y a cada una singularmente la saludó y abrazó y se  dedicó por sierva suya, y les pidió que como mayores y más capaces de lo que allí habían de hacer la enseñasen y mandasen; y dioles gracias porque sin merecerlo la admitían en su compañía.


CAPITULO 2

De un singular favor que hizo el Altísimo a María Santísima luego que se quedó en el templo.

429  Cuando la divina niña María, despedidos sus padres, se quedó en el templo para vivir en él, le señaló su maestra el retiro que le tocaba entre las demás vírgenes, que eran como unas grandes alcobas o pequeños aposentos para cada una. Postróse en tierra la Princesa de los cielos y, con advertencia de que era suelo y lugar del templo, le besó y adoró al Señor dándole gracias por aquel nuevo beneficio, y a la misma tierra, porque la había recibido y sustentaba, siendo indigna de aquel bien, de pisarla y estar en ella. Luego se convirtió a sus Ángeles santos y les dijo: Príncipes celestiales, nuncios del Altísimo, fidelísimos amigos y compañeros míos, yo os suplico con todo el afecto de mi alma, que en este santo Templo de mi Señor hagáis conmigo el oficio de vigilantes centinelas, avisándome de todo lo que debo hacer; enseñadme y encaminadme como maestros y nortes de mis acciones, para que acierte en todo a cumplir la voluntad perfecta del Altísimo, dar gusto a los santos sacerdotes y obedecer a mi maestra y compañeras.—Y hablando con los doce Ángeles singularmente, eran los doce del Apocalipsis— les dijo: Y a vosotros, embajadores míos, os pido que, si el Altísimo os diere su licencia, vais [sic] a consolar a mis santos padres en su aflicción y soledad.

430.  Obedecieron a su Reina los doce Ángeles y, quedando con los demás en coloquios divinos, sintió una virtud superior que la movía fuerte y suave y la espiritualizaba y levantaba en un ardiente éxtasis; y luego el Altísimo mandó a los Serafines que la asistían ilustrasen su alma santísima y la preparasen.  Y luego le fue dado un lumen y cualidad divina que perfeccionase y proporcionase sus potencias con el objeto que le querían manifestar. Y con esta preparación, acompañada de todos sus Santos Ángeles y otros muchos, vestida la divina niña de una refulgente nubécula, fue llevada en cuerpo y alma hasta el Cielo empíreo, donde fue recibida de la Santísima Trinidad con digna benevolencia y agrado. Postróse ante la presencia del poderosísimo y altísimo Señor, como solía en las demás visiones, y adoróle con profunda humildad y reverencia. Y luego la volvieron a iluminar de nuevo con otra cualidad o lumen con el cual vio la Divinidad intuitiva y claramente; siendo esta la segunda vez que se le manifestó por este modo intuitivo a los tres años de su edad.

431.  No hay sentido ni lengua que pueda manifestar los efectos de esta visión y participación de la Divina esencia. La Persona del Eterno Padre habló a la futura Madre de su Hijo, y díjola: Paloma mía y dilecta mía, quiero que veas los tesoros de mi ser inmutable y perfecciones infinitas y los ocultos dones que tengo destinados para las almas que tengo elegidas para herederas de mi gloria, que serán rescatadas con la Sangre del Cordero que por ellas ha de morir. Conoce, hija mía, cuán liberal soy para mis criaturas que me conocen y aman; cuán verdadero en mis palabras, cuán fiel en mis promesas, cuán poderoso y admirable en mis obras. Advierte, esposa mía, cómo es verdad infalible que quien me siguiere no vivirá en tinieblas. De ti quiero que, como mi escogida, seas testigo de vista de los tesoros que tengo aparejados para levantar los humildes, remunerar los pobres, engrandecer los abatidos y premiar todo lo que por mi nombre hicieren o padecieren los mortales.

432.  Respondió la Santísima María al Señor, y dijo: Altísimo y supremo Dios eterno, incomprensible sois en vuestra grandeza, rico en misericordias, abundante en tesoros, inefable en misterios, fidelísimo en promesas, verdadero en palabras, perfectísimo en vuestras obras, porque sois Señor infinito y eterno en vuestro ser y perfecciones. Pero ¿qué hará, altísimo Señor, mi pequenez a la vista de vuestra grandeza? Indigna me reconozco de mirar vuestra grandeza que veo, pero necesitada de que con ella me miréis. En vuestra presencia, Señor, se aniquila toda criatura, ¿qué hará vuestra sierva, que es polvo? Cumplid en mí todo vuestro querer y  beneplácito. 

433. Dio gracias la Princesa del Cielo y, fervorosa, pidió licencia a Su Majestad para hacer en su presencia cuatro votos; de castidad, pobreza, obediencia y perpetuo encerramiento en  el  templo, adonde  la  había  traído. A esta petición la respondió el Señor, y la dijo:  Esposa mía, mis pensamientos se levantan sobre todas las criaturas y tú, electa mía, ahora ignoras lo que en el discurso de tu vida te puede suceder y que no será posible en todo cumplir tus fervorosos deseos en el modo que ahora piensas; el voto de castidad admito y quiero le hagas, y que renuncies desde luego las riquezas terrenas; si bien es mi voluntad que en los demás votos y en sus materias obres, en lo posible, como si los hubieras hecho todos; y tu deseo se cumplirá en otras muchas doncellas que, en el tiempo venidero de la ley de gracia, por seguirte y servirme harán los mismos votos viviendo juntas en congregación, y serás madre de muchas hijas.

434.  Hizo luego la santísima niña en prsencia del Señor el voto de castidad, y en lo demás sin obligarse renunció todo el afecto de lo terreno y criado; y propuso obedecer por Dios a todas las criaturas. Y en el cumplimiento de estos propósitos fue más puntual, fervorosa y fiel que ninguno de cuantos por voto lo prometieron ni prometerán.

435. En otra segunda e imaginaria visión llegaron a ella algunos Serafines de los más inmediatos al Señor y, por mandado suyo, la adornaron y compusieron en esta forma. Lo primero, todos sus sentidos fueron como iluminados con una claridad o lumen que los llenaba de gracia y hermosura. Luego la vistieron una ropa o tuni- cela preciosísima de refulgencia y la ciñeron con una cintura de piedras diferentes de varios colores transparentes, lucidísimos y brillantes, que toda la hermoseaba sobre la humana ponderación; y significaba la pura candidez y heroicas y diferentes virtudes de su alma santísima.  Pusiéronla  también  una  gargantilla o collar inestimable y de subido valor con tres grandes piedras, símbolo de las tres mayores y excelentes virtudes, fe, esperanza y caridad; y estas pendían del collar sobre el pecho, como señalando su lugar y asiento de tan ricas joyas. Diéronle tras esto siete anillos de rara hermosura en sus manos, donde se los puso el Espíritu Santo en testimonio de que la adornaba con sus dones en grado eminentísimo. Y sobre este adorno la Santísima Trinidad puso sobre su cabeza una imperial corona de materia y piedras inestimables, constituyén- dola juntamente por Esposa suya y por Emperatriz del cielo; y en fe de todo esto la vestidura cándida y refulgente estaba sembrada de unas letras o cifras de finísimo oro y muy brillante, que decían: María hija del Eterno Padre, Esposa del Espíritu Santo y Madre de la verdadera luz. Esta última empresa o título no entendió la divina Señora, pero los Ángeles sí, que admirados en la alabanza del Autor asistían a obra tan peregrina y nueva; y en cumplimiento de todo esto puso el Altísimo en los mismos espíritus angélicos nueva atención, y salió una voz del trono de la Santísima Trinidad, que hablando con María Santísima le dijo: Nuestra Esposa, nuestra querida y escogida entre las criaturas serás por toda  la eternidad; los Ángeles te servirán y todas las naciones y generaciones te llamarán bienaventurada (Lc. 1, 48).436.  Adornada la soberana niña con las galas de la divinidad, se celebró luego el desposorio más célebre y maravilloso que pudo imaginar ninguno de los más altos querubines y serafines, porque el Altísimo la admitió por Esposa única y singular y la constituyó en la más suprema dignidad que pudo caber en pura criatura, para depositar en ella su misma Divinidad en la Persona del Verbo y con él todos los tesoros de gracias que a tal eminencia convenían. Estaba la humildísima entre los humildes absorta en el abismo de amor y admiración que la causaban tales favores y beneficios y en presencia del Señor, dijo:

437. Altísimo Rey y Dios incomprensible, ¿quién sois vos y quién soy yo, para que vuestra dignación mire a la que es polvo, indigna de tales misericordias? Yo, Rey mío y mi Señor, os admito por mi Esposo y me ofrezco por vuestra esclava. No tendrá mi entendimiento otro objeto, ni mi memoria otra imagen, ni mi voluntad otro fin ni deseo fuera de vos, sumo, verdadero y único bien y amor mío, ni mis ojos se levantarán para ver otra criatura humana, ni atenderán mis potencias y sentidos a nadie fuera de vos mismo y a lo que Vuestra Majestad me encaminare; solo vos, amado mío, seréis para vuestra Esposa (Cant., 2, 16) y ella para solo vos, que sois incomutable y eterno bien.

438.  Recibió el Altísimo con inefable agrado esta aceptación que hizo la soberana Princesa del nuevo desposorio que con su alma santísima había celebrado; y, como a verdadera Esposa y Señora de todo lo criado, le puso en sus manos todos los tesoros de su poder y gracia y la mandó que pidiese lo que deseaba, que nada le sería negado. Hízolo  así la humildísima paloma y pidió al Señor con ardentísima caridad enviase a su Unigénito al mundo para remedio de los mortales; que a todos los llamase al conocimiento verdadero de su Divinidad; que a sus padres naturales Joaquín y Ana les aumentase en el amor y dones de su Divina diestra; que a los pobres y afligidos los consolase y confortase en sus trabajos; y para sí misma pidió el cumplimiento y beneplácito de la Divina voluntad. Estas fueron las peticiones más particulares que hizo la nueva esposa María en esta ocasión a la Beatísima Trinidad. Y todos los espíritus angélicos en alabanza del Altísimo hicieron nuevos cánticos de ad- miración y, con música celestial, los que Su Majestad destinó volvieron a la santísima niña desde el cielo empíreo al lugar del templo, de donde  la  habían llevado.

439.  Y para comenzar luego a poner por obra lo que Su Alteza había prometido en presencia del Señor,  fue  a su maestra y la entregó todo cuanto su madre Santa Ana le había dejado para su necesidad y regalo, hasta unos libros y vestuario; y la rogó lo distribuyese a los pobres, o como ella  gustase disponer de ello, y la mandase y ordenase lo que debía hacer. La discreta maestra, que ya he dicho era Ana la profetisa, con divino impulso admitió y aprobó lo que la hermosa niña María ofrecía y la dejó pobre y sin cosa aguna más de lo que tenía vestido; y propuso cuidar singularmente de ella como de más destituida y pobre, porque las otras doncellas cada una tenía su peculio y homenaje señalado y propio de sus ropas y otras cosas a su voluntad.

440.  Diole también la maestra orden de vivir a la dulcísima niña, habiéndolo comunicado primero con el sumo sacerdote; y con esta desnudez y resignación consiguió la Reina y Señora de las criaturas quedar sola, destituida y despojada de todas ellas y de sí misma, sin reservar otro afecto ni posesión más de solo el amor ardentísimo del Señor y de su propio abatimiento y humillación.


MÍSTICA CIUDAD DE DIOS

PARTE 5

Visiones y revelaciones intelectuales
de María Santísima.

CAPITULO  16

Continúase la infancia de
María Santísima en el Templo;

previénela el Señor para trabajos,
y muere su padre San Joaquín.

660.  Crecía la santísima niña en edad y gracia acerca de Dios y de los hombres. Era manifiesta a los espíritus celestiales entre el Altísimo y la Princesa niña una como porfía y competencia admirable; porque el poder Divino, para enriquecerla, sacaba cada día de sus tesoros nuevos y antiguos beneficios (Mt. 13, 52) reservados para sola María Purísima; y como era tierra bendita, no sólo no se malograba en ella la semilla de la palabra eterna y sus dones y favores, ni sólo daba ciento por uno (Lc. 8, 8) como el mayor de los Santos, pero con admiración del cielo una tierna niña sobreexcedía en amor, agradecimiento, alabanza y todas las virtudes posibles a los más supremos y ardientes Serafines, sin perder tiempo, lugar, ocasión, ni ministerio en que no obrase lo sumo, entonces posible, de la perfección.

661. En los tiernos años de su infancia, que ya era manifiesta su capacidad para leer las Escrituras, leía muy de ordinario en ellas; y como estaba llena de sabiduría, confería en su corazón lo que por las Divinas revelaciones sabía con lo que en las Escrituras estaba revelado para todos; y en esta lección y conferencias ocultas hacía peticiones y oraciones continuas y fervorosas por la redención del linaje humano y Encarnación del Verbo divino. Leía más de ordinario las Profecías de Isaías y Jeremías y los Salmos, por estar más expresos y repetidos en estos Profetas los Misterios del Mesías y de la Ley de Gracia; y sobre lo que de ellos entendía y comprendía, preguntaba y proponía cuestiones a los Santos Ángeles altísimas y admirables; y muchas veces del Misterio de la Humanidad Santísima del Verbo hablaba con incomparable ternura, y de que había de ser niño, nacer, criarse como los demás hombres y que había de nacer de madre virgen, crecer, padecer y morir por todos los hijos de Adán.

662. A estas conferencias y preguntas le respondían sus Ángeles y Serafines, ilustrándola  de  nuevo, confirmándola, y caldeando su ardiente y virginal corazón en nuevas llamas de Divino amor; pero ocultándole siempre su dignidad altísima,  aunque  ella se ofrecía con humildad profundísima muchas veces por esclava del Señor y de la feliz Madre que había de elegir para nacer en el mundo.  Otras  veces, preguntando a los Ángeles Santos, decía con admiración: Príncipes y señores míos ¿es posible que el mismo Criador ha de nacer de una criatura y la ha de tener por Madre? ¿Que el Omnipotente e Infinito, el que fabricó los cielos y no cabe en ellos, ha de encerrarse en el vientre de una mujer y se ha de vestir de una breve naturaleza terrena? El que viste de hermosura los elementos, los cielos y a los mismos Ángeles ¿se ha de hacer pasible? ¿Y que ha de haber mujer de nuestra misma naturaleza humana, que sea tan dichosa que pueda llamar Hijo al mismo que de nada la hizo, y que ella se ha de oír llamar Madre del que es increado y criador de todo  el universo?  ¡Oh milagro inaudito

664.  María Purísima con tan Divina prudencia, siendo Maestra no dejó de ser siempre humildísima discípula.  En su niñez consultaba a los Ángeles Santos y seguía su consejo; después que nació el Verbo Humanado tuvo a su Unigénito por Maestro y Ejemplar en todas sus acciones; y al fin de sus misterios y subida a los cielos obedecía  la  gran  Reina  de  todo  el  universo  a  los Apóstoles. Y esta fue una de las razones por que San Juan Evangelista, los misterios que escribió de esta Señora en el Apocalipsis, los encubrió con tantos enigmas, que se pudiesen entender de toda la Iglesia Militante o Triunfante.

665.  Y en una de las visiones que se le manifestó Su Majestad, la dijo: Esposa y paloma mía, yo te amo con amor infinito, y de ti quiero lo más agradable a mis ojos y la satisfacción entera de mi deseo. No ignoras, hija mía, el tesoro oculto que encierran los trabajos y penalidades que la ciega ignorancia de los mortales aborrece y que mi Unigénito, cuando se vista de la naturaleza humana, enseñará el camino de la Cruz con ejemplo y  con  doctrina, dejándola por herencia a sus escogidos, como él mismo la elegirá para sí, y establecerá la Ley de Gracia, fundando su firmeza y excelencia en la humildad y paciencia de la cruz y penalidades; porque así lo pide la condición de la misma naturaleza de los hombres y mucho más después que por el pecado quedó depravada y mal inclinada. Y también  es   conforme  a mi equidad y providencia, que los mortales alcancen y granjeen la corona de la gloria por medio de los trabajos y cruz, por donde se la ha de merecer mi Hijo unigénito humanado. Por esta razón entenderás, Esposa mía, que habiéndote elegido con mi diestra para mis delicias y habiéndote enriquecido de mis dones, no será justo que mi gracia esté ociosa en tu corazón, ni tu amor carezca de su fruto, ni te falte la herencia de mis escogidos; y así quiero que te dispongas a padecer tribulaciones y penalidades por mi amor.

666.  A esta proposición del Altísimo respondió la invencible María con más constante corazón que todos los Santos y Mártires han tenido en el mundo, y dijo a Su Majestad: Señor Dios mío y Rey Altísimo, todas mis operaciones y potencias y el mismo ser que de vuestra bondad infinita he recibido, tengo dedicado a vuestro Divino beneplácito, para que en todo se cumpla según la elección de vuestra infinita sabiduría y bondad. Y si me dais licencia para que yo haga elección de alguna cosa, sólo quiero hacerla del padecer por vuestro amor hasta la muerte; y suplicaros, bien mío, hagáis de esta esclava vuestra un sacrificio y holocausto de paciencia aceptable en vuestros ojos.  Pero si el padecer por vos admitís por alguna retribución, vengan sobre mí todas las tribulaciones y dolores de la muerte; sólo pido vuestra divina protección y postrada ante el trono real de Vuestra Majestad infinita os suplico no me desamparéis.

667.  Recibió el Altísimo este sacrificio matutino de la tierna esposa y niña María Santísima, y con agradable semblante la dijo: Hermosa eres  en  tus  pensamientos, hija del Príncipe, paloma mía y dilecta mía; yo admito tus deseos  agradables  a  mis  ojos  y  quiero  que  en  su cumplimiento entiendas se llega el tiempo en que, por mí Divina disposición, tu padre Joaquín ha de pasar de la vida mortal para la inmortal y eterna; su muerte será muy breve y luego descansará en paz y será puesto con los Santos en el Limbo, aguardando la Redención de todo el linaje humano.—Este aviso del Señor no turbó ni alteró el pecho real de la Princesa del Cielo María; pero como el amor de los hijos a los padres es deuda justa de la misma naturaleza, y en la santísima niña tenía este amor toda su perfección, no se podía excusar el natural dolor de carecer de su santísimo padre Joaquín, a quien santamente amaba como hija. Sintió la tierna y dulce niña María este doloroso movimiento compatible con la serenidad de su magnánimo corazón, y obrando en todo con grandeza, dando el punto a la gracia y a la naturaleza, hizo una ferviente oración por su padre Joaquín. Pidió al Señor le mirase como poderoso y Dios verdadero en el tránsito de su dichosa muerte y le defendiese del demonio, singularmente en aquella hora, y le conservase y constituyese en el número de sus electos, pues en su vida había confesado y engrandecido su Santo y admirable Nombre; y para obligar más a Su Majestad, se ofreció la fidelísima hija a padecer por su padre Santísimo Joaquín todo lo que el Señor ordenase.

668.  Aceptó Su Majestad esta petición y consoló a la divina niña, asegurándola que asistiría a su padre como misericordioso y piadoso remunerador de los que le aman y sirven y que le colocaría entre los Patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob; y la previno de nuevo para recibir y padecer otros trabajos. Ocho días antes de la muerte del Santo Patriarca Joaquín tuvo María Santísima otro nuevo aviso del Señor, declarándole el día y hora en que había de morir, como en efecto sucedió, habiendo pasado sólo seis meses después que nuestra Reina entró a vivir en el Templo. Después que Su Alteza tuvo estos avisos del Señor, pidió a los doce Ángeles —que arriba he dicho (Cf. supra n. 202, 273, 371) eran los que nombra San Juan en el Apocalipsis (Sal. 127, 5)asistiesen a su padre Joaquín en su enfermedad y le confortasen y consolasen en ella; y así lo hicieron. Y para la última hora de su tránsito envió a todos los de su guarda y pidió al Señor se los manifestase a su padre para mayor consuelo suyo. Concediólo el Altísimo, y en todo confirmó el deseo de su electa, única y perfecta; y el Gran Patriarca y dichoso Joaquín vio a los mil Ángeles Santos que guardaban a su hija María, a cuyas peticiones y votos sobreabundó la gracia del Todopoderoso; y por su mandado dijeron los Ángeles a San Joaquín estas razones:

669.  Varón de Dios, sea el Altísimo y poderoso tu salud eterna y envíete de su lugar santo el auxilio necesario y oportuno para tu alma. María, tu hija, nos envía para asistir contigo en esta hora que has de pagar a tu Criador la deuda de la muerte natural. Ella es fidelísima y poderosa intercesora tuya con el Altísimo, en cuyo nombre y paz parte de este mundo consolado y alegre, porque te hizo padre de tan bendita hija. Y aunque Su Majestad incomprensible, por sus ocultos juicios, no te ha manifestado hasta ahora el sacramento y dignidad en que ha de constituir a tu hija, quiere que lo conozcas ahora, para que le magnifiques y alabes y juntes el júbilo de tu espíritu con tal nueva al dolor y tristeza natural de la muerte. María, tu hija y nuestra Reina, es la escogida por el brazo del Omnipotente para que en sus entrañas se vista de carne y forma humana el Verbo Divino. Ella ha de ser la feliz Madre del Mesías y la bendita entre las mujeres, la superior a todas las criaturas y sólo al mismo Dios inferior. Tu hija dichosísima ha de ser la Reparadora de lo que perdió el linaje humano por la primera culpa y el monte alto donde se ha de formar y establecer la nueva ley de gracia; y si dejas ya en el mundo su Restauradora y una hija por quien le prepara Dios el remedio oportuno, parte de él con júbilo de tu alma, y bendígate el Señor desde Sión (Sal.127, 5) y te constituya entre la parte de los Santos, para que llegues a la vista y gozo de la feliz Jerusalén.

670.  Cuando los Ángeles Santos hablaron a San Joaquín estas palabras, estaba su esposa Santa Ana presente, asistiendo a la cabecera de su lecho, y las oyó y entendió por Divina disposición; y al mismo punto el Santo Patriarca Joaquín perdió el habla y, entrando en la vereda común de toda carne, comenzó a agonizar con una lucha maravillosa entre el júbilo de tan alegre nueva y el dolor de su muerte. En este conflicto con las potencias interiores hizo muchos y fervorosos actos de amor divino, de fe, de admiración, de alabanza, de agradecimiento y humillación, y otras virtudes ejercitó heroicamente; y así absorto en el nuevo conocimiento de tan Divino Misterio, llegó al término de la vida natural con la preciosa muerte de los santos (Sal. 115, 15). Su Alma Santísima fue llevada por los Ángeles al Limbo de los Santos Padres y justos; y para nuevo consuelo y luz de la prolija noche con que vivían, ordenó el Altísimo que el alma del Santo Patriarca Joaquín fuese el nuevo paraninfo y legado de su gran Majestad, que diese parte a toda aquella congregación de justos cómo amanecía ya el día de la eterna luz y era nacida el alba María Purísima, hija de Joaquín y de Ana, de quien nacería el Sol de la Divinidad, Cristo Reparador de todo el linaje humano. Estas nuevas oyeron los Santos Padres y Justos del Limbo, y con el júbilo que recibieron, hicieron nuevos cánticos de alabanza al Altísimo.

671.  Sucedió esta feliz muerte del patriarca San Joaquín medio año —como dije arriba (Cf. supra n. 668)— después que su hija María Santísima entró en el Templo, que eran tres y medio de su tierna edad, cuando quedó sin padre natural en la tierra; y de la edad del Patriarca eran sesenta y nueve años, partidos y divididos en esta forma: de cuarenta y seis años recibió a Santa Ana por esposa, a los veinte años del matrimonio tuvieron a María Santísima, y tres y medio que Su Alteza tenía, hacen los sesenta y nueve y medio, día más o menos.

672.  Difunto el Santo Patriarca y padre de nuestra Reina, volvieron luego a su presencia los Santos Ángeles de su custodia, que la dieron noticia de todo lo sucedido en el tránsito de su padre; y luego la prudentísima niña solicitó con oraciones el consuelo de su madre Santa Ana, pidiendo al Señor la gobernase y asistiese como padre en la soledad que la dejaba la falta de su esposo Joaquín. Envióle también la misma Santa Ana el aviso de la muerte, y diéronsele primero a la maestra de nuestra divina Princesa, para que dándole noticia de ello la consolase. Hízolo así la maestra, y la niña sapientísima la oyó con disimulación y agrado, pero con paciencia y modestia de Reina, y que no ignoraba el suceso que la refería su maestra por nuevo. Pero como en todo era perfectísima, se fue luego al Templo repitiendo el sacrificio de alabanza, humildad, paciencia y otras virtudes y oraciones, procediendo siempre con pasos tan acelerados como hermosos (Cant.7, 1) en los ojos del Muy Alto. Y para el colmo de estas acciones, como de las demás, pedía a los Santos Ángeles concurriesen con ella y la ayudasen a bendecirle y alabarle.


CAPITULO 19

El Altísimo dio luz a los Sacerdotes
de la inocencia inculpable
de María Santísima,

y a ella de que  estaba cerca
el tránsito dichoso de
su madre Santa Ana;

y hallóse en él.

713.  No dormía el Altísimo ni dormitaba (Sal. 120, 4) entre les clamores dulces de su dilecta esposa María, si bien disimulaba oírlos, recreándose con ellos en el prolongado ejercicio de sus penas, que le ocasionaban tan gloriosos triunfos y admiración y alabanza de los espíritus soberanos. Perseveraba siempre el fuego lento de aquella persecución ya dicha para que la divina fénix María se renovase muchas veces en las cenizas de su humildad y renaciese su purísimo corazón y espíritu en nuevo ser y estado de la Divina gracia. Pero cuando ya era tiempo oportuno de poner término a la ciega envidia y emulación de aquellas engañadas doncellas, para que sus parvuleces no pasasen a descrédito de la que había de ser honra de toda la naturaleza y gracia, habló en sueños al Sacerdote y le dijo el mismo Señor: Mi Sierva María es agradable a mis ojos, es perfecta y escogida y está sin culpa en lo que se le atribuye.—La misma inteligencia y revelación tuvo Ana, la maestra de las doncellas. Y a la mañana el Sacerdote y ella confirieron la Divina luz y aviso que entrambos habían recibido; y con este conocimiento del cielo se compungieron del engaño padecido y llamaron a la princesa María pidiéndola perdón  de  haber  dado  crédito  a  la  falsa  relación  de  las doncellas y la propusieron todo lo que les pareció conveniente para retirarla y defenderla de la persecución que la hacían y las penas que la ocasionaban.  

714.  Oyó esta propuesta la que era Madre y origen de la humildad y respondió al Sacerdote y Maestra: Señores, yo soy a quien se deben las reprensiones, y os suplico no desmerezca oírlas, pues como necesitada las pido y estimo. La compañía de mis hermanas las doncelias para mí es muy amable y no quiero perderla por mis deméritos, pues tanto debo a todas por lo que me han sufrido y en retorno de este beneficio las deseo más servir; pero si me mandáis otra cosa, aquí estoy para obedecer a Vuestra voluntad.—Esta respuesta de María Santísima confortó y consoló más al Sacerdote y Maestra  y aprobaron su humilde petición; pero de allí adelante atendieron más a ella mirándola con nueva reverencia y afecto.

715.  Retiróse luego nuestra Reina y a solas hablando con el Altísimo le dijo: ¿Por qué, Señor y amado Dueño mío, tanto rigor conmigo? ¿Por qué tan larga ausencia y tanto olvido de quien sin Vos no vive? Y si en mi prolija soledad sin vuestra vista dulce y amorosa me consolaban las prendas ciertas de vuestro amor, cuales eran los pequeños trabajos que padecía por él, ¿cómo viviré ahora en mi deliquio sin este alivio? ¿Por qué, Señor, tan presto alzáis la mano de este favor? ¿Quién fuera de vos pudiera trocar el corazón de mis señores los Sacerdotes y Maestra? Pero no merecía yo el beneficio de  sus caritativas reprensiones, no soy digna de padecer trabajos, porque no lo soy tampoco de vuestra deseada vista y regalada presencia. Si no he sabido obligaros, Padre y Señor mío, yo enmendaré mis negligencias y si me dais algún alivio a mi flaqueza, ninguno puede serlo faltándole a mi alma la alegría de vuestra cara;  pero en todo espero, Esposo mío, con rendido afecto que se cumpla vuestro Divino beneplácito.

716.  Con este desengaño de los Sacerdotes y Maestra del Templo se atajó la molestia que las doncellas daban a nuestra soberana Princesa, y a ellas también moderó el Señor, impidiendo juntamente al demonio que las irritaba. Pero la ausencia con que estaba escondido de la divina Esposa duró por diez años; cosa admirable; si bien la interrumpía el Altísimo algunas veces corriendo la cortina de  su rostro, para que su querida tuviese algún alivio; mas no fueron muchas las que dispensó en este tiempo, y éstas con menos regalo y caricia que en los primeros años de la niñez. Fue conveniente esta ausencia del Señor, para que por el ejercicio de todas las virtudes se dispusiese nuestra Reina con la perfección ejecutada para la dignidad que el Altísimo la prevenía; y si gozara siempre de la vista de Su Majestad por los modos que sucesivamente la tenía en lo demás del tiempo, y arriba declaramos (Cf. supra n. 615-645), no pudiera padecer por el orden común de pura criatura.

717.  Pero en este género de retiro y ausencia del Señor, aunque a María Santísima le faltaban las visiones intuitivas y de la Divina esencia y las de los Ángeles que se dijo arriba, tenían su alma santísima y sus potencias más dones de gracias y luz sobrenatural que alcanzaron ni recibieron todos los Santos, porque en esto nunca la mano del Altísimo estuvo abreviada con ella; mas, en comparación de las visiones frecuentes de los primeros años, llamo ausencia y retiro del Señor haber estado sin ellas tanto tiempo. Comenzóle esta ausencia ocho días antes de la muerte de su padre San Joaquín; y luego sucedieron las persecuciones del infierno por sí y tras ellas las de las criaturas, con que llegó nuestra Princesa a los doce años de su edad. Y entrada ya en ellos, un día los Santos Ángeles sin manifestársele la hablaron y dijeron: María, el término de la vida de tu santa madre Ana está dispuesto por el Altísimo se cumpla ahora, y Su Majestad ha determinado que sea libre de las prisiones del cuerpo mortal y sus trabajos tengan dichoso fin.

718.  Con este nuevo y doloroso aviso se enterneció el corazón de la piadosa hija y, postrándose en la presencia del Altísimo, hizo una fervorosa oración por la buena muerte de su madre Santa Ana, y dijo: Rey de los siglos invisible y eterno, Señor inmortal y poderoso,  autor  de todo el universo, aunque soy polvo y ceniza y confieso que tendré desobligada a vuestra grandeza, no por eso dejaré de hablar a mi Señor (Gén. 18, 27) y derramaré mi corazón en su presencia (Sal. 61, 9), esperando, Dios mío, que no despreciaréis a la que siempre ha confesado vuestro Santo Nombre. Enviad, Señor mío, en paz a vuestra sierva, que con invicta Fe y con Esperanza cierta ha deseado cumplir vuestro Divino beneplácito. Salga victoriosa y triunfante de sus enemigos al seguro puerto de los Santos Vuestros escogidos; confírmela Vuestro brazo poderoso; asístala en el término de la carrera de nuestra mortalidad la misma diestra que hizo perfectas sus pisadas y descanse, Padre mío, en la paz de Vuestra gracia y amistad la que siempre la procuró  con verdadero corazón.

719.  No respondió el Señor de palabra a esta petición de su amada, pero la respuesta fue un admirable favor que hizo a ella y a su Santa Madre Ana. Mandó Su Majestad aquella noche que los Santos Ángeles de María Santísima la llevasen real y personalmente a la presencia de su madre enferma y que en su lugar quedase sustituto uno de ellos, tomando cuerpo aéreo de su misma forma. Obedecieron los Ángeles al Divino mandato y llevaron a su Reina y nuestra a la casa y aposento de su madre Santa Ana. Y hallándose con ella la divina Señora, la dijo besándole la mano: Madre mía y mi Señora, sea el Altísimo vuestra luz y fortaleza y sea bendito, pues no ha querido su dignación que yo, pobre y necesitada, quedase sin el beneficio de vuestra última bendición; recíbala yo, madre mía, de vuestra mano.—Diole su bendición Santa Ana, y con íntimo afecto dio al Señor las gracias de aquel beneficio, como quien conocía el sacramento de su hija y Reina, a la cual también agradeció el amor que en tal ocasión había manifestado.

720.  Luego se convirtió nuestra Princesa a su Santa Madre  y  la  confortó  y  animó  para  el    trance    de  la muerte;   y   entre   otras   muchas razones     de incomparable consuelo, la  dijo  éstas:  Madre y querida de mi alma, necesario es que por la puerta de la muerte pasemos a la eterna vida que esperamos; amargo es y penoso el tránsito, pero fructuoso; porque se admite por el Divino beneplácito y es principio de la seguridad y sosiego y satisface asimismo por las negligencias y defectos de no haber empleado tan ajustadamente la vida como debe la criatura. Recibid, madre mía, la muerte y pagad con ella la común deuda con alegría de espíritu y partid segura a la compañía de los Santos Patriarcas, Profetas, Justos y Amigos de Dios, nuestros padres, donde con ellos esperaréis la Redención que nos enviará el Altísimo por medio de su salud y nuestro Salvador; la seguridad de esta esperanza será el alivio mientras llega la posesión del bien que todos esperamos.

721.  Santa Ana respondió a su Hija Santísima con el recíproco amor y consuelo digno de tal madre y tal hija en aquella ocasión, y con maternal caricia la dijo: María, hija mía querida, cumplid ahora con esta obligación, no me olvidando en la presencia de nuestro Señor Dios y Criador, representándole mi necesidad de su Divina protección en esta hora; advertid lo que debéis a quien os concibió y tuvo en sus entrañas nueve meses y después sustentó a sus pechos y siempre os tiene en el corazón. Pedid, hija mía, al Señor extienda la mano de sus misericordias infinitas sobre esta inútil criatura que salió de ellas, y venga sobre mí su bendición en esta hora de mi muerte, pues ahora y siempre he puesto mi confianza toda en solo su Santo Nombre, y no me desamparéis, amada mía, antes que cerréis mis ojos. Huérfana quedáis y sin amparo de los hombres, pero en la protección del Altísimo viviréis y esperaréis en sus misericordias antiguas. Caminad, hija de mi corazón, por el camino de las justificaciones del Señor (Sal. 118, 27) y pedid a Su Majestad gobierne vuestros afectos y potencias y sea el maestro que os enseñe su Santa Ley. No salgáis del Templo antes de tomar estado, y éste sea con el sano consejo de los Sacerdotes del Señor y habiendo pedido continuamente a Dios que lo disponga de su mano; y si fuere su voluntad daros esposo, sea de Judá y de linaje de David. De la hacienda de vuestro padre Joaquín y mía, que os pertenece, partiréis con los pobres, con quienes seréis larga y caritativa. Guardaréis vuestro secreto en lo escondido de vuestro pecho y continuamente pediréis al Omnipotente quiera su misericordia enviar al mundo su salud y redención por el Mesías prometido. Ruego y suplico a su bondad infinita que sea vuestro amparo y venga sobre vos su bendición con la mía.

722.  Entre tan altos y divinos coloquios la dichosa madre Santa Ana sintió las últimas congojas de la muerte, o de la vida, y reclinada en el trono de la gracia que eran los brazos de su Hija Santísima María dio su alma purísima a su Criador. Y habiéndole cerrado los ojos, como lo pidió a su hija, dejando el sagrado cuerpo compuesto, volvieron los Santos Ángeles a su reina María Purísima y la restituyeron a su lugar en el Templo. No impidió el Altísimo la fuerza del natural amor para que la divina Señora no sintiera con gran ternura y dolor la muerte de su  feliz madre y con ella su propia soledad sin tal amparo. Pero estos movimientos dolorosos fueron en nuestra Reina santos y perfectísimos, gobernados y regulados por la gracia de su inocente pureza y de su prudentísima inocencia; y con ella alabó al Muy Alto por las misericordias infinitas que en su Santa Madre había mostrado en su vida y muerte; y siempre se continuaban las querellas dulces y amorosas de tener oculto al Señor.

723. Mas no pudo saber la hija santísima todo el consuelo de su dichosa madre en tenerla presente a su muerte, porque ignoraba la hija su propia dignidad y sacramento  que  conocía  la  madre,  la  cual  guardó siempre este secreto, como el Altísimo se lo había mandado. Pero hallándose a su cabecera la que era lumbre de sus ojos, y la había de ser de todo el universo, y expirando en sus manos, no pudo desear más en su vida mortal, para darle fin más dichoso que todos los mortales hasta ella. Murió llena no tanto de años como de merecimientos, y su alma santísima fue colocada por los ángeles en el seno de Abrahán y reconocida y venerada por todos los Patriarcas, Profetas y Justos que allí estaban. Fue esta santísima matrona en lo natural de dilatado y magnánimo corazón, de claro y alto entendimiento, fervorosa, y con esto muy sosegada y pacífica; la persona de mediana estatura, algo menor que su hija Santísima María, el rostro algo redondo, el semblante siempre igual y muy compuesto, el color blanco y colorado; y al fin fue madre de la que lo fue del mismo Dios, y en esta dignidad encierra juntas muchas perfecciones. Vivió Santa Ana cincuenta y seis años, repartidos de esta manera: de veinte y cuatro se casó con San Joaquín, veinte estuvo casada sin sucesión y en el cuarenta y cuatro parió a María Santísima, y doce que sobrevivió de la edad de esta Reina, que fueron tres que la tuvo en su compañía y nueve en el templo, hacen todos cincuenta y seis.

724.  De esta grande y admirable Señora he oído que algunos autores graves afirman se casó tres veces y en cada uno de los matrimonios fue madre de una de las tres Marías, y que otros sienten lo contrario (Según esta opinión el matrimonio de Santa Ana se estructuraría de esta manera: se casó primero con San Joaquín y de este matrimonio nació María, la Madre de Dios; muerto San Joaquín se casó con Cleofás y de este matrimonio nació María Cleofás; muerto Cleofás se casó con Salomé y nace María Salomé. Samaniego cita en favor de esta sentencia, entre otros, a Estrabón, Haymon Albertense, Hugo de S. Víctor, Pedro Comestor, Ludulfo Cartujano, San Antonio de Florencia y Pedro Sutor Cartujano, quien escribió De triplici connubio D. Annae, donde a su vez cita en su favor a Alberto Magno, Pedro de Tarantasia [Inocencio V] y Vincencio Belvacense --- Notas a la MCD, nota 35 a la primera parte). A mí me ha dado el Señor — por sola su bondad inmensa— luz grande de la vida de esta dichosa Santa y nunca se me ha mostrado que se casase más de con San Joaquín, ni que haya tenido otra hija fuera de María, Madre de Cristo; puede ser que, por no ser perteneciente ni necesario a la Historia divina que escribo, no se me haya declarado si fue o no tres veces casada Santa Ana, o que las otras Marías, que se llaman sus hermanas, fuesen primas hermanas, hijas de hermana de Santa Ana. Cuando murió su esposo San Joaquín quedó en cuarenta y ocho años de edad, y la escogió y entresacó el Altísimo del linaje de las mujeres, para que fuese madre de la que fue superior a todas las criaturas y sólo a Dios inferior, pero madre suya; y por haber tenido esta hija, y por ella ser abuela del Humanado Verbo, todas las naciones pueden llamarla bienaventurada a la felicísima Santa Ana.


¿Dónde están las reliquias de
Santa Ana?

En la Pascua el año 792, Carlomagno descubrió las reliquias de Santa Ana inspirado por un niño discapacitado sordo, mudo y ciego. Es una historia maravillosa.

A continuación se cuenta la historia, conservada en la correspondencia del Papa San León III, en relación con el descubrimiento de las reliquias de Santa Ana, en la presencia del emperador Carlomagno:

 Catorce años después de la muerte de Nuestro Señor, Santa María Magdalena, Santa Marta, San Lázaro, San Maximino Obispo (uno de los 72 discípulos) el resto del pequeño grupo de cristianos fueron apilados en una barca sin velas ni remos, empujada hacia el mar para morir – en la persecución de los cristianos por los Judíos de Jerusalén.  Tuvieron el cuidado de llevar con ellos el cuerpo de la madre de Nuestra Señora.  Ellos temían que fuera profanado en la destrucción, la que Jesús les había dicho que iba a venir sobre Jerusalén.

Cuando, por el poder de Dios, su barco sobrevivió y, finalmente, derivó hacia las costas de Francia, la pequeña compañía de los santos enterró el cuerpo de Santa Ana en una cueva, en un lugar llamado Apt, en el sur de Francia.  La iglesia, que fue construida posteriormente sobre el terreno, cayó en decadencia a causa de guerras y persecuciones religiosas, y con el paso de los siglos, el lugar de la tumba de Santa Ana quedó en el olvido.

Los largos años de paz, que la sabia regla de Carlomagno dio al sur de Francia, permitió a la gente construir una iglesia nueva y magnífica en el sitio de la antigua capilla en Apt.  El trabajo extraordinario y laborioso logró un edificio de gran estructura, y cuando el día de su consagración llegó [el domingo de Pascua, 792 dC], Carlomagno no sospechaba lo que había en el almacén para él.

En la parte más solemne de la ceremonia, un niño de catorce años, ciego, sordo y mudo de nacimiento – y por lo general tranquilo e impasible – sorprendió a aquéllos que lo conocían, porque estaba completamente distraído en su atención acto y quedó de repente tremendamente emocionado.  Se levantó de su asiento, caminó por el pasillo de las gradas del altar, y para consternación de toda la iglesia, golpeó con su palo una u otra vez en un escalón.

Su familia avergonzada trató de llevarlo, pero él no se movía.  Él continuó golpeando frenéticamente el escalón, en un esfuerzo con sus pobres sentidos de impartir un conocimiento irremediablemente sellado dentro de él.  Los ojos de la gente se volvieron hacia el Emperador, y él, al parecer inspirado por Dios, tomó el asunto en sus propias manos.  Llamó a los obreros para eliminar los escalones.

Un pasaje subterráneo fue revelado directamente por debajo del lugar en que el niño había indicado. El muchacho ciego saltó al pasaje, seguido por el emperador, los sacerdotes y los obreros.

Se abrieron paso a la tenue luz de las velas, y cuando avanzaron se encontraron con un muro que bloqueaba el avance, el muchacho afirmó que este también debía ser eliminado. Cuando cayó el muro, quedó a la vista todavía otro pasillo largo y oscuro.

Al final de este, los buscadores encontraron una cripta, en la que, para su profunda admiración, había una lámpara de vigilia, encendida en un hueco de las paredes, que emitía un resplandor celestial.

Cuando Carlomagno, su afligido pequeño guía y sus compañeros, estuvieron ante la lámpara, su luz se apagó.  Y en el mismo momento, el niño, ciego, sordo y mudo de nacimiento, sintió que la vista, el oído y el habla inundaba sus jóvenes ojos, sus oídos, y su lengua.
“¡Es ella! ¡Es ella!”, exclamó. El gran emperador, sin saber a qué se refería, sin embargo, repitió las palabras de él.  La llamada fue escuchada por la multitud en la iglesia de arriba, y las personas cayeron de rodillas, ante la presencia de algo celestial y santo.

La cripta, por fin se abrió, y se encontró un ataúd dentro de ella. En el ataúd había un sudario, y reliquias, y sobre las reliquias había una inscripción que decía: “Aquí yace el cuerpo de Santa Ana, madre de la gloriosa Virgen María.”El sudario, se señaló, era de diseño y textura oriental.

Carlomagno, muy abrumado, veneró con profunda gratitud las reliquias de la madre de la Reina del Cielo. Permaneció mucho tiempo en oración.  Los sacerdotes y el pueblo, impresionados por las gracias recibidas en tal abundancia, y por la elección de su territorio para tal manifestación celestial, hablaron durante tres días y luego en voz baja.

El emperador tuvo un informe exacto y detallado de la búsqueda milagrosa elaborado por un notario y se envió al Papa San León III, con una carta propia acompañándolo.  Estos documentos y la respuesta del Papa se conservan hasta nuestros días.  Muchas bulas papales han dado testimonio, una y otra vez, de la autenticidad de las reliquias de Santa Ana en Apt.  

Video en inglés


CAPITULO 21

Manda el Altísimo a María Santísima
que tome estado de matrimonio,
y la respuesta de este mandato.


742.  A los trece años y medio, estando ya en esta edad muy crecida nuestra hermosísima princesa  María Purísima, tuvo otra visión abstractiva de la Divinidad; en esta visión, podemos decir sucedió lo mismo que dice la Escritura de Abrahán, cuando le mandó Dios sacrificar a su querido hijo Isaac, única prenda de todas sus esperanzas. Tentó Dios a Abrahán (Gén. 22, 1) —dice Moisés— probando y examinando su pronta obediencia para coronarla. A nuestra gran Señora podemos decir también que tentó Dios en esta visión, mandándola que tomase el estado de matrimonio. Donde también entenderemos la verdad que dice: ¡Cuan ocultos son los juicios y  pensamientos  del  Señor (Rom.  11,  33)  y  cuánto  se levantan sus caminos y pensamientos sobre los nuestros! (Is. 55, 9) Distaban como el cielo de la tierra los de María Santísima de los que el Altísimo le manifestó, ordenándole que recibiese esposo para su guarda y compañía; porque toda su vida había deseado y propuesto no tenerle (Cf. supra n. 434, 589), cuanto era de su propia voluntad, repitiendo y renovando el voto de castidad que tan anticipadamente había hecho.

743.  Había celebrado el Altísimo con la divina princesa María aquel solemne desposorio, que arriba se dijo (Cf. supra n. 435) —cuando fue llevada al Temploconfirmándole con la aprobación del voto de castidad que hizo, y con la gloria y presencia de todos los espíritus angélicos; habíase despedido la candidísima paloma de todo humano comercio, sin atención, sin cuidado, sin esperanza y sin amor a ninguna criatura, convertida toda y transformada en el amor casto y puro de aquel sumo bien que nunca desfallece; hallándola en esta confianza el mandato del Señor que recibiese esposo terreno y varón, sin manifestarle luego otra cosa, ¿qué novedad y admiración haría en el pecho inocentísimo de esta divina doncella, que vivía segura de tener por esposo a solo el mismo Dios que se lo mandaba? Mayor fue esta prueba que la de Abrahán, pues no amaba él tanto a Isaac cuanto María Santísima amaba la inviolable castidad.

744.  Pero a tan impensado mandato suspendió la Prudentísima Virgen su juicio y sólo le tuvo en esperar y creer, mejor que Abrahán, en la esperanza contra la esperanza (Rom. 4, 18), y respondió al Señor y dijo: Eterno Dios de majestad incomprensible. Criador del cielo y tierra y todo lo que en ellos se contiene; vos, Señor, que ponderáis los vientos (Job 28, 25) y con vuestro imperio al mar le ponéis términos (Sal. 103, 9) y a vuestra voluntad todo lo criado está sujeto (Est. 13, 9), podéis hacer de este gusanillo vil a vuestro beneplácito, sin que yo falte a lo que os tengo prometido; y si no me desvío, mi bien y mi Señor, de vuestro gusto, de nuevo confirmo y ratifico que quiero ser casta en lo que tuviere vida y a vos quiero por dueño y por Esposo; y pues a mí sólo me toca y pertenece como criatura vuestra obedeceros, mirad, Esposo mío, que por la Vuestra corre sacar a mi flaqueza humana de este empeño en que Vuestro santo amor me pone.—Turbóse algún poco la castísima doncella  María,  según  la  parte inferior,  como sucedió después con la embajada del Arcángel San Gabriel (Lc. 1, 29); pero aunque sintió alguna tristeza, no le impidió la más heroica obediencia que hasta entonces había tenido, con que se resignó toda en las manos del Señor. Su Majestal la respondió: María, no se turbe tu corazón, que tu rendimiento me es agradable y mi brazo poderoso no está sujeto a leyes; por mi cuenta correrá lo que a ti más conviene.

745.  Con sola esta promesa del Altísimo volvió María Santísima de la visión a su ordinario estado; y entre la suspensión y la esperanza que la dejaron el divino mandato y promesa, quedó siempre cuidadosa. En el ínterin que nuestra gran Princesa se ocupaba cuidadosa con esta oración, ansias y congojas rendidas y prudentes, habló Dios en sueños al Sumo Sacerdote, que era el Santo Simeón, y le mandó que dispusiese cómo dar estado de casada a María hija de Joaquín y Ana de Nazaret; porque Su Majestad la miraba con especial cuidado y amor. El Santo Sacerdote respondió a Dios, preguntándole su voluntad en la persona con quien la doncella María tomaría estado dándosela por esposa. Ordenóle el Señor que juntase a los otros sacerdotes y letrados y les propusiese cómo aquella doncella era sola y huérfana y no tenía voluntad de casarse, pero que, según la costumbre de no salir del Templo las primogénitas sin tomar estado, era conveniente hacerlo con quien más a propósito les pareciese.

746.  Obedeció el Sacerdote Simeón a la ordenación Divina; y, habiendo congregado a los demás, les dio noticia de la voluntad del Altísimo y les propuso el agrado que Su Majestad tenía de aquella doncella María de Nazaret, según se le había revelado; y que hallándose en el templo, y faltándole sus padres, era obligación de todos ellos cuidar de su remedio y buscarle esposo digno de mujer tan honesta, virtuosa, y de costumbres tan irreprensibles, como todos habían conocido de ella en el Templo; y a más de esto la persona, la hacienda, la calidad y las demás partes eran muy señaladas, para que se reparase mucho a quien se había de entregar todo. Añadió también que María de Nazaret no deseaba tomar estado de matrimonio, pero que no era justo saliese del Templo sin él, porque era huérfana y primogénita.

747. Conferido este negocio en la junta de los sacerdotes y letrados y movidos todos con impulso y luz del cielo, determinaron que en cosa donde se deseaba tanto el acierto, y el mismo Señor había declarado su beneplácito, convenía inquirir su santa voluntad en lo restante y pedirle señalase por algún modo la persona que más a propósito fuese para esposo de María, y que fuese de la casa y linaje de David, para que se cumpliese con la ley. Determinaron para esto un día señalado, en que todos los varones libres y solteros de este linaje que estaban en Jerusalén se juntasen en el Templo; y vino a ser aquel día el mismo en que la Princesa del cielo cumplía catorce años de su edad. Y como era necesario darle a ella noticia de este acuerdo y pedirle su consentimiento, el Sacerdote Simeón la llamó y le propuso el intento que tenían él y los demás Sacerdotes de darle esposo antes que saliese del templo.

748.  La prudentísima Virgen, lleno el rostro de virginal pudor, respondió al Sacerdote con gran modestia y humildad, y le dijo: Yo, señor mío, cuanto es de mi voluntad he deseado toda mi vida guardar castidad perpetua, dedicándome a Dios en el servicio de este Santo Templo, en retorno de los bienes grandes que en él he recibido, y jamás tuve intento, ni me incliné al estado del matrimonio,  juzgándome por inhábil para los cuidados que trae consigo. Esta es mi inclinación, pero vos, señor, que estáis en lugar de Dios, me enseñaréis lo que fuere de su santa voluntad.—Hija mía —replicó el sacerdote—, vuestros deseos santos recibirá el Señor, pero advertid que ninguna de las doncellas de Israel se abstiene ahora del matrimonio, mientras aguardamos conforme a las Divinas Profecías la venida del Mesías, y por esto se juzga por feliz y bendita la que tiene sucesión de hijos en nuestro pueblo. En el estado del matrimonio podéis servir a Dios con muchas veras y perfección; y para que tengáis en él quien os acompañe y a vuestros intentos se conforme, haremos oración, pidiendo al Señor, como os he dicho, señale de su mano esposo que sea más conforme a su Divina voluntad, entre los del linaje de [Santo Rey] David; y vos pedid lo mismo con oración continua, para que el Altísimo os mire y nos encamine a todos.

749.  Esto sucedió nueve días antes del que estaba señalado para la última resolución y ejecución del acuerdo. Y en este tiempo la Santísima Virgen multiplicó sus peticiones al Señor con incesantes lágrimas y suspiros, pidiendo el cumplimiento de su Divina voluntad, en lo que tanto según sus cuidados le importaba. Un día de estos nueve se le apareció el Señor, y la dijo: Esposa y paloma mía, dilata tu afligido corazón y no se turbe ni contriste; yo estoy atento a tus deseos y ruegos y lo gobierno todo y por mi luz va regido el sacerdote; yo te daré esposo de mi mano, que no impida tus santos deseos, pero que con mi gracia te ayude en ellos; yo te buscaré varón perfecto conforme a mi corazón y le elegiré entre mis siervos; mi poder es infinito, y no te faltará mi protección y amparo.

750.  Respondió María Santísima, y dijo al Señor: Sumo Bien y amor de mi alma, bien sabéis el secreto de mi pecho y los deseos que en él habéis depositado desde el instante que de vos recibí todo el ser que tengo; conservadme, pues, Esposo mío, casta y pura, como por vos mismo y para vos lo he deseado. No despreciéis mis suspiros, ni me apartéis de vuestro Divino rostro. Atended, Señor y Dueño mío, que soy un gusanillo vil y flaco y despreciable por mi bajeza; y si en el estado del matrimonio desfallezco, faltaré a vos y a mis deseos; determinad mi seguro acierto y no os desobliguéis de que no lo he merecido; aunque soy polvo inútil, clamaré a los pies de vuestra grandeza, esperando, Señor, vuestras misericordias infinitas.

751.  Acudía también la castísima doncella a sus Ángeles Santos, a quienes excedía en la santidad y pureza, y confería con ellos muchas veces el cuidado de su corazón sobre el nuevo estado que esperaba. Dijéronla un día los santos espíritus: Esposa del Altísimo, pues no podéis ignorar ni olvidar este título, ni menos el amor que os tiene, y que es todopoderoso y verdadero, sosegad, Señora, vuestro corazón; pues faltarán primero los cielos y la tierra que falte la verdad y cumplimiento de sus promesas (Mt. 24, 35). Por cuenta de vuestro Esposo corren vuestros sucesos; y su brazo poderoso, que impera sobre  los  elementos  y  criaturas,  puede  suspender  la fuerza de las impetuosas olas e impedir la vehemencia de sus operaciones, para que ni el fuego queme, ni la tierra sea grave. Sus altos juicios son ocultos y santos, sus decretos rectísimos y admirables, y no pueden las criaturas comprenderlos; pero deben reverenciarlos. Si quiere su grandeza que le sirváis en el matrimonio, mejor será para vos obligarle con él que disgustarle en otro estado; Su Majestad sin duda hará con vos lo mejor y más perfecto y santo; estad segura de sus promesas.—Con esta exhortación angélica sosegó nuestra Princesa algo de sus cuidados y de nuevo les pidió la asistiesen y guardasen y representasen al Señor su rendimiento, aguardando lo que de ella ordenase su Divino beneplácito.


CAPITULO 22

Celébrase el desposorio de
María Santísima

con el Santo y Castísimo José.


755.  Llegó el día señalado, en que dijimos cumplía nuestra princesa María los catorce años de su edad, capítulo precedente, y en él se juntaron los varones descendientes del tribu de Judá y linaje de [Santo Rey] David, de quien descendía la soberana Señora, que a la sazón estaban en la ciudad de Jerusalén. Entre los demás fue llamado José, natural de Nazaret y morador de la misma ciudad santa, porque era uno  de  los  del linaje real de David. Era entonces de edad de treinta y tres años, de persona bien dispuesta y agradable rostro, pero de incomparable modestia y gravedad; y sobre todo era castísimo de obras y pensamientos, con inclinaciones santísimas, y que desde doce años de edad tenía hecho voto de castidad; era deudo de la Virgen María en tercer grado; y de vida purísima, santa e  irreprensible en  los ojos de Dios y de los hombres.

756.  Congregados  todos  estos  varones  libres  en  el Templo, hicieron  oración al  Señor  junto con los Sacerdotes,  para  que  todos  fuesen  gobernados  por  su divino Espíritu en lo que debían hacer. El Altísimo habló al corazón del Sumo Sacerdote, inspirándole que a cada uno de los  jóvenes allí congregados pusiese una  vara seca en las manos y todos pidiesen con fe viva a Su Majestad declarase por aquel medio a quién había elegido para esposo de María. Y como el buen olor de su virtud y honestidad y la fama de su hermosura, hacienda y calidad  y ser primogénita y  sola en su casa era manifiesto a todos, cada cual codiciaba la dichosa suerte de merecerla por esposa. Sólo el humilde y rectísimo José entre los congregados se reputaba por indigno de tanto bien; y acordándose del voto de castidad que tenía hecho y  proponiendo de nuevo su perpetua observancia, se resignó en la Divina voluntad, dejándose a lo que de él quisiera disponer, pero con mayor veneración y aprecio que otro alguno de la honestísima doncella María.

757.  Estando todos los congregados en esta oración se vio florecer la vara sola que tenía José y al mismo tiempo bajar de arriba una paloma candidísima, llena de admirable resplandor, que se puso sobre la cabeza del mismo Santo; juntamente habló Dios a su interior, y le dijo: José, siervo mío, tu esposa será María, admítela con atención y reverencia, porque en mis ojos es acepta, justa y purísima en alma y cuerpo y tú harás todo lo que ella te dijere.—Con la declaración y señal del cielo los sacerdotes dieron a San José por esposo elegido del mismo Dios para la doncella María. Y llamándola para el desposorio, salió la escogida como el sol, más hermosa que la luna (Cant. 6, 9), y pareció en presencia de todos con un semblante más que de Ángel de incomparable hermosura, honestidad y gracia; y los Sacerdotes la desposaron con el más casto y santo de los varones, José.

758.  La divina Princesa, más pura que las estrellas del firmamento, con semblante lloroso y grave, y como reina de majestad humildísima, juntando todas estas perfecciones, se despidió de los Sacerdotes, pidiéndoles la bendición, y a la Maestra también, y a las doncellas perdón, y a todos dando gracias por los beneficios recibidos de sus manos en el Templo. Todo esto hizo en parte con el semblante humildísimo y parte con muy breves y prudentísimas razones; porque en todas ocasiones hablaba pocas y de gran peso. Despidióse del Templo, no sin grave dolor de dejarle contra inclinación y deseo; y acompañándola algunos ministros de los que servían al Templo en las cosas temporales, y eran legos y de los más principales, con su mismo esposo José caminaron a Nazaret, patria natural de los dos felicísimos desposados. Y aunque San José había nacido en aquel lugar, disponiéndolo el Altísimo por medio de algunos sucesos de fortuna, había ido a vivir algún tiempo a Jerusalén, para que allí la mejorase tan dichosamente como llegando a ser esposo de la que había elegido el mismo Dios para Madre suya.

759.  Llegando a su lugar de Nazaret, donde la Princesa del Cielo tenía la hacienda y casas de sus dichosos padres, fueron recibidos y visitados de todos los amigos y parientes con el regocijo y aplauso que en tales ocasiones se acostumbra.  Y habiendo cumplido con la natural obligación y urbanidad santamente, satisfaciendo a estas deudas temporales de la conversación y comercio de los hombres, quedaron libres y desocupados los dos Santos Esposos José y María en su casa. La costumbre había introducido entre los hebreos que en algunos primeros días del matrimonio hiciesen los esposos examen y experiencia de las costumbres y condición  de cada uno, para ajustarse mejor recíprocamente el uno con la del otro.

760.  En estos días habló el Santo José a su esposa María, y la dijo: Esposa y Señora mía, yo doy gracias al Altísimo Dios por la merced de haberme señalado sin méritos por vuestro esposo, cuando me juzgaba indigno de vuestra compañía; pero Su Majestad, que puede cuando quiere levantar al pobre, hizo esta misericordia conmigo, y deseo me ayudéis, como lo espero de vuestra discreción y virtud, a dar el retorno que le debo, sirviéndole con rectitud de corazón; para esto me tendréis por vuestro siervo, y, con el verdadero afecto que os estimo, os pido queráis suplir lo mucho que me falta de hacienda y otras partes que para ser esposo vuestro convenían; decidme, Señora, cuál es vuestra voluntad, para que yo la cumpla.

761.  Oyó estas razones la divina esposa con humilde corazón y apacible severidad en el semblante, y respondió al Santo: Señor mío, yo estoy gozosa de que el Altísimo, para ponerme en este estado, se dignase de señalaros para mi esposo y dueño y que el serviros fuese con el testimonio de su voluntad Divina; pero si me dais licencia diré los intentos y pensamientos que para esto os deseo manifestar.—Prevenía el Altísimo con su gracia el sencillo y recto corazón de San José y por medio de las razones de María Santísima le inflamó de nuevo en el divino amor, y respondióla diciendo: Hablad, Señora, que vuestro siervo oye.—Asistían en esta ocasión a la Señora del mundo los mil Ángeles de su guarda en forma visible, como ella se lo había pedido. La causa de esta petición fue porque el Altísimo, para que la Purísima Virgen en todo obrase con mayor gracia y mérito, dio lugar a que sintiese el respeto y cuidado con que había de hablar a su esposo y la dejó en el natural encogimiento y temor que siempre había tenido de hablar con hombre a solas, que nunca hasta aquel día lo había hecho, sino es  si acaso sucedía con el Sumo Sacerdote.

762.  Los Santos Ángeles obedecieron a su Reina, y manifiestos a sólo su vista la asistieron; y con esta compañía habló a su esposo san José, y díjole: Señor y esposo mío, justo es que demos alabanza y gloria con toda reverencia a nuestro Dios y Criador, que en bondad es infinito y en sus juicios incomprensible y con nosotros pobres ha manifestado su grandeza y misericordia, escogiéndonos para su servicio. Yo me reconozco entre todas las criaturas por más obligada y deudora a Su Alteza que otra alguna y que todas juntas; porque mereciendo menos, he recibido de su mano liberalísima más que ellas. En mi tierna edad, compelida de la fuerza de esta verdad que con desengaño de todo lo visible me comunicó la Divina luz, me consagré a Dios con perpetuo voto de ser casta en alma y cuerpo; suya soy y le reconozco por Esposo y Dueño, con voluntad inmutable de guardarle la fe de la castidad. Para cumplir esto, quiero, señor mío, que me ayudéis, que en lo demás yo seré vuestra fiel sierva para cuidar de vuestra vida, cuanto durare la mía. Admitid, esposo mío, esta santa determinación y confirmadla con la vuestra, para que ofreciéndonos en sacrificio aceptable a nuestro Dios eterno, nos reciba en olor de suavidad, y alcancemos los bienes eternos que esperamos.

763.  El castísimo esposo José, lleno de interior júbilo con las razones de su divina esposa, la  respondió:  Señora mía, declarándome vuestros pensamientos castos y propósitos, habéis penetrado y desplegado mi  corazón, que no os manifesté antes de saber el vuestro. Yo también me reconozco más obligado entre los hombres al Señor de todo lo criado, porque muy temprano me llamó con su verdadera luz para que le amase con rectitud de corazón; y quiero, Señora, que entendáis cómo de doce años hice también promesa de servir al Altísimo en castidad perpetua; y ahora vuelvo a ratificar el mismo voto, para no impedir el vuestro, antes en la presencia de Su Alteza os prometo de ayudaros, cuanto en mí fuere, para que en toda pureza le sirváis y améis según vuestro deseo. Yo seré con la Divina gracia vuestro fidelísimo siervo y compañero; yo os suplico recibáis mi casto afecto y me tengáis por vuestro hermano, sin admitir jamás otro peregrino amor, fuera del que debéis a Dios y después a mí.En esta plática confirmó el Altísimo de nuevo en el corazón de San José la virtud de la castidad y el amor santo y puro que había de tener a su esposa Santísima María, y así le tuvo el Santo en grado eminentísimo; y la misma Señora con su prudentísima conversación se le aumentaba dulcemente, llevándole el corazón.

764. Con la virtud Divina que el brazo poderoso obraba en los dos santísimos y castísimos esposos sintieron incomparable júbilo y consolación; y la divina Princesa ofreció a San José corresponderle a su deseo, como la que era Señora de las virtudes y sin contradicción obraba en todas lo más alto y excelente de ellas. Diole también el Altísimo a San José nueva pureza y dominio sobre la naturaleza y sus pasiones, para que sin rebelión ni fomes, pero con admirable y nueva gracia, sirviese a su esposa María, y en ella a la voluntad y beneplácito del mismo Señor. Luego distribuyeron la hacienda heredada de San Joaquín y Santa Ana, padres de la santísima Señora; y una parte ofreció al Templo donde había estado, otra se aplicó a los pobres y la tercera quedó a cuenta del Santo esposo José para que la gobernase. Sólo reservó nuestra Reina para sí el cuidado de servirle y trabajar dentro de casa; porque del comercio de fuera y manejo de hacienda, comprando ni vendiendo, se eximió siempre la Virgen Prudentísima.

765.  En sus primeros años había deprendido san José el oficio de carpintero por más honesto y acomodado para adquirir el sustento de la vida; porque era pobre de fortuna, como arriba dije; y preguntóle a la Santísima Esposa si gustaría que ejercitase aquel oficio para servirla y granjear algo para los pobres; pues era forzoso trabajar y no vivir ocioso. Aprobólo la Virgen Prudentísima, advirtiendo a San José que el Señor no los quería ricos, sino pobres y amadores de los pobres y para su amparo en lo que su caudal se extendiese. Luego tuvieron los dos Santos Esposos una santa contienda sobre cuál de los dos había de dar la obediencia al otro como superior. Pero la que entre los humildes era humildísima, venció en humildad María Santísima y no consintió que siendo el varón la cabeza se pervirtiese el orden de la misma naturaleza; y quiso en todo obedecer a su esposo José, pidiéndole consentimiento sólo para dar limosna a los pobres del Señor; y el santo le dio licencia para hacerlo.

766.  Reconociendo el Santo José en estos días con nueva luz del cielo las condiciones de su esposa María, su rara prudencia, humildad, pureza y todas las virtudes sobre su pensamiento y ponderación, quedó admirado de nuevo y con gran júbilo de su espíritu no cesaba con ardientes afectos de alabar al Señor y darle nuevas gracias por haberle dado tal compañía y esposa sobre sus merecimientos. Y para que esta obra fuese del todo perfectísima —porque era principio de la mayor que Dios había de obrar con toda su omnipotencia— hizo que la Princesa del cielo infundiese con su presencia y vista en el corazón de su mismo esposo un temor y reverencia tan grande, que con ningún linaje de palabras se puede explicar. Y esto le resultaba a San José  de  una refulgencia o rayos de divina luz que despedía de  su rostro nuestra Reina, junto con una  majestad  inefable que siempre la acompañaba.

767.  Luego tuvo María Santísima una visión Divina del Señor, en que la habló Su Majestad y la dijo: Esposa mía dilectísima y escogida, atiende cómo soy fiel en mis palabras con los que me aman y temen; corresponde, pues, ahora a mi fidelidad, guardando las leyes de esposa mía en santidad, pureza y toda perfección; para esto te ayudará la compañía de mi siervo José que te he dado; obedécele como debes y atiende a su consuelo, que así es mi voluntad.—Respondió María Santísima: Altísimo Señor, yo os alabo y magnifico por vuestro admirable consejo y  providencia  conmigo,  indigna  y pobre criatura; mi deseo es obedeceros y daros gusto como vuestra sierva, más obligada que ninguna otra criatura. Dadme, Señor mío, vuestro  favor  Divino,  para que en todo me asista y me gobierne con mayor agrado vuestro; y para que también atienda a las obligaciones del estado en que me ponéis, para que como esclava vuestra no salga de vuestros órdenes y beneplácito. Dadme vuestra licencia y bendición, que con ella acertaré a obedecer y servir a vuestro siervo José, como vos, mi Dueño y mi Hacedor, me lo mandáis.

768.  Con estos divinos apoyos se fundó la casa y matrimonio de María Santísima y de San José; y desde 8 de septiembre, que se hizo el desposorio, hasta 25 de marzo siguiente, que sucedió la Encarnación del Verbo Divino, como diré en la segunda parte (Cf. infra p.II n. 138), vivieron los dos esposos, disponiéndolos el Altísimo respectivamente para la obra que los había elegido.


MÍSTICA CIUDAD DE DIOS
PARTE 9
CAPITULO 10

Nace Cristo nuestro bien de
María Virgen

en Belén de Judea.


468.  El palacio que tenía prevenido el supremo Rey de los reyes y Señor de los señores para hospedar en el mundo a su eterno Hijo humanado para los hombres, era la más pobre y humilde choza o cueva, a donde María santísima y San José se retiraron despedidos de los hospicios y piedad natural de los mismos hombres. Era este lugar tan despreciado y contentible, que con estar la ciudad de Belén tan llena de forasteros que faltaban posadas en que habitar, con todo eso nadie se dignó de ocuparle ni bajar a él, porque era cierto no les competía ni les venía bien sino a los maestros de la humildad y pobreza, Cristo nuestro bien y su purísima Madre. Y por este medio les reservó para  ellos la sabiduría del eterno Padre, consagrándole con los adornos de desnudez, soledad y pobreza por el primer templo de la luz y casa del verdadero Sol de Justicia (Mt 5, 48), que para los rectos de corazón había de nacer de la candidísima aurora María, en medio de las tinieblas de la noche —símbolo de las del pecado— que ocupaban todo el mundo.

469.  Entraron María santísima y San José en este prevenido hospicio, y con el resplandor que despedían los diez mil Ángeles que los acompañaban pudieron fácilmente reconocerle pobre y solo, como lo deseaban, con gran consuelo y lágrimas de alegría. Luego los dos santos peregrinos hincados de rodillas alabaron al Señor y le dieron gracias por aquel beneficio, que no ignoraban era  dispuesto  por  los  ocultos  juicios  de  la  eternal Sabiduría. De este gran sacramento estuvo más capaz la divina princesa María, porque en santificando con sus plantas aquella felicísima  cuevecica,  sintió  una plenitud de júbilo interior que la elevó y vivificó toda, y pidió al Señor pagase con liberal mano a todos los vecinos de la ciudad que, despidiéndola de sus casas, la habían ocasionado tanto bien como en aquella humildísima choza la esperaba. Era toda de unos peñascos naturales y toscos, sin género de curiosidad ni artificio y tal que los hombres la juzgaron por conveniente para solo albergue de animales, pero el eterno Padre la tenía destinada para  abrigo  y habitación de su mismo Hijo.

Plano de la cueva donde nació  Jesús
Plano de la cueva donde nació
Nuestro Señor Jesús
según revelaciones a Ana Katerina Emerich

470.  Los espíritus angélicos, que como milicia celestial guardaban a su Reina y Señora, se ordenaron en forma de escuadrones, como quien hacía cuerpo de guardia en el palacio real. Y en la forma corpórea y humana que tenían, se le manifestaban también al santo esposo José, que en aquella ocasión era conveniente gozase de este favor, así por aliviar su pena, viendo tan adornado y hermoso aquel pobre hospicio con las riquezas del cielo, como para aliviar y animar su corazón y levantarle más para los sucesos que prevenía el Señor aquella noche y en tan despreciado lugar. La gran Reina y Emperatriz del cielo, que ya estaba informada del misterio que se había de celebrar, determinó limpiar con sus manos aquella cueva que luego había de servir de trono real y propiciatorio sagrado, porque ni a ella le faltase ejercicio de humildad, ni a su Hijo unigénito aquel culto y reverencia que era el que en tal ocasión podía prevenirle por adorno de su templo.

471.  El santo esposo José, atento a la majestad de su divina esposa, que ella parece olvidaba en presencia de la humildad, la suplicó no le quitase a él aquel oficio que entonces le tocaba y, adelantándose, comenzó a limpiar el suelo y rincones de la cueva, aunque no por eso dejó de hacerlo juntamente con él la humilde Señora. Y porque estando los  Santos  Ángeles  en  forma humana visible —parece que, a nuestro entender, se hallaran corridos a vista de tan devota porfía y de la humildad de su Reina—, luego con emulación santa ayudaron a este ejercicio o, por mejor decir, en brevísimo espacio limpiaron y despejaron toda aquella caverna, dejándola aliñada y llena de fragancia. San José encendió fuego con el aderezo que para ello traía, y porque el frío era grande, se llegaron a él para recibir algún alivio, y del pobre sustento que llevaban comieron o cenaron con incomparable alegría de sus almas; aunque la Reina del cielo y tierra con la vecina hora de su divino parto estaba tan absorta y abstraída en el misterio, que nada comiera si no mediara la obediencia de su esposo.

472.  Dieron gracias al Señor, como acostumbraban, después de haber comido; y deteniéndose un breve espacio en esto y en conferir los misterios del Verbo humanado, la prudentísima Virgen reconocía  se  le llegaba el parto felicísimo. Rogó a su esposo San José se recogiese a descansar y dormir un poco, porque ya la noche corría muy adelante. Obedeció el varón divino a su esposa y la pidió que también ella hiciese lo mismo, y para esto aliñó y previno con las ropas que traían un pesebre algo ancho, que estaba en el suelo de la cueva para servicio de los animales que en ella recogían. Y dejando a María santísima acomodada en este tálamo, se retiró el santo José a un rincón del portal, donde se puso en oración. Fue luego visitado del Espíritu divino y sintió una fuerza suavísima y extraordinaria con que fue arrebatado y elevado en un éxtasis altísimo, do se le mostró todo lo que sucedió aquella noche en la cueva dichosa; porque no volvió a sus sentidos hasta que  le llamó la divina esposa. Y este fue el sueño que allí recibió José, más alto y más feliz que el de Adán en el paraíso (Gen 2, 21).

473.  En el lugar que estaba la Reina de las criaturas fue al mismo tiempo, movida de un fuerte llamamiento del Altísimo con eficaz y dulce tansformación que la levantó sobre todo lo criado y sintió nuevos efectos del poder divino, porque fue este éxtasis de los más raros y admirables de su vida santísima. Luego fue levantándose más con nuevos lumines y cualidades que la dio el Altísimo, de los que en otras ocasiones he declarado, para llegar a la visión clara de la divinidad. Con estas disposiciones se le corrió la cortina y vio intuitivamente al mismo Dios con tanta gloria y plenitud de ciencia, que todo entendimiento angélico y humano ni lo puede explicar, ni adecuadamente entender. Renovóse en ella la noticia de los misterios de la divinidad y humanidad santísima de su Hijo, que en otras visiones se le había dado, y de nuevo se le manifestaron otros secretos encerrados en aquel archivo inexhausto del divino pecho. Y yo no tengo bastantes, capaces y adecuados términos ni palabras para manifestar lo que de estos sacramentos he conocido con la luz divina; que su abundancia y fecundidad me hace pobre de razones.

474.  Declaróle el Altísimo a su Madre Virgen cómo era tiempo de salir al mundo de su virginal tálamo, y el modo cómo esto había de ser cumplido y ejecutado. Y conoció la prudentísima Señora en esta visión las razones y fines altísimos de tan admirables obras y sacramentos, así de parte del mismo Señor, como de lo que tocaba a las criaturas, para quien se ordenaban inmediatamente. Postróse ante el trono real de la divinidad y, dándole gloria y magnificencia, gracias y alabanzas por sí y las que todas las criaturas le debían por tan inefable misericordia y dignación de su inmenso amor, pidió a Su Majestad nueva luz y gracia para obrar dignamente  en el servicio, obsequio, educación del Verbo humanado, que había de recibir en sus brazos y alimentar con su virginal leche. Ésta petición hizo la divina Madre con humildad profundísima, como quien entendía la alteza de tan nuevo sacramento, cual era el criar y tratar como madre a Dios hecho hombre, y porque se juzgaba indigna de tal oficio, para cuyo cumplimiento los supremos serafines eran insuficientes. Prudente y humildemente lo pensaba y pesaba la Madre de la sabiduría (Eclo 24, 24), y porque se humilló hasta el polvo y se deshizo toda en presencia del Altísimo, la levantó Su Majestad y de nuevo la dio título de Madre suya, y la mandó que como Madre legítima y verdadera ejercitase este oficio y ministerio: que le tratase como a Hijo del eterno Padre y juntamente Hijo de sus entrañas. Y todo se le pudo fiar a tal Madre, en que encierro todo lo que no puedo explicar con más palabras.

475.  Estuvo María santísima en este rapto y visión beatífica más de una hora inmediata a su divino parto; y al mismo tiempo que salía de ella y volvía en sus sentidos, reconoció y vio que el cuerpo del niño Dios se movía en su virginal vientre, soltándose y despidiéndose de aquel natural lugar donde había estado nueve meses, y se encaminaba a salir de aquel sagrado tálamo. Este movimiento del niño no sólo no causó en la Virgen Madre dolor y pena, como sucede a las demás hijas de Adán y Eva en sus partos, pero antes la renovó toda en júbilo y alegría incomparable, causando en su alma y cuerpo virgíneo efectos tan divinos y levantados, que sobrepujan y exceden a todo pensamiento criado. Quedó en el cuerpo tan espiritualizada, tan hermosa y refulgente, que no parecía criatura humana y terrena: el rostro despedía rayos de luz como un sol entre color encarnado bellísimo, el semblante gravísimo con admirable majestad y el afecto inflamado y fervoroso. Estaba  puesta  de  rodillas  en  el  pesebre,  los  ojos levantados al cielo, las manos juntas y llegadas al pecho, el  espíritu elevado en la divinidad y toda ella deificada. Y con esta disposición, en el término de aquel  divino rapto, dio al mundo la eminentísima Señora al Unigénito del Padre y suyo (Lc 2, 7) y nuestro Salvador Jesús, Dios y hombre verdadero, a la hora de media noche, día de domingo, y el año de la creación del mundo, que  la Iglesia romana enseña, de cinco mil ciento noventa y nueve; que esta cuenta se me ha declarado es la cierta y verdadera.

476.  Otras circunstancias y condiciones de este divinísimo parto, aunque todos los fieles las suponen por milagrosas, pero como no tuvieron otros testigos más que a la misma Reina del cielo y sus cortesanos, no se pueden saber todas en particular, salvo las que el mismo Señor ha manifestado a su santa Iglesia en común, o a particulares almas por diversos modos. Y porque en esto creo hay alguna variedad, y la materia es altísima y en todo venerable, habiendo yo declarado a  mis  Prelados que me gobiernan lo que conocí de estos misterios para escribirlos, me ordenó la obediencia que de nuevo los consultase con la divina luz y preguntase a la Emperatriz del cielo, mi madre y maestra, y a los Santos Ángeles que me asisten y sueltan las dificultades que se me ofrecen, algunas particularidades que convenían a la mayor declaración del parto sacratísimo de María, Madre de Jesús, Redentor nuestro. Y habiendo cumplido con este mandato, volví a entender lo mismo, y me fue declarado que sucedió en la forma siguiente:

477.  En el término de la visión beatífica y rapto de la Madre siempre Virgen, que dejo declarado (Cf. supra n. 473), nació de ella el Sol de Justicia, Hijo del eterno Padre y suyo, limpio, hermosísimo, refulgente y puro, dejándola en su virginal entereza y pureza más divinizada  y  consagrada;  porque  no  dividió,  sino  que penetró el virginal claustro, como los rayos del sol, que sin herir la vidriera cristalina, la penetra y deja más hermosa y refulgente. Y antes de explicar el modo milagroso como esto se ejecutó, digo que nació el niño Dios solo y puro, sin aquella túnica que llaman secundina en la que nacen comúnmente enredados los otros niños y están envueltos en ella en los vientres de sus madres. Y no me detengo en declarar la causa de donde pudo nacer y originarse el error que se ha introducido de lo contrario. Basta saber y suponer que en la generación del Verbo humanado y en su nacimiento, el brazo poderoso del Altísimo tomó y eligió de la naturaleza todo aquello que pertenecía a la verdad y sustancia de la generación humana, para que el Verbo hecho hombre verdadero, verdaderamente se llamase concebido, engendrado y nacido como hijo de la sustancia de su Madre siempre Virgen. Pero en las demás condiciones que no son de esencia, sino accidentales a la generación y natividad, no sólo se han de apartar de Cristo Señor nuestro y de su Madre santísima las que tienen relación y dependencia de la culpa original o actual, pero otras muchas que no derogan a la sustancia de la generación o nacimiento y en los mismos términos de la naturaleza contienen alguna impuridad o superfluidad no necesaria para que la Reina del cielo se llame Madre verdadera y Cristo Señor nuestro hijo suyo y que nació de ella. Porque ni estos efectos del pecado o naturaleza eran necesarios para la verdad de la humanidad santísima, ni tampoco para el oficio de Redentor o Maestro; y lo que no fue necesario para estos tres fines, y por otra parte redundaba en mayor excelencia de Cristo y de su Madre santísimos, ¿no se ha de negar a entrambos? Ni los milagros que para ello fueron necesarios se han de recatear con el Autor de la naturaleza y gracia y con la que fue su digna Madre, prevenida, adornada y siempre favorecida y hermoseada; que la divina diestra en todos tiempos la estuvo enriqueciendo de gracias y dones y se extendió con su poder a todo lo que en pura criatura fue posible.

478.  Conforme a esta verdad, no derogaba a la razón de madre verdadera que fuese virgen en concebir y parir por obra del Espíritu Santo, quedando siempre virgen. Y aunque sin culpa suya pudiera perder este privilegio la naturaleza, pero faltárale a la divina Madre tan rara y singular excelencia; y porque no estuviese y careciese de ella, se la concedió el poder de su Hijo santísimo. También pudiera nacer el niño Dios con aquella túnica o piel que los demás, pero esto no era necesario para nacer como hijo de su legítima Madre, y por esto no la sacó consigo del vientre virginal y materno, como tampoco pagó a la naturaleza este parto otras pensiones y tributos de menos pureza que contribuyen los demás por el orden común de nacer. El Verbo humanado no era justo que pasase por las leyes comunes de los hijos de Adán, antes era como consiguiente al milagroso modo de nacer, que fuese privilegiado y libre de todo lo que pudiera ser materia de corrupción o menos limpieza; y aquella túnica secundina no se había de corromper fuera del virginal vientre, por haber estado tan contigua o continua con su cuerpo santísimo y ser parte de la sangre y sustancia materna; ni tampoco era conveniente guardarla y conservarla, ni que la tocasen a ella las condiciones y privilegios que se le comunican al divino cuerpo, para salir penetrando el de su Madre santísima, como diré luego. Y el milagro con que se había de disponer de esta piel sagrada, si saliera del vientre, se pudo obrar mejor quedándose en él, sin salir fuera.

479.  Nació, pues, el niño Dios del tálamo virginal solo y sin otra cosa material o corporal que le acompañase, pero salió glorioso y transfigurado; porque la divinidad y sabiduría infinita dispuso y ordenó que la gloria del alma santísima redundase y se comunicase al cuerpo del niño Dios al tiempo del nacer, participando los dotes de gloria, como sucedió después en el Tabor (Mt 17, 2) en presencia de los tres Apóstoles. Y no fue necesaria esta maravilla para penetrar el claustro virginal y  dejarle ileso en su virginal integridad, porque sin estos dotes pudiera Dios hacer otros  milagros:  que naciera el niño dejando virgen a la Madre, como lo dicen los doctores santos (S. Tomás, Summa, III, q. 28 a. 2 ad 2) que no conocieron otro misterio en esta natividad. Pero la voluntad divina fue que la beatísima Madre viese a su Hijo hombre-Dios la primera vez glorioso en el cuerpo para dos fines: el uno, que con la vista de aquel objeto divino la prudentísima Madre concibiese la reverencia altísima con que había de tratar a su Hijo, Dios y hombre verdadero; y aunque antes había sido informada de esto, con todo eso ordenó el Señor que por este medio como experimental se la infundiese nueva gracia, correspondiente a la experiencia que tomaba de la divina excelencia de su dulcísimo Hijo y de su majestad y grandeza; el segundo fin de esta maravilla fue como premio de la fidelidad y santidad de la divina Madre, para que sus ojos purísimos y castísimos, que a todo lo terreno se habían cerrado por el amor de su Hijo santísimo, le viesen luego en naciendo con tanta gloria y recibiesen aquel gozo y premio de su lealtad y fineza.

Lugar del Nacimiento de JesúsLugar del Nacimiento de Nuestro Señor,
de la Básilica de la Natividad

480.  El sagrado Evangelista San Lucas dice (Lc 2, 7) que la Madre Virgen, habiendo parido a su Hijo primogénito, le envolvió en paños y le reclinó en un pesebre. Y no declara quién le llevó a sus manos desde su virginal vientre, porque esto no pertenecía a su intento. Pero fueron ministros de esta acción los dos príncipes soberanos San Miguel y San Gabriel, que como asistían en forma humana corpórea al misterio, al punto que el Verbo humanado, penetrándose con su virtud por el tálamo virginal, salió a luz, en debida distancia le recibieron en sus manos con incomparable reverencia, y al modo que el Sacerdote propone al pueblo la Sagrada Hostia para que la adore, así estos dos celestiales ministros presentaron a  los  ojos de la divina Madre a su Hijo glorioso y refulgente. Todo esto sucedió en breve espacio. Y al punto que los santos Ángeles presentaron al niño Dios a su Madre, recíprocamente se miraron Hijo y Madre santísimos, hiriendo ella el corazón del dulce niño y quedando juntamente llevada y transformada en él. Y desde las manos de los dos santos príncipes habló el Príncipe celestial a su feliz Madre, y la dijo: Madre, asimílate a mí, que por el ser humano que me has dado quiero desde hoy darte otro nuevo ser de gracia más levantado, que siendo de pura criatura se asimile al mío, que soy Dios y hombre por imitación perfecta.— Respondió la prudentísima Madre: Trahe me post te, in odorem unguentorum tuorum curremos (Cant 1, 3). Llévame, Señor, tras de ti y correremos en el olor de tus ungüentos.—Aquí se cumplieron muchos de los ocultos misterios de los Cantares; y entre el niño Dios y su Madre Virgen pasaron otros de los divinos coloquios que allí se refieren, como: Mi amado para mí y yo para él (Cant 2,16), y se convierte para mí (Cant 7, 10). Atiende qué hermosa eres, amiga mía, y tus ojos son de paloma. Atiende qué hermoso eres, dilecto mío (Cant 1, 14-15); y otros muchos sacramentos que para referirlos sería necesario dilatar más de lo que es necesario este capítulo.

481.  Con las palabras que oyó María santísima de la boca de su Hijo dilectísimo juntamente la fueron patentes los actos interiores de su alma santísima unida a la divinidad, para que imitándolos se asimilase a él. Y este beneficio fue el mayor que recibió la fidelísima y dichosa Madre de su Hijo, hombre y Dios verdadero no sólo porque desde aquella hora fue continuo por toda su vida, pero porque fue el ejemplar vivo de donde ella copió la suya, con toda la similitud posible entre la que era pura criatura y Cristo hombre y Dios verdadero. Al mismo tiempo conoció y sintió la divina Señora la presencia de la Santísima Trinidad, y oyó la voz del Padre eterno que decía: Este es mi Hijo amado, en quien recibo grande agrado y complacencia (Mt 17, 5).—Y la prudentísima Madre, divinizada toda entre tan encumbrados sacramentos, respondió y dijo: Eterno Padre y Dios altísimo, Señor y Criador del universo, dadme de nuevo vuestra licencia y bendición para que con ella reciba en mis brazos al deseado de las gentes (Ag 2, 8), y enseñadme a cumplir en el ministerio de madre indigna y de esclava fiel vuestra divina voluntad.—Oyó luego una voz que le decía: Recibe a tu unigénito Hijo, imítale, críale y advierte que me lo has de sacrificar cuando yo te le pida. Aliméntale como madre y reverencíale como a tu verdadero Dios.—Respondió la divina Madre: Aquí está la hechura de vuestras divinas manos, adornadme de vuestra gracia para que vuestro Hijo y mi Dios me admita por su esclava; y dándome la suficiencia de vuestro gran poder, yo acierte en su servicio, y no sea atrevimiento que la humilde criatura tenga en sus manos y alimente con su leche a su mismo Señor y Criador.

482.  Acabados estos coloquios tan llenos de divinos misterios, el niño Dios suspendió el milagro o volvió a continuar el que suspendía los dotes y gloria de su cuerpo santísimo, quedando represada sólo en el alma, y se mostró sin ellos en su ser natural y pasible. Y en este estado le vio también su Madre purísima, y con profunda humildad y reverencia, adorándole en la postura que ella estaba de rodillas, le recibió de manos de los Santos Ángeles que le tenían. Y cuando le vio en las suyas, le habló y le dijo: Dulcísimo amor mío, lumbre de mis ojos y ser de mi alma, venid en hora buena al mundo, Sol de Justicia (Mal 4, 2), para desterrar las tinieblas del pecado y de la muerte. Dios verdadero de Dios verdadero, redimid a vuestros siervos, y vea toda carne a quien le trae la salud (Is 52, 10). Recibid para vuestro obsequio a vuestra esclava y suplid mi insuficiencia para serviros. Hacedme, Hijo mío, tal como queréis que sea con vos.— Luego se convirtió la prudentísima Madre a ofrecer su Unigénito al eterno Padre, y dijo: Altísimo Criador de todo el universo, aquí está el altar y el sacrificio aceptable a vuestros ojos. Desde esta hora, Señor mío, mirad al linaje humano con misericordia, y cuando merezcamos vuestra indignación, tiempo es de que se aplaque con vuestro Hijo y mío. Descanse ya la justicia, y magnifíquese vuestra misericordia, pues para esto se ha vestido el Verbo divino la similitud de la carne del pecado (Rom 8, 3) y se ha hecho hermano de los mortales y pecadores. Por este título los reconozco por hijos y pido con lo íntimo de mi corazón por ellos. Vos, Señor poderoso, me habéis hecho Madre de vuestro Unigénito sin merecerlo, porque esta dignidad es sobre todos merecimientos de criaturas, pero debo a los hombres en parte la ocasión que han dado a mi incomparable dicha, pues por ellos soy Madre del Verbo humanado pasible y Redentor de todos. No les negaré mi amor, mi cuidado y desvelo para su remedio. Recibid, eterno Dios, mis deseos y peticiones para lo que es de vuestro mismo agrado y voluntad.

483.  Convirtióse también la Madre de Misericordia a todos los mortales, y hablando con ellos dijo: Consuélense los afligidos, alégrense los desconsolados, levántense los caídos, pacifíquense los turbados, resuciten los muertos, letifíquense los justos, alégrense los santos, reciban nuevo júbilo los espíritus celestiales, alíviense los profetas y patriarcas del limbo y todas las generaciones alaben y magnifiquen al Señor que renovó sus maravillas. Venid, venid, pobres; llegad, párvulos, sin temor, que en mis manos tengo hecho cordero manso al que se llama león; al poderoso, flaco; al invencible, rendido. Venid por la vida, llegad por la salud, acercaos por el descanso eterno, que para todos le tengo y se os dará de balde y le comunicaré sin envidia. No queráis ser tardos y pesados de corazón, oh hijos de los hombres. Y vos, dulce bien de mi alma, dadme licencia para que reciba de vos aquel deseado ósculo de  todas  las criaturas. — Con esto la felicísima Madre aplicó sus divinos y castísimos labios a las caricias tiernas y amorosas del niño Dios, que las esperaba como Hijo suyo verdadero.

484.  Y sin dejarle de sus brazos, sirvió de altar y de sagrario donde los diez mil Ángeles en forma humana adoraron a su Criador hecho hombre. Y como  la beatísima Trinidad asistía con especial  modo  al nacimiento del Verbo encarnado, quedó el cielo como desierto de sus moradores, porque toda aquella corte invisible se trasladó a la feliz cueva de Belén y adoró también a su Criador en hábito nuevo y peregrino. Y en su alabanza entonaron los Santos Ángeles aquel nuevo cántico: Gloria in excelsis Deo, et in terra pax hominibus bonae voluntatis (Lc 2, 14). Y con dulcísima y sonora armonía le repitieron, admirados  de  las  nuevas maravillas que veían puestas en ejecución y de la indecible prudencia, gracia, humildad y  hermosura  de una doncella tierna de quince años,  depositaría  y ministra digna de tales y tantos sacramentos.

485.  Ya era hora que la prudentísima y advertida Señora llamase a su fidelísimo esposo San José, que, como arriba dije (Cf. supra n. 472), estaba en divino éxtasis, donde conoció por revelación todos los misterios del sagrado parto que en aquella noche se celebraron. Pero convenía también que con los sentidos corporales viese y tratase, adorase y reverenciase al Verbo humanado, antes que otro alguno de los mortales, pues él solo era entre todos escogido para despensero fiel de tan alto  sacramento.  Volvió  del  éxtasis   mediante  la voluntad de su divina Esposa, y restituido en sus sentidos, lo primero que vio fue el niño Dios en los brazos de su virgen Madre, arrimado a su sagrado rostro y pecho. Allí le adoró con profundísima humildad y lágrimas. Besóle los pies con nuevo júbilo y admiración, que le arrebatara y disolviera la vida, si no le conservara la virtud divina, y los sentidos perdiera, si no fuera necesario usar de ellos en aquella ocasión. Luego que el santo José adoró al niño, la prudentísima Madre pidió licencia a su mismo Hijo para asentarse, que hasta entonces había estado de rodillas, y administrándole San José los fajos y pañales que traían, le envolvió en ellos con incomparable reverencia, devoción y aliño, y así empañado y fajado, con sabiduría divina le reclinó la misma Madre en el pesebre, como el Evangelista San Lucas dice (Lc 2, 7), aplicando algunas pajas y heno a una piedra, para acomodarle en el primer lecho que tuvo Dios hombre en la tierra fuera de los brazos de su Madre. Vino luego, por voluntad divina, de aquellos campos un buey con suma presteza, y entrando en la cueva se juntó al jumentillo que la misma Reina había llevado; y ella les mandó adorasen con la reverencia que podían y reconociesen a su Criador. Obedecieron los humildes animales al mandato de su Señora y se postraron ante el niño y con su aliento le calentaron y sirvieron con el obsequio que le negaron los hombres. Así estuvo Dios hecho hombre envuelto en paños, reclinado en el pesebre entre dos animales, y se cumplió milagrosamente la profecía: que conoció el buey a su dueño y el jumento al pesebre de su Señor, y no lo conoció Israel, ni su pueblo tuvo inteligencia (Is 1, 3).

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Dogma Mariano: María Siempre Virgen

 

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