FELICIDAD Y LIBERTAD
|
||||
1. ¿Qué es la bienaventuranza eterna? ¿Qué es la felicidad eterna? Felicidad o bienaventuranza eterna es ver a Dios cara a cara, estar con Dios y en Dios. Es ser incluido dentro de la felicidad de Dios. (CIC #1720, 1724, 1729) En la Santísima Trinidad hay una felicidad ilimitada, un gozo infinito. Ser incluidos en esa bienaventuranza de las Tres Divina Personas es una cosa incomprensible e indescriptible para nuestra limitada capacidad humana.
Seremos juzgados de acuerdo a nuestras obras: Entonces fueron juzgados los muertos de acuerdo con lo que está escrito en esos libros, es decir, cada uno según sus obras. (Ap 20, 12) Y los que han llegado al Cielo ha sido por sus buenas obras realizadas al responder a la gracia divina: Han llegado las bodas del Cordero. Su esposa se ha engalanado, la han vestido de lino fino, deslumbrante de blancura -el lino son las buenas acciones de los santos.(Ap 19, 7-8) Las enseñanzas de Jesús nos muestran que tenemos libertad de escoger, que nuestros actos deben estar en conformidad con la Voluntad de Dios y que tendremos que rendir cuentas de ellos. Al optar por una decisión u otra, usamos la conciencia.
La libertad es el poder dado por Dios al hombre de obrar o no obrar, de hacer esto o aquello, es decir, de ejecutar de este modo por sí mismo acciones deliberadas. Cuanto más se hace el bien, más libre se va haciendo también el hombre. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, que es el Bien supremo. Libertad, entonces, es un don de Dios que nos ha dado para poder optar libremente por nuestro máximo Bien que es Dios mismo. La libertad implica también la posibilidad de elegir entre el bien y el mal. La elección del mal es un abuso de la libertad, que conduce a la esclavitud del pecado. Libertad no es hacer lo que me venga en gana. Actuar así es abusar de la libertad y se llama "libertinaje". Aunque ese término se usa en nuestro léxico actual como desenfreno e inmoralidad, el significado de libertinaje es realmente el mal uso o abuso de la libertad. Pero ese mal uso de la libertad puede llevar al desenfreno y la inmoralidad. Es a lo que el Catecismo se refiere al decir que el abuso de la libertad, conduce a la esclavitud del pecado.
Efectivamente es así. La libertad que Dios nos dio para que optáramos por el máximo Bien que es El, también nos permite optar por el mal. Al decidirnos por el mal, pueda que creamos que estamos siendo libres. Pero eso es mera apariencia. Es como un espejismo. El mal no nos proporciona felicidad, sino que más bien nos quita algo bueno. Nos amarra a gustos pasajeros y ficticios. Así terminamos destruyendo por completo nuestra felicidad. Eso lo pueden atestiguar los malhechores, los "malandros" y todo el que comienza por escoger una cosa mala que parece inofensiva y, si no retoma el buen camino, termina mal. Eso lo atestiguan los que se han dejado esclavizar por la droga, la pornografía, el sexo desordenado, etc. Lo vemos en las adicciones. En cualquier adicción la persona vende su libertad por algo que le parece que es bueno o inofensivo. En realidad se convierte en esclavo. Lo peor es que quien opta por el mal está jugando con su salvación eterna, con esa bienaventuranza que es Dios mismo, nuestra meta definitiva. El hombre es libérrimo (superlativo de libre) cuando está en capacidad de decir SÍ al bien ... cuando no tiene ninguna adicción, ninguna compulsión, ningún hábito que le impida escoger y hacer lo que es bueno y lo que está bien. Cuando la persona decide por algo bueno esa decisión lo va acercando y llevando a Dios, Quien es nuestra meta final y definitiva.
La libertad hace al hombre responsable de sus actos, en la medida en que éstos son voluntarios; aunque tanto la imputabilidad como la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas o incluso anuladas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia soportada, el miedo, los afectos desordenados y los hábitos. Es decir: el hombre es responsable por todo lo que hace concientemente y voluntariamente. Nadie es responsable de lo que haga bajo coerción, por temor, por ignorancia o bajo la influencia de drogas o de alguna compulsión. Sin embargo, no podemos quedarnos con una drogadicción o alguna práctica compulsiva, porque Dios desea que todos –inclusive los que tienen alguna adicción- seamos verdaderamente libres, no esclavizados y que podamos tomar decisiones por nosotros mismos. El amor misericordioso de Dios está también con esos esclavizados que desean quedar libres para Dios. Si se lo permiten, Dios los ayuda a ser liberados de esas adicciones o compulsiones para ser verdaderamente libres.
Nuestra libertad se halla debilitada a causa del pecado original. El debilitamiento se agrava aún más por los pecados posteriores. (CIC-C #366) Mientras más pecamos, más nos vamos concentrando en nosotros mismos, haciéndonos cada vez más egoístas y egocéntricos. Así vamos perdiendo libertad, pues no actuamos de manera realmente libre. Pero Cristo nos liberó para ser libres (Gal 5, 1). Por eso el Espíritu Santo nos conduce con su gracia a la libertad espiritual; es decir, nos independiza o libera de los poderes del mal, para capacitarnos a hacer el bien, actuando con amor y responsabilidad en la Iglesia y en el mundo. (CIC-C #366).
La libertad se ejercita en las relaciones entre los seres humanos ... Todo hombre debe prestar a cada cual el respeto al que éste tiene derecho. El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la dignidad de la persona humana, especialmente en materia moral y religiosa. Este derecho debe ser reconocido y protegido civilmente dentro de los límites del bien común y del orden público (CIC #1738) Amenazas para la libertad: El ejercicio de la libertad no implica el derecho a decir y hacer cualquier cosa ... Por otra parte, las condiciones de orden económico y social, político y cultural requeridas para un justo ejercicio de la libertad son, con demasiada frecuencia, desconocidas y violadas. Estas situaciones de ceguera y de injusticia gravan la vida moral y colocan tanto a los fuertes como a los débiles en la tentación de pecar contra la caridad. (CIC # 1740) La libertad individual sólo puede ser restringida cuando alguien, al ejercer su libertad, perjudica la libertad de otro.
Para saber si hacer algo es bueno, hay que considerar tres variables y éstas deben ser buenas. 1º. El acto mismo debe ser bueno. Ayudar a alguien es siempre bueno. 2º. La intención al realizar ese acto debe ser buena. Si mi intención al dar esa ayuda es para luego criticar o hacer algún tipo de daño a la persona que ayudo, el acto es malo. Si ayudo a un anciano a llegar a su casa, pero la finalidad es investigar sus aposentos para luego robarlo, el acto es definitivamente malo. 3º. Las circunstancias pueden hacer variar la moralidad de un acto, atenuando o incrementando la responsabilidad de quien lo hace. Es decir, las circunstancias pueden crear, agravar o atenuar un pecado. Ejemplo de cambio de un acto bueno en malo (originar un pecado): Leer la Biblia es un acto bueno, muy bueno. Pero si leo cuando es mi responsabilidad atender a un enfermo que me necesita en ese momento, el acto bueno se convierte en malo. Ejemplo de agravación de un acto: La fornicación es siempre pecado. Pero si es con una persona casada, ese acto es más grave: es un adulterio. Ejemplo de atenuación de un acto: Un acto malo es siempre malo, pero si yo no sabía que ese acto era tan malo como es, la circunstancia de mi ignorancia, disminuye mi responsabilidad. Por ejemplo, yo no sabía que faltar a Misa un Domingo era un pecado grave, sino que sabía que debía ir a Misa los Domingos. Mi ignorancia de ese precepto, disminuye mi responsabilidad. No cambia la moralidad del acto, pero se atenúa mi responsabilidad. Otro ejemplo: salgo de una fiesta y el grupo con quien ando decide robarse un carro. Yo quiero oponerme, pero los demás me caen a golpes. He participado en el robo, pero mi responsabilidad queda disminuida por el temor al daño que me están haciendo. No cambia la moralidad del acto, pero se atenúa mi responsabilidad. Así que para que un acto sea bueno los tres elementos deben ser buenos. Pero si uno de estos tres elementos es malo, el acto es malo. Imaginemos un tanque de agua pura que tiene tres tubos de entrada. Si una de las tuberías transporta agua impura, toda el agua del tanque es impura.
El fin nunca justifica los medios. Ningún acto malo puede justificarse para conseguir un bien. El ejemplo más claro es éste: No puedo robar para repartirle a los pobres. Pero hay otros de mucha actualidad: No se pueden matar embriones (todo embrión es ya un ser humano) para curar enfermedades con las células madres que puedan producirse con ese asesinato.Y esto es así, aunque no existiera –como existe ya- el recurso a células madres adultas que están dando maravillosos resultados en la curación de diversas enfermedades. No puedo pretender ayudar a una persona que ha concebido aunque haya sido violada, recomendándole que se haga un aborto, porque el aborto es siempre un asesinato.
Las pasiones son los afectos, emociones o impulsos de la sensibilidad –componentes naturales de la psicología humana- que inclinan a obrar o a no obrar en razón de lo que es sentido o imaginado como bueno o como malo. En el lenguaje común, la palabra "pasión" se usa para designar una pasión mala, como algo que es necesario dominar. Sin embargo, en el sentido filosófico, las pasiones son movimientos o energías que podemos emplear para el bien o para el mal. Es decir, no son en sí mismas, ni buenas, ni malas. Todo depende del uso que se les dé. Hay teólogos que afirman que las pasiones son indispensables para llegar a grandes alturas de la santidad, pues para ello hay que tener una gran fuerza pasional orientada hacia Dios. Por otro lado, puestas al servicio del mal, se convierten en fuerza destructora muy eficaz. Para entender el verdadero significado de las pasiones, hay que considerar que los seres humanos tenemos lo que se llama apetito sensitivo o sensualidad. Esto es una facultad orgánica por la que buscamos un bien para nuestra sensualidad, algo que satisfaga ese apetito sensitivo. Además tenemos el apetito racional o voluntad. Este busca el bien racional o del espíritu. En esos dos tipos de fuerzas radica nuestra lucha interior, que la ha descrito San Pablo en varias de sus cartas: Pues los deseos de la carne se oponen al espíritu, y los deseos del espíritu se oponen a la carne. Los dos se contraponen, de suerte que ustedes no pueden obrar como quisieran (Gal 5, 17). No entiendo mis propios actos: no hago lo que quiero y hago las cosas que detesto (Rom 7, 15).
Porque el entendimiento y la voluntad pueden influir y –de hecho influyen- sobre el apetito sensitivo o sensualidad, pero no de una manera automática o determinante, como sucede con las manos o los pies que se mueven sin poner resistencia a la voluntad. Más bien el entendimiento y la voluntad ejercen sobre la sensualidad una influencia no determinante. Que esta explicación nos sirva para entender el funcionamiento de las pasiones, pero no para convertirse en una especie de permiso para dejar que la sensualidad controle nuestra voluntad. La razón y la voluntad deben tener señorío sobre el apetito sensitivo. Regular y purificar el funcionamiento de las pasiones es algo muy necesario para el progreso espiritual. Hay que dirigirlas hacia el bien y apartarlas del mal. Y la fuerza más importante que tenemos para esta labor es la gracia de Dios. Pero también hay que poner algo de nuestro esfuerzo personal (que también es gracia de Dios) para orientar nuestras pasiones hacia el bien.
Las principales son el amor y el odio, el deseo y el temor, la alegría, la tristeza y la cólera. La pasión fundamental es el amor, provocado por el atractivo del bien. No se ama sino el bien, real o aparente. (CIC-C #370) La más fundamental es el amor que la atracción del bien despierta. El amor causa el deseo del bien ausente y la esperanza de obtenerlo. (CIC #1765)
Las pasiones, en cuanto impulsos de la sensibilidad, no son en sí mismas ni buenas ni malas. Son buenas, cuando contribuyen a una acción buena; son malas, en caso contrario. Dependiendo del uso que hagamos de las pasiones, usándolas para el bien o usándolas para el mal, éstas pueden ser asumidas en las virtudes o pervertidas en los vicios. Es decir, depende de cómo canalicemos las pasiones, éstas nos pueden llevar por el camino de la virtud o por el camino del vicio. "Virtud es lo que hacemos con pasión. Vicio es lo que no podemos dejar de hacer debido a la pasión" (San Agustín).
La conciencia moral, presente en lo íntimo de la persona, es un juicio de la razón, que en el momento oportuno, impulsa al hombre a hacer el bien y a evitar el mal. Gracias a ella, la persona humana percibe la cualidad moral de un acto a realizar o ya realizado, permitiéndole asumir la responsabilidad del mismo. (CIC-C #372) Es decir: la conciencia es un juicio práctico acerca de si es bueno o malo un acto realizado o por realizar. Dios le habla al hombre por medio de la conciencia. La conciencia es como una voz interior o un conocimiento, por medio del cual Dios se manifiesta al hombre. A no ser que la conciencia haya sido deformada o mal formada, esa voz interior o conocimiento propone lo que es razonable, justo y bueno a los ojos de Dios.
Sí. La conciencia puede también emitir juicios erróneos, por causas no siempre exentas de culpabilidad personal ... Es necesario, por tanto, esforzarse para corregir la conciencia moral de sus errores. (CIC-C #376)
Que a veces nuestra conciencia puede equivocarse y que somos culpables de esos errores de juicio moral. (!!!)
Como la conciencia es una operación del entendimiento, está sujeta a las deficiencias de nuestro intelecto. Fallas en la conciencia las vemos con frecuencia al notar como diferentes personas juzgan bueno o malo un mismo acto. Si alguien basa sus juicios en lo que lee en la prensa, ve en la TV o en Internet, tendrá un tipo de conciencia. Si otra persona basa sus juicios en lo que conoce de la fe, de la Palabra de Dios, de las enseñanzas de la Iglesia, tendrá otro tipo de conciencia. En la manera de juzgar un acto puede llegarse a extremos como los crímenes del Nazismo, del Comunismo y del Islamismo fundamentalista. Quienes los cometen u ordenan pueden (y de hecho lo dicen) estar actuando de acuerdo a su conciencia. ¿Cómo puede ser esto? Si se dan estas divergencias es porque hay varios tipos de conciencia. Veamos cuáles son y cuál es el tipo de conciencia que tenemos que fomentar en nosotros para actuar rectamente.
1º. Conciencia verdadera y conciencia errónea: La conciencia verdadera es aquélla que informa correctamente sobre la bondad o la maldad de un acto. La conciencia errónea es aquélla que indica falsamente que una conducta mala es buena y viceversa. 2º. Conciencia cierta y conciencia dudosa: Conciencia cierta es la que dicta un juicio claramente sin temor a equivocarse. Conciencia dudosa es la que hace que la persona esté indecisa acerca del juicio. 3º. Conciencia laxa, escrupulosa y delicada: La conciencia laxa suele llevar al adormecimiento de la conciencia. Llegar a este estado es como estar manejando un vehículo, que ha perdido la barra de la dirección y el freno, pero que sigue marchando a velocidad. En el extremo opuesto de la conciencia permisiva o laxa está la conciencia escrupulosa, que ve pecados donde no los hay o que considera grave lo que es leve. Este tipo de conciencia se manifiesta por un continuo temor de poder pecar y también por ansiedad sobre actos realizados que cree que son pecados. 4º. Conciencia delicada: La conciencia delicada es la conciencia verdaderamente correcta. Esta juzga rectamente la moralidad de un acto, fijándose hasta los detalles más pequeños. Atiende esos detalles mínimos, pero con serenidad y verdad, no como la escrupulosa. La conciencia delicada ve el pecado donde lo hay, aunque sea muy pequeño. La conciencia delicada ayuda al alma a evitar hasta los pecados pequeños y la empuja a la santidad.
. Educación de la fe y la moral, siguiendo las enseñanzas de la Iglesia. . Lectura, meditación y estudio de la Palabra de Dios. . Seguir los consejos de personas prudentes que estén bien formadas. . Recibir con humildad las correcciones bien intencionadas de los demás. . Examen de conciencia diario o frecuente: qué he hecho hoy que Cristo no hubiera hecho. . Recibir los Sacramentos de la Confesión y la Comunión con frecuencia. . Oración diaria, constante y perseverante para que el Espíritu Santo ilumine nuestra conciencia.
Efectivamente, el Catecismo nos dice que a causa de la misma dignidad personal, el hombre no debe ser forzado a obrar contra su conciencia, ni se le debe impedir obrar de acuerdo con ella, sobre todo en el campo religioso, siempre que actúe dentro de los límites del bien común. (CIC-C 373). Esto es lo que se llama libertad de conciencia. Sin embargo, la conciencia no es autónoma. Tener libertad de conciencia supone que la conciencia está basada en verdaderos principios morales de la fe y de la ley natural. La conciencia no es el árbitro supremo e independiente del bien y el mal, como han pretendido algunos a lo largo de la historia de la humanidad. Esa es una libertad de conciencia mal entendida. Su simbolismo es el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal del Génesis, que causó el Pecado Original. La conciencia no es para juzgar los principios de la Ley Natural y de la Ley Divina, sino que examina si un acto está de acuerdo o no con esos principios establecidos por Dios en el corazón humano y en su Ley. Entonces, decir "yo actúo de acuerdo a mi conciencia" no puede significar actuar contra los principios de la Ley Natural y de la Ley Divina, sino analizar si un acto está de acuerdo o no a esos principios morales.
Porque Dios ha inscrito en el corazón de todo hombre un código de normas, que se denomina Ley Natural o Ley Moral. Y se llama así, porque este código resulta "natural" a los hombres y porque son normas "morales" que ordenan nuestro comportamiento.
A causa del pecado, no siempre ni todos somos capaces de percibir en modo inmediato y con igual claridad la Ley Natural. (CIC-C #417). Por esto, «Dios escribió en las tablas de la Ley lo que los hombres no alcanzaban a leer en sus corazones» (San Agustín).
Lo dice ya las anteriores palabras de San Agustín, porque la Ley del Antiguo Testamento expresa verdades que por naturaleza son ya evidentes a la razón humana, pero que fueron proclamadas y autenticadas por la Ley de Dios contenida en las Tablas de la Ley.
La nueva Ley o Ley evangélica, proclamada y realizada por Cristo, es la plenitud y el cumplimiento de la ley divina, natural y revelada. Se resume en el mandamiento de amar a Dios y al prójimo, y de amarnos como Cristo nos ha amado. Es también una realidad grabada en el interior del hombre: la gracia del Espíritu Santo, que hace posible tal amor. Es «la ley de la libertad» (St 1, 25), porque lleva a actuar espontáneamente bajo el impulso de la caridad. (CIC-C #420) Ejemplo: solidaridad espontánea de muchos antes los afectados por fenómenos naturales, guerras, enfermedades, etc. «La Ley nueva es principalmente la misma gracia del Espíritu Santo que se da a los que creen en Cristo» (Santo Tomás de Aquino).
La Ley nueva se encuentra en toda la vida y la predicación de Cristo y en la catequesis moral de los Apóstoles; el Sermón de la Montaña es su principal expresión. (CIC-C #421)
El pecado es «una palabra, un acto o un deseo contrarios a la Ley eterna» (San Agustín). Es una ofensa a Dios, a quien desobedecemos en vez de responder a su amor. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. (CIC-C #392) El pecado es decir "NO" a Dios. Es darle la espalda a Dios. Es desobedecer a Dios.
La variedad de los pecados es grande. Pueden distinguirse según su objeto o según las virtudes o los mandamientos a los que se oponen. Pueden referirse directamente a Dios, al prójimo o a nosotros mismos. Se los puede también distinguir en pecados de pensamiento, palabra, obra y omisión. (CIC-C #393)
En cuanto a la gravedad, el pecado se distingue en pecado mortal y pecado venial. (CIC-C #394) El pecado grave rompe nuestra relación con Dios y se llama mortal, porque mata la Vida de Dios en nuestra alma, es decir nos priva de la Gracia Santificante (CIC-C #395). El pecado venial enturbia nuestra relación con Dios.
Para remediar nuestra ruptura con Dios causada por algún pecado grave, los Cristianos Católicos debemos reconciliarnos con Dios a través del arrepentimiento y el Sacramento de la Confesión.
Se comete un pecado mortal cuando se dan, al mismo tiempo, materia grave, plena advertencia y deliberado consentimiento. (CIC-C # 395)
El pecado venial, que se diferencia esencialmente del pecado mortal, se comete cuando la materia es leve; o bien cuando, siendo grave la materia, no se da plena advertencia o perfecto consentimiento. (CIC-C #396) Es decir: el pecado venial se da cuando falta alguna de las tres condiciones del pecado mortal: materia grave, pleno conocimiento o pleno consentimiento.
Este pecado no rompe la alianza con Dios. Sin embargo, debilita la caridad, entraña un afecto desordenado a los bienes creados, impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y en la práctica del bien moral y merece penas temporales de purificación. (CIC-C #396)
Los vicios, como contrarios a las virtudes, son hábitos perversos que oscurecen la conciencia e inclinan al mal. Los vicios pueden ser referidos a los siete pecados llamados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza. (CIC-C #398)
Tenemos responsabilidad en los pecados de los otros cuando cooperamos culpablemente a que se cometan. (CIC-C #399) Por ejemplo, recomendando o ayudando a facilitar un aborto. También podemos tener responsabilidad en pecados de otros cuando hemos causado escándalo. Por ejemplo, dando mal ejemplo a personas sensibles a imitar nuestro pecado.
Las estructuras de pecado son situaciones sociales o instituciones contrarias a la ley divina, expresión y efecto de los pecados personales. Por ejemplo, leyes injustas contra la dignidad humana, instituciones pro-abortistas. Estructuras sociales, económicas o políticas que explotan a las personas.
El Magisterio de la iglesia interviene en el campo de la moral, por que es su misión predicar la fe que hay que creer y practicar en la vida cotidiana. Esta competencia se extiende también a los preceptos específicos de la Ley Natural, porque su observancia es necesaria para la salvación. Como hemos visto, no pueden haber dos verdades contrapuestas. Eso es imposible. Lo que es humanamente bueno no puede ser malo desde el punto de vista cristiano. Y lo que es bueno desde el punto de vista cristiano no puede ser humanamente malo. La Iglesia tiene la responsabilidad y la autoridad de parte de Dios de dar enseñanzas morales. La Iglesia tiene la obligación de recordar a los hombres la Ley Moral Natural y su recta aplicación en opciones que van surgiendo a lo largo de la historia de la humanidad. Por ejemplo un caso reciente, hace unos 20 años, no se sabía lo que eran células madres o células estaminales. La Iglesia ha estudiado este tema y, aplicando la Ley Moral Natural, la Ley Divina y la Ley Evangélica, se ha pronunciado en contra de las células madres embrionarias y a favor de las células madres adultas. Otro ejemplo en que la Iglesia ha tenido que hacer definiciones morales es el caso de doctrina llamada de "la guerra justa", la cual para ser considerada como tal, debe reunir unas condiciones rigurosas de legitimidad moral:
Sí. Son los llamados 5 Mandamientos de la Iglesia.
Los preceptos de la Iglesia tienen por finalidad garantizar que los fieles cumplan con lo mínimo indispensable en relación al espíritu de oración, a la vida sacramental, al esfuerzo moral y al crecimiento en el amor a Dios y al prójimo.
1º. Participar en la Misa todos los Domingos y Fiestas de guardar, y no realizar trabajos y actividades que puedan impedir la santificación de estos días.
La Divina Providencia
|
||||
|
||||
|