¿Por qué hay que pagar
por nuestros pecados
en el Purgatorio?

Al final de nuestra vida en la tierra tenemos tres alternativas: Cielo (felicidad eterna), Infierno (condenación eterna) o Purgatorio.

El Purgatorio es un estado de purificación no eterno, por el cual tienen que pasar las almas que no están preparadas para ir directamente al Cielo. Las almas que llegan al Purgatorio ya están salvadas: luego de su purificación pasan al Cielo.

¿Quiénes necesitan esta preparación purificadora? Aquéllos que mueren en pecado venial y/o aquéllos cuyas almas aún tienen los efectos de los pecados mortales ya perdonados, por lo cual requieren de una purificación. Y esto es así porque al Cielo “no puede entrar nada manchado” (Ap. 21, 27).

El Purgatorio, entonces, es eso: un sitio de limpieza, de purificación, de depuración, para luego poder ver a Dios cara a cara y vivir en El para toda la eternidad, en esa felicidad perfecta que llamamos “Cielo” o “Jerusalén Celestial”.

Es cierto que Dios nos ha perdonado nuestros pecados con nuestro arrepentimiento y con la Confesión sacramental, pero el alma ha quedado -por así decirlo- como manchada. Es como aquella mancha en una tela blanca que no se quita con agua y jabón solamente, sino que necesitamos aplicarle cloro o algún blanqueador especial.

Así mismo es la mancha que dejan en nuestra alma los pecados mortales. Es necesario, entonces, “blanquearla”. Y esa operación de blanqueo o purificación puede tener lugar aquí en la vida terrena o en el más allá.

En el más allá Dios, en su infinita misericordia, nos da la opción del purificar en el Purgatorio, ese estado que como bien enseña San Agustín, es para aquéllos que no mueren tan mal como para merecer el Infierno, pero que tampoco mueren tan bien como para merecer el Cielo.

El Purgatorio se parece también a la purificación por la que tiene que pasar el oro, el cual, recién extraído de la mina, debe ser pasado por fuego para quitar las impurezas que no son oro. Y de fuego habla San Pablo cuando nos dice: “El fuego probará la obra de cada uno ... se salvará pero como pasando por fuego” (1 Cor. 3, 13-15).

Ahora bien, esa purificación necesaria que borra los efectos de los pecados mortales también puede tener lugar en esta vida. Los que han llegado al Cielo directamente -los Santos reconocidos por la Iglesia como tales y los santos desconocidos- para poder llegar al Cielo, tuvieron que tener esa purificación durante su vida en la tierra.

¿Cómo es esa purificación? Los que han llegado al Cielo sin tener que pasar por el Purgatorio ciertamente hicieron durante su vida -o por lo menos durante una parte de su vida- la Voluntad de Dios en todo lo que Dios les fue presentando y pidiendo, sin importarles su propia voluntad, sino solamente lo que Dios les pidiera. No significa que ninguno cometió pecado mortal. El caso más resaltante es el mismo San Agustín, quien fue un gran pecador antes de convertirse, pero de allí en adelante se dedicó a cumplir la Voluntad de Dios y a realizar las obras que Dios le fue pidiendo.

Asimismo nosotros, entregados a los deseos de Dios y descartando los nuestros, realizando las obras que Dios nos pide y no las nuestras, acatando los planes de Dios y no los nuestros, de esa manera vamos purificándonos, sabiendo que no somos nosotros mismos, sino que es Dios quien va haciendo esa labor de purificación si nosotros, con nuestra aceptación, vamos dejándole que la haga.

También puede ser que Dios, que es el que sabe cómo nos va llevando al Cielo, desee purificarnos a través del sufrimiento aquí en la tierra. San Pedro habla de esto: “Por eso alégrense, aunque por un tiempo quizá les sea necesario sufrir varias pruebas. Su fe saldrá de ahí probada como el oro que pasa por el fuego” (1 Pe. 1, 6-7).

Ciertamente se refiere a los sufrimientos que más tarde o más temprano, a unos más a otros menos, se nos presentan durante nuestra vida. Los sufrimientos, recibidos con paciencia y aceptación, y unidos a los sufrimientos de Cristo, son medios especiales para ir purificándonos aquí en la tierra. Hay que aprovechar esas oportunidades de purificación que Dios en su Sabiduría infinita nos va presentando, con las cuales podemos evitar todo el tiempo o parte del tiempo que nos tocaría de Purgatorio.

Por eso se habla de pasar el Purgatorio aquí en la tierra. Sea aquí o allá, la purificación es indispensable para llegar al Cielo. El Purgatorio es un estado de dolores fuertes y en soledad, y de tristeza inmensa por tener la vergüenza de no poder acercarnos a Dios. Dios nos quiere llevar al Cielo directamente. Entonces, si queremos llegar al Cielo sin pasar por el Purgatorio, debemos aprovechar las oportunidades de purificarnos aquí en la tierra.

Tratado sobre el Purgatorio de
Santa Catalina de Genova

¿Cómo es el Purgatorio?

Purgatorio y Oración por difuntos

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